Cuando el 31 de enero de 1978, en pleno apogeo de la última Dictadura Militar, Jorge Cafrune montó su caballo blanco para comenzar a recorrer los 750 kilómetros que separan a Buenos Aires de Yapeyú, a nadie se le hubiera pasado por la cabeza que la travesía acabaría apenas unas pocas horas después y de la peor manera.
El objetivo del “cantor y guitarrero”, que así se definía, era llegar al pueblo natal de José de San Martín llevando en un cofre tierra de Boulogne-sur-Mer, la ciudad francesa donde murió el héroe argentino. “Son 25 etapas diarias de 30 kilómetros”, había anticipado a quienes quisieran escucharlo.
Para Cafrune, el desafío no era novedad. Empeñado en el rescate del “hombre de a caballo”, entre 1967 y 1972, con su “gira” A caballo por mi patria el hombre había transitado la Argentina más profunda llevando a cuestas su guitarra, un generoso puñado de canciones y su don de decidor.
Pero la experiencia de nada sirvió, cuando en la noche de la ruta 27 un tal Héctor Emilio Díaz al volante de una camioneta Rastrojero embistió a Cafrune y a su amigo, el “Fino” Chiquito Gutierrez, cuyo caballo derribó al del cantor mientras él volaba por los aires. Cuando el animal se paró clavó sus patas en el pecho del cantor y le produjo diez fracturas en sus costillas. Algunas se clavaron en sus pulmones.
Con un cuadro que además incluía poli traumatismos de cráneo, lo llevaron de urgencia a una sala de primeros auxilios cercana, desde la cual fue derivado al hospital de Tigre. Pero el tiempo le jugó en contra y llegó sin vida.
“El folklorista argentino Jorge Cafrune murió arrollado por un automóvil cuando transitaba a caballo por una carretera a 35 kilómetros de Buenos Aires. A sus 40 años, Cafrune era uno de los artistas más populares en su género”, publicó el diario El País, de España.
La cita no es casual, sino un reflejo de la popularidad de la figura recobra protagonismo en Cafrune, la película documental de Julián Giulianelli que se estrena este jueves en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635).
Un proyecto, una amenaza y la muerte en la ruta
“Sale desde ahí”, dice el director, y el “ahí” es esa muerte que 44 años después sigue despertando sospechas que se reavivan de tanto en tanto y que mucho tuvieron que ver en el nacimiento del mito del artista revolucionario. Una etiqueta de la que el propio cantor renegaba. “Nunca me alineé como cantor de protesta”, decía.
Aunque no todos tomaban nota de su palabra. “Me amenazaron diciéndome que si hago el viaje moriré. Dicen que un zurdo no puede mancillar la tierra de San Martín”, contó el periodista Héctor Ramos en su libro Jorge Cafrune - Memoria de un hombre libre, publicado en 2004, que el artista le había confesado pocos días antes de emprender su cabalgata.
Antes, durante el Juicio a las Juntas, dos sobrevivientes del centro clandestino de detención La Perla habían declarado que durante su cautiverio escucharon que había sido el teniente 1° Carlos Enrique Villanueva quien dispuso la muerte del cantor, después de que violara la censura durante la edición de ese año del festival Nacional de Folklore de Cosquín.
Según algunos, haber cantado “Zamba de mi esperanza”, la canción que había convertido en “hit” en sus inicios y de la mano de la cual amplificó su popularidad dictaminó su sentencia. “Si mi pueblo me la pide, la voy a cantar”, había respondido cuando le advirtieron que era conveniente que respetara las “reglas”.
“Cafrune es más peligroso con sus palabras y sus canciones que un ejército con sus armas. Hay que darle un escarmiento. A este tipo hay que matarlo”, cuentan que había dicho Villanueva. Y también que eso de que “les va a pasar lo mismo que a Cafrune, que le tiramos la pickup encima” era una muletilla ejemplificadora a mano para el amedrentamiento.
Como si faltaran elementos para abonar la teoría del asesinato, la camioneta que manejaba Díaz había sido usada unos años antes para hacer fletes en el Ministerio de Bienestar Social, y el padre del conductor había trabajado para su titular, el siniestro José López Rega. La puesta en escena resultaba imbatible.
Sin embargo, el conductor salió en libertad en menos de 24 horas y, aunque fue reabierta años después, la investigación no llegó a ninguna conclusión y la hipótesis del accidente fue la más ponderada. “Para mí sería más fácil decir que mi padre fue una de las víctimas de la dictadura. Muchas veces he recibido insultos porque no digo que López Rega mandó a matar al ‘papi’”, admitió en 2019 su hija mayor, Yamila.
Tres años antes, la cantante y también abogada había señalado en el mismo sentido: “Como estaba prohibido, se dijo que fue un atentado. Yo sostengo que fue sólo un accidente de tránsito, pero los militares lo usaron para vanagloriarse de su poder”.
Un mito que ahora es película
Aquel episodio que apagó la voz de Cafrune y encendió la llama del mito fue precisamente el disparador del trabajo que Giulianelli junto al periodista especializado Facundo Arroyo emprendieron en algún momento de 2018 y que este jueves tendrá su premiere. Pero ambos coinciden en que Cafrune está lejos de girar en torno a su controvertida muerte.
