
“Ese fin de semana estuvo en mi casa y el domingo a la noche lo llevé a lo de la madre. Al día siguiente, ella me llamó y me dijo que no fuera a buscarlo al jardín porque él no estaba bien. Desde ese día, el 9 de enero de 2022, no pude hablar más con mi hijo”, le cuenta Marcelo Liaud a Infobae.
Marcelo es plomero, está por cumplir 60 años y vive en Rosario, en la provincia de Santa Fe. Además de L., tiene dos hijas adultas: Aymará (38) y Aylén (33). Dice que decidió exponer su historia después de que, el 25 de noviembre, le notificaran que su expareja —la madre del niño— quería sacar al nene del país para viajar a México durante un mes y medio, con pasaje de regreso abierto. Esa misma mujer lo denunció en 2022 por un supuesto hecho de abuso simple contra el niño: una acusación que la Justicia desestimó.
Tras el sobreseimiento de Marcelo, el Tribunal Colegiado de Familia Nº 3 de Rosario ordenó visitas controladas y supervisadas para iniciar la revinculación con L., pero la madre incumplió al menos seis veces y nunca llevó al niño a Tribunales. “No confío en una persona que no cumple con las órdenes judiciales”, dice Marcelo, cuyo temor es no volver a ver a su hijo nunca más.
El próximo 9 de enero se van a cumplir cuatro años desde la última vez que abrazó a su hijo. L. tenía cinco cuando el contacto se interrumpió; ahora tiene nueve. “Todo el tiempo me pregunto qué pensará —dice Marcelo—. Para mi hijo, un día su papá no lo fue a buscar más al jardín”.

“Cuando me enteré de la denuncia, me descompuse en el estudio de la abogada”
Hasta enero de 2022, Marcelo y su hijo mantenían un vínculo cotidiano y estable. Aunque la separación con la madre del niño llevaba apenas ocho meses, ambos habían acordado —de palabra— una modalidad de cuidado compartido. “L. pasaba la mitad de la semana conmigo y la otra mitad con ella —recuerda—. Siempre me ocupé mucho de él. Lo llevaba a la plaza todos los días, lo pasaba a buscar por el jardín, íbamos a pasear en bicicleta por la Calle Recreativa y cocinábamos churros. Aunque no está diagnosticado, L. tiene dieta de celíaco. Entonces aprendí a hacer chorizo sin TACC”.
Las hermanas mayores del nene también estaban muy presentes en su vida. Aylén, que vivía a pocas cuadras de la casa de su papá, era quien lo veía con mayor frecuencia y compartía salidas a la plaza. Aymará —que además es mamá— agrega que, por la diferencia de edad, el vínculo con L. tenía otra dinámica: “No es la relación de hermanas como la que tenemos nosotras dos. Somos adultas y él un nene pequeño. Era un vínculo más parecido al de un tío con un sobrino. Mis hijas lo adoran. Con la más chica, que ahora tiene seis, se llevaban mucho”.
La interrupción llegó de manera abrupta, en enero de 2022, cuando la madre de L. dejó de permitir las visitas y empezó a poner excusas, primero alegando motivos de salud. “Usó el pretexto del Covid; dijo que eran contactos estrechos y estaban enfermos. A nosotras nos llamaba un poco la atención porque la gran ola había pasado un año antes”, cuenta Aymará.
Los días empezaron a pasar. Marcelo intentó comunicarse con su expareja para pedir explicaciones, pero lo que escuchó lo desconcertó aún más. “Me dijo que L. no estaba bien y que hasta que no pusiera en palabras lo que le pasaba yo no iba a poder verlo”, recuerda. Igual de preocupadas que él, sus hijas intentaron sostener el diálogo: “La recomendación era ir por las buenas y eso hicimos. Uno espera la buena voluntad de la otra persona. Preguntábamos por qué no venía y nunca había una respuesta”, dice Aymará. En ese contexto, a fines de febrero, Marcelo presentó una medida cautelar para solicitar una revinculación. Lo que no sabía era que la madre del niño había radicado una denuncia penal por un supuesto hecho de abuso simple.
Aymará fue la primera en enterarse de la acusación. “La madre de L. me llamó y me dijo: ‘Necesito decirte algo… Le hice una denuncia por abuso sexual a tu papá’”, recuerda. En ese momento no imaginó que el hecho involucraba al niño. “Me quedé helada. Viví diez años con papá, de los 15 a los 25, lo conozco perfectamente. Le dije: ‘Si tenés dudas, hacé lo que consideres; será la Justicia la que defina’. Y ella me contestó: ‘Yo me siento tranquila haciendo esto; si tengo que pedir disculpas el día de mañana, lo haré’”.
A Marcelo la noticia lo quebró. “Me descompuse en el estudio de la abogada”, cuenta. Ese fue el inicio de un derrotero judicial que se prolongó casi cuatro años y que, durante todo ese tiempo, mantuvo a L. fuera de su vida.

