A Ludmila -un nombre ficticio empleado en esta nota para preservar su identidad-, una chica marplatense de 13 años, sus padres no le permitían tener un celular. Les parecía que evitar cualquier contacto de su hija con la tecnología y las redes sociales era la mejor forma de evitar peligros. Quizás, en parte tenían razón.
“Estaba en una burbuja”, según describió una alta fuente judicial a Infobae. Pero Ludmila, que convivía con la constante actividad virtual de sus compañeros de curso que sí tenían teléfono, le pidió a una amiga que le dejará abrirse una cuenta de Instagram desde el suyo y le permitiera usarlo el tiempo que estaban juntas en el colegio.
Desde esa cuenta pública -sin reestricciones de acceso-, sus fotos podían ser vistas por cualquiera que accediera a su perfil, también cualquiera podía contactarla por mensaje privado.
Así llegó hasta ella un hombre de 36 años de la ciudad costera que decía ser más joven y, a través de un perfil apócrifo, seguía y contactaba a mujeres, muchas de ellas menores de edad. A pesar de que se escondía tras un nombre falso, en la foto de perfil aparecía él en una imagen vieja, sin barba, donde daba la impresión de ser mucho menor, un truco visual para sostener su engaño.
A partir de ese contacto, el hombre le propuso reunirse y le dijo que la esperaría un día indicado a la salida del colegio. Ludmila había olvidado cerrar la sesión en el teléfono prestado y su amiga, que pudo ver la conversación y la planificación del encuentro, esperó junto a otras chicas que llegara el horario de salida. Cuando efectivamente la vieron irse junto a un hombre mayor, le sacaron una foto y -asustadas y preocupadas por lo que vieron- lo comentaron al día siguiente con sus docentes.
Los profesores conversaron de inmediato con Ludmila: finalmente pudo contar que ese hombre 23 años mayor había abusado de ella en dos oportunidades. Entonces, las autoridades del colegio decidieron ponerla en contacto con la línea gratuita 102 de Atención a la Niñez con Derechos Vulnerados, en la que ella relató lo que había ocurrido. Alertado por el caso, el operador pasó el tema a la Justicia y se radicó una denuncia en la Fiscalía Federal N°2 de Mar del Plata, con el auxiliar fiscal Hércules Giffi.
A partir de ese momento, entonces, se inició una búsqueda que gracias a las cámaras de seguridad públicas y privadas de la zona y los datos que aportó la menor, culminó dos días después con la identificación y detención del agresor, a mediados de octubre. El atacante trabajaba como empleado de una empresa de seguridad en un banco del centro marplatense y no tenía antecedentes. Además de Ludmila, también había contactado a otra menor, amiga de la víctima, sin poder concretar un encuentro.
En los días que siguieron a la detención, Ludmila declaró en cámara Gesell asistida por un grupo de psicólogas del Programa de Rescate del Ministerio de Seguridad de la Nación. Hace una semana, el hombre fue procesado por la Justicia Federal de Mar del Plata por los delitos de abuso sexual con acceso carnal agravado por la situación de extrema vulnerabilidad en que se encontraba la niña y por haber sido reiterado en dos ocasiones, además de corrupción de menores y grooming. También se fijó un embargo por la suma de un millón de pesos.
El juez federal Santiago Inchausti, a cargo de la firma del expediente, consideró que el hombre tomó contacto con ella “con el propósito específico de llevar adelante actos de naturaleza sexual con ella, lo que finalmente terminó ocurriendo en dos ocasiones” de acuerdo a información de la causa. Para lograrlo, de acuerdo a la resolución judicial, el imputado generó “un vínculo de confianza” con la adolescente, tomando en consideración las necesidades afectivas que atravesaba la niña, quien se encontraba en un estado de “total vulnerabilidad” por su edad.
La causa quedó en manos del fuero federal ya que el Ministerio Público Fiscal todavía no descartó que el acuasado pudiera estar involucrado en maniobras vinculadas al delito de trata de personas. Todavía se analizan dispositivos electrónicos secuestrados para poder confirmar o eliminar esa posibilidad.
Peligro en las redes
En Argentina, el delito de grooming -previsto en el artículo 131 del Código Penal- reprime a quien “por medio de comunicaciones electrónicas, telecomunicaciones o cualquier otra tecnología de transmisión de datos, contactare a una persona menor de edad, con el propósito de cometer cualquier delito contra la integridad sexual”. A diferencia de otros países, sin embargo, en el país no requiere que sea mediante un engaño.
Instagram es hoy un escenario caliente en materia de grooming. “A diferencia de otras plataformas, en Instagram tiene preponderancia la imagen y eso genera que haya más posibilidades de este tipo de contacto”, explicó a Horacio Azzolín, a cargo de la Unidad Fiscal Especializada en Ciberdelincuencia (UFECI), que intervino en el caso de Ludmila.
“Los chicos tratan de mostrarse todo el tiempo. Se muestran en Instagram, Snapchat, Twitter. Hoy es más que nada Instagram, pero donde sea que estén los chicos expresándose van a estar los predadores. Cuando los chicos se vayan a otra aplicación ahí van a estar también”, alertó Azzolín.
“En todo lo que sean plataformas en línea con chats privados habilitados se han detectado predadores”, continuó. “En Instagram es en la que más tenemos trabajo en los últimos meses pero también hay muchos problemas en Facebook y Twitter, Kick, WhatsApp y Playstation, donde los chicos arman equipos con desconocidos online. Pero como sólo hay nicks sin imágenes es más difícil el contacto”.
El fiscal explicó igualmente que la finalidad no siempre es necesariamente el contacto físico: “A veces estos predadores no quieren abusar físicamente sino solamente generar imágenes para después nutrir redes de distribución de pornografía infantil. La persona que tiene que generar las imágenes de abuso sexual infantil, el productor, generalmente toma contacto con el chico porque es un alumno, un familiar o porque lo contacta por redes”.
Sin embargo, entrar en pánico y prohibir su uso no es la solución que sugiere Azzolín: “El uso de las redes sociales y de las plataformas en línea debería ser algo que se defina en familia. Los padres no pueden estar desentendidos y los chicos no pueden usar plataformas porque sí. Es totalmente diferente el uso de Instagram de un chico de 8 años y el de una chica de 17 años que se va de viaje de egresados”, indicó. “Pasa mucho que los chicos se largan a usar las plataformas, los padres no comprenden los peligros y no los pueden alertar”.
“Cuando te largan a la calle, un padre sabe los peligros que hay, pero cuando te largan a Internet, si el padre no es consciente de que ahí lo puede contactar un extraño y lo que puede ocurrir luego, no le puede decir que tenga cuidado. Entender qué es lo que están usando los chicos es primordial. No se reduce a prohibir sino a que los chicos tengan herramientas para que puedan cuidarse”.
“Los predadores están donde estén los chicos. Si están en la plaza, la escuela o en Instagram entonces ahí van a estar ellos”, concluyó Azzolín.
A la espera de los próximos avances en la causa, tanto Ludmila como su familia reciben asistencia psicológica.
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