Un entierro de apuro y otros funerales memorables en un cementerio poco conocido de Buenos Aires

En el bicentenario del primer enterratorio protestante de la ciudad, testimonio de la diversidad de ritos y de la tolerancia de la incipiente nación, el recuerdo de las primeras personalidades de la sociedad rioplatense que allí fueron sepultadas

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El Cementerio del Socorro a finales del siglo XIX, visto desde el Oeste (Foto AGN)
El Cementerio del Socorro a finales del siglo XIX, visto desde el Oeste (Foto AGN)

La libertad de cultos, como una garantía dispensada hacia la progresiva “diversidad” de ritos instalados en nuestro país, es una conquista civil post-colonial, propia del derecho patrio y constitucional. Los tiempos coloniales recogieron de España una herencia monolítica en la estructura de la religión, que se implantó en los dominios de ultramar (por ejemplo, las normas antiguas prohibían a moros y a judíos el paso a América). Además, en virtud del patronato regio, y como corolario de aquella fortísima unidad espiritual española, la religión y el Estado se identificaban mutuamente en estrecho consorcio.

En el período hispánico, prácticamente todos los habitantes del Virreinato profesaban la fe católica romana, cuyas fiestas, procesiones y rogativas marcaban el ritmo circular del calendario. Hasta los esclavos africanos eran “cristianizados” mediante el Catecismo y los sacramentos, por más que en sus hermandades y candombes siguieran celebrando ritos sincretistas.

A veces, el azar podía acercar al Río de la Plata nuevos residentes, de idioma y creencias fuera de lo habitual, como aquel caso del incendio de una fragata de bandera inglesa en Colonia que ejecutaron los españoles, tomando como prisioneros a los tripulantes. En abril de 1763 se descubrió que uno de los ingleses apresados andaba suelto por Buenos Aires, y ejercía la medicina. El Cabildo se limitó a requerirle que exhibiera su título de médico, permitiendo su permanencia en la ciudad.

Procesiones de Semana Santa en la Buenos Aires colonial. Prácticamente todos los habitantes del Virreinato profesaban la fe católica romana. Sus fiestas marcaban el ritmo circular del calendario
Procesiones de Semana Santa en la Buenos Aires colonial. Prácticamente todos los habitantes del Virreinato profesaban la fe católica romana. Sus fiestas marcaban el ritmo circular del calendario

Por su parte, el asiento inglés para la venta de esclavos empleaba una dotación de dependientes británicos y, también, como señaló Alejandro Gillespie, “a muchos norteamericanos que se ocupaban del tráfico negrero” y que frecuentaban tanto la ciudad como el enclave portuario de la Ensenada de Barragán. Todos ellos eran, seguramente, protestantes.

Aunque la Revolución de Mayo insuflara vientos de cambio en las ideas políticas y sociales, todavía los numerosos templos del período español y el reiterado repique de las campanas, ponían de manifiesto la presencia dominante de una Iglesia cuya influencia iba más allá del ámbito estrictamente religioso, extendiéndose a lo político, lo jurídico, lo social, lo educativo y hasta lo económico. En cualquier caso, la unidad religiosa persistió, luego de 1810, como un valor arraigado, entre otras razones, por el hecho de una fervorosa adhesión de la mayoría del clero criollo al hecho revolucionario (desafiando, incluso, con su voto independentista de julio de 1816, la amenaza papal de excomunión, sancionada en enero de ese mismo año). Sin embargo, en algún momento, a horcajadas del siglo XIX, comenzaron a llegar, atraídas por el comercio o la navegación o la guerra, personas de otros credos, con voluntad de asentarse en las tierras del Plata.

Estos migrantes que expresaban un modelo visible de diversidad cultural y religiosa provenían principalmente de Gran Bretaña, de algunos enclaves alemanes como Prusia y Hanover, o Bremen y Hamburgo, y de los Estados Unidos de Norteamérica. Al comienzo, era frecuente que los criollos confundieran a los alemanes y a los norteamericanos con los ingleses, especialmente en los lugares portuarios. En cambio, los numerosos marineros y estibadores negros de habla inglesa que frecuentaban esos sitios eran identificados, sin duda, como norteamericanos.

