
El autobús que venía del frente se detuvo bruscamente frente a la cocina al borde de la carretera, y los soldados a bordo salieron rengueando hacia el lodo invernal.
La mayoría había perdido uno o ambos pies, o una pierna.
Una botella de agua llena de sangre se balanceaba peligrosamente desde un tubo de plástico adherido al estómago de un soldado mientras lo ayudaban a sentarse en un banco. Otro miraba fijamente el muñón ensangrentado donde alguna vez estuvo su mano derecha.
“Nunca habría firmado un contrato si hubiera sabido cómo es allá afuera. Nuestra televisión nos está mintiendo”, dijo Fyodor, un joven soldado de Siberia. Al igual que con otras personas en este artículo, The Washington Post no lo identifica por su nombre completo para protegerlo de cualquier represalia por criticar la guerra.
A Fyodor le voló la parte inferior de la pierna una mina hace dos días, durante un avance hacia Lyman, en Ucrania, con lo que quedaba de su unidad. Dijo que era uno de apenas 10 sobrevivientes de la unidad de 110 soldados a la que se incorporó hace dos años.
No tenía remordimientos por la pérdida de su pierna. “Significa que finalmente puedo volver a casa —vivo—”.
“Estamos luchando por campos que ni siquiera podemos tomar”, intervino un compañero soldado, Kirill, también de unos 20 años, riendo con ironía. “Esta guerra nunca terminará... Siento que apenas ha comenzado”.

Escenas como esta permanecen invisibles para la mayoría de los rusos, borradas por la propaganda estatal y los relucientes proyectos gubernamentales que apoyan a los veteranos que regresan. Pero dentro del país, el cansancio y el resentimiento se enconan bajo la represión de la disidencia.
No existe una vía de escape para la frustración pública ni alivio alguno del creciente agotamiento nacional tras casi cuatro años de guerra, una guerra que está corroyendo al país desde dentro y volviendo a la sociedad más disfuncional, rota y paranoica, según observadores y los entrevistados para este artículo.

Durante el último año, la economía rusa osciló desde un crecimiento espectacular hasta una casi estancación. La represión digital de Rusia y su aislamiento se profundizan a medida que se prohíben más aplicaciones y plataformas. Según la inteligencia occidental, más de un millón de combatientes rusos han muerto o han sido heridos —muchos en batallas por ganancias marginales—. Y a medida que Moscú intensifica la búsqueda de enemigos internos, su maquinaria represiva se vuelve ahora contra sus propios hijos y patriotas.
Durante la reunión del presidente ruso Vladimir Putin con su Consejo de Derechos Humanos este mes, el director de cine Alexander Sokurov se pronunció contra la censura, las asfixiantes leyes de agentes extranjeros del país, el aumento del costo de la vida y la falta de oportunidades para los jóvenes. “Si Rusia no cambia su forma de relacionarse con los jóvenes, se enfrenta a un callejón sin salida”, afirmó. Putin dijo que respondería más adelante a sus quejas.
Un ex alto funcionario del Kremlin dijo a The Post que estaba “muy preocupado” por el “panorama oscuro dentro de Rusia”.
“No podemos retroceder fácilmente el reloj; se necesita voluntad política para revertir esto, y simplemente no existe”, dijo el exfuncionario, bajo condición de anonimato para poder discutir con libertad asuntos delicados.
Soportando la carga
En Bélgorod, una ciudad rusa fronteriza que antes mantenía estrechos lazos con la ciudad ucraniana de Kharkiv —a solo 74 kilómetros (46 millas) al suroeste— el precio de esta guerra es especialmente tangible.
Los ataques diarios con drones hace tiempo que se han vuelto parte de la rutina aquí. Ambulancias salpicadas de lodo y unidades camufladas de defensa antiaérea cruzan el centro de la ciudad a toda velocidad. Las redes de voluntarios de la ciudad —una parte fundamental del esfuerzo bélico que ha apoyado a las tropas con ropa, comida y equipo donde el gobierno ha fracasado— continúan trabajando las 24 horas, con jubilados cosiendo redes antidrones e imprimiendo en 3D carcasas plásticas de bombas para drones.
A pesar del sufrimiento y la destrucción masiva que tienen lugar al otro lado de la frontera, Bélgorod se considera la principal víctima de esta guerra. La ciudad ilustra la creciente brecha en la sociedad rusa entre la mayoría metropolitana e indiferente y la minoría “beligerante”.
En una fría tarde de noviembre, un grupo de voluntarios que ayudaba a entregar suministros al ejército se acurrucaron alrededor de una mesa para comer sopa. Dijeron a The Post que se sentían abandonados por Moscú.
“¡No tienen absolutamente idea de lo que está pasando aquí!”, explotó Edik, de 52 años. “En Moscú hay fiestas, gente divirtiéndose, yéndose de vacaciones. ¿Cómo puede ser eso posible? Aquí se derrama sangre y allá están celebrando. ¿Cómo pueden conciliar eso?”

