
Era un personaje entrañable. Tan talentosa como divertida: daba tanto gusto verla actuar como escucharla condimentar sus anécdotas en una charla distendida con algún conductor. Por eso, ese 8 de julio de 2006, cuando falleció a los 80 años después de pasar varios días internada en la Clínica Trinidad a raíz de una neumonía, todo fue tristeza en el espectáculo del país que había elegido como propio, Argentina. y de cada lugar del mundo que visitó. Ella era Ana María Campoy. Y su recuerdo seguirá presente por siempre.
“En la vida hay que decir ‘Bendito sea Dios’. Porque no hay mal que por bien no venga. No hay que ser colérico. La vanidad no sirve para nada. Y el ego hay que alimentarlo en la medida que no te explote”, decía para tratar de explicar su optimismo desmedido. Y, aunque reconocía que la gente aprendía de grande a disfrutar de lo cotidiano, aseguraba que estaba en cada uno saber aprovechar el tiempo que le quedara por delante: “Yo por eso me duermo tan tarde, del placer de lo que estoy viviendo. Caigo dormida cuando ya no puedo más. Y, una vez que me despierto, me alegro de poder dibujar el día en un papel blanco que tengo. Si llueve, pienso en lo lindo que es el pasto húmedo. O veo que brotó una flor. Y me pongo bien”.
Por esas cosas del destino, había nacido en Bogotá, Colombia, el 26 de julio de 1925. Era hija de dos españoles, el actor Ernesto Campoy y la actriz Anita Tormo, de quienes heredó su pasión por el teatro al igual que su hermana, Carmen Campoy. La primera vez que se subió a un escenario tenía apenas 4 años y lo hizo en la compañía de teatro familiar de Málaga, en la tierra de sus padres. “Salí a jugar, a hacer monerías. Para mí no hay otra profesión. Puedo decirlo con conocimiento de causa. A pesar de la incertidumbre, este oficio tiene el privilegio de la esperanza. Una sabe que todo es posible”, señaló al recordar ese momento. A los 12, en tanto, debutó en cine con el film Aurora de una esperanza (1937). Y, desde entonces, no paró de trabajar.

La madre guapa (1941); Tuvo la culpa Adán (1944); Ella, él y sus millones (1944); y Tierra sedienta (1945), fueron solo algunas de las 17 películas que hizo en España. Y luego, al igual que sus progenitores, siguió viajando por el mundo filmando en Portugal y en México, entre otros países. Hasta que, en 1947, conoció en tierra azteca al hombre de su vida: el actor y director argentino José Pepe Cibrián. “Me buscó con el pretexto de hacer una temporada de teatro. Subió a mi departamento con un saco azul, el rostro bronceado y con unos dientes que no se podía creer. Guapísimo. Fue amor a primera vista”, reconoció Campoy. Con él se casó en Guatemala. Y, en 1948, dio a luz a su primer hijo, al que todos conocieron como Pepito y hoy es un artista consagrado.
Después de recorrer teatros de distintas latitudes ofreciendo obras clásicas, en 1949 Ana María y Pepe decidieron radicarse en la Argentina. Ella estaba feliz. No solo porque estaba cansada de sufrir las consecuencias de la guerra y la posguerra europea, sino también porque desde el primer minuto se enamoró de este país. “Recorrí toda América para saber cuál era el lugar ideal para vivir. Todo era bonito, pero no era la tierra prometida”, decía ya instalada con su familia en Buenos Aires, donde fue recibida por su amiga Tita Merello. Y tras su primera recorrida por la noche porteña junto a la cantante le dijo a Cibrián que no se iba a ir a ningún otro lado. Años después recordaría lo que más la había asombrado: “¡Había vidrieras con bifes de chorizo!“.
El reconocimiento de sus pares y del público fue inmediato. Y la Campoy sentía que no podía pedirle nada más a la vida cuando su marido la sorprendió con una propuesta que no se esperaba. Era una oferta para trabajar en televisión, un medio hasta entonces desconocido que todavía no contaba con grandes presupuestos. Ella, al principio, dudó. “¡Es todo tan amateur! Y la paga es insignificante...”, decía acostumbrada a trabajar junto a grandes profesionales y con un buen cachet. Pero Cibrián estaba seguro de que su futuro estaría ligado a este nuevo invento y la convenció de firmar un contrato para debutar en Canal 7.

Corría el año 1951 cuando Ana María y Pepe se convirtieron en los protagonistas de Néstor Villegas vigila, una serie de misterio de quince minutos que se emitía en vivo y que, dado el éxito, a los pocos meses se transformó en el Teleteatro de suspenso que llegó a durar una hora por capítulo. Para entonces, la pareja ya se había familiarizado con el manejo técnico de la televisión. Y sus programas se convirtieron en un clásico de la pantalla chica, con títulos como Cómo te quiero, Ana o Cómo te odio, Pepe, entre otros.
En 1959 nació el segundo hijo del matrimonio, Roberto, quien no siguió el legado familiar y se dedicó a la arquitectura. Para entonces, ya estaba más que claro que Campoy no tenía intención de mudarse a otra parte. Nunca abandonó, sin embargo, su tonada y sus modismos españoles. Pero se sentía inmensamente argentina y así lo demostró. Además de sus trabajos en cine y teatro, siguió destacándose en televisión gracias a ciclos como Chau, amor mío, Compromiso, El infiel, La cuñada y La extraña dama, por mencionar algunos. Y, entre los premios que recibió, se destacan el Martín Fierro a la trayectoria que obtuvo junto a su esposo en 1992, uno por su programa La Campoy en 1994 y el Konex de Platino como Actriz de Comedia de la década, en 1981.
Cuando en 1990 Cibrián sufrió un derrame cerebral, ella tuvo que limitar su trabajo para poder cuidarlo. El actor y director pasó muchos años recluido en su casa de Belgrano hasta el 28 de diciembre de 2002, cuando murió a los 86 años. Durante ese tiempo Ana María se mostró poco, aunque participó de algunos ciclos como Stress y Soy Gina. Luego, además de algunas actuaciones en tiras como Dr. Amor, siguió dando clases de teatro en la escuela que ella misma había creado en el Teatro del Globo, hasta un mes antes de su fallecimiento que puso de luto a toda la farándula local e internacional, donde dejó un huella imborrable.
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