Hace 40 años, Gabriel García Márquez recibió el premio Nobel y llevó el Caribe a Estocolmo

El 10 de diciembre de 1982, el colombiano Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura y leyó su discurso “Brindis por la poesía”

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Gabo Nobel. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).
Gabo Nobel. (Diseño a partir de fotografías: Jesús Avilés/Infobae).

Todo lo que envuelve la figura de Gabriel García Márquez tiene un aire de misticismo que es, simplemente, incomprensible y suele rebasarse a sí mismo. Intentar entenderlo es derrumbar el artilugio, arruinarse el momento. Con Gabo las cosas son así. Pasan porque tienen que pasar y nada es más asombroso.

En su vida, como en sus novelas y cuentos, la magia abundaba. Falleció, por ejemplo, en plena Semana Santa, igual que lo hiciera Úrsula Iguarán en las páginas de Cien años de Soledad. Ese día, tembló en México, como si la muerte del escritor desatara el dolor sobre la tierra y esta se estremeciera con su partida. Su tiempo en este mundo, sin quererlo ni buscarlo, terminó convirtiéndose en una de sus más brillantes ficciones.

Gabriel García Márquez con su "Cien años de soledad" en la cabeza
Gabriel García Márquez con su "Cien años de soledad" en la cabeza

Fácil de recordar es el episodio de El Bogotazo, como se conoce la protesta social que se desató en la capital colombiano tras el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. En ese momento Gabo se encontraba en la capital colombiana y su pensión fue incendiada, junto al manuscrito de una novela en la que trabajaba; el de su llegada a Barranquilla y la comunión con el librero catalán que le abrió las puertas a toda una nueva forma de pensarse la literatura; su arribo a París, el cierre del periódico para el que trabajaba y su día a día, en una buhardilla, escribiendo una de sus grandes novelas –y viviéndola en simultáneo–, bajando todos los días a ver si había llegado alguna carta con buenas nuevas desde su país.

O su llegada a Rusia y su encuentro, por primera vez, con la nieve de invierno; su amistad con Fidel Castro; o la odisea de escribir su obra maestra, y el mito del envío a Argentina del manuscrito, dividido en dos, y la confusión de haber mandado primero la segunda parte en lugar de la primera. Un personaje en sí mismo era García Márquez. De alguna forma, todo él era su propia obra.

Gabo visto por Carlos Duque.
Gabo visto por Carlos Duque.

De cuando le entregaron el Premio Nobel de Literatura, en 1982, las anécdotas son varias, así como las leyendas. Algunos dicen que Gabo supo que se ganaría el galardón el 19 de octubre, pero, según documentos y registros de prensa de la época, en realidad ocurrió el día 21. Sobre la entrega, las dudas no son menores. Se sabe que llegó a Estocolmo el 7 de diciembre, pero hay dudas respecto a si recibió el Premio al día siguiente o el 10. La prensa señala que fue el 8, y quienes estuvieron allí, aunque no todos, dicen que, evidentemente, ocurrió el día 10. Pero eso pasa con los recuerdos, que se condimentan de ficciones cada vez que se intenta acceder a ellos.

El anuncio se hizo el 21 de octubre de 1982, así ha quedado legitimado por expertos luego de años de confusión, y lo confirmó recientemente a Infobae Gonzalo Mallarino, el autor de El día que Gabo ganó el Nobel, que, además, estuvo con el cataquero en Estocolmo ese año. Para cuando llegó ese día y Gabo recibió en su casa de Ciudad de México la llamada que le cambiaría la vida para siempre, habían pasado ya algunos meses desde que el escritor coqueteaba con la posibilidad de ganarse el Premio Nobel.

Unos meses antes, a mediados de 1982, a la salida del Teatro Colón en Bogotá, un profesor le preguntaba a Germán Arciniegas, entonces director de la revista Correo de los Andes, qué harían si García Márquez se ganaba el Nobel. Incrédulo, el autor de Biografía del Caribe, contestó que aquello no ocurriría, y que si pasaba, qué buen lío se armaría con todo ese fervor nacionalista que surgiría alrededor. Arciniegas no preveía que sus palabras anticiparían lo que vendría.

Durante 1982, el también autor de El amor en los tiempos del cólera realizó varios viajes a Suecia, donde se encontró y reunió con académicos y escritores; entre ellos, Artur Lundkvist, que había influido de manera decisiva en la atribución del premio a Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, y a quien Gabo buscó hasta el cansancio. También se reunió con su amigo Olof Palme, que, en un regreso triunfal de los socialdemócratas al Gobierno sueco, asumía el poder ese año luego de ganar las elecciones de septiembre; y se había llevado consigo al embajador del momento a unas vacaciones suyas en Cuba.

