Una sotana incendiada, un matrimonio arreglado y trabajo infantil: la historia familiar de Arturo Bonín, casi una obra de teatro

“Mi abuelo tenía 40 años cuando conoció a mi abuela, y ella tenía 15”, dice enojado y sin complicidad ante el abuso de la madre de su padre el protagonista de “Un instante sin Dios”. Así comienza a reflexionar sobre los momentos oscuros de su propia historia familiar que podría perfectamente ser una historia de novela

Compartir
Compartir articulo

"Cuando a mí me hablan de desregulación laboral, digo: '¿Qué eso?'. Yo viví desregulado toda mi vida con la profesión que, en definitiva, no elegí, sino que fui descubriendo, y a la que fui adhiriendo", reflexiona Arturo Bonín, recordando que no pensaba que esta profesión sería su sustento, sino más bien un hobby, mientras trabajaba en otras cosas: "Podía contar historias, cuentos, que es lo que me gusta a mí".

Mientras atendía en un kiosco de cigarrillos, al que describe como "un ataúd vertical",  junto a su pareja, Susana Cart, les aparece la posibilidad de un contrato por tres meses con el antiguo ATC. "Se me desorganizaba todo, porque yo hacía uno que otro bolo en televisión, una publicidad, y a la noche teatro, y los fines de semana a veces hacíamos infantiles, y ensayábamos otra obra, que era para reponer cuando esa bajaba. Apareció esta posibilidad con opción a continuar, y había que tomar una decisión. Y cuando tienen que ver con lo económico, las decisiones las toma Susana porque es la que sabe; yo de eso no entiendo nada", reconoce el protagonista de Un instante sin Dios, y agrega, entre risas: "A mí me ponen 20 acá, en el bolsillo, y me alcanzó justo; me ponen 300… y me alcanzó justo".

infobae

—Como actor, ¿siempre pudiste elegir los trabajos, o aceptaste cosas porque económicamente había que hacerlas?

—Dentro de la profesión, sí. Vuelvo a relacionar a Susana: "¿Cómo venimos?". "Bien, bien…". "Porque me ofrecieron esto". "¿Te interesa hacerlo?". "Y… mucho no me interesa". "Bueno, pero tenemos tanto para tanto tiempo". "¡Basta!, vamos a hacerlo". Este tipo de cosas ocurren.

—¿Cuál es en tiempo que a uno lo deja tranquilo?

—Tres meses de paño, de serenidad, de tranquilidad. Y después están las otras cosas. Ir a trabajar a España: era una diferencia de plata y de continuidad, pero tenía que quedarme ahí, y los chicos eran chicos. Entonces volví.

—Sos uno de los primeros actores que se animó a contar una historia de amor homosexual. Era un desafío en ese momento.

—En ese momento sí. Hoy es naif, hoy es Heidi.

—Y hoy, con 60 años de profesión, ¿los desafíos por dónde pasan? 

—Pasa por seguir activo: es para mí, es para adentro la cosa. Actuar es viajar para adentro, es reconocer las resonancias que hay dentro de uno, dentro mío, de cada uno de estos personajes que me toca interpretar. Poder tener la generosidad de prestarle mis miserias a los personajes, ser lo más auténtico posible en ese sentido. Todos las tenemos, pero hay veces que hay una reticencia: "No, yo quiero ser siempre lindo, quiero ser siempre joven, quiero ser siempre bueno". Y a veces para contar una historia necesitás un malo, necesitás un jodido, necesitás alguien que te provoque.

—¿Hay algo terapéutico en los malos?

—Es que sin el malo, el bueno es un boludo.

—¿Uno puede poner en el personaje malo esas cosas que los frenos inhibitorios en la vida nos bloquean?

—Absolutamente, eso es prestarle las miserias. Primero, reconocer que uno las tiene; o que tendría la posibilidad de utilizarlas. Yo soy un tipo jodido, soy un tipo jodido…

—¿En qué te reconocés jodido?

