Camila Fabbri: "El teatro y la narrativa me interpelan"

Por Matías Méndez

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Camila Fabbri dice que entró "justito" a la selección de autores nacidos en los ochenta que fueron invitados a la última Feria del Libro de Guadalajara. Ocurre que nació apenas unos meses antes de que esa década se cerrara y es ese dato biográfico el que le permitió ser, junto con Mauro Libertella, los únicos argentinos convocados en esa sección. Es redundante decir (pero hay que dejarlo asentado) que la fecha no fue la razón, sino que a ese privilegio la llevó una escritura moldeada entre la narrativa y el teatro con historias que pueden representarse arriba de un escenario o ocupar las páginas de su primer libro, Los accidentes, que publicó la editorial Notanpüan.

La autora maneja con habilidad las voces y con la misma belleza puede hacer a hablar a una mujer: "Dentro de un rapto de pena por mi cuerpo pálido, me dejó un hijo dentro. Dejamos de lado los autos. Me abrió las piernas y ahí, el descargo. Quedé dolorida. Salí ilesa"; o a Alejandro: "Creo que conviene empezar por la parte en la que dejaron de funcionarme los pulmones. La parte en que el aire faltó por primera vez, que casi siempre es cuando se es mínimo. Infante".

Los accidentes es el primer libro de Fabbri que reúne catorce relatos cruzados por el trabajo sobre el cuerpo como gran espacio de construcción de sentido, la reflexión sobre la muerte y las miradas desde la infancia. Fabbri edifica una escritura precisa en la que resalta un elaboración pulcra en el armado de los párrafos y la utilización de los signos de puntuación. En palabras de Romina Paula: "Ve mucho y dice lindo; como una niña vieja, sabe muchas cosas al escribir, y nos las otorga".

—El año que acaba de terminar puede ser calificado como el de tu bautismo de fuego en la literatura al ser invitada a la Feria del Libro de Guadalajara donde representaste a la Argentina junto con Mauro Libertella. ¿Cómo lo viviste?

—Fue muy inesperado, fueron cinco días que estuve en la Feria con Mauro dentro del grupo de nacidos en los ochenta y ahí tuvimos varias actividades, dos mesas y una cierta cantidad de entrevistas. En general, se trataba mucho el tema de qué nos interpelaba como autores de treinta a veintipico de años. Lo viví con muchos nervios e incertidumbre. Fue muy enriquecedor conocer a otros autores y ver qué se está escribiendo.

—¿Habitualmente lee a los autores de su generación?

—En general sí, me interesa bastante y me gusta mucho ver las novedades editoriales. Supongo que es por un gusto personal y también porque he pasado por trabajo de librera y en una época reseñaba libros, así que estoy como en cierta sintonía.

—Tiene otra vida más allá de la literatura que es la vinculada con el teatro, como actriz, directora y también como autora. Dado que en este libro hay dos textos que saltaron al teatro, ¿cómo conviven en usted el teatro y la literatura?

—En relación con la escritura, hay veces que no sé qué viene primero, si la idea de lo escénico o lo literario, aunque no siempre. Puntualmente, en Los accidentes, el segundo tiempo, que se llama "Condición de buenos nadadores", nació como una obra de teatro. Lo escribí para el curso de dramaturgia en la EMAD [Escuela Metropolitana de Arte Dramático] que dirige Mauricio Kartun. Allí son dos años y en ese tiempo escribís tres obras de teatro y una de ella tenía que ser necesariamente un monólogo. Yo elegí uno en el que hay un personaje que le habla a otro que no responde y ahí surgió este soliloquio del padre que le habla al hijo en el natatorio. En el libro vemos solamente el texto, pero después había otras señalizaciones como qué hace el hijo cuando el padre le habla.

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—El otro cuento es "Mi primer Hiroshima".

—Con ese pasó lo mismo, nació como obra de teatro y después le quité las didascálicas y quedó como texto. Me parece que algo de ese funcionamiento se podría aplicar a muchos de los otros cuentos que hay en el libro. Necesariamente estas dos cosas que me interpelan, que son el teatro y la narrativa, tienen que ver con que desde chica empecé a estudiar teatro, más o menos desde los quince, y ahora lo dejé de hacer pero miro el teatro desde afuera como directora. Son dos que están juntas.

—He leídos a colegas suyos que lo plantean al revés: como dos mundos diferentes y que se trabajan distinto, pareciera que en usted los textos pueden contarse en los dos formatos…

—Para mí hay algo vinculado con la imagen presencial, en el teatro están ahí los cuerpos, los ves. Me parece que hay algo en la forma de escribir esos cuentos que también es como si eso estuviera vivo.

