Por qué Houellebecq mete el dedo en la llaga racial-social de Europa y aprieta bien fuerte

El provocador autor frances refleja en sus personajes, la mayoría hombres, blancos y católicos, un tipo de pensamiento común que refleja un clima de época en Europa. A la vez, he ahí su poder de atracción, interpela sin demasiados tapujos al progresismo occidental

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El escritor francés Michel Houellebecq en una imagen de archivo. (Foto: EFE/Andreu Dalmau)
El escritor francés Michel Houellebecq en una imagen de archivo. (Foto: EFE/Andreu Dalmau)

Mientras que Macron habla de Francia como un país inclusivo, que cobija a todos “los que se adapten a la cultura francesa”, los personajes de las novelas de Michel Houellebecq demuestran otra cosa. Al igual que figuras de la ultraderecha como el candidato a la presidencia en las últimas elecciones Eric Zemmour o la inefable Marine Le Pen, el escritor agita el fantasma de la “islamización” de la Nación. Una Francia “que ha dejado de ser Francia” si no “tomamos el destino en nuestras manos”. Para los protagonistas de Houellebecq, que casi siempre funcionan de excusa para mostrar las propias obsesiones del autor, Francia, al igual que toda la sociedad blanca, occidental y cristiana, está a punto de desaparecer y debe ser salvada. Este discurso parece calcado de la teoría del “gran reemplazo” (Le grand remplacement en francés) muy popular entre los seguidores más conspiracionistas de Donald Trump o entre los pensadores de la extrema derecha “antiglobalista”, como el ruso Alexander Dugin, recientemente en el candelero debido al atentado contra su hija.

Esta teoría, popularizada por el también francés de ultraderecha Renaud Camus, propugna que los franceses blancos católicos, y los blancos cristianos europeos en general, se encuentran siendo sistemáticamente reemplazados por población no europea. Es decir, árabes, levantinos, norteafricanos, subsaharianos y bereberes. De acuerdo con quienes creen en esta corriente, esto se estaría realizando a través de un plan masivo perpetrado por las élites globales y liberales, que incluye migraciones masivas y crecimiento demográfico. La teoría tiene sus orígenes en una novela publicada en 1973 por el galo Jean Raspail, titulada El campamento de los santos, en la cual se describe el colapso de la cultura occidental a partir de una inmigración masiva de países periféricos. Houellebecq se refirió a esto en su novela Sumisión, publicada en 2015, donde Marine Le Pen era derrotada en una segunda vuelta por un candidato descendiente de árabes y practicante del islam.

En la Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, no son poco comunes las expresiones racistas, xenófobas y reivindicadoras de la tradición blanca, europea y cristiana. Charles De Gaulle supo decir: “No hay que engañarse. Está muy bien que haya franceses amarillos, franceses negros y franceses morenos. Eso enseña al mundo que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una vocación universal. Pero con la condición de que sean una pequeña minoría. Si no fuera así, Francia no sería Francia. Somos todos, ante todo, un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina, y de religión cristiana… Basta de cuentos”. Houellebecq parece tener esto muy en cuenta a la hora de construir a sus personajes.

"Las partículas elementales" / "Plataforma" / "Sumisión", de Michel Houellebecq
"Las partículas elementales" / "Plataforma" / "Sumisión", de Michel Houellebecq

Pocos intelectuales actuales, ya sean del campo de la academia, de las letras o de las artes en general, logran interpretar de manera tan precisa al mundo complejo, impredecible y caótico que nos toca atravesar como el francés Michel Houellebecq. Eso no habla precisamente bien de nosotros ni del mundo, por supuesto. En su ¿última? novela, Aniquilación, el protagonista Paul Raison, un gris burócrata del Gobierno, llega a pensar, sin culpa alguna, que si el objetivo de los terroristas que atacan a Europa es destruir las bases de la civilización occidental, quizás tienen razón. Por supuesto, como en todas las novelas del francés, hay mucha misoginia, o, más bien, misantropía a radiales, algo de racismo velado, pero, sobre todo, un pesimismo y un cinismo abrumador respecto del futuro no solo de Francia o ni siquiera de Europa, sino del de todo Occidente en su conjunto.

Los protagonistas de todas las novelas de Houellebecq suelen ser hombres de mediana edad, profesionales de clase media, algo deprimidos, obsesionados por el sexo y aplastados totalmente por la rutina. Todos estos son alter egos suyos que, tranquilamente, podrían ser una metáfora de esta sociedad que no se sabe muy bien hacia dónde va, pero que en el más optimista de los casos camina indefectiblemente hacia un quiebre definitivo con gran parte de lo que conocemos. Sociedades donde decenas de millones de puestos de trabajo quedaron totalmente inservibles, donde la brecha de desigualdad tanto socioeconómica como la del conocimiento, paradójicamente, será cada vez mayor y donde los extremismos de todo tipo y las brechas culturales entre Occidente y Oriente tienden a exacerbarse. El sujeto que Houellebecq describe en sus novelas conforma a buena parte de la base de seguidores de la ultraderecha en Francia, si no de toda Europa.

Michel Houellebecq en  Budapest, abril de 2013 (Foto: MTI/ Koszticsák Szilárd)
Michel Houellebecq en Budapest, abril de 2013 (Foto: MTI/ Koszticsák Szilárd)

Quizás sin quererlo, Houellebecq tiene una vocación universal a la hora de construir a los personajes de sus novelas. Detestado y leído a partes iguales por el progresismo, su obra es tan interesante, justamente, porque nos interpela a los occidentales urbanos de manera incómoda, sucia y sin demasiados tapujos. Como dice el autor argentino Nicolás Mavrakis, quizás quien mejor ha interpretado la obra de Houellebecq en español: “Su vigencia se sostiene sobre su capacidad para cumplir, en cada uno de sus libros, con la que él mismo considera que es la misión sagrada del poeta: ‘meter el dedo en la llaga y apretar bien fuerte’”. Nunca deja de hacerlo, y por eso, su obra se mantiene tan vigente, mas allá de que el lector coincida o no con los puntos de vista expresados en su literatura. Algo particularmente notable es que, en momentos donde la llamada “cultura de la cancelación” en redes sociales tuvo un auge tan importante, nadie nunca intentó “cancelar” a Houellebecq. Probablemente, porque está todo ahí, expuesto y en carne viva para que el lector se asome a un mundo sórdido y deprimente, cada día más extendido.

Por momentos, el progresismo parece hablarle solo a minorías, incorporando en las últimas décadas un discurso surgido de la racionalidad neoliberal que tiene más que ver con la clase media urbana, sobreeducada –y mayoritariamente blanca–, por otro lado, extremistas como Giorgia Meloni, Marine Le Pen, o –fuera de Europa– Donald Trump, buscan interpelar a un actor político que parecía extinto y ya patrimonio exclusivo del siglo XX: el trabajador, más precisamente, el obrero desempleado, muchas veces, debido al fenómeno de la deslocalización. Por lo pronto, mientras las consecuencias económicas de la pandemia y, sobre todo, de la guerra, recién comienzan a sentirse, y el mismo Macron habla de que “se terminó la era de la abundancia”, Europa se encuentra entre Escolia y Caribidis, como Odiseo en su viaje de regreso a Ítaca. Sin salida clara, debatiéndose entre los defensores a ultranza de la globalización y los que pretenden negar cualquier atisbo de diversidad.

* El autor es magister en Relaciones Internacionales - Becario doctoral CONICET.

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