
Hay 141 voces femeninas que se expresan sobre el profundo vínculo que mantienen con el arte. Pero hay una que no habla. Como si no encontrara las palabras. Como si se hubiera quedado muda. Como si solamente quisiera escuchar a las otras para poder develar secretos. Lo que desconoce. Lo que quisiera saber. Entonces, las espía. “Este libro fue una larga despedida de mi madre”. La que habla es Mariela Ivanier, autora de El arte está en casa (Planeta, 2022). Y lo hace en diálogo con la periodista Gabriela Esquivada.
Hay intimidad en ese encuentro. También expectativa. “El libro teje una conversación entre mujeres. Está hecho por una mujer y está dedicado a otra mujer, tu madre. ¿Por qué?”, pregunta Esquivada. “Toda la vida quise saber que sentía mi mamá. Y esa incógnita la intenté responder a través de los 140 testimonios de mujeres que conforman el libro. Escucharlas fue develar muchos secretos para mí. Y así fue que comprendí que no hay una única manera de querer, de amar, de verse a uno mismo. Como tampoco es unívoco el sentimiento que nos provoca lo artístico, en cualquiera de sus expresiones.”
El libro de Ivanier es un tributo a las mujeres, a sus pasiones y a los lazos poderosos que se establecen entre ellas y con el arte. En su obra ella también aparece, pero no dice. Solo incluye fotografías que hablan por sí solas. “Yo soy la anfitriona. Soy la que abre la puerta para ir a jugar”. Y ese enorme trabajo de compilación, de escucha, de redacción fue el que la acercó, un poco más, a la posibilidad de una mejor despedida de su madre: “Antes de partir me dijo: siempre me gustaste. Y con esa frase solucionó 50 años de mi vida”.

El libro viajero
Desde su presentación en Buenos Aires, en 2022, El arte está en casa, ya anduvo por Madrid y por Nueva York. Ahora llegó al Museo de Arte Bass, de Miami, uno de los espacios de arte contemporáneo más destacados de la región.
Emplazado en el antiguo edificio de la Biblioteca Pública de la ciudad, abrió sus puertas en 1964, gracias a la donación de las 3.000 obras de la colección privada de John y Johanna Bass. El museo fue construido con piedra coralina y diseñado por Russell Pancoast, nieto de John Collins, uno de los fundadores de la localidad.
Pero volvamos a la entrevista. “El libro se gestó en un momento muy particular y tuvo por eso un proceso muy particular: pasó de dos o tres decenas de voces a las 141 que lo conforman y cuando dejamos de pelear por cumplir con el plan inicial, el libro empezó a fluir. No es un libro de arte ni de artistas, sino ‘sobre la experiencia del arte’”.

a autora comparte con el público que, para poder armar el libro, convocó a personas dentro y fuera del campo artístico, que dieran testimonio de su “relación vital con la cuestión artística”. Y lo hizo en plena pandemia, en medio del confinamiento por la emergencia sanitaria global.
Algo característico de las presentaciones de El arte está en casa, es la presencia de algunas de las voces que están en el libro. En esta oportunidad acompañaron Florencia Kaplan y Gabriela Trench, y alguien que estuvo a punto de ser uno de los capítulos, pero no pudo: Juliana Hecker. En el libro, Kaplan (arquitecta) habla sobre cómo las colecciones tienen un mismo origen, algo que le gusta a quien colecciona, pero luego toman una inagotable diversidad de caminos: “No creo que haya una sola manera”. El texto es muy personal y sensorial, casi se percibe el aroma de la pintura del atelier de su padre.

El ejemplar reúne voces “muy distintas entre sí socioculturalmente, de círculos sociales diferentes, de estéticas diferentes. Es un compilatorio de experiencias sobre el arte, de un grupo muy heterogéneo de mujeres. Hay galeristas, artistas, periodistas, coleccionistas”, asegura la entrevistadora.
“La primera persona que no tiene al arte como medio de vida soy yo”, afirma Ivanier. “Sobre el arte, básicamente soy una anfitriona. No soy crítica, podría decirse que soy una coleccionista de recursos moderados”. Moderada o no, lo cierto es que la autora atesora (en su casa) cerca de 400 obras y sigue creciendo. Y es todavía un gran misterio a resolver, como todavía encuentra lugar para una pieza más.
Y ya casi sobre el final del encuentro en el Bass, la compiladora concluye: “¿Por qué siempre surge la pregunta de para qué sirve el arte, por qué habría que estar justificando su “utilidad”?”. ¿Y para qué sirve?, me pregunto. Tal vez la respuesta esté en los 141 testimonios que reúne el libro.
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