Vida, muerte y resurrección: cuando el arte toma un camino espiritual

Hasta el 29 de julio se puede visitar la muestra del escultor italiano Pasquale Galbusera titulada "Un viaje espiritual". Queda en La Abadía, un refugio imponente y centenario que se esconde en pleno Palermo

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Sala azul de la muestra “Un viaje espiritual” de Pasquale Galbusera en La Abadía
Sala azul de la muestra “Un viaje espiritual” de Pasquale Galbusera en La Abadía

Sobre la avenida Luis María Campos, frente al shopping Solar de la Abadía, hay un muro. La gente pasa por esa cuadra, con más ensimismamiento que apuro, sin elevar la vista para ver qué hay detrás de esa pared asediada por graffitis, posters y carteles. Desde afuera se ven los árboles —un verde prominente que sugiere otro modo de respirar— y una cúpula. Se trata de La Abadía, el monasterio de la Orden de San Benito, hoy convertido en un centro de arte y estudios. Junto a la Parroquia San Benito Abad abarcan toda la manzana cuya circunferencia se completa con calles de adoquines.

Allí, hasta el 29 de julio, se expone la muestra del escultor italiano Pasquale Galbusera titulada, con mucha precisión, Un viaje espiritual. ¿Es posible tal cosa en medio de una ciudad como Buenos Aires?

Un hombre trascendiendo la materia

Galbusera tiene 75 años pero hace sólo un par de décadas que se considera artista. Nacido en Bernareggio, una localidad de Italia, una hora al norte de Milán, encontró en el catolicismo una manera de apreciar lo que nos trasciende. No se trata de la felicidad ni del más profundo miedo a lo desconocido… su obra es una alegoría de lo que a nuestra finitud humana se le escapa.

"Es la primera vez que hacemos una muestra con un artista contemporáneo", dice Sebastián Blanco, director del Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos La Abadía, en diálogo con Infobae Cultura. "La temática de La Abadía siempre estuvo ligada a lo latinoamericano, sin embargo le prestamos especial atención al concepto de lo trascendente. En ese sentido, Pasquale Galbusera tenía mucho que aportarle a este antiguo monasterio porque plasma su experiencia espiritual y nunca la determina sólo en el ámbito católico, aunque él es de religión católica. Además, tiene una contemporaneidad y un vanguardismo muy interesantes".

Pasquale Galbusera en La Abadía
Pasquale Galbusera en La Abadía

Ni Galbusera ni los curadores conocían las salas de La Abadía, entonces el montaje que se hizo fue más bien experimental, como una improvisación dialéctica. Por ejemplo, al llegar, Galbusera vio las salas pintadas y se lamentó: "Hubiese sido mejor que estén blancas", les dijo a los que trabajan en La Abadía, pero luego de profundizar el guión curatorial cambió de parecer. "Ahora la que menos me gusta es la blanca", les confesó entre risas. "Sus obras son muy hogareñas —comenta Blanco— y siempre está pensando en el entorno, en cómo conversa con el lugar donde se exhiben".

Hace cinco años que su trabajo empezó a verse afectado por el Párkinson. No es una infidencia porque, cuenta Blanco, cuando estuvo en Argentina inaugurando la muestra, su mano, aunque de forma tenue, no paró de temblar. Cuando escucha música clásica su cuerpo se relaja y a la vez se concentra. Así, el Párkinson merma y lo deja trabajar, como si la intervención sobre la materia fuera —vaya paradoja— un asunto espiritual. "Es increíble, porque trabaja con total normalidad. De hecho ahora sigue embarcándose en proyectos, incluso con esa limitación", comenta Blanco.

La sala blanca de “Un viaje espiritual” representa la natividad
La sala blanca de “Un viaje espiritual” representa la natividad

Traer la muestra de este artista poliédrico no fue una tarea sencilla: 16 toneladas pesaba lo que transportaron desde Milán. Pero ahora aquí está, en las habitaciones de La Abadía mientras suena de fondo una armoniosa música clásica. ¿Estará Galbusera, en este preciso momento, escuchando estas mismas melodías mientras trabaja sobre la ordinaria raíz de un árbol que, más pronto que nunca, será una nueva obra de arte?

Vivir, morir, resucitar

Curada por Maurizio Vanni y Massimo Scaringella, la exposición cuenta con sesenta obras entre esculturas y óleos y se dispone en tres salas que fueron, previamente, habitaciones de los monjes benedictinos. Quien guía a Infobae Cultura por la inmensidad de este monasterio es Sebastián Blanco. "La muestra fue curada bajo el concepto de la realidad espiritual del ser humano. Cada sala tiene que ver con una temática que remite a lo trascendente: nacimiento, muerte y resurrección", comienza diciendo, y luego agrega: "Si bien es arte abstracto, en parte, Galbusera siempre quiere comunicar algo claro con cada una de sus obras. Busca generar un estímulo sugestivo a lo que cada persona pueda interpretar".