El derrotero judicial
La denuncia presentada el 24 de febrero de 2022 desencadenó un proceso que se extendió casi tres años. Recién el 14 de enero de 2025, el juez Nicolás Foppiani dictó el sobreseimiento de Marcelo por inexistencia de delito, tras analizar un expediente con “vaivenes totalmente inhabituales” y que, según sostuvo, terminó generando “un gravamen irreparable” en la vida del niño.
Uno de los pilares de la decisión judicial fue la Cámara Gesell realizada en mayo de 2024, más de dos años después de iniciada la causa. El dictamen elaborado por una psicóloga del Ministerio Público de la Acusación (MPA), concluyó que no había indicadores compatibles con abuso: “No cualquier tocamiento configura el delito de abuso sexual simple. Se requieren tres elementos: ánimo libidinoso, falta de consentimiento y el contexto propio del acto que connote el caso, que no se acreditó. Que un padre le haya hecho mimitos o cosquillas en la cola a un niño de cinco años, en un sillón, de día, en el living de su casa, una sola vez, por encima de la ropa, no indica que haya tenido objetivamente una connotación sexual. De ser así, cualquier padre estaría imputado de abuso sexual por el simple hecho de bañar a su hijo, porque le está tocando una parte íntima, y se la estaría tocando por debajo de la ropa, es decir, sería peor que lo que se le está imputando al señor Liaud”.
El fallo también observó una serie de omisiones y demoras procesales. La Fiscalía jamás solicitó los testimonios de familiares directos. “Estoy hablando de dos hijas mujeres mayores (del padre), que serían testigos importantes para verificar la connotación sexual que modificaron la postura de la Fiscalía. Qué mejor que escuchar a sus dos hijas mujeres, con las que convivió, e incluso a su exmujer y madre de esas hijas adultas”, remarcó Foppiani. “Nosotras nos pusimos a disposición desde el minuto cero. Nunca nos quisieron ni siquiera conocer”, dicen Aymará y Aylén.

Las demoras tuvieron un impacto directo en la revinculación de L. con su papá. A pesar de que el Tribunal de Familia había ordenado visitas supervisadas, la madre del niño incumplió al menos seis veces, lo que quedó documentado en el expediente. “En una visita supervisada no hay ningún peligro para el niño”, señaló Foppiani al cuestionar la falta de avances. La causa, sin definición penal, funcionó como un obstáculo que bloqueó los intentos de contacto. “El tiempo de la infancia es limitado —escribió— y la prolongación del proceso constituye una forma de revictimización institucional del niño”.
Otra crítica central fue la multiplicidad de intervenciones psicológicas: en el expediente intervinieron siete especialistas, pero no todas entrevistaron al niño. Javier Francisco Beltramone, el juez camarista que dejó firme la resolución de primera instancia, advirtió sobre la “ausencia de metodología científica” en el trabajo de algunas de ellas. “Al borde del asombro, dicen que la separación de los padres no tuvo ninguna incidencia en el niño. Es consabido, por toda la literatura que ante un posible proceso de divorcio, un niño muestra dificultades como alteraciones del sueño, falta de control de esfínteres, problemas psicomotrices, retraso en el habla; los más pequeños suelen ponerse más agresivos y además sufren muchos sentimientos encontrados: tristeza, ira, dolor”, indicó el magistrado.
En el fallo, Beltramone confirmó el sobreseimiento de Marcelo y coincidió en que el expediente no solo no acreditó delito, sino que vulneró derechos fundamentales de L.: “El impedimento forzado e injustificado del contacto con su padre constituye una afectación grave de los Derechos del Niño”.

