La sorpresa de Cancha Rayada: la resistencia de O’Higgins, el coraje de Las Heras y la mentira de Fray Luis Beltrán

En la noche del 19 de marzo de 1818 los españoles atacaron por sorpresa a los patriotas. Con la complicidad de la oscuridad, se produjo un caos que pudo ser dominado por la sangre fría de algunos oficiales a las órdenes de San Martín

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Retrato de San Martín pintado después de la batalla de Maipú. Autor José Gil de Castro. Instituto Nacional Sanmartiniano.
Retrato de San Martín pintado después de la batalla de Maipú. Autor José Gil de Castro. Instituto Nacional Sanmartiniano.

La entrada desesperada del oficial francés Miguel Brayer a Santiago de Chile llevó la peor noticia: los españoles habían atacado por sorpresa y José de San Martín y Bernardo O’Higgins habían muerto en el combate. Enseguida aparecieron los que aseguraron haber visto el cadáver del jefe, otros que iba camino a cruzar la cordillera, mientras los soldados se desbandaban. Todo se había perdido. La revolución, en definitiva, parecía haber fracasado.

En la ciudad estalló el pánico. Las fuerzas vivas se reunieron para armar un plan de defensa, se pedía desesperadamente la celebración de una asamblea, se propuso repartir armas entre los vecinos, se creó un escuadrón de milicianos llamado “Húsares de la muerte” y se quiso poner a salvo los caudales públicos. Muchos se apuraron, en las plazas, a vivar al rey de España ante la inminente llegada del enemigo, la aristocracia quiso tomar contacto con los españoles y hasta se preparó un caballo con herraduras de plata y todas las galas para obsequiárselo al general Mariano Osorio, cuando entrase triunfal a la ciudad.

Otros acomodaron sus petates para partir hacia Mendoza. Se asegura en esa noche, en Santiago, nadie durmió.

El general español Mariano Osorio, jefe de las fuerzas realistas. Oleo de 1871-1873. Fuente Wikipedia.
El general español Mariano Osorio, jefe de las fuerzas realistas. Oleo de 1871-1873. Fuente Wikipedia.

Los ánimos se calmaron el 24 cuando O’Higgins, vivito y coleando, entró a Santiago. Tomás Guido salió al encuentro de San Martín, quien creía que todos les habían dado la espalda. “Mis amigos me han abandonado, correspondiendo así a mis afanes…” Guido lo convenció de lo contrario, y que en la ciudad lo esperaban con los brazos abiertos.

Todo había comenzado el 8 de marzo cuando se unieron las columnas de San Martín y O’Higgins. La idea fue que, ante el fracaso en el ataque a Talcahuano, reunir las fuerzas para hacer frente a un poderoso contingente que Joaquín de la Pezuela, virrey del Perú, había enviado al mando del brigadier Mariano Osorio, que ascendía a 4600 hombres e incluía el primer batallón del Regimiento de Burgos, un escuadrón de Lanceros del Rey y una compañía de artillería volante, efectivos enviados desde España a Lima.

Juan Gregorio de Las Heras, que cumplió un papel clave en Cancha Rayada, cuando salvó a gran parte del ejército. Dibujo de Eduardo Alvarez, revista Caras y Caretas.
Juan Gregorio de Las Heras, que cumplió un papel clave en Cancha Rayada, cuando salvó a gran parte del ejército. Dibujo de Eduardo Alvarez, revista Caras y Caretas.

Las fuerzas de San Martín ascendían a 8 mil hombres y 33 piezas de artillería.

Ambos ejércitos comenzaron a moverse. Estaban a unos 255 kilómetros al sur de Santiago de Chile, en Talca, punto donde se dirigía el enemigo para hacerse fuertes. San Martín planeó un movimiento envolvente para cortarle la marcha y atacar por el flanco derecho y la retaguardia.

Había ocurrido una pequeña refriega en Quechereguas, donde una pequeña fracción patriota se batió con la vanguardia realista.

Bernardo O'Higgins fue herido en su brazo derecho en ese ataque sorpresa español. Oleo de José Gil de Castro.
Bernardo O'Higgins fue herido en su brazo derecho en ese ataque sorpresa español. Oleo de José Gil de Castro.

Pero los españoles llegaron primero a Talca. Cuando arribó la caballería al mando de Antonio González Balcarce, fue rechazada por la artillería española y la oportuna aparición de O’Higgins con infantería y algunos cañones pudieron salvarlo.

Los españoles eran conscientes que en la batalla que se veía venir corrían en desventaja. A espaldas del general Osorio, que le rezaba a la Virgen en una iglesia de Talca, un grupo de oficiales liderados por el general Ordóñez y el coronel Baeza, sin consultarlo, decidieron tomar la iniciativa y sorprender con un ataque nocturno.

Emplearon tres divisiones de dos batallones cada una y dos escuadrones de caballería. Era la noche del jueves 19 de marzo de 1818 y el escenario sería una llanura de tres kilómetros cuadrados llamada Cancha Rayada, un terreno cortado por barrancos, pantanos, esteros y arroyos.

Beltrán en acción. La fragua de El Plumerillo fue su mundo. Luego de Cancha Rayada exageró, y la maniobra le salió bien.
Beltrán en acción. La fragua de El Plumerillo fue su mundo. Luego de Cancha Rayada exageró, y la maniobra le salió bien.

San Martín fue alertado por un espía de los movimientos del enemigo y que planeaban un ataque esa misma noche. Ordenó un cambio de posición, correr al ejército a la derecha y amenazar la izquierda enemiga.