Unos meses antes, Alfonso Fuenmayor, en tono de burla, pero en el fondo convencido, le preguntó a García Márquez si alguna vez había viajado a Estocolmo.

“Sí, aquí estuve hace tres años, cuando vine a intrigarme el Premio Nobel”, le contestó entonces.

El éxito de Cien años de Soledad en 1967 les daba la certeza a sus amigos, y al propio Gabo, de que el Nobel sería para él. Y así fue. Todo se concretó el miércoles 20 de octubre, cuando Mercedes y García Márquez recibieron una llamada de un amigo desde Estocolmo: todo parecía apuntar a que verdaderamente el premio estaba en su terreno. Lo que vino después fue la incertidumbre más tremenda que hayan vivido los dos.

“¡Dios mío, el lío que se nos viene encima!”, dijo entonces Mercedes.
Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Bacha. - Colprensa.
Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Bacha. - Colprensa.

Sin haber podido dormir bien, se levantaron a las 5:59 de la mañana del día siguiente. Una llamada de Pierre Shori, el viceministro de Asuntos Exteriores sueco, les corroboró la noticia. “Estoy jodido”, le alcanzó a decir Gabo a Mercedes. Apenas si hubo tiempo para hablarlo: el teléfono no paraba de sonar, la prensa se agolpaba en la puerta de la casa y llegaban los amigos. Todo fue fiesta a partir de entonces.

García Márquez, desde ese momento, dejaba de ser hombre, se rendía a su destino y se convertía en un héroe de la gente. Un ídolo popular.

“Cuando se conoció la noticia, el teléfono se saturó y los periodistas y lectores no paraban de llegar a la casa, fue todo muy enloquecido y delirante, como si fuera una estrella de rock”, dijo una vez Rodrigo García Barcha.
Gabriel García Márquez junto a su hijo Rodrigo García Barcha.
Gabriel García Márquez junto a su hijo Rodrigo García Barcha.

En su libro, Mallarino relata que aquel “(...) fue un momento de intensa felicidad para el país. En medio de tantas luchas y dificultades, cuando ya se alzaba en nuestro horizonte el horror del narcotráfico y su violencia angustiante, Colombia le daba al mundo el Nobel de Literatura de ese año”.

García Márquez le confesaría a sus amigos y familiares que el día de la llamada estaba feliz, pero aterrado. Para conjurar el miedo, pocos meses después, ya en Estocolmo, y a la vista de todo el mundo, decidió llevar una flor amarilla consigo.

“A las siete de la tarde del lunes 6 de diciembre, un jumbo de Avianca fletado por el gobierno colombiano despegó para emprender un viaje de Bogotá a Estocolmo que duraría veintidós horas”, escribe Gerald Martin, el biógrafo oficial del escritor. “A bordo iba la delegación oficial, encabezada por el ministro de Educación, Jaime Arias Ramírez, junto con los doce amigos más íntimos de García Márquez, elegidos por Guillermo Angulo (...) y sus cónyuges, un buen número de personas invitadas por Oveja Negra (la editorial), y setenta músicos de diversos grupos étnicos coordinados por el ministro de Cultura con la asesoría y la ayuda de la antropóloga Gloria Triana”.

Cuando llegaron a la capital sueca, la temperatura estaba por debajo de los cero grados. A los invitados desde Colombia y México –entre los que iban Álvaro Mutis, Gonzalo Mallarino, Álvaro Castaño, por ejemplo– se les juntaron los amigos que venían de Europa: Carmen Balcells, Plinio Apuleyo Mendoza, Régis Debray, Daniella, la esposa de Mitterrand, el periodista Ramón Chao, y los embajadores de Colombia y Cuba en Suecia, entre otros.

Gabo y Mercedes, luego de las fotos y los primeros abrazos, siguieron derecho hasta la habitación que les habían asignado en Grand Hotel. García Márquez cayó rendido, vencido por el cansancio y la ansiedad. Pero el sueño, cuando lo conjura la ansiedad, no es largo, por lo que, luego de un rato, se despertó y cayó en la cuenta de que esa habitación había sido siempre la misma para todos los galardonados con el Nobel de Literatura. Gabo sintió el terror de saberse sobre la misma cama en la que habían estado Rudyard Kipling, Thoman Mann, Pablo Neruda y William Faulkner. No se permitió esa herejía y decidió dormir en el sofá.

