Ricky Pashkus y su traumática experiencia a los 13 años con una psicóloga: “Hoy entiendo que es un delito”

El director llevará su éxito Kinky Boots a Carlos Paz y acaba de publicar su autobiografía Conservate bueno – Confesiones y enseñanzas de un maestro. Y en medio de eso caminos, se anima a esta charla profunda con Teleshow

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"Cada vez que vos te portes mal, te voy a dar un regalo" le dijeron los padres a Ricky Pashkus por el temor que tenían a que fuera "demasiado buenito"

Su nombre es sinónimo de calidad y marca registrada en el espectáculo nacional. Consagrado director teatral, coreógrafo y maestro de artistas, acarrea también una rica historia personal plagada de luces y sombras, anécdotas y logros que plasma en el libro autobiográfico. A punto de debutar en Villa Carlos Paz con el nuevo elenco de Kinky Boots encabezado por Fede Bal, y dispuesto a disfrutar de una gran temporada, Ricky Pashkus se anima a una charla profunda, como nunca antes, con Teleshow.

“Yo soy muy charlatán: en las clases hablo y empiezo a mandar metáforas y anécdotas. Y mis alumnos me decían: ‘Vos tenés que escribir, organizar eso’” cuenta, para explicar cómo nació Conservate bueno – Confesiones y enseñanzas de un maestro.

—¿Qué le decís a la maestra que te dijo: “Pashkus, ¿tiene hormigas en la cola? ¡Siéntense!”?

—Le decimos que en el momento me angustió, porque me lo dijo delante de todo el curso y era como revelar una especie de personalidad que no cuajaba. Hoy en día a los alumnos y las alumnas les digo: “No dejen que les maten las hormigas porque es lo más valioso que tenemos”. La sociedad tiene, incluso hoy, cierta tendencia a separar al hiperquinético o al ansioso, al expansivo, con diferentes nombres: ADD, HIC, atención que no es atenta, que sí es atenta, y quieren medicarlo. Y yo no estoy tan a favor. Hablo de lo que yo conozco, no soy psicólogo. No digo que no haya casos seguramente extremos. Nunca fui muy amigo de nombrar y menos de hacer que los chicos más pequeños sepan el nombre de ciertas cuestiones que se consideran enfermedades. Yo tengo ADD: es un déficit de atención en lo que vos querés que la persona atienda.

—¿En algún momento esas “hormigas” asustaron en tu casa?

—No por la dispersión porque, sobre todo en la secundaria, de tanto temor la controlé y fui un excelente alumno... hasta que sucedió un episodio con una psicóloga con la que tuve una situación delicada. Pero en las primeras etapas yo eso lo quise corregir. Sí se preocuparon por otras cosas que decían las maestras o los gabinetes psicopedagógicos.

—”Es demasiado buenito”.

—Sí. Yo no me di cuenta que era tan claro el mensaje hasta más pasado el tiempo. En ese momento cuando la llaman a mi mamá del primer colegio, el Lange Ley, le dicen: “Tiene que ver a su hijo porque es muy buenito”. Nunca le dijeron la palabra homosexual. Yo tenía siete, ocho años. Cuando le dijeron “muy buenito” a mi madre se le transformó la cara y yo creo que es como que lo hubieran dicho de una manera tácita: “Su hijo no se porta mal, no hace suficientes deportes en la escuela”. Y ahí aparece la primera relación con la paradoja con la que he convivido toda la vida.

—¿Cómo funcionaba?

—Yo aprendí a vivir en la paradoja y les agradezco a mis padres eso. Sobre todo mi madre, que me decía: “Sos muy buenito. En la escuela me dijeron que si te portás mal yo tengo que acompañarte y estimularte. Cada vez que vos te portes mal, te voy a dar un regalo. ¿Qué querés que te regalemos?”. Y yo pedí una lapicera Tintenkuli, que era la que usaba la gente grande. Pero era carísima y escribía con una pluma especial. Y quería un cuaderno Tres Plumitas. Mis padres me la regalaban cada vez que yo traía una mala nota, pero claro, después me cambiaron de colegio.

—¿O sea, la fantasía de tus padres era: “Si se porta mal no va a ser gay”?

—Yo estoy seguro de que si vos les preguntás eso van a decir: “No, no éramos tan simples”. Lo que pasa es que se asociaba al buenito con el tonto. Pero también al sumiso. Y la sumisión, ellos creían, se asociaba a la homosexualidad. Son traslaciones de conceptos que no tienen una lógica. El temor era ese y siguió siendo una situación ya en el colegio posterior, el San Pedro. En el micro me pegaban los chicos más chicos, no los más grandes.