“Las personas no desaparecen de la vida de alguien de un día para el otro”
Aunque Marcelo no volvió a ver a L. desde enero de 2022, sus hijas mayores, Aymará y Aylén, lograron mantener durante un tiempo un contacto intermitente con él. Se trataba de encuentros breves, esporádicos y siempre bajo condiciones impuestas por la madre del pequeño, entre ellas, no mencionar a Marcelo. “La primera vez fuimos a la plaza con mis hijas y jugaron un montón, no se querían ir después”, recuerda Aymará. A partir de allí, pactaron verse cada dos meses en plazas o espacios públicos. “Lo que buscábamos era poder saber cómo estaba L. y, también, poder contarle a papá cómo lo veíamos. Era la única manera que teníamos de acceder a él”, dicen.
Aymará explica que incluso asistieron a todos los cumpleaños del niño. “Los primeros los hizo en parques, excepto el último, que fue en un pelotero. Seguíamos cumpliendo con la indicación que nos había hecho: no podíamos mencionar a papá ni nada que tuviese que ver con él. Tampoco podíamos decir que éramos sus hermanas de parte de su papá”. Para ella, estar presente tenía un significado aun más profundo. Aymará es mamá de tres niñas: a las dos mayores las recibió primero en tránsito y luego obtuvo su tenencia definitiva. Por eso sabe lo que implica que un niño pierda vínculos sin explicación. “Las personas no desaparecen de la vida del otro de un día para el otro. Eso les pasó a mis hijas y yo siempre hice mucho hincapié para que tuvieran contacto con su familia biológica. No quiero que a L. le pase lo mismo”.
Pero hace un año y tres meses que no lo ven. Fue para la celebración de su cumpleaños número ocho. Aylén recuerda haberle llevado varios regalos, entre ellos, uno que le entregó en nombre de Marcelo. “Le dije: ‘Este te lo manda papá’. La carita se le iluminó completamente”, cuenta. Como la madre estaba lejos recibiendo invitados, el nene se mostró espontáneo. “Cuando sentía que estaba solo era relajado, simpático, de venir corriendo y abrazarte. Cuando ella estaba cerca, se medía”. Al abrir el paquete, L. festejó: “Era lo que yo quería, era lo que necesitaba… me faltaba este”, dijo en referencia a un Lego de bomberos. Aylén solo atinó a responderle: “Es que papá te conoce”. Fue la última vez que lo vieron. “La madre no nos habló más”, dice. “Nunca más un mensaje, nunca más atendió una llamada”, completa Aymará.

“No nos condenen a no volver a ver a L.”
A pesar de que la causa penal fue cerrada por inexistencia de delito, la Justicia de Familia rechazó el pedido de revinculación presentado por Marcelo. En mayo de 2025, la jueza María José Campanella y una defensora general entrevistaron al niño y resolvieron no avanzar con ningún régimen de comunicación provisorio. En su fallo, la magistrada sostuvo que forzar un contacto “resultaría contrario al interés superior del niño” y que no estaban dadas las condiciones subjetivas para iniciar un proceso de acercamiento, dejando abierta la posibilidad de futuras evaluaciones interdisciplinarias.
Para Marcelo, la decisión fue un nuevo golpe. Lleva casi cuatro años sin verlo y siente que los tiempos judiciales se desentienden de la vida real de un niño. “Le pedimos a la jueza María José Campanella que no nos condene a no volver a ver a L., que no nos condene a tener que salir por el mundo a buscar dónde está, que no nos condene a dejar de ser una familia”, dice Aylén. “Le pedimos que no lo deje salir del país, que le quite la restricción a papá y que nos deje volver a tener a L. en nuestra vida”, agrega.
Aymará asiente. Habla del desgaste de estos años y de la desesperación que transitan como familia: “Llega un momento en que ya no sabés qué puerta tocar. Decís: ‘No podemos estar viviendo esto’. El tiempo pasa y ¿qué hacemos? No quiero enseñarles a mis hijas que no se puede confiar en la Justicia. Es muy injusto lo que está pasando, muy injusto para L. Porque si bien hay vínculos que se pueden recomponer, hay heridas que cuesta mucho sanar”.

Marcelo intenta prepararse para un eventual reencuentro, si en algún momento la Justicia vuelve a habilitarlo. “Va a ser muy difícil porque es otro niño del que yo conocí”, admite. Está en tratamiento psicológico y psiquiátrico desde 2022. “Los primeros tres años lloraba todos los días. Mis terapeutas me dicen que hasta los cinco años él me conoció y que esos recuerdos quedan. Que sin forzarlo vamos a poder hacer una revinculación”.
Mientras tanto, sostiene la esperanza como puede. En su casa, acondicionó una habitación para L., pensada como un pequeño cuartel de bomberos. La cama con forma de autobomba fue un regalo que él mismo le hizo, pero el niño nunca llegó a conocerla. En una repisa guarda también algunos de los regalos que compró para los encuentros a los que la madre nunca lo llevó. Todavía están envueltos.
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