A 15 años de la primera sentencia a perpetua a Etchecolatz, su ex hija dice: “No hay nada que me emparente a ese asesino”

Mariana Dopazo se cambió el apellido de su progenitor para desafiliarse y vuelve a ratificar su enérgico repudio. “Lo sigo considerando como un genocida en el lado opuesto de mi vida”, dice sobre una fecha que los organismos de Derechos Humanos consideran emblemática. Y recuerda a Jorge Julio López

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Desde que apareció públicamente en la multitudinaria marcha del 2 por 1, en mayo de 2017, a Mariana Dopazo no le molesta que le pregunten, a partir de su cambio de apellido, se nombra como ex hija. Cada vez que se cumple un aniversario, un hito o una fecha asociada a Miguel Osvaldo Etchecolatz, el celular suele sonar para consultarle su opinión, como si fuera un familiar directo que algo tiene que explicar. O para invitarla a participar de paneles de Derechos Humanos, la más de las veces.

“No soy una experta en el tema. Todo lo que ya tuve que decir, lo dije en su momento. Nunca me sentí filiada, aún antes de las sentencias, al que considero como un genocida”, dice ahora, a propósito de un nuevo recordatorio de la memoria.

En 2006 y por primera vez en la historia, Miguel Osvaldo Etchecolatz, ex jefe de Investigaciones de la Policía Bonaerense durante la dictadura, fue sentenciado a reclusión perpetua en cárcel común por seis asesinatos y ocho secuestros y torturas, con inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos. Aquel juicio emblemático, iniciado el 20 de junio y finalizado el 19 de septiembre de 2006, fue el primero luego de las declaraciones de inconstitucionalidad y nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Hoy, los organismos de Derechos Humanos lo rememoran como un hito.

“Se caracterizó por la irrupción de las querellas en la escena de justicia y la presencia del movimiento popular que había luchado durante años contra la impunidad, y tiene el valor de haber inscripto por primera vez en el discurso de la Justicia la caracterización de la dictadura como un genocidio”, señalaron desde la Comisión por la Memoria.

Mariana Dopazo, sin embargo, prefiere recordar otro hecho. El 18 de septiembre de 2006 Jorge Julio López -sobreviviente de la dictadura y testigo en el juicio contra Etchecolatz, al que marcó como un torturador- había salido de su casa en el barrio platense de Los Hornos. Lo esperaban en la anteúltima audiencia del proceso oral y público para presenciar los alegatos en el Tribunal Oral Federal 1, pero no apareció y desde entonces nunca más nadie lo vio. A 15 años, y con una investigación judicial que no logró esclarecer su segunda desaparición forzada -había sido secuestrado por la patota de Etchecolatz en octubre de 1976-, en estos días su familia participará de algunos actos oficiales a la vez que organismos de derechos humanos convocan a conversatorios y a marchar para repudiar la impunidad del caso.

Así lo reflexiona Mariana Dopazo: “Hace 15 años se produjo la primera experiencia de reparación simbólica en un juicio oral y público, y en el mismo acto quedó evidenciada la existencia de un genocidio. Esto fue el resultado tanto de la operación de la justicia como de la lucha colectiva y popular en la calle. A ese logro y en ese mismo momento, y en esto no hay eufemismo o paradoja alguna, se desgrana la segunda desaparición de Jorge Julio López”.

Miguel Osvaldo Etchecolatz recibió un total de 9 cadenas perpetuas por sus crímenes de lesa humanidad - Infojus
Miguel Osvaldo Etchecolatz recibió un total de 9 cadenas perpetuas por sus crímenes de lesa humanidad - Infojus

Y agrega, en charla exclusiva con Infobae: “La memoria en tanto operación contra el olvido, es la única certeza que importa. No creo que deba agregar nada sobre los 15 años de la sentencia de Etchecolatz. Lo que tuve que decir públicamente, ya lo he dicho y lo ratifico hace tiempo: no hay nada que me emparente a ese genocida. Lo he expresado de forma categórica con mi cambio de apellido, última instancia de un proceso singular que me llevó toda una vida”.

