El rap como compromiso político: "Las mujeres del ambiente son muy poco respetadas"

Por Catalina de Elía y Pablo Castagnari

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Cicatrices. Quien busque conocer un poco más a Kris Alaniz -28 años, sólida y carismática, uno de los talentos más sinceros de la escena del rap argentino– encontrará en su canal de Youtube la más bella y descarnada definición del significado que le ha dado a su segundo disco, Vagabunda original (2015): "Once canciones: cada una de ellas es una cicatriz transformada en música". El primero, Conexión natural, editado dos años antes, le sirvió para comenzar a plantar las banderas que hoy levanta, entre ellas la de la igualdad de género, que coronó con la producción de Malas lenguas (2016), el primer compilado de rap argentino con voces exclusivamente femeninas.

Kris es una "vagabunda" que se fue de su casa a los 16 años detrás de una pasión. La música le permitió entender de otro modo su lugar en el mundo. Supo anclar su historia por momentos, y sucesivamente, en Catamarca, Salta, Tucumán, Córdoba y Buenos Aires. A los ocho años se había enterado que Juana Alaniz, su mamá, la mamá de sus otras cinco hermanas, la había adoptado. Pudo curar sus cicatrices con el rap Cristina Alexandra Alaniz. "Alexandra era el nombre del cabaret donde mi mamá biológica trabajaba como prostituta", dice hoy entre sonrisas, como si el tiempo –y el rap- le hubieran jugado a favor.

En algún momento de Latinoamérica, uno de los cortes de Vagabunda original, se escucha a Sonia Sánchez, ex prostituta, coautora de Ninguna mujer nace para puta, un testimonio de su propia vida editado como libro en 2015. Kris recupera el lema para ser la voz de las que no pueden ser escuchadas. Invitada a La Política Joven, afirma sin dudar, tan segura como cuando enfrenta a su público en cualquier escenario: "El hip hop es político. Siempre".

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—¿De dónde sale esta preocupación?

—Es un tema muy personal, por un lado, y a la vez también lo que me motiva de lo que veo en la calle. Yo comencé a cantar cuando tenía 16 años, a tocar la guitarra cuando tenía 11. Y creo que lo que más me motivó a esta lucha fue cuando me enteré de que mi madre biológica había sido cantante de cabaret y prostituta. Entonces me incliné muchísimo por el lado de lucha de las mujeres. Ya lo venía haciendo desde un contexto familiar, porque me adoptó una mujer, madre soltera, que teniendo cinco hijas más me adoptó a mí. Todas mujeres en la familia. Entonces me crié en un circuito familiar donde las mujeres poníamos el taco Fisher, donde las mujeres hacíamos el asado los domingos. Eso me motivó muchísimo. Y después, cuando llegué a esta parte de mi vida, que no la tenía asumida, de la que no estaba enterada, me pegué un golpe fuerte. Pero dije "Joder, de ahí viene todo". De ahí viene la lucha, me sensibiliza un montón. Entonces cada vez que estoy frente a una situación de esas, es como estar con mi vieja adoptiva o con mi vieja biológica, de alguna de las dos formas.

—¿Cómo te enteraste? ¿Por curiosidad?

—Sí, me enteré porque en mi familia yo era la única que tenía esta inclinación hacia lo musical y sueños de ser músico, de vivir de esto. Entonces, indagando, me fui enterando. Hasta que una vez mi vieja adoptiva me sentó y me dijo "Esto es así, así y así". Y fue un choque.

—¿Y cuál es tu mirada? En tu sensibilidad, en tus letras, ya hay una posición. Pero, de hecho, hacia dentro del feminismo hay un debate sobre la prostitución.

—Hay muchas feministas que apoyan y muchas que no. Yo trato de cambiarle el sentido a la palabra "puta", sacarle el prejuicio. Nunca me va a parecer que sea un trabajo la prostitución. Mientras no sean personas que tengan un cuidado higiénico en el lugar donde trabajan, que hayan dado su consentimiento para hacer lo que hacen, una jubilación, todo lo que tiene un trabajo, nunca voy a estar de acuerdo.

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—¿Estás en contra de la prostitución?

