La noche mágica en que Gustavo Cerati me enseñó a descubrir el sonido oculto de la música

En una cabina de disc jockey del Buenos Aires de los 80, entre tragos de colores, con su genialidad me dio la llave de mi mandala musical. Una llave que hasta hoy -creo- me mantiene en la radio

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Gustavo Cerati
Gustavo Cerati

Voy a referir una historia mínima, pequeña hasta casi la insignificancia fuera de lo personal, ocurrida una noche al final de los 80´s en un olvidado lugar de Buenos Aires.

En aquel tiempo las cabinas de los disc jockeys eran como pequeños monoambientes.

Claro, había que tener lugar para las dos o tres bandejas giradiscos, una consola pequeña, un mezclador, un sampler del panel de las luces del lugar, unas doble casseteras Teac, sillas giratorias, muebles para guardar cables y accesorios, cantidad de repisas para tener los vinilos ordenados, alguna mesa, un cajón de dimensiones considerables que llamábamos guardatutto... y he trabajado en algunas cabinas que tenían hasta heladeras de hotel para que el disc jockey no ande jodiendo toda la noche con diferentes pedidos de bebidas.

Es que los disc jockeys de la época trabajaban 5 o 6 horas ahí adentro, entonces recibían y refugiaban personas en esos hábitats. Amigos, novias, amigos y amigas de los amigos y las novias, algún tramposo amigo de los dueños que necesitaba esconderse de alguien. Todavía no se habían inventado los salones vips de discotecas o pubs. Tal vez simplemente no había mas espacio en el salón, lo que sea, pero uno jamás podía estar solo en la cabina. A veces eso era genial pero había noches en que terminabas con los oídos zumbones más que por la música ambiente por la charla a los gritos de los chamuyantes del disc jockey, que así llamábamos a los ocasionales huéspedes en la jerga de las noches analógicas de los 80´s.

Pasado el tiempo las noches se digitalizaron, como todo en el mundo, entonces ya el DJ empezó a trabajar con una laptop, y el de las luces lo mismo, de manera que acomodándolos en un costado de la barra los tipos hacían su trabajo lo más bien. Los dos se conectaban a una consola disimulada abajo del mostrador... y todo cambió. Para bien en algunos aspectos y para peor en otros.

Esta es otra discusión. Digamos por un lado que desde ese instante cualquier sordo con un pendrive bien cargado sacaba patente de DJ, pero por el otro lado con una buena maquina metés 25.000 canciones en un archivo en vez de andar arrastrando un ataúd con ruedas lleno de vinilos. Siempre recuerdo que trabajando con Alejandro Pont Lezica , Alejo nos sacaba ventaja a todos trayendo cientos de discos en un cajón de herramientas del equipo Ferrari, con logo en relieve y ruedas neumáticas. Algo que jamás llegó a explicarme con precisión fue de dónde lo había sacado.

Ok, estamos en una larga noche de primavera a finales de los 80´s. Yo estaba poniendo música en un boliche/pub muy de esos tiempos montado en una casona de dos plantas en el limite entre Palermo y Villa Crespo. El nombre se me escapa pero quizás si aparece por algún lado mi viejo parceiro Aspirineta no dudaría en ayudarme. Aspix era fotógrafo rocker, amigo de todos y era el dueño de Agosto, una perra que se le murió y quedó inmortalizada por Luca Prodan en Divididos por la felicidad al grito de “Agosto!! Agosto!! Pera ¡! Pera!!”. Sucede que de lo único que me acuerdo es que el que me llevó ahí fue Aspirineta que era el fotógrafo del lugar que tenía un nombre con X, algo también muy de esos tiempos. Latex, o Exit, o Lexus , algo así. No importa.