—¿Cuando trabaja un personaje en un cuento, también lo ve en el teatro?

—No necesariamente. De hecho, el teatro es muy del diálogo y en este libro no hay ningún cuento que tenga diálogos y aun así me parece que hay algo de la forma, por ahí de la primera persona, que tiene cierta cadencia demasiado coloquial que está vinculado con el diálogo, con escuchar cómo habla la gente y reproducirlo, reproducir el habla.

—En especial en estos cuentos hay muchas primeras personas masculinas. ¿Le interesa la construcción de esas voces?

—Hay un oído paterno o de la rama masculina Fabbri. Hay algo de eso que me llama mucho la atención, todavía no sé bien por qué, pero me doy cuenta de que es algo que voy repitiendo. De hecho, la primera obra de teatro que hice era una obra de tres hombres en una obra en construcción que tenían una suerte de romance medio meloso pero no había nada expreso, era solamente cómo se hablaban entre ellos y había como un lenguaje entre medio infantil, femenino y a la vez eran hombres.

—En sus cuentos hay un erotismo latente, contenido, ¿por qué?

—Sí, y de vuelta entre hombres, me parece que hay algo que me interpela del cuerpo que no está definido, como la historia de René, que es como una historia un poco antigua que está este personaje que no está definido ni él ni su cuerpo.

Me considero alguien bastante aprensivo con el cuerpo, de temores, de no entender bien qué pasa ahí adentro

—Habló del cuerpo una y otra vez y creo que es lo que atraviesa también a estos relatos: cuerpo que puede ser exceso, que puede ser desborde. En definitiva, ¿son cuerpos portadores de sentido?

—Hay algo del cuerpo en relación con pensar la escritura o leerla que es pura cabeza y se olvida de que hay cuerpo y de repente, cuando aparece el cuerpo, puede llegar a ser bastante aterrador. Me considero alguien bastante aprensivo con el cuerpo, de temores, de no entender bien qué pasa ahí adentro, si algo duele, qué quiere decir, es algo silencioso del que realmente no sabés bien y eso a veces me desespera un poco. Y eso está reproducido aquí.

—El otro tema que cruza los cuentos es el tema de la muerte.

—Es otra de las cosas, obviamente en relación con el cuerpo, porque es la muerte del cuerpo, que va en la misma línea de no saber, de realmente no tener una certeza. Es como el accidente, que es algo que uno nunca sabe cuándo va a ocurrir y eso puede ser desesperante por no tener control.

—De lo que yo sí creo que usted tiene control es de su escritura, en el sentido de que es muy depurada, racional, muy trabajada. ¿Percibo bien o mal?

—Me interesa escuchar cómo lee el que lo lee, pero en relación con cómo trabajo la escritura soy un poco desordenada, aunque parezca que no.

—La imaginé obsesiva…

—Soy un obsesiva en relación con todo lo demás, pero hay algo que se me presenta como una necesidad: de una sentada poder al menos entender cómo empieza y cómo termina un historia, bocetarla lo mejor que pueda y después pura corrección o rellenado. Puedo sentarme y bocetar, dejarlo y agarrarlo en otro momento, pero no es que soy consecuente con un mismo cuento a lo largo del tiempo, lo escribo hasta la mitad y después lo continúo o lo escribo así nomás y después lo voy mejorando, tengo cierta ansiedad de saber, porque cuando se retoma ya no es lo mismo si no lo terminé relativamente.

Samanta Schweblin dice que trabaja un cuento durante mucho tiempo en su cabeza, se sienta a escribirlo y después mucho trabajo de corrección.

—Estoy de acuerdo, ella lo dice mejor. De afuera puede verse como un poco desprolijo, pero no tengo esa constancia de ir escribiéndolo prolijamente y de a poco.

—Le decía lo de obsesiva en relación con la utilización de los signos de puntuación, por ejemplo.

—Puede ser, tengo cierto ojo mágico para las faltas de ortografía y los signos de puntuación.

—Anoté una línea que creo también que sintetiza estos cuentos: "Me pongo adulto y me despersonalizo, me pongo adulto y pierdo la persona". Lo digo porque está postulada la niñez como un espacio de cierta sabiduría y el paso a la adultez como el lugar de su pérdida.

—Es como si te dijera que la niñez son los mejores años, sobre todo porque en la niñez uno no sabe tantas cosas que pueden ocurrir o no en relación con el cuerpo, la muerte, el accidente o la otra persona. Todo parece tan normal, tan sencillo y tan lindo. Son los años en los que uno se moldea, uno se arma ahí, es ahí donde ocurre todo. Es el modo plastilina y después uno se endurece.