
Nick Foster, quien ha liderado equipos de diseño en empresas como Google, X, Nokia, Sony, Dyson y Apple, se ha convertido en una voz crítica sobre la manera en que las empresas tecnológicas abordan la planificación del futuro, asegurando que la mayoría de las organizaciones caen en la trampa de pensar el porvenir a partir de clichés y proyecciones poco realistas.
Todo eso lo desarrollan sin el rigor necesario para enfrentar la incertidumbre que caracteriza el entorno actual.
Con una trayectoria marcada por la innovación en compañías que han impulsado desarrollos como el coche autónomo y las gafas inteligentes, Foster rechaza la etiqueta de “futurista”.
Explica que ese término suele asociarse a la promoción de visiones grandilocuentes o campañas de marketing, cuando anticipar el futuro exige una disciplina mucho más profunda.

“Parece una habilidad poco desarrollada en casi todos con quienes he trabajado”, afirmó en entrevista con The New York Times, aludiendo tanto a ejecutivos con doctorados como a líderes de empresas multimillonarias.
Mientras que en el presente las decisiones se toman con base en datos y análisis detallados, al hablar del futuro, observa que muchos recurren a referencias de la cultura popular como The Matrix o Los Supersónicos, lo que revela, en su opinión, una falta de aprendizaje y rigor en ese ámbito.
Por qué las predicciones del futuro tecnológico suelen estar erradas
Foster cuestiona la tendencia de las empresas, especialmente aquellas guiadas por métricas, a basar su estrategia de futuro en proyecciones numéricas que, lejos de aportar certezas, construyen relatos simplificados. “Esa línea de puntos no es un dato, es una historia”, sostiene.
Para él, la costumbre de proyectar tendencias históricas hacia adelante y fijar metas en años concretos —como 2027— resulta cada vez menos sólida en un mundo volátil y complejo. La aparente racionalidad de los números puede ser engañosa, ya que la realidad suele desbordar cualquier modelo predictivo.

La volatilidad global y tecnológica ha puesto a prueba la capacidad de las empresas para anticipar escenarios. Foster menciona ejemplos como el bloqueo inesperado del canal de Suez o el impacto de declaraciones públicas imprevistas, que pueden invalidar de un momento a otro cualquier análisis basado en datos previos.
Además, subraya que las verdaderas innovaciones rara vez siguen las trayectorias previstas por las tendencias históricas. En este contexto, la irrupción de la inteligencia artificial ilustra la dificultad de prever cómo una tecnología disruptiva transformará la vida cotidiana.
“La IA es una tecnología enormemente disruptiva. Pero si nos trasladáramos cinco o diez años al futuro, la manera en que convivimos con ella y los cambios que introduce nos parecerían normales”, aseguró.
Cuál debería ser el enfoque del futuro tecnológico
Frente a la tentación de imaginar futuros extremos —ya sea utópicos o distópicos—, Foster propone un enfoque más amplio y realista. Advierte que la vida, incluso en escenarios de alta tecnología, tiende a lo cotidiano: pasear al perro, sufrir una torcedura de rodilla, usar una tirita.

“La noción de lo ordinario simplemente cambia”, explica. Por ello, considera que las empresas deben evitar tanto el optimismo ingenuo como el catastrofismo, y asumir que la incertidumbre es parte inherente de cualquier proceso de planificación.
En su visión, el papel de los ejecutivos y la cultura empresarial resulta clave para afrontar la incertidumbre. Foster expresa su deseo de ver una nueva generación de líderes capaces de declarar.
“Queremos construir un mundo que se parezca a esto. También somos conscientes de que no lo sabemos todo y que habrá incertidumbres que podrían hacernos tropezar. Podríamos afectar negativamente a ciertos grupos, industrias o lugares, y estamos intentando comprenderlo”, dijo.
Esta actitud, según Foster, contrasta con la tendencia predominante en el sector tecnológico de vender versiones del futuro demasiado sesgadas hacia un solo extremo.

Los ejemplos recientes en la industria tecnológica refuerzan sus argumentos. Foster cita el caso de Elon Musk y su plan para colonizar Marte, donde la justificación numérica parece otorgar solidez a proyectos que, en realidad, responden a relatos más que a certezas.
Además, menciona cómo incluso las empresas más poderosas recurren a términos como “superinteligencia” o “robótica” para construir narrativas sobre el futuro, sin detenerse a analizar en profundidad las implicaciones prácticas: ¿cuánto costarán los robots domésticos? ¿Qué ocurrirá con quienes hoy desempeñan esos trabajos?
A pesar de la relevancia de estas preguntas, observa que la atención suele centrarse en titulares llamativos sobre predicciones de directivos, relegando el debate sustantivo sobre el impacto real de la tecnología en la vida diaria.
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