—Estoy en contra de la gente que usa a las mujeres para llenarse de plata, que abusa de su poder para eso. No estoy en contra de las mujeres que lo hacen independientemente, porque puede ser una salida laboral. Pero estoy en otra del fiolo, del proxeneta. Estoy en contra de esa parte de la prostitución.

—Lo indigno no es la mujer que la ejerce, sino lo que hay detrás…

—La prostitución es el trabajo más viejo de la humanidad. Siglos y siglos. Pero el problema es que como es tan masivo, es tan consumido por la sociedad, de pronto hay minas que aunque no lo quieren hacer son forzadas, las meten igual. Como la trata de personas, como la prostitución infantil. Es algo a lo que no llamaría trabajo. Como está visto en la sociedad hoy en día, para mí es tal cual lo que dice Sonia Sánchez: una violación de los derechos humanos.

—Vos tenés un fuerte compromiso con distintos derechos humanos, con distintas luchas. ¿El rap es siempre contestatario?

—El rap surge de la música negra, y el negro siempre fue el esclavo, el avasallado, el oprimido. Las primeras tribus de esclavos, si bien no hacían rap, mientras trabajaban tenían cadenas en las piernas y en los pies, y caminaban haciendo un ritmo con las cadenas. En ese caminar iban cantando alguna canción contra el patrón. De ahí nace todo. Después vinieron los primeros encuentros de los dj's, que cortaban los vinilos. Siempre tuvo una índole política muy pesada, muy social el hip hop. Hoy en día no tanto ya, porque se ha tornado como algo moderno, que lo puede escuchar una persona de cualquier status social. Hoy tenés el rap que es cultura, que habla sólo de la cultura del hip hop; el rap político, el romántico… Tenés varias ramas. Pero desde mi visión, siempre voy a creer que el hip hop es político. Siempre.

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—¿Cuál fue tu aporte político desde el rap?

—Hace un año produje un disco de raperas, todas mujeres. Con el fin de que se visibilice más que existen mujeres en este ámbito. Son muy pocas las respetadas. Tenés festivales en los que tocan sólo hombres. Cuando sos muy buena en el rap, el comentario es: "Qué bien que rapeás; rapeás como un hombre". Como si tuvieras que rimar igual o mejor que un hombre. El camino para la rapera mujer es mucho más difícil: hay que remarla más. Al principio, cuando yo arranqué, la mayoría de las mujeres del rap nos vestíamos con pantalones anchos, como los hombres, masculinas. Era una forma de querer aparentar la misma imagen para ser aceptadas.

—Esa cultura machista de las mujeres, de la que se habla, también está en el rap claramente…

—De hecho, también está el título de rap feminista. No hay un rap machista ni un rap feminista. Es rap. Es hip hop. La música no tiene género. Entonces, cuando sacamos "Malas lenguas", la idea era la de rap sin género. Y ese es el subtítulo del disco, "Rap sin género", porque la idea era unificar, no dividir entre rap feminista y rap de hombres.

—¿Y cuál fue la repercusión del disco?

—Fue buena, porque muchas raperas que no eran conocidas, que quizá por su aspecto físico no llamaban la atención a nivel comercial, se dieron a conocer, tuvieron más trabajo y más fechas. Esa era la idea del disco: que se visibilicen muchas artistas.

—Sos joven, tenés menos de treinta años, te dedicás al arte desde muy chica, y decís que la música no puede ir separada de la política. ¿Cómo puede ayudar la música en la política, a gente que quizá no está tan interesada?

—Hay notas musicales que transmiten tristeza. Las notas mayores te ponen alegre. Tenés notas sostenidas que dan intensidad, suspenso. Entonces, si a una melodía le agregás una letra, esa letra se potencia. Porque va acompañada de música. Entonces la música es la herramienta perfecta para acompañar la política. En Argentina tenemos a León Gieco, a Mercedes Sosa, a Charly García: tenemos muchísimo músicos que han sabido utilizar muy bien esta combinación de la palabra de lucha con la música. Un poema es un poema, pero si le ponés música, te parte el corazón. O te revienta de alegría. Eso es la música.