
Cantaron, bailaron, acamparon: lo que los fans hicieron por Bad Bunny
El lunes a las 6 a. m., Donovan Omar Cruz Reyes, su tía y su primo fueron las primeras personas que instalaron su tienda de campaña afuera del estadio donde se realizaría el concierto de Bad Bunny. Tenían la esperanza de conseguir un lugar cerca del escenario cuando se abrieran las puertas.
Pero el concierto empezó hasta las 9 p. m. del martes.
"Al principio pensaba que tal vez yo era el único loco, porque lo seguía desde que no era conocido", dijo Cruz Reyes, de 24 años, trabajador de una fábrica de partes de automóviles. Él y sus parientes habían viajado en autobús desde Guanajuato, México, a las 2 a. m. para llegar a Ciudad de México. "Pero me doy cuenta que no".
Se esperaba que más de medio millón de personas de todo México y del resto del mundo --incluidos el Reino Unido, Alemania y los Países Bajos-- acudieran esta semana al Estadio GNP Seguros para asistir a alguno de los ocho conciertos con entradas agotadas de Bad Bunny, que terminan el domingo.
El éxito asombroso del artista puertorriqueño que fusiona géneros, nacido con el nombre Benito Antonio Martínez Ocasio, ha reconfigurado el panorama pop de la música en español. Cuatro veces desde 2020, incluyendo este año, ha sido el artista con más reproducciones del planeta.
Luego de terminar una residencia de 30 conciertos en Puerto Rico, Bad Bunny se embarcó en una gira mundial de ocho meses de su álbum más reciente, Debí tirar más fotos, una oda a los sonidos tradicionales de la isla. Ciudad de México es la parada más larga de Bad Bunny en Latinoamérica.
El promotor mexicano de sus conciertos dijo que personas de 77 países habían comprado entradas. Se calcula que el 30 por ciento de los asistentes procedían de Estados Unidos. Bad Bunny ha dicho que no actuará en el territorio continental de Estados Unidos --salvo el espectáculo del mediotiempo del próximo Super Bowl-- porque temía que sus conciertos fueran objeto de las redadas migratorias del presidente Donald Trump.
"Lo respeto", dijo Jocelyn Baltazar, mexicoestadounidense de 29 años que vino desde California con su novio, quien no habla español pero dijo que le gustaba el ambiente de la música. "Preferiría venir a verlo aquí", añadió.
Baltazar dijo que también era una buena oportunidad para visitar Ciudad de México por primera vez. Un grupo de universitarios estadounidenses de Utah que estaban de visita opinaron lo mismo.
"Fui a la escuela con muchos mexicanos y les encantaba Bad Bunny, así que fue como mi primera introducción. Me encantó", dijo Callum Yocum, de 22 años. "Escuchar a Bad Bunny me ayudó a aprender español".
Los conciertos de Bad Bunny en Ciudad de México no solo son un gran acontecimiento cultural, sino también financiero. La Cámara de Comercio de la Ciudad de México calculó que los conciertos generarían aproximadamente 180 millones de dólares procedentes de la venta de entradas, la comida, las bebidas y las estancias en hoteles. Varias decenas de vendedores afuera del estadio estuvieron vendiendo camisetas, gorras, tazas, bolígrafos, cuadernos y toallas de Bad Bunny hasta altas horas de la madrugada.
Brandon Rodríguez y Luis Guerrero, los dos estudiantes de ingeniería, volaron desde Monterrey, en el norte de México, para asistir al concierto del 12 de diciembre. Hace muchos meses, dijeron, habían conseguido entradas por 67 dólares cada una.
Pero dijeron que les regalaron cuatro entradas para un segundo concierto después de que un miembro del equipo de Bad Bunny se diera cuenta de que llevaban todo el día esperando fuera del hotel del artista en Ciudad de México.
El lunes por la tarde, frente al estadio con sus maletas, dijeron que se habían quedado sin dinero para pagar por alojamiento esa noche. Pero entonces vendieron las dos entradas sobrantes por 333 dólares cada una. Las ganancias les ayudaron a alquilar una habitación.
"Me agarró de llorar cuando me dieron los boletos", dijo Guerrero, de 19 años. "Le marqué a mis papás y les dije: 'Me voy a quedar más días'. Me regañaron, claramente, pero les dije que no me podía ir".
Antes de entrar al estadio, Karen Varela, de 28 años, se detuvo para cambiarse de zapatos. Ella y su novio, ambos dentistas, se habían tomado el día libre.
Pero para poder disfrutar del concierto, Varela, quien mide 1,70 m, se cambió los zapatos que llevaba por unos tacones rojos de 15 centímetros. "Mi prima vino el viernes, mide lo mismo que yo y no vio nada", dijo. "Y yo de: 'No, eso no me va a pasar a mí'".
No todo el mundo pudo conseguir boletos. Las entradas para los espectáculos se agotaron en cosa de horas. Así que más de 150 fans se reunieron cerca del estadio para escuchar, cantar, bailar y llorar.
Dentro del estadio, cerca del escenario principal, estaba Delia Ferreiras, de 38 años, administradora de hoteles, y estaba de visita desde su República Dominicana natal. Aunque Bad Bunny actuó en el cercano Puerto Rico y dos veces en su propio país el mes pasado, dijo que era más fácil conseguir entradas para los espectáculos de Ciudad de México.
La atracción mundial de su gira, afirmó, demuestra "el alcance que tenemos como latinos". Dijo que se identificaba con la cultura caribeña --la jerga, la historia y las tradiciones, como la casa rosa de un piso que Bad Bunny utiliza como segundo escenario-- en su música.
Pero Bad Bunny también buscó ganarse a la audiencia mexicana.
En el concierto del lunes, la banda de Bad Bunny mezcló una canción tradicional mexicana con una suya, el artista llevó una bufanda de la selección mexicana de fútbol y su invitado especial sorpresa fue el Grupo Frontera, una popular banda de la frontera entre México y Estados Unidos.
Cruz Reyes, el chico que había acampado afuera del estadio, dijo que apenas había dormido los dos días anteriores al concierto del martes. Su tienda de campaña estaba empapada por el rocío de la madrugada, y dijo que el frío era "insoportable".
Pero minutos antes de que empezara el espectáculo, dijo que "por supuesto" todo había valido la pena.
James Wagner cubre noticias y cultura en América Latina para el Times. Reside en Ciudad de México.
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