Una médica y la advertencia que la empujó a escapar de casa junto a su hija: “Vivimos años en la clandestinidad”

Silvia Piceda es médica y lidera la Asociación Civil Adultos por los Derechos de la Infancia. Su hija, Jazmín Suárez, es atleta de alto rendimiento. Comparten el dolor y la luz de haber sido, primero víctimas y después, denunciantes. Una historia de secretos de familia, malos jueces y heridas que siempre están pero pueden sanar

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Jazmín junto a Silvia, su mamá protectora. (Gustavo Gavotti)
Jazmín junto a Silvia, su mamá protectora. (Gustavo Gavotti)

Silvia tenía 42 años cuando Romina, la hijastra de su ex marido, le dijo que tenía algo importante para contarle. La recibió en la confitería del Hospital Español y la escuchó decir: "Fui abusada por tu ex marido, el padre de tu hija. Yo tenía 11 años: la misma edad que tiene Jazmín ahora”. Entonces a Silvia se le vino el mundo abajo: su hija podía estar pasando por lo mismo y estaba en peligro. Era septiembre de 2009.

“En ese momento no sólo me convertí en madre protectora de mi hija, sino que además rescaté mi infancia”, asegura Silvia Piceda, líder de la Asociación Civil Adultos por los Derechos de la Infancia. Y, café de por medio, en un bar de Caballito, acompañada por su hija, Jazmín Suárez, repasa su historia de abuso sexual en la niñez.

“Somos sobrevivientes. Está comprobado que el abuso sexual en los niños genera lesiones emocionales tan grandes como haber estado en la guerra o en campos de concentración. Hay altos índices de compañeros que se suicidan. Y somos sobrevivientes y no víctimas porque tenemos una herida, pero no un destino. Fuimos víctimas cuando nos pasó, pero podemos corrernos de ese lugar. La cicatriz nos deja debilidades, pero al asumirla podemos salir adelante”, asegura Silvia, que es médica hepatóloga del Hospital Rivadavia.

Tenía diez u once años -no puede precisar, pero se guía por el recuerdo de su hogar- cuando un primo de su padre y un compañero de trabajo de su padre abusaron sexualmente de ella. “Se lo dije a mi mamá. Ella lloró. Se lo contó a mi papá. Pero no pasó nada. Mi papá era violento y nosotras lo sufríamos, pero no salió a defenderme cuando se enteró. Me sentí desamparada y muy sola. Nunca más se habló del tema”, relata Silvia y agrega que pasó años tratando de dejar atrás aquellos episodios. Los nombraba pero negaba el profundo dolor de haber sido abusada y de no haber sido escuchada.

Siguió adelante con altísimo rendimiento escolar, como militante del centro de estudiantes y múltiples voluntariados. “Eso sí, el gran quiebre era con los chicos de mi edad. No me podía relacionar. Estaba más cómoda con los adultos. Atravesé la adolescencia sin novios”, agrega y cuenta que “siempre tapando” se recibió primero de médica infectóloga y después de hepatóloga.

En 1991 tuvo a Camila, su primera hija, que falleció a los 20 días de nacer y hubiera cumplido 28 años este 18 de noviembre. Estaba en pareja con un hombre 10 años mayor que ella, de quien se separó un tiempo después. “Entonces conocí al progenitor de Jazmín. Lo llamamos así porque un padre es alguien que genera un vínculo de amor y cuidado”, asegura sobre el hombre que, por ahora, comparte el apellido con Jazmín, y que antes -durante once años- había sido el padrastro de la chica que alertó a Silvia.

Cuando Silvia fue abusada no contó con la protección que ella después sí supo darle a su hija. (Gustavo Gavotti)
Cuando Silvia fue abusada no contó con la protección que ella después sí supo darle a su hija. (Gustavo Gavotti)

“Romina presentó la denuncia penal y me lo contó. Cuando me lo dijo, yo era independiente profesionalmente y muy feliz. Vivíamos en una zona rural, Abasto, en La Plata, a 50 metros de la casa del progenitor de mi hija. Porque cuando me separé, acordamos que viviera en el mismo terreno. Me sentía culpable por haberme separado, no quería alejarlo de la nena… Por eso cuando habló Romina, yo supe que había hecho todo mal. Me había casado con un abusador y encima, lo dejé viviendo al lado de mi casa”, relata Silvia y agrega que Romina también le contó que el abuelo de Jazmín era otro abusador.

No podía entender cómo no me había enterado de nada. Sí podría decir que el progenitor tenía un modo raro para relacionarse… Yo le comentaba a una psicóloga que él aislaba a mi hija de mí y ella me decía que yo era posesiva. Pero jamás pensé que fuera un abusador”, revela y agrega que después de escuchar a Romina encaró al padre biológico de su hija.