—Y… soy un tipo jodido: hay cosas que me enojan mucho. Dame un motivo y te voy a putear. Dame un motivo y me enojo. Ahora, elijo tratar de ser un ser civilizado, elijo eso. Hay veces que piso la cáscara y me voy.

—¿Te has agarrado mucho a trompadas?

—No, no soy de agarrarme a trompadas. De chico un par de veces, pero fueron situaciones horribles, realmente, que me paralizan. Esa violencia desenfrenada, desembocada, a mí me paraliza.

—¿Y en qué momento sí te encontraste sacado?

—Hay situaciones que te llevan al grito, a la violencia. El destrato me lleva a ese tipo de cosas. Y me pongo jodido. Grito. Y grito. Entonces me dicen: "No me faltes el respeto". "No te falto el respeto, te estoy gritando, que es otra cosa. No te insulté, grito porque estoy enojado. Pero vos no sos el destinatario de eso, tu falta de respeto es la destinataria de mi enojo".

infobae

—Hoy, en la calle se ve mucha violencia.

—Mucha violencia. Hay una búsqueda de paz mentirosa. "No, yo no quiero violencia, quiero estar en paz", y en cuanto alguien pasa el semáforo en amarillo: "¡Pero miralo a ese!". Bueno, empezá por vos para bajar, no te enojes.

—¿Y por qué crees que estamos así?

—Porque nos están quitando derechos. Es social y política la cosa. Te quitan un derecho, ¿y contra quién te podés desquitar? A veces te podés desquitar con un insulto a quien te quitó ese derecho, y cuando no tenés la opción ni la posibilidad, te enojás con el tipo que tenés al lado, que a lo mejor está sufriendo lo mismo que vos. Esa es la famosa guerra de pobres contra pobres.

—¿Te trajo algún problema manifestarte políticamente?

—No. Alguna conversación, alguna discusión y demás.

—En lo profesional, ¿no?

—No, no. Hay aspectos de esta profesión que tienen que ver con el gusto. Entonces. si uno no quiere pasarla mal, tiene que descansar en el gusto. Hay productores a los que yo no les gusto. realmente, que pueden llegar a no elegirme, y hay productores a los que les gusto que a veces no son los que tienen trabajo, y más hablando en este momento histórico por el que atravesamos, que los trabajos están mermando. La posibilidad de participar en un evento artístico y demás cada vez se recorta más. Pero no se me recorta a mí porque pienso de una forma determinada; se les recorta a todos.

—¿Qué te genera el año de elecciones? ¿Qué te despierta que en breve votemos?

—A mí, placer. Básicamente placer, al margen de las situaciones conflictivas que hay, al margen de la guerra mediática que se puede llegar a instalar, de las ofensas y las agresiones que pueda haber. Volver a elegir, volver a ejercer la democracia, esta que hemos conseguido con mucho dolor, con muchos desaparecidos, con mucho trabajo por hacer todavía sobre aquella época, a mí me genera alegría. Decir: "Bueno, esto no se corta".

—El ir a votar.

—El ir a votar, el ir a elegir. Por más amenazas que haya, y cosas: "Va a haber fraude"; "No, va a haber el otro y hay que fiscalizar, hay que ver". Sí, está bien: organicémonos para que no pase nada extraño.

—Y después, si es reelegido el Gobierno, ¿qué te pasa al día siguiente con eso?

Hay que aceptarlo. Este es el juego que tenemos. A menos que encontremos otro mecanismo u otra forma de establecer cómo se convive. Ahora se convive votando, haciendo un conteo y diciendo: "Ganó 5 a 3". Bueno, está bien, ganó 5 a 3. Y no es mentalidad de campeonato, que yo la combato bastante la mentalidad de campeonato, esta negociación espuria de "cedo por acá". No, defender a ultranza los principios. Y a ultranza no quiere decir con violencia ni nada de eso, sino defenderlos con pasión, buscar argumentos, tratar de tener argumentos.