Varios voluntarios señalaron que notaron una caída en las donaciones desde el inicio del año, ya que muchos esperaban que la guerra terminara pronto. Yevguenia Gríbova, de 35 años, quien coordina un centro en Bélgorod, dijo que el movimiento de voluntariado enfrenta una crisis. El primer año, dijo, la gente gastaba hasta sus últimos rublos para apoyar a las tropas, trabajando sin descanso, sin días libres ni vacaciones.
“Ahora la gente quiere descansar. Quieren gastar el dinero en sí mismos en vez de materiales para el frente”, afirmó.

Sin embargo, aunque la gente dice querer que termine el conflicto, algunos también hablaron de su deseo de seguir luchando y de la necesidad de terminar la guerra en las “condiciones correctas”.
“Todos siguen queriendo tomar Odesa. Es una opinión común: la gente quiere volver a ir de vacaciones a Odesa”, dijo Gríbova. “Para nosotros, esto es una guerra civil entre rusos y rusos que han olvidado un poco que son rusos, eso es todo”.
Bélgorod y los habitantes de las regiones rusas que limitan con Ucrania forman parte de lo que el sociólogo pro-Kremlin Valery Fyodorov, director de la institución encuestadora VCIOM, ha definido como “la Rusia beligerante”: una minoría del país —aproximadamente el 20 por ciento— compuesta por soldados, sus familias, voluntarios patrióticos y trabajadores de fábricas militares que consideran la guerra vital para la supervivencia de Rusia y que presionan por la victoria. El resto, dice, son fieles pasivos, indiferentes a la guerra, están en contra pero se refugian en su vida privada, o viven en el exilio.
Dmitry, subcomandante de una unidad de lanzagranadas en la 116ª brigada de propósitos especiales de Rusia, dijo que Rusia iba a pelear por mucho tiempo y “con palos, si es necesario”.
“Todos quieren volver a casa. Todos quieren que esto termine. Pero incluso los cansados cumplen con sus tareas”, afirmó.
El regreso de los héroes
¿Cómo logra una nación venderle a su pueblo una guerra que está destruyendo al país —y cómo logra que siga apoyándola?

Para mantener el esfuerzo bélico y evitar el descontento, el Kremlin ha invertido grandes sumas en proyectos de apoyo a soldados y veteranos, incluido el Fondo Estatal Defensor de la Patria, creado en 2023 por Putin y dirigido por su sobrina, la viceministra de Defensa Anna Tsivaleva.
Por su sacrificio, los soldados son recompensados con beneficios económicos, prestigio social y significativas oportunidades de empleo y educación tanto para ellos como para sus hijos.
Denis Poltavsky perdió la visión del ojo derecho tras ser atacado por drones en combate el año pasado. Reticente a compartir detalles sobre su tiempo en el frente, Poltavsky dijo que sufría de un trastorno severo de estrés postraumático, atormentado por pesadillas e insomnio.
Pero, sin ninguna duda, dice que su vida ha mejorado materialmente desde que regresó a casa. “El apoyo es muy amplio. El Estado hace todo por los veteranos y soldados... No nos abandonaron. Llevan un seguimiento y te proveen de todo”.
Poltavsky recibió un pago inicial de 51.000 dólares por su lesión, más seguro y una pensión militar. Tiene acceso a transporte gratuito, entradas a museos y teatros. Recientemente completó el programa de formación directiva y liderazgo “El tiempo de nuestros héroes” en Bélgorod, y espera pronto recibir un subsidio para su negocio de herrería.

