
Que María Moreno haya sido designada al frente del Museo del Libro y de la Lengua es, para muchos, una de las apuestas menos predecibles del área cultural del Gobierno. En el buen sentido. Todos esperaban, tal vez, una figura mucho más ligada al ámbito estatal que pueda llevar sin sobresaltos el papel de funcionario. Sin embargo, la autora de Oración y Black Out se escurre entre las manos que quieran aferrarla a un lugar fijo y estático.
Ella lo tiene muy claro: “La palabra funcionaria tiene mala prensa. Se cree que es alguien que cede su libertad. Bueno, yo no lo voy a hacer”, dice en una pequeña oficina de la Biblioteca Nacional frente a tres o cuatro periodistas que tomaban nota. Es la una de la tarde, jueves. En este ámbito de intimidad, con una cámara fija y dos fotógrafos revoloteando, Moreno desarrolla algunas ideas, conceptos y utopías de lo que será su gestión, de lo que aspira a que sea.
Juan Sasturain, el flamante Director de la Biblioteca Nacional que asumió hace menos de un mes, cuenta que “la semana próxima se realizará la presentación oficial en el Museo del Libro y de la Lengua” y será algo más concurrido, abierto al público, como suele decirse: con bombos y platillos. Ahora, en este pequeño encuentro, es el momento de adelantar lo que se viene y permitirse. Entonces toma la palabra Guillermo David, director de Coordinación Cultural, y dice:
—María Moreno es una de las mejores escritoras de la Argentina...
—¿Bailamos? —interrumpe la escritora— Es que cuando alguien te elogia hay que decir: “¿Bailamos?”

“El Museo del Libro y de la Lengua —continúa David luego de las risas— es una de las apuestas mayores de la Biblioteca Nacional. Es una rareza para las bibliotecas nacionales del mundo, porque no suelen tener su museo. Nuestro museo surge a partir del Museo de la Lengua de San Pablo. Es curioso, porque se cree que la función de la Biblioteca Nacional es ser un reservorio de libros, pero también, o además, es producir lectores”.
Remera, calzas, zapatillas náuticas, todo de color negro, María Moreno apoya los codos en la mesa y mueve las manos con elegancia mientras habla. Está cómoda. “Mamá era funcionaria. Era bromatóloga. Ahora se estará revolcando en la tumba por el glifosato. En su época, el enemigo era el glutamato”, cuenta. Su manera de pensar el trabajo cultural dentro del Estado está ligada a “dejar de regar el propio jardín” y habla, puntualmente de este museo, de “restauración” y “restitución”; “también reparación”, completa Guillermo David.
“Todo esto fue una marcha a contrarreloj. La verdad es que todavía no están dadas las condiciones de inauguración. Hay dificultades graves con lo que nos hemos encontrado”, sostiene Juan Sasturain. “Se descontinuó la muestra permanente sobre la lengua americana —sigue Moreno—, dejaron que se inundara la sala David Viñas; en este sentido, Macri es un CEO de la demostración simbólica, todo en nombre del modelo filosófico de Alejandro Rozitchner”. En referencia a la primera gestión del museo, la de María Pía López, dice: “Como feminista no busco empezar de cero en aras de la originalidad, sino continuar un legado”.
“No va a haber una primacía de los académicos por sobre los lectores de a pie, por decirlo de algún modo. Tengo una utopía: que se pase de mano en mano el grabador para no depender de los que yo llamo cafiolos de otredad”.

La primera actividad del Museo del libro y de la lengua inaugura el martes 10 de marzo y va a ocupar el subsuelo, la plata baja y el primer piso. Se llama La Kermés del día después y alude a varios aspectos. Por un lado, a que este año el 8M, día del Paro Internacional de Mujeres, por caer en domingo, se pasó al 9 de marzo. Por otro, a la pastilla del día después, ya que una de las causas que guía a los feminismos es la del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Por último, a “trabajar contra la militancia de la tristeza. El feminismo baila, canta, bebe”, dice Moreno.
“Va a haber dos horas de poesía de corrido; cuarenta poetas leyendo en el jardín, si el tiempo lo permite”. La que habla es Laura Arnés, encargada de unas de las actividades titulada Generotrix. “Con el género en mano venimos a ordenar los anales de la cultura”, dice y abre bien grandes sus ojos azules. La Kermés del día después va a contar con artistas visuales, fotos de Josefina Nicolini, la muestra Cancha y rayuela para todoes, un “picado feminista” con Mónica Santino y el cierre de Paula Maffía, entre otras cosas. “Queremos poner en primer plano los cuerpos”, agrega.
Además, se expondrá Mareadas en la marea: diario de una revolución feminista con la curaduría de Fernanda Laguna y Cecilia Palmeiro, habrá feria de editoriales. Para junio, una segunda gran muestra: “El título estimativo es Tinta roja: género y prensa amarilla, es la colección completa del diario Crónica donde se mezclan títulos reaccionarios con conceptos pioneros como hablar de traviesticidio, por ejemplo”, cuenta Moreno. “También está el plan de hacer una muestra sobre la lengua cautiva, los secretos de la militancia de los setenta”, agrega.
“Lo nuestro es una toma de partido. No es feminismo de Estado ni feminismo de mercado. No queremos predicar a los ya convencidos. Lo que buscamos es mantener la fricción. Como decía Donna Haraway, mantener el problema vivo”, concluye la escritora con convicción. El Museo del Libro y de la Lengua —es rojo porque es el labial de la Biblioteca, bromea Moreno— salta algunas obstáculos y pica hacia adelante ubicándose como una de las grandes promesas en la área cultura del nuevo gobierno. Habrá que seguirle los pasos de cerca.
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