—En el libro decís que en ese momento no existía el concepto de bullying y que a la vez, para vos fue parte de tu formación.

—Sí. Hoy el que maneja el micro no permitiría que atrás estén todos pegándome. Yo odiaba ese viaje de regreso de Martínez a Capital porque me daba vergüenza por Tommy, mi hermano, que era de la edad de esos chicos que me pegaban.

—¿Qué le pasaba a él con todo eso?

—Era como un secreto entre nosotros. Tommy y yo tuvimos siempre una complicidad, como un pacto de amor tan profundo que nos permitía el silencio. Yo recuerdo salidas con él en la infancia, en que íbamos a caminar o al cine, y no hablábamos mucho porque yo no quería hablar de mi sexualidad. Y las veces que Tommy me preguntaba sobre algo personal, ahora lo estoy pensando, a lo mejor era porque sabía que ellos me veían afeminado o gay.

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—¿Cómo creés que hubieran reaccionado tus papás?

—Yo creo que si se enteraban aparecía la frase de papá que te decía: “Vos tenés que aprender a defenderte”. Venían de una cultura por supuesto muy machista, muy deportiva. Y yo era muy atrevido también, porque recuerdo que la primera vez que mi madre se asustó es cuando en la muestra de séptimo grado salí vestido de mujer. Mi madre casi me caga a cachetazos.

—Y te volvió a ver así en el 75, cuando explota la bomba en el teatro.

—Sí. Fue en el debut de Las Mil y una Nachas. El día anterior Nacha Guevara había estado en el Teatro Estrellas viendo que pasaban cosas, no era muy claro qué, pero se notaba. Durante el estreno explota una bomba, muere alguien en la boletería. Estábamos nosotros haciendo el número de Pichi, sobre un chulo que castiga. Y Nacha vestía de hombre y todo el elenco, hombres, estaban de mujer. En ese momento explota la bomba, bajo yo en medio de lo que era ese clima almodovariano en la calle, las sirenas y todo eso. Mi madre me encontró así, vestido de mujer.

—¿Por qué le dedicaste el libro a tu mamá?

—Porque no tengo nada que criticar; era otra época. Y mi madre me dio mucho amor, pero no se hablaba del tema. Yo hice una obra con Pepito Cibrián que se llamaba Aquí no podemos hacerlo e interpretaba al Súper Macho. Vino a vernos el genial Manucho Mujica Láinez y me dibujó mientras me veía bailar. Él era homosexual pero no tenía la más mínima intención de nada. Lo único que quería era saludar, me dijo: “Te quiero felicitar, hice un dibujo”. Pero mi madre lo vio entregándome el dibujo y yo estaba tan conmovido que le di un abrazo. Ella de lejos me miró y cuando me acerco me dice: “Es espantoso”. Fue un ser maravilloso pero con ese tema no pudo. Mi padre pudo más.

—¿En algún momento pudiste hablarlo con tu mamá, pudiste decirle: “Yo soy gay y soy feliz”?

—No.

—Nunca fue tema. Siempre fue tabú.

—Conmigo. Con Tommy no.

—Vos le habrás abierto el camino también, ¿no?

—Yo creo que eso también seguramente facilitó algunas cosas. Ella le preguntaba todo el tiempo: “¿Te gustan las chicas?”. Y a él la psicóloga le había dicho: “Hasta que ella no pronuncie la palabra homosexual vos decile ‘Cuando puedas preguntarme lo que quieras saber yo te voy a contestar’”. Entonces le decía: “¿Te gustan las chicas?”. Y él decía: “Cuando me quieras preguntar algo, preguntámelo con todas las palabras”. Y mi madre decía: “Perfecto”. No avanzaba sobre el tema. Hasta que un día, ya grandes, yo debo haber tenido 27, 28 años, le dice: “Tommy, ¿te gustan las chicas? Bueno, te lo voy a preguntar: ¿sos jomo?”. Porque mi mamá tenía la h aspirada de Polonia. Y Tommy le dice sí. Y mi madre no se desmayó. Y le dice: “¿Y Ricky?”. Entonces Tommy, siguiendo con el nivel, dice: “Preguntale a Ricky”. “Ay, no, Tommy, Ricky también...”. Es decir asoció por la respuesta de Tommy que la respuesta era sí.

—¿Y nunca te lo mencionó a vos tu mamá?