El día 8, en medio de la barahúnda de los periodistas colombianos, que parecían estar cubriendo un partido de fútbol, a las cinco en punto de la tarde, frente a casi cuatrocientas personas, en el teatro de la Academia Sueca, García Márquez pronunció su discurso La soledad de América Latina, previo a la cena de honor que se había preparado para todos los galardonados en la casa del secretario de la Academia. 35 minutos después, recibió una ovación que se prolongó por varios minutos y por poco lo hace llegar tarde al siguiente compromiso en su agenda.

Dos días después, el 10 de diciembre de 1982, al interior de la Suite 208, en el Grand Hotel de Estocolmo, Álvaro Castaño, finamente vestido y arreglado, se encontraba con un García Márquez retrasado y todavía en ropa interior.

“¡Carajo! Estás todavía en calzoncillos”, recordaba el fundador de la HJCK. “Yo ya estoy arreglado, ya me clavé el frac. Debemos salir ya para el Ayuntamiento”. Gabo, ordenándole con la mirada al fotógrafo que lo perseguía a todas partes, dijo, dirigiéndose a Castaño: “Antes de eso vamos a tomarnos una foto”.
La mítica foto de Castaño Castillo y García Márquez, en la mañana del 10 de diciembre de 1986. (Foto: Centro Gabo).
La mítica foto de Castaño Castillo y García Márquez, en la mañana del 10 de diciembre de 1986. (Foto: Centro Gabo).

Lo que vino después hace parte de la memoria colectiva de los colombianos. García Márquez con su liquiliqui, el gran salón de baile de la Konserthus, el escenario tapizado de flores amarillas, la familia real, los otros galardonados, todos con traje de etiqueta, el himno de Colombia de fondo, las palabras del secretario permanente Gyllensten, el rey Carlos XVI Gustavo con su traje lleno de medallas, y la mirada asombrada de Gabo, que recibía, finalmente, su tan anhelado Premio Nobel. Luego, los aplausos y la ovación más larga que se le haya dado a un escritor.

Antes de salir para la ceremonia, cuenta Plinio Apuleyo Mendoza, amigo personal del Nobel, en sus memorias, publicadas en 2021, que ante los flashes de las cámaras, el tumulto de periodistas y los montones de flores que se agolpaban frente a los ojos de García Márquez, Gabo “supersticioso, como los ancestros suyos que habitan en el desierto de La Guajira, en Colombia, algo le ha encogido el alma. Mientras avanza entre los resplandores de magnesio y los hombres vestidos de negro se apartan, le oigo murmurar con un repentino y alarmado asombro: “¡Mierda, esto es como asistir uno a su propio entierro!”.

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La ceremonia acabó a las 6:15 de la tarde. Mientras todos se iban, Gabo levantó los brazos por encima de la cabeza, en gesto de triunfo. Después fue todo música y carnaval. Totó la Momposina y Leonor la Negra Grande de Colombia prendieron la fiesta entre colores y aplausos. Pero el jolgorio iniciático duraría apenas unos minutos, pues la realeza demandaba un brindis con los laureados. García Márquez tuvo que ajustarse de nuevo para asistir al encuentro en donde cada uno leería un discurso de no más de tres minutos. Él fue el primero.

“Sus majestades, Sus altezas reales, amigos:

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como la evidencia, a menudo agobiante, del compromiso que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el agobiante inventario de las naves que enumeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que la empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan evidente como milagrosa totalidad rescata a nuestra América en Las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana que cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora evidencia de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

Muchas gracias”.

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Su Brindis por la poesía defendía el género como “la prueba más contundente de la existencia del hombre”. Cuando terminó de leer, una vez llevado a cabo el choque de copas, dos de los laureados le pidieron que les firmara sus ejemplares de Cien años de soledad, y después fueron a parar a un gran salón dorado en donde el jolgorio se extendió hasta la madrugada.

Cuando llegó el día del anuncio, en octubre, Juan Gossaín repetía en los micrófonos de la radio: “¡Atención, Colombia! ¡El escritor colombiano nacido en Aracataca, Gabriel García Márquez, es el nuevo Premio Nobel de Literatura!”. Cuenta Conrado Zuluaga en el libro El vicio incurable de contar, que el profesor, que desde su conversación con Arciniegas se había acostumbrado a oír las noticias de la mañana, “suspendió todo, cogió el teléfono y llamó a Arciniegas sin pensar en lo impropio de la hora: “¡Monstruo! ¡Le dieron el Nobel a García Márquez!”. “¡Nos jodimos!”, respondió Arciniegas, y colgó”.