Al contrario, según Arroyo la decisión fue priorizar “tres o cuatro paradigmas que retratan muy bien la figura de Cafrune: su rol de juglar, la forma del intérprete, la posición del artista frente a la obra como investigador”. “La intención fue traerlo del boca en boca a un formato visual”, agrega su director, que debuta como documentalista tras haber rodado dos ficciones.
Con ese fin, los realizadores acudieron a materiales de archivo y al aporte del historiador y crítico Sergio Pujol, el músico, periodista y docente Santiago Giordano, de Jimena Néspolo, autora del libro ¿Quién mató a Cafrune? Crónica de la muerte de la canción militante, y del periodista especializado Gabriel Plaza.
A esa tándem de perfil más analítico se suman los testimonios vivenciales de la mencionada Yamila Cafrune, el histórico sonidista de Cosquín Luis Nogués, el historiador Guillermo Byrne, quien fue testigo de las primeras 15 actuaciones de Cafrune en Córdoba; y el de Mario “Marito” Perrota, el niño que grabó y giró junto a Cafrune, entre otros.
Entre ambos “universos”, a lo largo de casi 70 minutos se establece entonces un diálogo que va de la observación distante al recuerdo personal y que resulta en la reconstrucción de un Jorge Cafrune de carne y hueso a través de un relato coral que se completa en el valioso soporte visual y sonoro que Giulianelli, Arroyo y su equipo supieron conseguir y restaurar, además de algunas escenas rodadas aquí y ahora.
“No existe un gran registro audiovisual del folclore de los ‘60″, explica Arroyo, quien del mismo modo que lo hace Giulianelli resalta el valor del material atesorado por el Archivo Julio Serbali y por los canales 11 y 12 de la televisión de Córdoba. “Es lo único que se consiguió. No hay mucho más filmado”, agrega el director. Esa dificultad, potenciada por el paso del tiempo, se extiende a la escasez de amigos, personas cercanas o que hayan visto cantar a Cafrune y a quienes se les pueda consultar.
La puesta en valor de un referente ineludible
No obstante, el resultado final es mucho más que satisfactorio. Ver a al artista nadar en una pileta coscoína, salir, “escurrir” su barba y sacarse el agua de encima para enseguida tomar el micrófono y hablar a cámara sobre su momento artístico es uno de los grandes hallazgos del documental; como lo es el relato que su hija Yamila hace del encuentro de su padre con Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro.
También lo son el audio que reproduce el momento en el cual, contrariando una vez más la voluntad de sus organizadores el cantor presentó sobre el escenario de Cosquín 1965 a Mercedes Sosa; y las tomas “de contrapique” que lo muestran en escena, sentado y guitarra en mano conectado con el público a través no sólo de su voz, sino de una mirada de características muy personales.
Y siempre ahí, la presencia del caballo como una constante y el contacto directo con ese pueblo que lo convirtió en uno de los grandes vendedores de discos -”en 3 minutos: lo que duró ‘El silbidito’”- a muy poco de iniciar su trayectoria. De pronto, aquel muchacho nacido en la localidad jujeña El Carmen el 8 de agosto de 1937 archivaba en su memoria sus días de estudiante y deportista, su trabajo en el aserradero y se transformaba en una voz que hacía cantar y, sobre todo, escuchar.
“En cierta medida es posible decir que en el inicio de los sesenta es Cafrune quien popularizó y extendió la canción política de nuevo cuño al ámbito popular y festivalero, bajo su protector manto de tradicionalidad expresiva. Es por ello uno de los padres de la década militante”, señala Carlos Molinero en su libro Militancia de la canción.
Un relato que completa el espectador
Precisamente por ese peso político de su protagonista, uno de los grandes logros de Cafrune es el de actualizar a través suyo un fragmento sobresaliente de nuestra historia sin la más mínima pretensión de bajar línea. Arroyo y Giulianelli sirven una mesa para que cada uno procese los platos de acuerdo a su paladar.
El “boom” del folclore estimulado por el Nuevo Cancionero y la migración interna como creadora de un nuevo mercado, la radio como amplificador de los cantores emergentes, el lugar de la poesía según pasaban los años, el crecimiento de Cosquín como vidriera, el exilio español que no fue, la última Dictadura Militar, la anterior, la anterior a la anterior…
“El contexto es muy fuerte por sí solo”, apunta Arroyo. En línea, el director dice que no está en su plan usar sus trabajos para imponer lo que él piensa. En cambio, apela a que sea el espectador quien complete lo que está viendo.
De eso se trata Cafrune: rescatar del olvido y sin condicionamientos a uno de los grandes de la música popular argentina, cuyo nombre aparece algo oculto bajo la sombra de otros como los de Mercedes o Atahualpa, y poner en valor la historia del “cantor y guitarrero”, para que, como dice Arroyo, “su fantasma vuelva a tomar fuerza y rebote en paredes nuevas”.
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