Cuando el ejército se estaba moviendo los españoles, a las 8 de la noche, atacaron a la caballería patriota. Fueron en parte frenados por el fuego de fusiles de los infantes de O’Higgins, que le provocaron muchos muertos.

La tropa al mando de Las Heras también ensayó una resistencia, pero el caos era grande. O’Higgins fue herido en su brazo derecho, su caballo muerto y la resistencia cedió.

Los granaderos intentaron reagruparse dos veces sin suerte. Imposible dominar a los caballos, casi todos sin sus frenos. Las tropas más bisoñas corrían en todas direcciones. En la oscuridad no se distinguían a los amigos de los enemigos. “Confusión espantosa”, describió Miller.

El enemigo se apoderó de la artillería, con la que disparó en todas direcciones. Allí murió de un tiro en el corazón el teniente Juan de Larraín, ayudante de 19 años de San Martín, que se encontraba a su lado.

Los batallones dispersos fueron reunidos por Las Heras, quien comandó una retirada en el mayor de los sigilos, seguido por la artillería comandada por el teniente coronel Blanco Cicerón. Vestido con su uniforme azul hecho jirones, pasó a doscientos metros del enemigo sin ser detectado. El orden de Las Heras permitió rescatar a un ejército que sería la base del que combatiría en Maipú. Marchó durante dos días sin que la tropa probase bocado. Hasta mandó a fusilar a dos hombres por robarse una gallina.

En la sorpresa de Cancha Rayada, el ejército libertador perdió gran parte de sus cañones y municiones. El ingenio y empeño de Beltrán logró sortear ese obstáculo.
En la sorpresa de Cancha Rayada, el ejército libertador perdió gran parte de sus cañones y municiones. El ingenio y empeño de Beltrán logró sortear ese obstáculo.

A las once de la noche, todo era silencio y la luz de la luna alumbraba el campo de Cancha Rayada.

Mientras San Martín decidió retirarse -se negaba a hacerlo- los españoles capturaron los cañones, municiones y el hospital. Los patriotas tuvieron 120 muertos y varios prisioneros, 22 piezas de artillería y cuatro banderas.

Estaba preocupado por la pérdida material. Solo quedaron cinco piezas inutilizadas. La incógnita era cómo continuar la campaña.

En la tarde del 25, para sorpresa de todos, entró a Santiago. Abrigado con su sobretodo de campaña, botas granaderas y su falucho característico, estaba acompañado por una pequeña escolta. Llamó a una junta de guerra. O’Higgins, que era curado por el cirujano Paroissien, dijo que no había que perder las esperanzas. Todos proponían líneas de acción mientras el jefe permanecía en silencio. Lo rompió para decir que, antes de decidir qué hacer, se debía saber con qué se contaba.

Se llamó a Fray Luis Beltrán, el encargado de la maestranza, el alma mater del taller del Plumerillo. “¿Cómo estamos de municiones?”, preguntó. El fraile, elevando su mano por sobre su cabeza, respondió: “Hasta los techos”.

San Martín se sorprendió por la respuesta, sabiendo que no había más que unos miles de cartuchos. Dio orden de continuar con la campaña.

En su fuero íntimo Beltrán no sabía cómo compensar, en tiempo límite, el importante faltante. Echó mano a una apresurada leva de trabajadores. Fueron reclutados hombres, mujeres y niños, cuyas edades iban de los 14 a los 18 años. Imprimió un ritmo de trabajo tal que se llegaron a producir miles de proyectiles diarios y montó 22 cañones. Todo en 17 días.

Escena de la batalla de Maipú. La victoria patriota significó el fin del poder español en Chile. Oleo de Mauricio Rugendas. Museo Histórico Nacional de Chile.
Escena de la batalla de Maipú. La victoria patriota significó el fin del poder español en Chile. Oleo de Mauricio Rugendas. Museo Histórico Nacional de Chile.

“Este individuo -dijo San Martín de Beltrán- acreedor por tantos títulos a la más alta consideración y gratitud, ha sido el muelle real que ha dado actividad y movimiento, en medio de una casi absoluta carencia de operarios inteligentes, a las complicadas máquinas del parque, laboratorio de mixtos, armería y maestranza. A su indefectible constancia se debe, en la mayor parte, el planteo y estado ventajoso de aquellos establecimientos”.

A los diez días de Cancha Rayada, el ejército ya reorganizado, en los llanos de Maipú, el 5 de abril de 1818 sellaría una contundente victoria que liberaría a Chile del dominio español.

El francés Miguel Brayer, quien había abandonado a sus hombres en Cancha Rayada para cabalgar a Santiago a alarmar a la población, fue echado por San Martín frente a su estado mayor cuando se iniciaba la batalla de Maipú, ya que insistía en tomar baños termales. Fray Luis Beltrán participó de la campaña al Perú, y cuando San Martín se retiró continuó a las órdenes de Simón Bolívar, con quien se enemistaría. Se recluyó en un pueblo costero, donde era conocido como “el cura loco”. En 1825 regresó a Buenos Aires, participó en la guerra del Brasil, pero ya estaba enfermo. Se recluyó con los dominicos y falleció el 8 de diciembre de 1827 sumido en la pobreza y el olvido.

Uno de los tantos cara y ceca del precio por luchar por la libertad.

Fuentes: Historia de San Martín y la emancipación americana, de Bartolomé Mitre; Memorias del General Miller, por John Miller; Vida de San Martín, por Benjamín Vicu{a Mackenna; San Martín, por Patricia Pascquali; Batallas por la libertad, por Pablo Camogli.

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