Existía, naturalmente, y casi como una cortesía de la sociabilidad porteña, una cierta “tolerancia” de vieja data hacia quienes profesaban cultos diferentes del católico romano y que, aunque perfectamente identificados en el vecindario (porque todo se sabía entonces), permanecían poco visibles desde el punto de vista del rito público, ya que, antes del tratado con Gran Bretaña del año 1825, no se admitían en Buenos Aires más que templos católicos.

La Basílica de La Merced en Buenos Aires
La Basílica de La Merced en Buenos Aires

La asimilación social de los extranjeros de rito reformado

Como constató el autor de la crónica Cinco años en Buenos Aires, ya en época rivadaviana, muchos ingleses se habían casado con criollas, “y por lo que veo no se han arrepentido…”, anotaba, formando una descendencia munida de ideas más liberales en materia religiosa.

Un factor importante que explica la creciente simpatía que despertaban los súbditos británicos (se estima que en 1822 llegaban al número de 3.500, en tanto los alemanes no pasarían de unos 600) fue, en opinión del cronista metodista Daniel P. Monti, “su adaptación al medio e identificación con los hábitos criollos”, lo cual favoreció el parentesco con familias argentinas; de modo que estos matrimonios mixtos en aumento obraban como un potente antídoto frente a los resabios de los prejuicios coloniales.

Hubo también algunos alemanes que eligieron una esposa argentina, como el caso del cónsul de Hamburgo y hacendado Franz Halbach (como señaló Noel Sbarra, el primer terrateniente que alambró el perímetro completo de una estancia, ya que el inglés Ricardo Black Newton sólo llegó a alambrar, antes, el parque de su establecimiento) o, años más tarde, del maestro J.G.H. Frers, casado con una de las niñas de la familia Lynch, de nombre María del Rosario.

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Ciertamente, la colonia británica prosperaba en el comercio, lo mismo que los alemanes, fortaleciendo su apego al país. Quizá los norteamericanos fueran menos inclinados a asentarse en forma permanente. Al núcleo inicial de los pujantes comerciantes, marinos, representantes diplomáticos, terratenientes y algún médico (hacia 1825 existían por lo menos tres cirujanos y dos farmacéuticos vinculados a la estación naval inglesa), iban a sumarse, luego del Tratado de 1825, los artesanos, los ministros religiosos, los maestros y algunos otros profesionales y técnicos (el arquitecto Richard Adams y el jardinero John Tweedie de la Colonia Escocesa de Santa Catalina, en los confines de las Lomas de Zamora, son dos buenos ejemplos), así como los colonos labradores.

Nuevamente, el informante viajero de Cinco años en Buenos Aires pudo hacer notar “la multitud de ingleses dedicados a la venta al por menor: en la calle de La Piedad tienen numerosas tiendas en las que se vende toda suerte de artículos. Al frente de los negocios es frecuente ver inscripciones tales como: zapatero inglés, sastre, carpintero, relojero etc. La cantidad de súbditos británicos dispersos en el país que se dedican a la curtiembre, a la agricultura y a otras tareas es más numerosa de lo que podría creerse…”

Si bien los ingleses eran más visibles y más numerosos, los alemanes crecían también en número y en arraigo; aunque quizá en aquella primera etapa la lengua de origen (que casi nadie hablaba en el medio argentino, a diferencia del inglés) fuera un factor que favoreciera una cierta endogamia.

Un extranjero en Buenos Aires en tiempos de Rivadavia. Dibujo de Luis Macaya
Un extranjero en Buenos Aires en tiempos de Rivadavia. Dibujo de Luis Macaya

La espinosa cuestión del entierro

Mientras los cementerios fueron “camposantos” (terrenos consagrados ritualmente, anexos a las iglesias parroquiales), quedaban vedados a los llamados “herejes”, que debían buscar algún modo aceptable de disposición de los despojos de sus deudos: los “huecos” o esquinas baldías fueron sitios habituales, más decorosos que una simple fosa en el Bajo, junto al río. Algunos protestantes se las ingeniaban con algún subterfugio para obtener acceso a un camposanto, ya que, como anotó el cronista que venimos citando, “era un privilegio ser enterrado en un cementerio católico”.