—Este ir y venir con estas alianzas que hemos visto en la política, ¿no te revuelve un poco el estómago?

—A mí sí porque es renunciar a principios básicos. Nadie resiste un archivo, realmente. Decís: "Pero, ¿cómo?, si este hace cinco años decía tal cosa. ¿Hizo un mea culpa?". O dice: "Yo reflexioné y pasó que esto, que lo otro, que aquello". Cada tanto encontrás alguno que dice: "Yo reflexioné".

—Igual, a pesar de eso, ¿vas con Alberto Fernández y Cristina Fernández?

—Sí. Sí, sí. El otro día estaba tratando de encontrar un video donde Alberto Fernández daba una explicación: "Sí, estuvimos muchos años distanciados pero un día me llamó, tuvimos un par de conversaciones, estuvimos casi un año hablando". Bueno, ahí hay algo que tiene que ver con recapacitar. Y lo que uno pide, al menos lo que yo pido a veces, es paremos la pelota a ver, 45 minutos de fútbol, 15 de entretiempo, 45 minutos; esos 15 minutos de entretiempo sirven para reflexionar sobre lo que estamos haciendo.

—A mí me impresiona esa capacidad del juego de la política.

—Cuando yo te decía que el teatro es un hecho colectivo y solidario donde hay una persona que es el director, entonces el teatro es una democracia manejada por un dictador. Ya es como dice: "Muchachos, tenemos que estrenar, no podemos pasarnos ocho años discutiendo esto. Yo considero cuándo está a punto de estrenar". Estamos elaborando un proyecto, estamos poniendo todas las posiciones.

—¿Hay algo de que el fin justifica los medios?

—De alguna manera. Y de alguna manera decís: "Bueno, a ver, ¿para qué sirve esto? ¿Sirve para mejorar tu posición? Sí. ¿Dentro de qué esquema?". Si mejorar tu posición implica que se jodan todos los demás, ya no es tan así. Por eso ese es el juego de la política: el intentar conseguir dentro de lo posible sumar fuerzas para superar a un rival.

—Hoy en el teatro sos un cura.

—Soy un cura de frontera, alguien que se refugió en la frontera, que se acercó a un pueblo que sufría mucho en una época muy conflictiva del país, en los años 70.

—Y aparece un millonario que quiere hacer una donación, pero a cambio pone una condición.

—Claro, una confesión a la que el cura no se niega. Dice: "Esta es una obligación de mi sacerdocio, lo escucho". Y el millonario le dice: "No, no, no, una confesión suya". Y ahí empieza la obra.

—¿Hay algo del abuelo cura en este cura de frontera que interpretás hoy?

—Hay algo, hay mucho. Hay una zona muy oscura a la que yo no reconozco como propia, puntual, pero hay zonas oscuras mías, las hubo históricamente, y espero que las siga habiendo.

—¿Lo sentís como algo oscuro que el abuelo haya sido cura y en algún momento haya terminado con el mandato familiar, liberándose de ese lugar?

—No. Lo que pasa es que era otra época, otro momento histórico. Y lo que sí le reclamo a mi abuelo es que él tenía 40 años cuando conoció a mi abuela, y mi abuela tenía 15.

—¿Él ya había tenido una esposa o una pareja?

—Claro. Él era viudo y tenía tres hijos. A la mayor de todas yo la conocí. Tenía la misma edad de mi abuela cuando el viejo la… pum. Y tuvieron 10 hijos más.

—¿Tu abuela llegó a entender la barbaridad de la situación que nosotros entendemos hoy: una mujer de 15 años con un hombre de 40?

—No, no, no. Era lo habitual porque había una relación de poder muy fuerte. Mi abuelo era un tipo muy preparado, era cura, hablaba idiomas, era casi abogado. Pero hay otra cosa que a mí me parece mucho más tremenda, por decirlo de alguna manera, donde estaba mi padre involucrado. Mi padre, segundo grado, apenas sabía leer y escribir, tuvo que dejar de estudiar para ir a trabajar para mantener a su padre. Porque mi abuelo fue padre por última vez, mi abuelo, a los 73 años. Su mujer era muy joven, todavía podía quedar embarazada. En aquellos años donde la posibilidad de sobrevivencia era mucho menor a la de ahora. Yo ahora soy dos años mayor que mi abuelo cuando fue padre por última vez. Yo, con un niño de dos años, era una locura para mí, ¿no?

