
Norberto Gómez fue un artista visceral. Único. Cuando el país se abría a la democracia expuso en su obra los horrores que no debíamos olvidar, con sus parrillas.
Hijo de una familia de inmigrantes españoles, nació en Buenos Aires en 1941. A los 13 años ingresó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, aunque no terminó de cursar, siendo su experiencia formativa más importante un taller de cartelería y marquesinas. En 1965 viajó a Europa para trabajar en París con Julio Le Parc, como asistente en el envío a la Bienal de Venecia, participando del GRAV.
En ese mismo viaje asistió a Antonio Berni en la tirada de sus grabados dedicados a Ramona Montiel. En los ’60 trabajó en escultras geométricas, en un vínculo con su experiencia con el arte óptico y cinético, como también en el minimalismo. “No soy de los 70 ni de los 80, ni nada de eso. No creo en esas categorías. Pasaron todas esas décadas, y yo estuve viviendo y trabajando acá, en Buenos Aires, nada más.”, decía, En ese sentido, evitaba las categorzaciones sobre su obra.

Encontraba su inspiración en lo cotideáneo, por el simple hecho de crear: “Aquellas obras de fines de los 60 que ahora recreamos no me las planteaba como efímeras; eran efímeras, pero sin planteos. Las hacía con los materiales que me quedaban de mis trabajos publicitarios. Casi todas se perdieron o se destruyeron y otras, después de ser obras, se transformaron en estantes”, dijo durante la presentación de la muestra que realizó en el Bellas Artes de 2016.
Recibió los premios Marcelo De Ridder, Leopoldo Marechal (de la Asociación Internacional de Críticos de Arte), el Primer Premio de Escultura en la Bienal de Arte de Montevideo y luego, en 1991, por su escultura neobarroca El Corazón la beca de la Fundación Guggenheim.

Gómez fue un artista en búsqueda de un lenguaje propio, ajeno a lo marcaban las tendencias del mercado y alejado de los requerimientos de los privados: “Nunca hice obras pensando en el mercado. Las de poliéster se vendieron 25 años después de que fueron hechas, así que imaginate qué negocio. Igual siempre me fue bien, no en términos comerciales, pero siempre me fue bien. Nunca me quedé haciendo algo porque con eso me iba bien.”
“Las obras que hice en la época del proceso [las parrillas] no tienen título porque yo no les podía dar un título. Todo eso no tiene nombre, no tiene ni pies ni cabeza. Pero eso no me importó. Hice unas obras que eran tripas. El material todavía no se había endurecido y yo tenía que buscarles un apoyo, una disposición. Entonces las tiraba por el aire y como caían, caían”, dijo a Télam.

En los ‘80 se inclinó hacia el realismo: sus formas se fueron ablandando y derritiendo, dando lugar a las tripas y osamentas trabajadas en resina polyester y puso en escena seres monstruosos, mutilados y descarnados, en un conjuto que escultórico que aludía a la fragilidad del cuerpo en una época de torturas, desapariciones y muertes, desatada por el terrorismo de Estado.
En ese sentido, realizó las Torres de la Memoria, su homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, que se encuentra en el Parque de la Memoria.

Tuvo exhibiciones en galerías y museos del país y en EE.UU. También obtuvo el Premio Konex a las Artes Visuales (2002), el Premio Leonardo a la trayectoria del Museo Nacional de Bellas Artes (2003), el Jorge Romero Brest a la trayectoria artística otorgado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte (2009), el Premio Rosario 2009 y el Premio Konex de Platino - Escultura y Objeto (2012).
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