Le dije: ‘Tengo que cuidar a la nena de vos’. Y él me contestó que sí... Esto lo vemos mucho en estos psicópatas: reconocen el abuso y el día siguiente define lo que son. Este hombre movió todos sus contactos políticos -que en el 2009 eran muchos- y se organizó para hacerme mierda”, relata Silvia sobre cómo se manejó el hombre que había sido preso político durante la última dictadura militar.

La denuncia de Romina quedó archivada por prescripción. Y cuando hago la mía, el juez de familia Hugo Rondina interpretó que, dados los antecedentes del progenitor de mi hija, ‘había que evitar que se sintiera perseguido’. Además, para el Poder Judicial era más importante sostener los vínculos de sangre que proteger la infancia. Llegaron a decirme: ‘Ese padre se lo elegiste vos’. Mientras yo les contestaba: ‘Metanme presa, pero no obliguen a mi hija a ver a su progenitor’”, cuenta Silvia sobre la denuncia que en marzo de 2010 quedó archivada, para que en abril el juez ordene la revinculación de Jazmín con su padre biológico.

“Tenía una cautelar, pero no una perimetral. El tipo seguía a 50 metros de mi casa. Me pedían que dejara a mi hija en la casa de la abuela paterna, esa que había estado casada con otro abusador, para que se revincularan”, relata Silvia sobre las instancias decisivas. “Por eso Jazmín y yo nos escapamos el 30 de diciembre del 2010. Vivimos mucho tiempo de manera clandestina para no cumplir con la orden judicial. Un tiempo en la casa de mi hermano y después acá, en Capital Federal”, agrega.

Rearmar la historia

Después de un buen rato callada pero siempre atenta al relato de su madre, Jazmín, que tiene 21 años, contesta qué sentía en ese momento. Lo hace buscando las palabras pero con seguridad. “No entendía nada. Sólo me acuerdo de ir al juzgado de familia varias veces y que fuera re traumático. Me preguntaban todo mezclado, anotaban y me hacían elegir entre mi mamá y mi papá”, relata.

Y sigue: “Nos tuvimos que ir después de que mi tía, la hermana de mi progenitor, llamara para decirme que me iban a buscar para pasar las Fiestas. A mí no me tocaba con ellos… Le avisé a mi mamá. Y me dijo: ‘Armá una muda de ropa y nos vamos’. Pensé que era por un tiempo… Pero nos fuimos y no volví más. Mi abuela materna se quedó en la casa y, después supe, fueron con la policía a buscarme. Pasé todo ese verano en lo de mi tío y después empecé la escuela acá. Mi psicóloga me explicó que me había disociado, como método de defensa. Tenía nauseas. No quería comer. Y adelgacé un montón”.

A esa altura, Silvia estaba convencida de que sola no podía. “Mi trabajo me enseñó que los pacientes que hacen terapia de grupo están más fortalecidos que los que no. Busqué mamás en la misma situación. Y así conocí a Sebas, que había sufrido abuso de chico. Creamos un grupo de padres protectores y de adultos sobrevivientes”, apunta sobre el vínculo con su actual pareja, Sebastian Cuattromo, líder desde 2012 de la asociación que funciona en Flores (www.adultxsporlosderechosdelainfancia.com).

Silvia lidera la Asociacion Civil Adultos por los Derechos de la Infancia. Tienen sede en Flores pero reciben denuncias de todo el país. (Gustavo Gavotti)
Silvia lidera la Asociacion Civil Adultos por los Derechos de la Infancia. Tienen sede en Flores pero reciben denuncias de todo el país. (Gustavo Gavotti)

Sin embargo, eso no fue todo. En 2011 el padre biológico de Jazmín se presentó en su nuevo colegio preguntando por ella. “Vino el rector, que no sabía nada, y me dijo que mi progenitor me estaba esperando. ‘No se puede acercar. No me puede ver’, le contesté y le dije que llamara a mi mamá. Mis compañeros tampoco sabían porque yo no quería ser ‘la rara’. Pero ahí les conté, me llevaron a la puerta de atrás y armaron una red de contención. Con sólo trece años me protegieron. Entendieron que el malo era él”, relata Jazmín.

Mientras Silvia explica que ella no había querido alertar en la escuela para que su hija “fuera normal en algún lado”. E impulsada por el rector, para evitar futuros acercamientos, logró que la Oficina de Violencia Doméstica de Capital Federal -dónde al progenitor se le diluían los contactos- librara una medida cautelar con prohibición de acercamiento. “Y pensar que en paralelo, en La Plata me multaban por cada día que no entregaba a la nena”, agrega Silvia.

Y esa cautelar no sólo sirvió para protegerla en el colegio. En el 2015 y con 17 años, Jazmín fue invitada por sus amigos de la infancia a una fiesta de la comunidad japonesa en La Plata. “Llevé la cautelar porque sospechaba que mi progenitor podía estar ahí. Pero quería estar porque me formé en una escuela japonesa y tengo grandes amigos. Hacía mucho que no iba... Mi mamá llegaría más tarde, después de una reunión de grupo”, asegura justificando sus ganas de volver a los espacios que había perdido después de que su padre biológico se convirtiera en un peligro.