Este sistema compacto comienza a agrietarse por presión de los protestantes británicos -junto a algunos norteamericanos- y pronto iban a sumarse los residentes de habla alemana, unidos por la nota de disidencia con la Iglesia Católica, aunque se tratara de congregaciones reformadas diferentes.

Las promisorias relaciones diplomáticas y comerciales con la Corona Británica derivarían en libertades civiles para sus súbditos afincados en nuestro medio y para los otros grupos de identidad protestante. El año 1820 marcó el punto inicial de los trámites que permitirían disponer de un cementerio con identidad propia, incluso antes de la celebración del Tratado de Amistad firmado con Gran Bretaña.

La apertura del primer cementerio protestante en 1821

En diciembre de 1820, una asamblea del comercio británico establecido en Buenos Aires había tomado la decisión de disponer de un cementerio para enterrar a los difuntos protestantes según su propio rito. En marzo de 1821, los británicos, los norteamericanos y también los alemanes comenzaron a inhumar cadáveres en un terreno ubicado entre la iglesia del Socorro y la quinta de Maza (ocupada entonces por Cartwright), en la manzana de las calles del Socorro (hoy Juncal), Esmeralda, Arenales y Suipacha. Las tres colonias extranjeras habían aportado dinero para la compra y la adaptación del predio, que era angosto (16 m x 68 m), y estaba dotado de una pequeña capilla, donde los oficios se realizaban según el rito metodista, a cargo de un seglar.

La ubicación del polígono del Cementerio Protestante "del Socorro" según el Catastro de Beare (1860-1870)
La ubicación del polígono del Cementerio Protestante "del Socorro" según el Catastro de Beare (1860-1870)

¿Cómo entraron en escena los alemanes? La mencionada asamblea había resuelto iniciar una campaña para recaudar fondos y adquirir el terreno. La escasez de recursos obtenidos en las primeras semanas llevó al grupo promotor inicial (sólo británicos) a incluir a otros protestantes. Aparecen así los norteamericanos (presbiterianos y metodistas) y los prósperos alemanes luteranos, con donaciones de Johann Christian Zimmermann y M. Lamping. Años más tarde se sumarían W. Belerbach, W. Shipmann y M. Hölterhoff y quizá otros.

Vale la pena detenerse en Zimmermann, que había nacido alemán pero se mudó a Nueva York a los 16 años y llegó a Buenos Aires en 1815 con un cargamento de armas para los ejércitos patriotas. Fue una figura clave en el proceso de entendimiento ínter-confesional con los protestantes de habla inglesa, por su capacidad de movilización de recursos, derivada en gran medida de su doble investidura como cónsul norteamericano y, a la vez, de Hamburgo, y por su sólida instalación en el comercio de Buenos Aires, asociado a su yerno Benjamin W. Frazier.

Retrato de época del dirigente de la comunidad alemana y activo empresario Johann Christian. Zimermann, que fue a la vez cónsul norteamericano y de Hamburgo
Retrato de época del dirigente de la comunidad alemana y activo empresario Johann Christian. Zimermann, que fue a la vez cónsul norteamericano y de Hamburgo

Para la autorización del cementerio debió pedirse dictamen eclesiástico, que fue favorable, y lo produjo el presbítero Antonio Sáenz en febrero de 1821. El documento refleja un amplio espíritu de humanismo y tolerancia, basado en la concepción jurídica del iusnaturalismo y el ancestral ius sepulchri de los romanos. Sostenía que no existía ningún principio católico romano que se opusiera “a la inhumación decente que se debe a los cadáveres, sea cual fuere la creencia que los individuos tuvieron viviendo”.

El gobierno concedió prontamente el permiso, deseoso de complacer el legítimo anhelo de los protestantes y, también, de fomentar la instalación de cementerios públicos en Buenos Aires, comenzando un proceso de secularización que procuraba asimilarse a las notas progresistas e higienistas de las potencias centrales europeas.

La compra de la fracción lindera a la iglesia del Socorro (quizá hasta fuera su viejo camposanto) quedó formalizada el 3 de marzo de 1821, y, como señaló la historiadora Maxine Hanon, varios días después se realizó, con apuro, el primer entierro, sin que el lugar estuviera debidamente delineado y parquizado.

Un detalle que llamaba la atención a los porteños de entonces fue la costumbre de cavar en aquel cementerio sepulturas muy profundas, al contrario de la práctica local.