Nacida el 12 de agosto de 1970 en Avellaneda, en 2014 decidió presentar la solicitud del cambio de apellido en un juzgado de Familia de Capital Federal. Allí dijo: “Debiendo verme confrontada en mi historia casi constantemente y no por propia elección al linde y al deslinde que diferentes personas, con ideas contrarias o no a su accionar horroroso y siniestro pudieran hacer sobre mi persona, como si fuese yo un apéndice de mi padre, y no un sujeto único, autónomo e irrepetible, descentrándome de mi verdadera posición, que es palmariamente contraria a la de ese progenitor y sus acciones (…) Permanentemente cuestionada y habiendo sufrido innumerables dificultades a causa de acarrear el apellido que solicito sea suprimido, resulta su historia repugnante a la suscripta, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una, y he decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror, ajeno a la constitución de mi persona. Pero además de lo expuesto, mi ideología y mis conductas fueron y son absoluta y decididamente opuestas a las suyas, no existiendo el más mínimo grado de coincidencia con el susodicho. Porque nada emparenta mi ser a este genocida”.

El cambio de apellido -de Mariana Etchecolatz a Mariana Dopazo- se dio finalmente en 2016. El 10 de mayo del año siguiente marchó a Plaza de Mayo en su primera movilización acompañando a organismos de Derechos Humanos. Como las 500 mil personas que se habían movilizado en Buenos Aires contra el 2x1, como millones de argentinos, quería que su ex padre cumpliera la condena en la cárcel ante su pedido de beneficio en su sentencia. Lo logró: el represor sigue pasando sus días en el penal de Marcos Paz.

“Es un ser infame, no un loco. Un narcisista malvado sin escrúpulos”, dijo en aquel momento y contó la violencia de Etchecolatz que padeció en su propia casa. La primera vez que escuchó sobre los crímenes de quien era su padre había sido de joven. “Fue muy difícil, porque vivíamos en una burbuja, sometidos y desinformados. Aparentábamos lo que no éramos. Las personas que nos rodeaban decían ´qué capo es tu viejo´. No había quienes nos dijeran ´mirá este hijo de puta lo que hizo´. Una vez que escuché un testimonio en un juicio ya no me hizo falta nada más. Hasta hoy me da aberración”, había contado en su primera nota en los medios publicada en Revista Anfibia.

Hoy lo reafirma con sus propias palabras. “La memoria de los crímenes de la dictadura es algo que permite un consenso social inédito en nuestra historia, y eso se demostró hace unos años cuando el macrismo impulsó las leyes del 2 x 1. El pueblo va a volver a salir si eso vuelve a estar en tensión, no tengo dudas. El paso del tiempo ha corroborado la lucha de los organismos y el Estado ha podido plasmarlo en juicios donde se les dio la oportunidad de hablar a los represores y siguieron callando. Pese a los cambios de gobierno, la Memoria, la Verdad y la Justicia siguen firmes, y esa es la voluntad popular”.

Después que se conociera su narración en los medios, brotaron por todo el país decenas de otros relatos de hijos e hijas de represores que también repudiaban el accionar genocida de sus padres. Poniendo en jaque un saber establecido y yendo en contra de mandatos familiares, esas historias, con el correr del tiempo, se agruparon en diversos colectivos -como Historias Desobedientes- y se plasmaron en charlas, marchas y libros. Varios de esos hijos y de esas hijas reclamaron públicamente que sus padres rindieran cuentas ante la sociedad y quebraran el pacto de silencio. Hasta el presente, no lo pudieron conseguir. A Mariana, que no pidió jamás eso, la tomaron como referente: ella mantuvo una relación cordial con cada espacio, aunque se sostuvo en su singularidad.

Mariana Dopazo junto a Rita Segato
Mariana Dopazo junto a Rita Segato

Nunca se había animado a ir a Plaza de Mayo los 24 de marzo. Por miedo a ser rechazada. Por miedo a no poder soportar el dolor en vivo y en directo. Hoy, se mueve entre las columnas de los organismos como una conocida más en cada marcha.

Sus últimos pensamientos respecto a Etchecolatz no dejan dudas de su elocuencia. “Al criminal lo condenó la justicia varias veces a prisión perpetua, eso evidencia su accionar genocida. Su condena social y familiar se ha completado a partir de lo que demostraron los tribunales, y ese es un hecho trascendental para la historia. Desde allí, siento que poco importa mi memoria íntima, sino que la lucha es la memoria colectiva y social. Reafiliada a la vida, hoy me afirmo en esa lucha colectiva, en mi práctica como psicoanalista, en mi ejercicio como docente y en los lazos amorosos”.

Y sigue con el mismo deseo por el que salió aquella vez a la calle: que los genocidas cumplan sus condenas en cárceles comunes hasta el final de sus días.

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