Lo primero que hay que saber de Canela y Gramado, dos ciudades ubicadas a 8 kilómetros una de la otra y ambas a unos 130 kilómetros de Porto Alegre, es que en nada se parecen a la imagen mental que el turista suele hacerse de Brasil. Aquí no hay playas de arenas blancas ni garotas meneándose al ritmo de la samba. El paisaje está dominado por sierras y lagos, y se respira un aire más europeo que sudamericano.
Conocida como la “Suiza brasileña”, Gramado sorprende desde el mismo pórtico de entrada con una hilera infinita de hortensias azules que invaden todas sus calles. Las casas son de madera con techo a dos aguas, los boulevares tienen canteros centrales por si las flores que están por todos lados no hubiesen sido suficientes y destacan los pinos y las araucarias como árboles principales. Canela, por su parte, es una ciudad boutique: sigue el mismo estilo de su vecina, pero en un espacio mucho más pequeño, lo que la vuelve aún más encantadora y acogedora.
Ambas sufren una transformación rotunda entre noviembre y enero, cuando se celebra el Natal Luz, al decir de los locales, la mayor celebración de Navidad del mundo. Todos los negocios, todas las veredas y todas las casas quedan vestidos para celebrar la Navidad. No habrá ni un solo rincón que no haya sido imbuido por el espíritu de la festividad. Muérdagos, papás noeles, arbolitos, renos, duendes constructores de regalos, paquetes envueltos con papeles multicolor, muñecos de nieve, candelabros… Toda la parafernalia simbólica propia de estas fiestas se adueña de las calles.
No es un accidente: toda la comunidad participa del armado de la decoración, utilizando viejos elementos reciclados, como botellas plásticas, como materia prima. Y se nota. No hay un muñeco puesto así porque sí: todos parecen haber cobrado vida, haber sido sorprendidos en plena actividad. Incluso, se vislumbra cierta competencia entre los negocios: es común ver dos comercios vecinos atiborrados de adornos, al punto tal que resulta imposible determinar qué es lo que venden.
Se suceden los espectáculos, todos con la misma temática. Desde el árbol que canta cuando la gente lo hace vibrar hasta Nativitaten, un show que narra el origen de la fiesta, pasando por un desfile del que participan más de 200 actores, entre muchas otras. En “La aldea de Papá Noel” está la mismísima casa de Santa Claus, montada sobre una construcción de 1942 que fue declarada patrimonio histórico. Una advertencia: irónicamente, el parque tiene menos espíritu navideño que el resto de la ciudad.
Más allá de la Navidad
Estas dos ciudades tienen mucho más para ofrecer que sólo en Navidad. Para conocer Gramado es esencial recorrer sus dos arterias principales: Borges de Medeiros y Avenida de las Hortensias. Allí se aglutinan los comercios, los bares y, por supuesto, las chocolaterías. El alma alpina de esta ciudad se ve reflejada también en sus delicias de cacao, ofrecidas por cadenas omnipresentes como Do Morillo, Lugano, Caracol y Florybal. Por Rúa Cuberta, una calle techada, se amontonan restaurantes que ponen sus mesas debajo del acrílico arqueado que cubre el cielo. Para relajarse, nada mejor que los alrededores del Lago Negro con sus pedalinhos, cisnes a pedal que pueden alquilarse para dar unas vueltas por el agua.
Canela, por su parte, se resume en una caminata de punta a punta por Osvaldo Aranha, desde donde nace hasta la imponente catedral de piedra, que cada noche ilumina todo su contorno con diferentes colores que se alternan. Justo enfrente, Emporio Canela, un espacio que combina café, librería y artículos de anticuario y que debe ser una parada obligatoria para probar su chocolate en taza.
Existen algunas atracciones comunes a Canela y Gramado que no pueden dejar de visitarse. Como el Parque Caracol, distante a 6 kilómetros de la primera, donde se puede acceder a la cascada homónima, de 130 metros de altura. Se puede recorrer a pie y no habrá binoculares que permitan captar tanta belleza. Incluso, quienes estén dispuestos a bajar y subir una cantidad de escaleras equivalentes a 44 pisos, pueden llegar a la base de la cascada. También el Parque Ferradura, otros 6 kilómetros más lejos, con caminatas que llevan a vistas de un imponente cañón. Ya de regreso, amerita una parada en Castelinho Caracol, donde se sirve uno de los mejores strudels de manzana del mundo. Otros parque son el de las Sequoias (una especie de gigantesco jardín botánico) y el do Pinheiro Grosso, cuya principal atracción es un árbol de 700 años de antigüedad. Todos cobran una entrada que oscila entre los 7 y los 12 reales.
Entre los museos, destaca Mundo a Vapor, dedicado a todas las máquinas que funcionan precisamente a vapor, con maquetas a escala funcionales de papeleras, siderúrgicas, madereras, barcos y turbinas eléctricas, entre muchas otras. También Mini Mundo, con sus réplicas a escala de edificios, estaciones de tren y otros elementos de la vida cotidiana.
Canela Rural es otro recorrido imperdible: un camino de tierra, con panorámicas continuas y pendientes muy pronunciadas, que aglutina un parque de aventuras (Alpen Park) en el que se puede practicar tirolesa, escalada y bungee jumping, con productores de quesos y bodegas artesanales, como la pequeñísima y encantadora Granja do Telha o la gigantesca Alambique Flor de Vale, que se especializa en la producción de cachaça. Una vez allí, se puede almorzar en el Paradouro Rural Flia Schein, que tiene una terraza con piso de madera apoyada justo al borde de un cerro. La comida, casera y muy económica, se marida con una vista perfecta y con un maravilloso aire de montaña.
Canela y Gramado no se parecen en nada a Brasil, excepto en dos puntos: su gran voluntad de celebración y el hecho de haber convertido su fiesta principal en “a mais grande do mundo”.
Fotos: Serra Gaúcha y Turismo Brasil
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