Tweety González con Gustavo Cerati y Zeta Bosio (Foto: tweetygonzalez.com)
Tweety González con Gustavo Cerati y Zeta Bosio (Foto: tweetygonzalez.com)

Lo que si importa es que el antro se había convertido en punto de encuentro de toda la intelligentzia nocturna porteña, desde Geniol y Batato hasta Fabian Vena que empezaba sus días de celebrity con Socorro 5to año y algunos luchadores de Titanes en el Ring engalanaban los sillones del pasillo de entrada. La casona empezaba a quedar chica, así que una noche estaba en la cabina y me avisa el de la barra que abajo estaban unos amigos que preguntaban por mí. Puse un extended de Grace Jones que duraba como 10 minutos y bajé para encontrarme con Alfredo Lois, su hermana Silvita, Pipa Aguano y Gustavo Cerati entre otros.

Todos eran bienvenidos a mi cúpula del placer así que seguí con lo mío que era poner los discos mientras los huéspedes se acomodaban en el sillón de atrás para tomar tragos de colores y fumar cilindros húmedos.

Y pasó lo de siempre: cuando estás rodeado de personas valiosas, cualquier momento de cualquier noche, se convierte en especial

En cuestión de minutos podía torcerse tu destino, podía abrirse una nueva ventana en la pantalla de tu vida, tu tao personal hace que ese encuentro inesperado e intrascendente te haga avanzar 20 casilleros de golpe en la vida.

Lo conocía a Gustavo de almorzar juntos con Alfredo y Charly y Zeta en “El Romano” de H Yrigoyen y Libertador, a media cuadra de la vía entre las estaciones Vicente López y Olivos, donde nos cruzábamos con tenistas que practicaban en el Master Club y demás parroquianos de pelos revueltos y jeans nevados. Siempre que podíamos hablábamos de una música que nos encantaba a los dos por diferentes razones, la música disco. Obviamente su visión del asunto era mucho mas profunda que la mía, pero a los dos nos seducía por igual mas allá de los acordes y las melodías, lo que rodeaba a todas esas canciones diseñadas para bailar.

Es que Gustavo esa noche me enseñó, sin proponérselo ni ponerse en un lugar superior, a prestar atención a detalles estructurales de las músicas en los que una persona normal jamás se detendría.

Commodores - Brick house

Estaba poniendo soul y funk como se usaba de James Brown a El Debarge, en vinilos obvio, y llego al clásico Brick house de los Commodores, que para mi, como para la mayoría, eran Lionel Richie y 6 más. Ni bien escucha la intro del tema, Gustavo se acerca a las bandejas, me saca la tapa del disco de las manos, y acercando su boca a mi oído me dice casi gritando:

-Qué grande que es Thomas McClary ¿no?

Lo miro sin saber bien de que me está hablando hasta que me lo señala en la tapa del disco y aclara:

-McClary, el guitarrista, el rítmico mas preciso de la música negra. McClary es el corazón y el espíritu de los Commodores, Lionel Richie es la cabeza de la banda, pero Thomas McClary es todo lo demás.

Y haciendo air guitar con sus manos me muestra como la mano derecha de McClary se mueve mucho mas rápido que la izquierda. Y siguió hablando de su adorado guitarrista de los Commodores pero yo no lo escuchaba más, había tenido suficiente con eso. Le pegué a Brick house Flying High, también de ellos, y no pude más que reconocer que jamás me hubiese percatado de esa sutil diferencia sónica perpetrada por uno de los mas geniales guitarristas de la última mitad del siglo pasado que hacía del sonido Commodores algo único, inigualable e inconfundible, de no ser que el refinadísimo buen gusto y el afilado oído de Gustavo Cerati hubiera hecho lo suyo con los dos bodoques que yo portaba entonces a los costados de mi cabeza.

Esa noche con Gustavo descubrí la llave de mi mandala musical, el germen de mi facilidad en distinguir sonidos negros. Nunca dudo en afirmar que él fue, entre otras cosas, el afinador afroamericanizante de mi oído, algo que aun hoy creo que es lo que me sostiene en la radio.

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