El enterratorio estaba rodeado, en parte, por un muro sobre la calle del Socorro, donde había un portón de entrada. Tuvo efímera existencia y relativamente pocas inhumaciones, en razón de su limitada capacidad. Algunas de ellas fueron muy impactantes por su pompa fúnebre, como la del ministro plenipotenciario norteamericano Cesar Augusto Rodney, la del oficial naval Francis Drummond, o la de Eliza Brown (hija del célebre almirante).

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Por la parte alemana, aunque hubo menos entierros porque la colectividad no era tan numerosa, fueron imponentes las exequias de Helene Halbalch, esposa del mencionado Johann C. Zimmermann, y hermana del hacendado y cónsul Franz Halbach, realizada el 28 de marzo de 1824. También habrá sido muy concurrido el funeral del comerciante y dirigente comunitario Friedrich Schmaling.

El funeral de César Augusto Rodney

César Augusto Rodney, primer ministro diplomático de los Estados Unidos de Norteamérica acreditado ante las Provincias Unidas, falleció en Buenos Aires el 10 de junio de 1823. Su muerte fue muy lamentada a causa de la simpatía que, en pocos meses, supo ganarse en el ambiente porteño. El mismo día del deceso, el Gobierno dictó un decreto disponiendo la construcción de un monumento sepulcral para ser colocado sobre su tumba. También se le decretaron honores militares: una salva de cañones al salir el cadáver de la casa mortuoria, otra al ingresar en el cementerio del Socorro y una descarga final disparada por un Batallón de Infantería, al depositarse el cuerpo en la fosa.

Para su traslado se utilizó por primera vez el carruaje fúnebre de primera clase, embanderado con los pabellones cruzados de las Provincias Unidas del Río de la Plata y de los Estados Unidos. El cortejo fue acompañado por el batallón mencionado, con cuatro piezas volantes, y por una escolta de húsares, y llegó al cementerio del Socorro el día 12, a las once y media de la mañana. Puesto el féretro en tierra, Bernardino Rivadavia y el cónsul norteamericano se colocaron al borde de la huesa y, desde allí, el primero pronunció el elogio póstumo del difunto, que luego reprodujeron “La Gaceta Mercantil” y el “Argos”.

Al parecer, Rivadavia tomó un especial interés en la ejecución del monumento funerario dispuesto por el gobernador Las Heras, y que demoró varios meses. Su emisario en Paris, Pedro Carta Molino, escribía el 19 de febrero de 1825: “En cuanto al monumento, ya he hablado con algunos de mis conocidos, los cuales creen que, debiendo ser simple, sin estatuas, en bajorrelieves, podría muy bien ser ejecutado en Paris”.

Dos meses después, el 19 de abril, el emisario volvía a escribir a su mandante, ahora con la novedad de que el boceto se dibujaría en Roma, y añadiendo una inquietud que “había olvidado preguntar…”: Se trataba del tamaño imaginado para el monumento y su precio: “He escrito a Roma para haber el dibujo del Monumento de Rodney; se me ha contestado que el artista (...) quería tener una idea aproximada de la extensión del monumento o de su precio…”

Hasta aquí, lo que sabemos de la gestión europea del monumento de estilo neoclásico hecho en mármol estatuario, el cual, en nuestros días, se emplaza a modo de “cenotafio” o tumba vacía (porque los restos de Rodney fueron repatriados a Estados Unidos muchas décadas después) en el peristilo de la catedral anglicana de Buenos Aires.

El monumento sepulcral de Rodney que mandó a levantar el gobierno de Buenos Aires y hoy se ubica en el peristilo de la Catedral Anglicana dedicada a San Juan Bautista (Foto: Oscar De Masi)
El monumento sepulcral de Rodney que mandó a levantar el gobierno de Buenos Aires y hoy se ubica en el peristilo de la Catedral Anglicana dedicada a San Juan Bautista (Foto: Oscar De Masi)

El funeral del marino Francis Drummond

El escocés Francis Drummond falleció a consecuencia de las heridas que sufrió en la batalla de Monte Santiago, al mando del bergantín Independencia. Ya antes había participado con gran mérito en el combate de Juncal, donde logró su ascenso al grado de capitán de marina.