Los veteranos también tienen acceso a apoyo permanente de psicólogos, médicos, cuidadores y voluntarios; se les conceden exenciones fiscales y empleos asegurados, incluso con discapacidades. El programa de Bélgorod incluso ofrece a los veteranos tierras gratuitas donde construir una casa.
El profesor Will Pyle, del Middlebury College, quien estudia la economía rusa, ha encontrado que en algunas regiones una mayor proporción de rusos reporta estar satisfechos con su vida que en cualquier momento de la década anterior a la invasión de febrero de 2022. El hallazgo está basado en análisis de datos del Russian Longitudinal Monitoring Survey, que administra la Escuela Superior de Economía de Moscú.
Según la investigación de Pyle, realizada junto con el Banco de Finlandia, el aumento en la satisfacción vital reportada es especialmente pronunciado en las regiones cuyas economías han sido favorecidas por la producción industrial de guerra y actividades vinculadas.
Esto coincide con la investigación de Fyodorov. “Cuanto más deprimida es la región, más personas han notado una mejora en su vida”, señaló.
Pero debajo de la glorificación de los soldados y este auge temporal de prosperidad, se percibe el impacto más oscuro del regreso de los veteranos y las consecuencias sociales a más largo plazo de la invasión. Ya se han cometido asesinatos, violaciones y crímenes horribles por soldados que regresan, y muchos de los criminales convictos que firmaron contratos para ganar su libertad han vuelto al hogar para cometer más delitos.
“Cada gobernador en Rusia sabe que se avecina una ola de problemas con los soldados que regresan del frente con graves trastornos de estrés postraumático”, afirmó un insider del Kremlin, bajo condición de anonimato dada la sensibilidad del asunto. “Y saben que la responsabilidad de lidiar con esto recaerá en ellos”.
Los patriotas y los adolescentes
Desde el inicio de la guerra, Rusia ha perseguido a sus disidentes, dirigido ataques contra personas LGBTQ+, artistas y figuras de la oposición, y ha hecho ilegal la crítica al conflicto y al ejército. Pero ahora, algunos de los partidarios más fervientes del estado también están teniendo problemas.
Los ruidosos y ultrapatrióticos blogueros militares “Z”, que inicialmente fueron un pilar de apoyo para la invasión de Putin, han pasado a criticar la corrupción y deficiencias en el ejército. Los líderes más radicales, como el halcón ultranacionalista Igor Strelkov, fueron encarcelados inicialmente. Pero este otoño, todo el movimiento fue blanco de una inesperada purga cuando la represión se volcó contra ellos.
En septiembre, las autoridades designaron a Roman Alyokhin, un bloguero destacado con 151.000 suscriptores en Telegram, como agente extranjero, una etiqueta reservada habitualmente para figuras liberales de la oposición. En octubre, la bloguera Tatiana Montyan fue declarada “terrorista y extremista”. Otra más, Oksana Kobeleva, fue detenida por la policía. Todos habían criticado públicamente a altos funcionarios u otros propagandistas. Desde entonces, la comunidad Z se ha vuelto contra sí misma, con blogueros apresurándose a denunciarse unos a otros.
“El momento de unidad no duró mucho y, tras casi cuatro años, vemos cómo la gente comienza a oponerse incluso entre ellos, decidiendo cuál es más patriota”, afirma el bloguero militar Mikhail Zvinchuk, fundador del canal Rybar de Telegram, vinculado al Ministerio de Defensa.

