Unamuno: el vasco solitario y rebelde condenado por la tiranía de Franco y muerto por ver a España de rodillas

El gran escritor y filósofo firmó su fatal destino cuando enfrentó al general Millán-Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca

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El 17 de julio de 1936 ha empezado la Guerra Civil Española. Tres meses después, el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, su tres veces rector, don Miguel de Unamuno y Jugo, oye un grito:

–¡Viva la muerte!

El autor del grito es el militar falangista José Millán-Astray, que en los primeros meses de lucha ha perdido un ojo y un brazo, y a quien sus subordinados llaman "el novio de la muerte"

Unamuno mira hacia el fondo, de donde a partido la brutal exaltación. Y responde:

–He oído un grito repugnante. Pero lo comprendo. El general Millán-Astray es un mutilado, y el pensamiento de un mutilado solo puede engendrar mutilaciones.

José Millán-Astray y Terreros (Shutterstock)
José Millán-Astray y Terreros (Shutterstock)

Luego, en referencia al dictador Francisco Franco y a la Falange, creada por el estremecedor fascista José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera (1870-1930), siguió:

–Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.

Sobre el eco de esas palabras, Franco lo echó de la universidad, ordenó encarcelarlo, y ese vasco "con un par de cojones como la copa de un pino" –dicho español para definir el coraje– pasó sus últimos días, con prisión entre cuatro paredes, en la Casa del Regidor Ovalle Prieto, calle Bordadores de Salamanca: el lugar en que vivió hasta el último latido. Tiempo escaso: noventa días y un soplo hasta su muerte, el último día de 1936, Año Nuevo, a sus 72 años, abatido, según su amigo Fernando García de Cortázar, "de resignada desolación, desesperación, soledad". Para mayor angustia, su mujer de toda la vida y madre de sus nueve hijos, Concepción Lizárraga, había partido dos años antes…

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Hijo de Bilbao (nació el 29 de septiembre de 1864) y panadero de oficio, la harina y el horno –curiosa simetría– lo igualan a otro escritor rebelde y donostiarra: Pío Baroja (1872-1956), de quien sus detractores, en sorna, decían "el último libro de Baroja tiene mucha miga…".

(Adenda personal: de Baroja, lector, consiga un modesto librito editado por Losada: Juventud, egolatría. Un gran placer).

Poco importan sus vaivenes como funcionario. Concejal, diputado, etcétera. Sí, en cambio, su pasión por la filosofía y la literatura: un polígrafo en estado puro ("una pluma en estado de gracia", dijo Antonio Machado): casi cien cuentos y relatos cortos, una decena de novelas, doce obras de teatro (de ellas, una visión actualizada de Fedra), siete libros sobre sus viajes, dos ensayos (Del Sentimiento Trágico de la Vida y La Agonía del Cristianismo), e incesantes poesías, a espaldas de sus críticos: "Es un eyaculador precoz del verso".

Y un dato definitorio: apenas a los 30 años fue rector de la Universidad de Salamanca, fundada en 1218 e inspiradora de un dicho más que verificable: "Lo que Natura non da, Salamanca non presta".

Vale la pena detenerse un instante para estas palabras.

Miguel de Unamuno (1864-1936) Shutterstock
Miguel de Unamuno (1864-1936) Shutterstock

"Por lo que a mí hace, jamás me entregaré de buen grado, y otorgándole mi confianza, a conductor alguno de pueblos que no esté penetrado de que, al conducir un pueblo, conduce hombres, hombres de carne y hueso, hombres que nacen, sufren, y aunque no quieran morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no sólo medios; hombres que han de ser lo que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos la felicidad. Es inhumano, por ejemplo, sacrificar una generación de hombres a la generación que le sigue, cuando no se tiene sentimiento del destino de los sacrificados. No de su memoria, no de sus nombres, sino de ellos mismos. Todo eso de que uno vive en sus hijos, o en sus obras, o en el universo, son vagas elucubraciones con que sólo se satisfacen los que padecen de estupidez afectiva, que pueden ser, por lo demás, personas de una cierta eminencia cerebral. Porque puede uno tener un gran talento, lo que llamamos un gran talento, y ser un estúpido del sentimiento y hasta un imbécil moral. Se han dado casos…" (Del Sentimiento Trágico de la Vida).

En 1914 publicó una novela clave: Niebla. Pretendió, con ella, romper el corset tradicional, las reglas, los patrones del género, de modo que inventó una nueva forma…, que llamó nivola. Y así se explaya en el capítulo XVII:

–¿Y cuál es su argumento, si se puede saber?

–Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. (…)

–¿Y cómo es eso?

–Pues mira, un día de estos en que no sabía bien qué hacer pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas, y empecé lo primero que se me ocurrió, sin plan alguno (…) Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen (…) su carácter se irá formando poco a poco. Y a veces su carácter será el de no tenerlo.

–Sí, como el mío.

–No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar (…) Lo que hay es diálogo. La cosa es que los personajes hablen mucho, aunque no digan nada.

–Pues acabará no siendo novela.

–No, será… será… nivola.

(Si esto no es un anticipo del teatro del absurdo, del existencialismo, de Kafka, de Beckett, de Pinter, de Camus, de Valle Inclán…, que los Cielos lo refuten).

Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno

En 2017, Ediciones Universidad de Salamanca publicó Epistolario: ocho mil páginas, tres mil cartas. Pero apenas un pequeño porcentaje de cuantas escribió. Durante la tiranía de Franco, por miedo, muchos las quemaron después de leerlas…

(Post scriptum. Pero además de la prisión y la soledad, un gran dolor lo acució hasta el final. Apenas iniciada la Guerra Civil, aterrado por lo que creyó la simiente bolchevique, y "en la defensa de la civilización occidental y la tradición cristiana", se unió en olor de intelecto a Franco y las hordas fascistas, porque "España está espantada de sí misma, y debo seguir a los soldados, los únicos que nos devolverán el orden. No me he convertido en derechista. Cualquier día me levantaré –pronto– y me lanzaré a la lucha por la libertad. Yo solo. Porque soy un solitario." No abdicó de esa posición hasta que empezaron a llegarle cartas "de mujeres, de amigos, de parientes, de conocidos, de desconocidos, que me pedían interceder por los suyos, presos, torturados, condenados a muerte". Llegó a humillarse ante Franco para pedir clemencia por ellos. Por supuesto, fue inútil. Retomó el camino perdido, pero jamás olvidó ese fantasma que lo acosaba por las noches: la culpa).

 

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