—No. Yo con ellos, no sé por qué…

—O sea que nunca pudiste presentarles un novio, un amor.

—No. No como pareja pero sí como acto de rebeldía. Un día que invité a un taxi boy a almorzar un domingo a casa. Se percibía que era evidente que yo no lo conocía al chico. Al final, a mí no, a mi hermano, mi madre le dice: “Ay Tommy, una cosa es que Ricky sea gay, homosexual, pero otra cosa es que esté con un taxi boy”. Se dio cuenta de todo. Lo había hecho como un acto de rebeldía. Yo mentía mucho en casa. Esa era nuestra relación, plagada de secretos y de no hablar lo que ella ya sabía. Creo que lo que pasaba con ese tema era que temían que no fuera feliz.

—¿Sos feliz?

—No he buscado la felicidad pero me di cuenta que lo que más asocio a la felicidad es estar sano. Que vos, que te amo, estés sana. Que Julio Chávez esté sano. Que mi hermano esté sano. Que las tres o cuatro personas que para mí son esenciales estén sanas es una sensación de libertad que tengo en la vida. Porque he padecido otros momentos de gente que se enfermó.

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Premios al mal comportamiento, bullying, mentiras en la familia… el camino de Ricky Pashkus para encontrarse consigo mismo, quererse y aceptarse, fue difícil. En algún punto del recorrido sintió que la terapia lo ayudaría, pero nunca imaginó que, en su caso, podría pasarle algo que lo lastimara.

—Hablás de un encuentro de terapia. ¿Qué pasó ahí?

—Es raro porque lo que te voy a contar en ese momento lo hubiera contado completamente diferente. Imagínense que lo cuento a mis 67 años siendo que yo tenía 13 cuando ingreso a la terapia y era otra época. Yo le decía a mi analista: “Tengo una enfermedad que empieza con h”. Ella obviamente que sabía la enfermedad que empieza con h. Pero tampoco ella la nombraba. Tuvimos una terapia de cuatro años, de los 13 a los 17. Al año de comenzar ella me explica que está enamorada de mí. Y así fue avanzando hasta situaciones más complejas como irme a veranear a Punta del Este y que venía con toda la familia y se ponía en la casa de al lado. Contada hoy no solo es un delito sino que no cabe duda. Ella en un momento me deja de cobrar las sesiones porque dice que no es ético cobrarme. Y empiezo a usar esa plata para cosas mías. Cuando le conté a mi madre ella en alemán le dice a mi papá: “No le creo nada”. Mi padre le contesta: “¿Por qué le decís eso en alemán si sabés que él entiende?”. Al mes como yo estaba muy sacado le conté a todo el mundo con nombre y apellido de quien estábamos hablando, pero te voy a ser sincero, un poquito también para hacerme el canchero.

—Vos todavía no entendías que era un delito, solo sabías que una profesional más grande que vos…

—Me emociona pensar. No sé si sabía que era un delito.

—¿Cómo ibas a saber que era un delito si ni tu mamá te creía?

—Yo sabía que estaba prohibido. No sé si usaba la palabra delito; prohibido, sí. Al mes suena el teléfono. Mi madre entra a mi pieza y me dice: “Te pido perdón, te creo. Está en el teléfono”. Yo voy al teléfono y ella simplemente me dice: “Antes de hablar mal de mí la próxima vez lavate la boca con jabón”. Y me corta.

—Le había llegado el comentario.

—Y la última secuencia es que mi mamá me lleva a su analista, que era quien la derivó. Este psiquiatra me dice cuando yo le cuento: “Vos sabés que no te puedo creer, cualquier chico estaría orgulloso de lo que me estás contando”. Y ahí se cerró. Y por supuesto me produjo mucha culpa porque digo: “¿Por qué no estoy orgulloso?”. El orgulloso era el levante que yo había conseguido hacer, ¿no?

—Ricky hasta dónde vos quieras por supuesto, es un tema muy difícil y muy doloroso: vos seguiste ahí tres años más, ustedes empiezan a tener una especie de relación.

—Sí, relación desde lo sentimental. Mirar por la ventana y ver llover, planificar. Planificar dejar a su marido. Planificar casarnos. Que yo sé que lo digo y la gente dice: “¿Pero qué delirio estás diciendo?“. Sí, yo era parte de eso.

—Vos eras un nene, no tenías ninguna responsabilidad ahí. ¿Hubo una relación física también?