—Bueno, hay quien…

—Sí, hay gente que lo hace y lo sostiene con garbo y galanura. Pero porque también la expectativa de vida es otra. Las redes de contención que hay son otras. Las pautas para este tipo de cosas también son otras. En aquel entonces era condenar a un chico a la miseria, condenarlo a la marginalidad, de alguna manera. Mi viejo a los 8 años…

—¿No pudo retomar la escuela?

—No, no. Mi viejo, de los 8 a los 12 años, fue preso dos veces por trabajar. Porque iba al matadero a trabajar en las chatas de carne, esto me lo contaba él, las riendas de los caballos las ataba arriba, entonces el caballo ya lo metían como en una vía, y seguían otras chatas que iban a buscar la carne. Él dormía ahí y se ponía unas botas muy grandes y se ponía un capote, parecía un chico de 18 años pero tenía 12 mi viejo, flaco y largo. Y dos veces lo pescaron y fue preso. Y la madre tuvo que ir a buscarlo porque era menor de edad. Entonces, ¿cuál era la solución? Meterlo en cana al chico. Meterlo preso y mandar a buscar a los padres; a lo mejor dos días después los mandaban a buscar.

—¿Tu abuelo deja los hábitos cuando muere su madre?

—Cuando muere su madre deja los hábitos, a los 30 años. Su compromiso ya estaba relevado.

—Era un mandato familiar.

—Era un mandato familiar. Un hermano de él militar, el otro el cura, el otro médico; no sé, una cosa así habrá sido, porque yo desconozco esa parte de la familia. Eso fue en Florencia. De ahí se va a Génova, y en un acto de rebeldía le prende fuego a la sotana en el puerto, se en un barco y va a parar a Uruguay.

—No sabemos si prendió fuego la sotana realmente, pero en la historia queda divino.

—Queda bárbaro.

—Y se va a Uruguay: ahí tiene a la primera esposa.

—Tiene a la primera esposa, tres hijos, y después se viene acá. Mi abuela formaba parte del séquito de una niña bien. Era una indiecita mi abuela que la ayudaban a vestirse, a peinarse, estas chicas de la sociedad que iban con sus peines y demás. Y en una de las reuniones que pasaron que fue esta niña, porque como él era un viudo de 40 años, un tipo con posibilidades, los amigos le buscaban alternativas y conoce, mejor dicho atrapa, a esta criatura de 15 años. Así eran en ese momento histórico. Elige: "Bueno, vení para acá, pum, diez hijos". Yo digo es abuso eso, es abuso de poder. Y así empieza la cosa. Cuando se lo digo a mi padre, no digo que una discusión porque no fue una discusión, fue un cambio de palabras: "Mi abuelo era un turro, ¿cómo va a hacer una cosa así?". "Pero bueno, es tu abuelo". "Sí, ya sé, y es tu padre, pero era un inconsciente". Después, además, padre a los 73 años por última vez; eso es condenar a la gente no sé a qué. Ahora, si vos me dijeses: "Bueno, es un tipo de muchísimo dinero, entonces tiene asegurada para el resto de la vida de la familia", está bien, es un gusto que se da. Pero es condenar a gente para darse un gusto. ¿Para qué?

—Además del teatro en breve llega el estreno en Telefé y España de la coproducción Atrapar al ladrón, y te tocó otra vez de papá de Pablo Echarri.

—Otra vez de padre de Echarri. Pero me pagan bien porque es insalubre ser padre de Pablo Echarri (risas).

—¿Vos decís porque hoy Pablo Echarri recibe algunos insultos y se acuerdan de sus padres?