Jazmín y Silvia junto a Romina y su mamá, que también se llama Silvia.
Jazmín y Silvia junto a Romina y su mamá, que también se llama Silvia.

Entonces sigue: “Entré a la fiesta y lo vi ahí. Me acerqué a un policía, le mostré la cautelar y le dije que ese señor tenía que irse porque el predio no tenía más de doscientos metros. Me contestó que no podía sacarlo y tuve que esconderme durante tres horas acompañada por mis amigos, hasta que llegara mi mamá”, relata Jazmín.

Claro que, una vez que Silvia apareció acompañada por Sebastián y le explicó al jefe del operativo la barbaridad que estaban haciendo, Suárez tuvo que firmar la cautelar y dejar el lugar. “La medida entró en vigencia en La Plata. Y contamos con esa cautelar hasta que el proceso se defina”, apunta Silvia y agrega que el hombre denunciado por abuso sigue impune.

Mientras tanto, con la cautelar vigente en La Plata y con Jazmín de 18 años -sin la obligación judicial de verse con su progenitor-, madre e hija empezaron a planear el operativo retorno a la casa que habían dejado de un día para el otro.

“Yo había vuelto a buscar cosas en febrero del 2011, pero nada más. Dejé gente viviendo con un contrato por comodato pero él entró con la policía y los sacó. Yo tenía tantos frentes abiertos que la casa no me importaba”, detalla Silvia y cuenta que volvieron en mayo del 2017. “Estaba totalmente saqueada. Sólo quedaron las paredes. De a poco la estamos recuperando”, detalla y agrega que al progenitor se le incendió su casa, no vive más en el mismo terreno y se mudó a dos kilómetros, en el mismo pueblo.

Acariciar la herida

Hoy, mientras Silvia se reparte entre la asociación y su trabajo como médica, Jazmín estudia comunicación social y es atleta de alto rendimiento. “Hago resistencia. Entreno todos los días en el Cenard. El deporte me salva”, asegura. Y mientras raspa para comer el chocolate que cubre una galletita, agrega: “Hace poco entendí el dolor. Mi progenitor no era distante: era mi familia. Yo pasaba los fines de semana y las fiestas con él. Pensaba que me quería. Vi todo con claridad recién cuando volví a mi casa”.

Por eso, el último septiembre, a 10 años de que Romina hablara, Jazmín propuso un festejo. “Para ella fue liberador. Por eso quería celebrar. Para mí fue un quilombo”, apunta Silvia. Y su hija agrega: “No sé qué hubiera sido de mí si no aparecía Romina… Gracias a ella y a mi mamá protectora, tengo una autoestima más o menos armada. Puedo hablar del tema con mis amigos y compartirlo en redes sociales”.

Y si bien todavía tiene el apellido de su progenitor, planea hacer el trámite para cambiárselo. “Es un poco complejo porque me quiero poner Stolfini, el apellido de mi abuela materna. Ella me cuidó mucho cuando yo era chica y su papá era un buen hombre. Quiero rescatarlo en una historia de varones abusadores”.

Silvia es médica y trabaja en el Hospital Rivadavia. (Gustavo Gavotti)
Silvia es médica y trabaja en el Hospital Rivadavia. (Gustavo Gavotti)

Entonces Silvia reflexiona: El abuso sexual es la intromisión de la sexualidad de un adulto en la vida de un niño que no tiene la edad para entender lo que está sucediendo. No hace falta tocarlo pasa estar abusándolo. Es abuso mostrarle fotos pornográficas, andar desnudo delante de él o sacarle fotos con poses sexualizadas. El único modo de prevenirlo es aislando al agresor. Para eso es fundamental la Ley de Educación Sexual Integral y el rol protector que pueden cumplir los adultos que están en escuelas, iglesias y clubes”. Y volviendo a su propia historia cuenta que tiene buena relación con su madre, pero que “ella jamás termina de asumir que no la protegió”.

Y con la verdad revelada como su mejor arma, Silvia concluye: “Necesitamos del rechazo social. Si te enterás que hay un abusador en la familia, no puede ir a las Fiestas, ni a los casamientos. No es el abusado el que rompió la familia por haber hablado, sino el abusador. Que alguien denuncie es luz para la familia, un evento maravilloso y motivo de festejo… Incluso a pesar del dolor”.

Para la atención de víctimas de abuso sexual, grooming y explotación sexual de niñas, niños y adolescentes, la línea nacional es 0800-222-1717. Funciona las 24hs., los 365 días del año en todo el país.

Línea 137: atiende víctimas de violencia familiar y sexual, las 24 hs., los 365 días del año en CABA, Chaco, Misiones y Chubut. Brinda atención y acompañamiento a víctimas de violencia familiar y sexual, para orientarlas y acompañarlas para el efectivo acceso a la justicia.

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