Todos tienen un Gabo, una imagen propia de García Márquez

Hay autores que llegan a ser inclasificables, no para la crítica, sino para sus lectores, que se van creando, al leerlo y revisar su historia, versiones propias del escritor, cada una más personal o íntima, dependiendo del momento en el que, por primera vez, llegan a sus textos, o cuando, después de tenerlo en el olvido, se vuelven a él, como se vuelve a un viejo amigo.

Para la escritora y periodista Diana López Zuleta, su García Márquez, no solo “universalizó el Caribe de tal manera que Macondo puede ser cualquier pueblo del Caribe. Hoy, García Márquez no es solo una referencia en la literatura hispanoamericana, sino en la literatura misma, sin ninguna frontera geográfica”, sino que también “supo narrar nuestro Caribe, las cosas más inusitadas, fantásticas que sucedían con la mayor naturalidad posible y trascendió al descubrir nuevas maneras de narrar las cosas, de darles otros nombres”.

Por su parte, la periodista y escritora argentina Leila Guerriero ha dicho que, además de sorprenderle que se le celebren los 40 años de la entrega del Nobel a Gabo, el mayor aporte de García Márquez es que, luego de ganarse el premio se decantó, entre muchas posibilidades, en hacer una fundación para periodistas latinoamericanos, con referentes latinoamericanos. La hoy llamada Fundación Gabo.

“El tipo dijo, voy a hacer una fundación para periodistas y la base de esa fundación va a ser la educación desde lo práctico, talleres, talleres, y en esos talleres no van a estar el gringo, este Tom Wolfe o qué sé yo. No, vamos a los referentes del periodismo latinoamericano, y el tipo subvirtió, con ese gesto, todo un estado de cosas. De pronto, al frente de los talleres de la Fundación Nuevo Periodismo, en su momento, empezaron a aparecer personas como Alma Guillermoprieto, Martín Caparrós, Juan Villoro, etcétera, y claro, estas personas empezaron a ser los referentes, y referentes latinoamericanos, con problemas latinoamericanos, con conflictos con sus jefes muy latinoamericanos, y se fue tejiendo una red de periodistas. Para mí, el legado es impresionante más allá de todo el laburo periodístico que él hizo”, señala Guerriero.

La polémica escritora y profesora Carolina Sanín ha dicho sobre los textos de García Márquez, que son “eruditos, intimistas, tiernos, poéticos, divertidos, irónicos, francos, de una ilación matemática y una sensibilidad profunda, que ofrecen una experiencia única de lectura y perfilan a su autor como una de las voces más singulares de la literatura colombiana”. Lo califica también como “feminista radical”: “No fue justamente un patriarca, fue el hombre más afeminado que hubo en Colombia, no solo en su forma sino desde la conciencia, una conciencia hermafrodita”, dijo en la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro en 2019.

Para el escritor Giuseppe Caputo, la influencia de García Márquez es innegable, y lo “abraza absolutamente (...) como una influencia”, y es una estrella en “una constelación latinoamericana”. Según recuerda, en el testimonio que le dio a la Fundación Gabo, un texto de Óscar Collazos, en el que pondera que “la madurez lectora que estaba ocurriendo en Colombia, pues ya se veía, se estaba viendo, el universo lector, el cielo lector, ya no como un cielo con un solo sol, sino un cielo con muchas estrellas. En este sentido, lo abrazo y abrazo su obra, en el marco de una constelación latinoamericana mucho más amplia”.

Entretanto, para la escritora Pilar Quintana, Gabriel García Márquez es un maestro que en sus textos, en su literatura, enseña que la libertad es posible, así como también fue posible que, en un pequeño pueblo del Caribe colombiano naciera el único Nobel de literatura de Colombia: “Nos enseñó que la literatura es el territorio de la libertad, de la verdadera libertad, el lugar donde todo es posible, que los personajes vuelen o que un colombiano, de provincia, de un pueblo perdido entre plantaciones de banano se gane un premio Nobel”.

Sobre Gabo, su Gabo, el escritor Ricardo Silva Romero confiesa que su legado está contenido en las primeras frases de sus novelas, “si ha habido un narrador consiente de que toda una trama está contenida en una primera frase, no solo toda una trama, sino todo un mundo, ese es Gabriel García Márquez. Y si uno quisiera dedicarse al oficio de la narración, de la escritura, del periodismo, le bastaría con ver esos primeros párrafos, con releerlos, con notarlos, para tener todo ganado hacia adelante”.

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