“El Konex no lo siento como una jubilación, eh”, va a decir enseguida Mariana Enríquez, en una charla telefónica con Infobae. Es que sí, la escritora argentina ya es “la reina del terror”, ya tiene muchísimos fans, y muchísimos de ello son muy jóvenes, esos jóvenes ya hicieron cola y pagaron entrada para escucharla leer en un teatro grande como el Coliseo, ya tiene más invitaciones que las que puede aceptar y premios de todos los colores por su literatura. Pero el Premio Konex, que recibirá este martes, es una especie de consagración. Eso, un premio consagratorio. Y aunque se lo dan por los cuentos, y no por la novela con que arrasó -Nuestra parte de noche-, a los 50 años, Mariana Enríquez parece estar por pasar de “joven promesa” a “escritora consolidada”. De eso hablamos:
-Ganaste un Premio Konex, ¿es un poco dejar de ser parte de “los nuevos” y pasar del otro lado?
-A mí, te digo la verdad, me parece un poco temprano para tener un lugar consagratorio. Personalmente, digo, como escritora. Todavía que tengo un montón para escribir, y no solamente en cantidad sino ideas nuevas. No siento que ya conté todo lo que tenía que contar y no me siento desconectada con estos tiempos. Es un premio muy importante, lo tomo como un reconocimiento, pero no lo siento como una jubilación. ¿Me explico?
-Explicame
-Que no siento llegué a ningún lado ni estoy tan terriblemente conforme con lo que hice. Como escritora soy todavía relativamente joven, así que puedo sacar veinte libros malos todavía y tirar todo...
-¿Estás pensando cosas nuevas como qué? ¿Otras formas? ¿Otros géneros?
-Sí, probablemente. Recibí, por ejemplo, un libro ilustrado de vampiros: nunca me ofrecen esas cosas. Quiero trabajar cosas que hacen los fans, o jugar con el fan art, cosas que tengan que ver también con los lectores. Pronto vamos a hacer una muestra de obras de fans en una galería de arte. Pinturas, dibujos, ilustraciones. Hay chicos que incluso hicieron jueguitos electrónicos. Títeres, escultura, arte textil. Eso está en marcha.
-No me estás hablando de literatura.
-Tengo libros raros pensados en mi cabeza también. Me voy a tomar tiempo para escribir próximamente, a lo mejor un añito de escritura.
-Vos, Samanta Schweblin, Gabriela Cabezón Cámara... ¿reconocés una generación?
-Sí, más allá de que te reconozcas o no, es un hecho. Con los escritores y escritoras que tenemos entre 40 y 50 y pico de años pasó algo. Que no tengo clarísimo qué es, pero somos una especie de “los hijos de los 70 y de los primeros 80″. Esa generación produjo muchísima cantidad de literatura y además una literatura con muchas influencias, influencias pop, de la literatura fantástica, también mucha literatura de terror. Es una literatura que rompe bastante, no tanto de forma sino bastante libre en su contenido, muy desprejuiciada.
-Son figuras muy diferentes a las de sus antecesores. Esos grandes nombres como García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa.
-El que rompe con eso es Bolaño, que ya presenta una Latinoamérica desde el lugar de él, que es un migrante en España. Sus textos incluso son muy fragmentados, hablando de política, pero también hablando de poesía, pero también hablando de fútbol, pero también hablando de pop. También Rodrigo Fresán, aunque sea menos leído. Abrieron un espacio y desde ahí... Hay gente como la española Laura Fernández, que escribe como Kurt Vonnegut y no tiene ningún tipo de intención de escribir como una escritora “española”. Y e literatura hoy hay países muy potentes, que a lo mejor no los tenías tanto en radar, pienso en la literatura contemporánea boliviana, que a mí me parece fantástica. O la de Ecuador. Hay algo en Cuba también. Y México, ni hablar.
-¿Y se comunican?
-Nos llevamos bien. No hubo grandes escándalos; alguno te puede decir que es una generación de baja intensidad, pero me parece que lo que nos pasa, en realidad, es que vivimos muchísimo más en la vida cotidiana, estamos más en eso que en darle una importancia tremenda a la literatura y las estéticas. Nos interesa, pero no al punto de armar “Florida contra Boedo”, como hubo en el pasado. No existe eso, porque me parece que somos hijos de la derrota política, por decirlo de alguna manera.
-Hablabas de literatura rara, y pensaba que hoy la política tiene personajes “raros”.
-Claro, eso. Y además somos mitad analógicos, mitad digitales. Pasamos la mitad de la vida analógicos y aprendimos muchos lenguajes. Eso también me parece una cosa importante en cuanto a la subjetividad creativa. Yo, que me gusta la música, tuve, no sé, diez dispositivos diferentes de música en mi vida y los tuve que aprender a usar a todos.
-Y el no ser nativo digital es un poco ser extranjero, como los migrantes.
-Tenemos esa cosa desterritorializada, migrante en todo sentido. O sea, también migrar de formatos, de géneros. Tenés un escritor como Luciano Lamberti, por ejemplo, que te puede hacer una novela de terror súper potente, pero también te puede hacer Los abetos, que es una biografía de Samuel Beckett. Y no hay ningún tipo de contradicción.
-También trabajan en las universidades o dan cursos y talleres.
-Por eso te digo que hay mucho de real, en un sentido que los escritores anteriores no tenían. Una cantidad de escritores además tienen que ser profesores y eso no pasa solamente entre los latinoamericanos. No digo que los escritores del boom fueran todos aristócratas, porque no todos lo eran. Pero sí eran un poco más acomodados. Es la verdad.
-¿Es una pasión escribir? ¿Si es así, en qué se siente?
-¿En que se siente? Cuando paso un tiempo largo que no escribo, como ahora, me empieza a pasar que tengo una base de mal humor. Pero también me gusta viajar, ir a las ferias, no lo sufro para nada. Esos viajes, la parte pública del escritor, que también es una cosa relativamente nueva. Pero en un momento me empieza a dar mal humor porque necesito volver al estado natural de rutina y de trabajo, a escribir. Entonces no diría que es pasión, porque es un poco mucho, pero es como una cosa muy necesaria para mi equilibrio.