Los hogares, las calles y las tiendas que conforman una comunidad tangible podrán derrumbarse, sus habitantes podrán dispersarse, pero los vínculos invisibles de la cultura, el amor y la añoranza perduran. No se trata únicamente de nostalgia; es algo que sostiene a la vida misma.
Esos lazos unen entre sí a los habitantes indígenas de Yalálag en el estado mexicano de Oaxaca, sin importar adónde hayan migrado en busca de una oportunidad. Los padres de Citlali Fabián salieron del pueblo para mudarse a Ciudad de México y luego regresaron a la ciudad de Oaxaca, que se encuentra a 90 agotadores kilómetros de distancia desde Yalálag. Pero sin importar dónde viviera Fabián, su legado la mantuvo (a ella y a otros) cerca de la cuna de su pueblo, descendientes de los zapotecas.
"¿Por qué será que a pesar de la distancia y la separación hay una necesidad de seguir en contacto?", preguntó Fabián. "Quienes nacimos lejos de ese lugar, ¿cómo seguimos teniendo la misma preferencia por trabajar o celebrar como si siguiéramos estando ahí, o por la música? Es interesante ver cómo pasan los años y las generaciones y seguimos bailando con la misma música con la que bailaron mis padres y mis abuelos. Es la misma danza que me enseñaron. Es muy interesante ver la reconexión de varias generaciones. No hay necesidad de vivir en un lugar en específico. Es maravilloso crear (y recrear) una comunidad cuando estás lejos de ella".
Su proyecto, Soy de Yalálag, es una mirada silenciosa al pueblo, sus habitantes y la diáspora, que no se enfoca en sus carencias materiales, sino en la riqueza de una cultura que permanece y se sostiene. Es profundamente personal, lo que hace que sus imágenes de festivales, familia y amigos sean un aliciente emocional que proporciona seguridad y confianza.
Fabián, de 30 años, comenzó su proyecto actual en 2011, cuando comenzó a documentar a los artesanos que fabrican los característicos huaraches de Yalálag, como hacía su abuelo. Su abuela Chencha, quien se iría a vivir con sus padres, también despertó su curiosidad por el pueblo y sus tradiciones.
"Ella vivió toda su vida en el pueblo", dijo Fabián. "Fue mi primer ejemplo. Para mí, fue una oportunidad de convivir con ella".
Chencha no hablaba español con fluidez, mientras que Fabián no hablaba zapoteco.
No obstante, sus charlas la motivaron a explorar las tradiciones que las unían y la llevó de vuelta a Yalálag para documentar los festivales, las ceremonias religiosas, los mercados y la vida cotidiana, a la vez que hacía retratos que proyectaban una fortaleza y confianza silenciosas. Caminó por el lugar y conversó con la gente con la que se encontraba.
"Tienes que ganarte su confianza para ver su verdadero rostro humano", aseguró. "La condición humana no se ve a simple vista. Debes tener paciencia y querer aprender más acerca de otras personas".
Ese enfoque también la llevó a rastrear la diáspora del pueblo, a aventurarse a Ciudad de México para retomar el contacto con primos, así como a planear un viaje a Los Ángeles, donde descubrió la fortaleza de los vínculos con su tierra natal. Recordó una ocasión en la que estaba desayunando en un IHOP cuando vio a una mujer que la observaba fijamente. Minutos después, la mujer se acercó a su mesa.
"Dijo que yo era hija de Isaías Fabián", contó Citlali Fabián. "Yo me quedé estupefacta. Me dijo: 'Soy tu tía Panchita, prima de tu papá'. Yo sabía su nombre. Luego me dijo: 'Te pareces a tu mamá, pero mi hija vio tus huaraches y supo que eras tú'".
Encuentros como ese reafirmaron su compromiso con el proyecto. En este proceso la guía su determinación de mostrar a su familia extendida y a su comunidad tal como las conoce, no como algo exótico. Y conforme continúa documentando la cultura de Yalálag, mantiene a los sujetos de sus imágenes cerca de su corazón.
"Este proyecto no es para los demás, sino para nosotros mismos", explicó. "Creo que es muy importante entender nuestra comunidad como algo más, algo que supera los obstáculos del espacio y el tiempo. Ver el reflejo, lejos de Yalálag, de la riqueza de la cultura culinaria, musical y de la forma en que la gente interactúa. Creo que las comunidades indígenas pueden ser muy herméticas, tienen cierto resentimiento por lo que han sufrido y lo que les han arrebatado, pero esto nos ayuda a conectarnos entre nosotros".