La primera sala es pequeña y está rodeada de óleos. Es una suerte de introducción porque da cuenta de las formas creativas que configuran el universo de Galbusera. Aquí ya se despiertan las preguntas por el arte abstracto, las figuraciones, el uso de colores y las posibles sensaciones que se completan en la contemplación del espectador.

La segunda sala, ya mucho más amplia, es blanca y representa la natividad. "El alma es, para el artista, la dimensión no material que es el principio de la vida", comenta el director de La Abadía. En esta sala predominan los óleos con formas ovaladas, algunas líneas y colores cálidos pero sin demasiada estridencia. Se percibe una idea de serenidad. "Utiliza mucho la figura circular, que significa el infinito, y muchas veces en alusión al huevo, que es una referencia al origen", comenta porque, claro, estamos en la instancia del nacimiento, de lo que empieza. Y como la vida, este recorrido sigue.

En el fondo, la obra “Vida, muerte y resurrección” realizada en 1984
En el fondo, la obra “Vida, muerte y resurrección” realizada en 1984

La siguiente sala es azul y está dedicada, dice Sebastián Blanco, "a la muerte física. El azul es el color del océano, de lo trascendente, de lo que no podemos abarcar. En muchas culturas primitivas es el color de la otra vida, del más allá". Las esculturas se imponen ante el espectador que no sabe bien qué es lo que ve, pero que el espacio amerita el proceso imaginativo: completar con la subjetividad de la mirada eso que queda inconcluso. De hecho, las esferas que aparecen en casi todas las esculturas nunca son círculos perfectos, son más bien ovalados, lo cual da lugar a una imperfección infinita. "Esta es la obra más importante que llegó a la Abadía. Es una obra de una sola pieza. Integra el concepto de toda la curaduría porque se llama Vida, muerte y resurrección", comenta sobre esa columna multiforme de una belleza aliviadora.

La última, dedicada a la resurrección, es de color verde: el color de la esperanza. Como en todas las salas, pero quizás más en esta, hay obras que reclaman una mayor introspección. "Da cuenta de cómo el pensamiento racional es algo necesario pero que a veces nos pesa, nos confunde", dice Sebastián Blanco mientras acaricia la escultura más figurativa. Se llama El pensamiento y parece tener la forma de una persona encorvada con una gran mano tomando su cabeza. Es de un marrón oscuro, casi rojizo, y yace en el centro acaparando la atención. 

Todas estas habitaciones están unidas por un extenso pasillo. A la izquierda, las salas; a la derecha, una larga hilera de cuadros sobre la pared. Son serigrafías y es aquí donde aparecen por primera vez las líneas rectas. Las curvas siguen presentes pero hay un esquematismo que se impone. Del primero al último cuadro, los colores se van intensificando hasta concluir en unos rojos intensos.

La última de las salas de “Un viaje espiritual”, la verde, que representa la resurrección
La última de las salas de “Un viaje espiritual”, la verde, que representa la resurrección

El legado de los benedictinos

La Abadía nació en un desierto urbano. Durante los primeros años del siglo pasado, la Ciudad de Buenos Aires contaba con apenas 950 mil habitantes. La Orden de los Benedictinos comenzó a construir este monasterio en 1905. "Son monjes de clausuras, se dedican a rezar. Y están aquí hasta el año setenta aproximadamente. Cuando esto empezó, no había nadie. Las abadías y monasterios de este tipo se construyen en las afueras de la ciudad. Luego se pobló entonces por razones que tienen que ver con su modo de vida decidieron dejarla y ahora están en Jáuregui. Luego, funcionó por treinta años como una residencia universitaria", cuenta Sebastián Blanco.

A finales del 2012, los monjes se contactaron con la congregación a la que pertenece Blanco. La residencia ya no funcionaba y querían darle un uso social a La Abadía, querían que sus puertas se abran. Que caiga el hermetismo. Que sea habitada por la cultura de la ciudad. 

"Decidimos que haya un diálogo. Lo que pensamos fue: si queremos ingresar al circuito del arte y de la cultura de Buenos Aires, hay que escuchar gente que viene de ahí. Y así fue que perfilamos este edificio enorme muy valioso arquitectónica y espiritualmente hacia lo que hoy es un centro de arte y estudios latinoamericanos", explica, para luego concluir: "Queremos transmitir una perspectiva espiritual que no está necesariamente presente en todos los ámbitos del arte contemporáneo".

La Abadía, por dentro
La Abadía, por dentro

Afuera, la Avenida Luis María Campos sigue convulsionada: el semáforo en verde, las líneas 15, 118 y 55 a fondo, los pasajeros absortos en sus celulares. De todos ellos, seguramente alguno levante la vista, mire por la ventanilla y se pregunte qué hay ahí arriba. Es la curiosidad la que nos lleva a los mejores lugares.

 

* Un viaje espiritual
Hasta el 29 de julio
La Abadía
Gorostiaga 1908 – CABA

 

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