Agregó que el movimiento se corrompió y malversó fondos recaudados para apoyar a las tropas. “A lo largo de los años, ha habido varios estafadores que tratan de explotar la guerra”.
En la segunda ciudad más grande de Rusia, San Petersburgo, los servicios de seguridad han encontrado un objetivo distinto: los adolescentes.
En el tribunal de Izmailsky, el mes pasado, agentes de policía enmascarados escoltaron a dos músicos adolescentes desde su audiencia hasta los autos del servicio secreto que los esperaban afuera. La pareja, Diana Loginova y Alexander Orlov, ambos de 18 años y miembros de la banda callejera Stoptime, acababa de ver extendida su detención por tercera vez. Orlov, guitarrista, chocó los puños con uno de sus amigos al salir del juzgado. Oficialmente, estaban acusados de bloquear la entrada a una estación de metro durante un concierto callejero improvisado este otoño, pero su verdadero crimen fueron sus presentaciones virales de canciones antibélicas.
Para muchos, las consecuencias de las actuaciones de Stoptime eran inevitables. Pero el caso de los jóvenes músicos estremeció a esta ciudad báltica, todavía liberal, donde las actuaciones callejeras son parte integral de la cultura local.
Artistas imitadores y músicos que actuaron en solidaridad con los miembros encarcelados de la banda, tanto en los Urales como en otras ciudades de Rusia, también fueron arrestados y procesados mientras los servicios de seguridad se movían rápidamente para reprimir cualquier atisbo de disidencia. Ahora, incluso cantar “música equivocada” puede llevarte a la cárcel, un hecho que muchos ven como un regreso a los días de la Unión Soviética.
La audiencia en San Petersburgo fue tensa, en ocasiones kafkiana, mientras la abogada defensora desmenuzaba los detalles de la actuación en cuestión. “Hay aproximadamente 47 metros (154 pies) entre la entrada del metro y el lugar donde actuaban. Por tanto, es imposible que las personas que formaban un círculo alrededor de Stoptime hubieran bloqueado ese espacio”, explicó.
Loginova, conocida por su nombre artístico, Naoko, pasó los últimos 20 minutos en la sala de audiencias aferrada a las manos de su madre. “De verdad espero que esta sea la última vez que me arrestan”, susurró. Irina, su madre, sonrió y abrazó a su hija, luciendo aturdida. “¿No recuerdas que dijeron que te dejarían ir la primera noche? Ya ha pasado un mes”.
Lo que hizo tan llamativas las actuaciones de música rebelde de Stoptime fue que ocurrieron en un momento en que los espacios creativos y libres, y las oportunidades de escapar, están desapareciendo rápidamente.
“El hecho mismo de que interpretaran esas canciones era cautivador”, dice Iván, de 26 años, profesor de historia, que asistió a muchas de sus actuaciones. “Era como un eco de la vida normal en nuestra época. Son canciones que quieres escuchar: son amables, significativas, promueven valores humanos universales, te recuerdan que puedes superar las cosas”.

Asegura que en Rusia hoy el estado intenta construir una lealtad estricta basada en comportarse de cierta manera “simplemente para poder existir”. A su alrededor, ha visto cómo la gente acepta una situación que antes los horrorizaba y pasa a modo de supervivencia.
El 23 de noviembre, los músicos de Stoptime fueron liberados de manera secreta e inesperada, y huyeron del país de inmediato. Se les vio a principios de diciembre en Ereván, Armenia, interpretando aún las mismas canciones de protesta que los llevaron a la cárcel.
Otros no han tenido tanta suerte
El hijo de Tatiana Balazeikina, Yegor, de 19 años, lleva tres años de una sentencia de siete por terrorismo, tras intentar lanzar un cóctel molotov contra una oficina local de reclutamiento militar en 2023. Yegor es uno de los cientos de adolescentes y niños arrestados por protestas antibélicas, sabotaje o traición desde que empezó la guerra.
“Stoptime cantaba lo que tantos ya tenían en la punta de la lengua”, dijo Balazeikina desde su hogar a una hora al sur de San Petersburgo. “Esto es disidencia. Y la única forma que tiene este Estado de seguir siendo lo que es es arrancar todos estos brotes de disidencia de raíz”.
Cree que los jóvenes representan una amenaza especial para el Kremlin.
“Estos jóvenes que esencialmente no tienen nada que perder salvo su libertad son muy peligrosos”, dijo. “Y si esos jóvenes no solo pueden pensar, sino además cantar lo que piensan... eso es una amenaza aún mayor”.
© 2025, The Washington Post.
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