—Sí, hubo una relación física pero fue tan pausado todo, era como si yo te dijera un mes era sacarse el collar, un mes era sacarse… Porque ella decía: “Esto no puede ser. Yo estoy haciendo un ejercicio que es yendo a mi terapia y este terapeuta que te comenté me dijo hace el ejercicio de llegar al desnudo. Y yo no puedo, Ricky”. Es decir, me comentaba a mí: ”No puedo”. Y así íbamos avanzando. Llegamos a todo, todo lo que te imagines, pero por algún motivo, que no me preguntes cuál, no hubo penetración.

—¿Y a vos qué te pasó en la cabeza?

—En un momento dado no quise ir más a terapia. Fui a Gimnasia y Esgrima a patinar sobre hielo. Es decir fijate, iba a patinar sobre hielo. Y patinaba. No sabés lo bien que patinaba, Tati. Patinaba, y patinaba. Y no fui más. Y ella un día me llamó: “¿No venís más a terapia?”. Yo no iba además porque lo que empezaba a recibir era la plata para pagarle, que tampoco se la daba a ella porque ella no la aceptaba, y me quedaba con esa plata, y un día dije: “No puedo sacarles plata a mis padres para ir a una terapia y se van a enterar que no voy”. Entonces un día fui, le expliqué. Ella estuvo muy agresiva. Y no fui más hasta que apareció este llamado.

—Y lo terrible de cuando lo podés contar es que no te crean.

—Yo era muy fantasioso quizás y con estas mentiras que yo le decía a mi madre cuando salía por acciones de salir con un chico o algo. Nunca la criticaré a mi madre por nada de esto. Y lo más increíble es que a esta persona la recuerdo sin odio, sin rencor alguno.

—Que fuerte. ¿Está viva?

—Hace poco se fue, pero antes en Facebook un día me escribió: “Hola, sé de tus éxitos. No puedo dejar de felicitarte y quiero saber si vos recordás qué lindas épocas compartimos”.

—¿Qué dijiste?

—No, no le contesté. Creo que lo puedo contar porque ya no está más.

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—¿El primer amor con el que te sentiste bien de verdad, cuándo llegó?

—La persona que yo conocí y al momento me enamoré, con quien no pasó nada aunque todos creen que pasó, es Julio Chávez. El amor de mi vida, mi amigo: cuando yo lo conocí a Julio me deslumbró muchísimo. No pasó nada, somos eternos amigos, socios, nos seguimos viendo junto con un grupo de gente como Cecilia Roth, Roxana Berco, enormes compañeras y compañeros de ruta, hasta el día de hoy.

—Yo estoy un poco enamorada de Julio, se lo digo cuando lo entrevisto.

—Es que estamos todos enamorados de Julio. Bueno, vivimos juntos muchos años cuando me fui de la casa de mis padres, pero él tenía sus parejas y yo las mías. Fue la primera persona con la que yo sentí: “Esto es estar contenido”.

—¿Hubo entonces alguna pareja por la que hayas sentido un gran amor ?

—No, no hubo un gran amor. Sí hubo gente con la que salí que la adoro, pero yo como pareja no sé “regar la plantita”, hacer que el amor crezca. Hasta hace poco tuve un intento con alguien que me gusta y lo quiero, pero me decía la frase que siempre escuché: “Para vos tu carrera está primero”. ¿Y qué le voy a decir? Hay mucha gente que cree que eso es casi una enfermedad. Es verdad que no logré construir, a pesar de que conocí gente maravillosa y seguramente porque no quise, un amor que tuviera que ver con la pareja.

—¿Qué le decís al nene que soñaba ser tan famoso como Doris Day?

—Le digo que tenía razón Tommy cuando me dijo: “Nunca vas a ser tan famoso como Doris Day”. Pero que sueñe lo que se le da la gana. Porque es posible que no tenga el nombre de lo que imaginó, pero que se le dé. Y si no, lo que se le va a dar será parecido. Yo fui más famoso de lo que hubiera imaginado. Pude vivir de lo que quise. Pude ayudar a mis padres cuando tuvieron problemas económicos, ser útil a mis alumnos y alumnas. Y pude escribir un libro que a alguien le interesará leer. Evidentemente el libro fue un lugar donde, ya pasada cierta cosa, yo lo que no quería era hablar de aquel tema estando la persona viva, me hace mucho bien porque creo que acá también saco algo de todo esto que tiene que ver con la modernidad. Hoy se entiende lo que está mal y que estos son delitos. Lo que no se debe es bajar la guardia.

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