Los detalles de su agonía, añorando las montañas de Escocia, pusieron un sello romántico a su figura, muy estimada en los círculos porteños: ligado por lazos de amor a Eliza Brown, dispuso “in articulo mortis” que a ella le entregaran un anillo, y, a su madre, un reloj. También llegó a dirigir unas últimas palabras a su futuro suegro, el almirante Brown.

Murió el 8 de abril de 1927 y fue sepultado al día siguiente con gran pompa y acompañamiento militar, salvas de cañones a cada hora y la pugna de sus amigos por conducir a pulso el féretro. Precisamente, aquellos camaradas encargaron un monumento en el taller del lapidario Dupuch, adornado con trofeos navales y con un epitafio heroico, donde hasta se lo comparaba, en valor, con el almirante Nelson.

Francis Drummond y Eliza Brown estaban enamorados. Él murió por heridas en combate, ella en un infortunado accidente. Ambos fueron sepultados en el Cementerio protestante del Socorro
Francis Drummond y Eliza Brown estaban enamorados. Él murió por heridas en combate, ella en un infortunado accidente. Ambos fueron sepultados en el Cementerio protestante del Socorro

La malograda Eliza Brown

En cuanto a Eliza Brown, la hija del almirante Guillermo Brown, pereció ahogada en el Riachuelo en diciembre de 1827 y fue sepultada en el cementerio del Socorro, a pocos metros de la tumba de su prometido Drummond, fallecido meses antes.

Su funeral causó gran impresión, con un cortejo de casi cuarenta carruajes, y una nutrida presencia de la colectividad británica, norteamericana y otras, junto con “hijos del país”, representantes diplomáticos y autoridades del gobierno argentino.

Es tradición repetir que el cortejo pasó junto a la cruz de Drummond, (¿acaso no era el único sendero posible?), para seguir hasta el fondo del enterratorio, donde fue depositado el ataúd. Por encima de la tumba se colocó una lápida con una inscripción en inglés que ponía de relieve, aunque estilizadas, las circunstancias trágicas de su muerte: Victim of the treacherous wave, es decir, “víctima de la ola traicionera”. En rigor debió decir “víctima de un pozo traicionero”, de los tantos que había en el lecho del río, y así lo informó el British Packet.

La lápida se encuentra ahora adosada al “muro lapidario” del Cementerio Británico de la Chacarita.

Lápida de Eliza Brown, hija del almirante Guillermo Brown, héroe de nuestra independencia
Lápida de Eliza Brown, hija del almirante Guillermo Brown, héroe de nuestra independencia

El cierre del cementerio: balance de su importancia

El cementerio fue cerrado en diciembre de 1833, cuando los protestantes de Buenos Aires ya disponían de otro terreno al oeste del centro, que fue el enterratorio “de la calle Victoria”. En los años subsiguientes su estado se volvió ruinoso: como muy pocas familias habían trasladado sus monumentos al nuevo terreno, los pastizales invadían las lápidas. Y el derrumbe de una de sus tapias favorecía el ingreso de saqueadores de mármoles. Recién en 1884 se procedió al traslado de sepulturas, restos, lápidas y monumentos a Victoria.

El pequeño cementerio de la calle Juncal fue el primer esfuerzo y el primer logro en favor de la diversidad de cultos y del decorum funerario de los protestantes radicados en Buenos Aires, obtenido por ellos mismos en su condición de minoría extranjera. Luego siguió el cementerio de la calle Victoria, en 1833 y, finalmente, en 1892, la instalación del Cementerio de Disidentes en la Chacarita, y su desdoblamiento, desde 1915, en los actuales Deutscher Friedhof-Cementerio Alemán y British Cemetery.-Cementerio Británico.

El cementerio protestante fue finalmente instalado en 1892 en la Chacarita y luego desdoblado, desde 1915, en los actuales Cementerio Alemán y Cementerio Británico
El cementerio protestante fue finalmente instalado en 1892 en la Chacarita y luego desdoblado, desde 1915, en los actuales Cementerio Alemán y Cementerio Británico

Se trata de la singular continuidad bicentenaria, de una iniciativa privada al servicio de dos comunidades radicadas en la Argentina desde los albores de nuestra independencia y hoy asimiladas plenamente al país.

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