—A veces lo tienen para el cachetazo. Pero yo lo banco a Pablo y a su señora esposa (Nancy Dupláa). Los dos fueron hijos míos en alguna telenovela. Fue muy divertido hacer todo eso y trabajar con ambos. Buena gente. No hace falta que lo diga; comprometida con lo que piensan, peleadores.

—Charlamos hace poquito con Pablo y me contaba cómo estaba arrancando su hija de 15 años con la militancia.

—Es un sol, la nena es un sol. La conocí hace poco yo, me la encontré en SAGAI, me la crucé una vez, y después en una marcha la vi con su pañuelo atado a la muñeca. Divina, divina.

—Esta nueva generación tiene todo mucho más claro. ¿Cómo vivís lo que esta pasando con el feminismo? 

—Yo agradezco todo lo que pasó porque sigo aprendiendo.

—¿Te encontraste repensando el recorrido para ver si en algún momento te equivocaste?

—Pero por supuesto, constantemente. No solamente el recorrido sino la mirada de acá para adelante. He adquirido un tono que hay ciertas y determinadas notas a las que no adhiero. No adhiero, quiero decir que no voy, porque el vértigo de la televisión hace que hables a veces sin pensar y por reflejo, contestar. Y hay que reflexionar lo que uno dice, hay que repensarse.

—¿Dónde no te sentís cómodo o en qué tipo de programas?

—En ese tipo de programas donde son cuatro contra dos.

—Los programas con panel.

—Exactamente. Porque te preguntan y uno por ahí contesta algo…

—¿Pero a lo de vas Mirtha Legrand, si te invita?

—No. No.

—¿No?

—No. Es un almuerzo donde ordinariamente cada vez que paso por ahí digo: "Si yo estoy almorzando ahí se me atraganta la comida". Por las cosas que se dicen, por las cosas que ves, por la violencia de la que hablamos que pasa arriba de una mesa. En casa nunca hubo un televisor en la cocina. La mesa es para compartir. La mesa es para enterarme qué te pasa, y no solamente por curiosidad de qué te pasa sino porque yo quiero que también te enteres qué me pasa a mí. Almorzar y ver un programa de almuerzo o de comida donde además, al margen de estar comiendo, se están tirando con todo, me parece un contrasentido. Hubo otros momentos históricos donde almorzar con Mirtha, como en el caso mío de la galletita, fue como "¡Guau!". En dos semanas fui a comer con Mirtha Legrand y yo no lo podía creer, pensé que me estaban cargando cuando me llamaron de la producción, dije: "No, esta es una joda de algún conocido…".

—Pero hoy ya no vas.

—Y… no. No le encontraría sentido. Realmente, no le encontraría sentido. Tal vez es muy pretencioso, si me invitan solo voy para tener una charla muy distendida, para poder hablar de algo y no empezar a contar esto de que estoy en el teatro, y corta uno y dice: "Me pegó tal", y se dispersa toda la información que pueda recibir la gente.

—¿En algún programa de espectáculos de la tarde tampoco te imaginás?

—A algunos voy. Mirá, con esto del teatro NUN y demás, existe la posibilidad de decir: "Hagamos prensa para que la gente se entere", cosa que es lógica. Y fui a un programa de estos de la tarde.

—¿Dónde estuviste?

—En el programa de Moria (Casán, Incorrectas).

—¿Te sentiste bien?

—Me sentí muy bien. Porque además hace muchos años que la conozco a Moria, es un ser que por momentos me deslumbra, porque tiene cosas…

—Arturo, se va a poner celosa Susana, te lo pido por favor.

—No, ella lo sabe.

—O sea, ¿Moria hubiera sido uno de tus permitidos?

—No, yo tengo un solo permitido.

—¿Quién es?

—Hace muchos años, ¡ya ni me acuerdo cómo se llama! (risas).

ENTREVISTA COMPLETA

Agenda: Un instante sin Dios se presenta los domingos a las 18.30 en NUN (Velazco 419)