Qué dice el libro "Enfermo de fútbol", por el que imputaron a Adrián Suar de supuesto plagio

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El empresario Adrián Suar fue imputado en una causa en la que se investiga si cometió el delito de plagio. El periodista Daniel Frescó lo había denunciado porque porque consideró que el argumento de su novela Enfermo de fútbol fue utilizada como base para el guión de la película "El fútbol o yo" que se fue estrenada en agosto pasado.

En el libro, el protagonista Jesús José Miranda, llamado, José, "Jota Jota" o "Pepe", decide dedicarse tan solo a sentarse frente a un televisor, o varios, para mirar durante todo el día, partidos de futbol. Su mujer Emilse lo deja y la situación modifica la relación con sus hijos Ricki y María. Abandona su trabajo en "Barral Hermanos Seguros" y por ende el contacto obligatorio con su jefe Victorio "Sapo" Iturbe.

Aquí algunos extractos del libro.

La primera vez de Miranda con el nuevo sillón comprado viendo fútbol.

Cuando encendió la tele, los jugadores ya estaban en el campo de juego y el marco que mostraba el Bernabéu era impresionante. El aparato, uno normal de 20 pulgadas, le devolvía una imagen aceptable a pesar de los años de uso. Muchos de sus compañeros de la oficina se llenaban la boca hablando de los beneficios de los de alta definición. Le decían que era increíble, que después de mirar fútbol con esa calidad nunca se iba conformar con una tele normal. Otro impulso se le cruzó entonces como una ráfaga, pero lo dejó momentáneamente de lado ante el inminente inicio del clásico y se concentró en la picada que iba a preparar. Fue a la cocina, se llenó el vaso con la medida justa de aperitivo, puso un poco de gaseosa y alcanzó a sacar de la heladera un salamín picado fino, un poco de queso y unas aceitunas verdes. Ya no tenía la mesita ratona donde apoyar el vaso ni los ingredientes, pero no se preocupó. Los dejó en el suelo, al costado del sillón y bien a mano.

Esa primera vez en el sillón fue grandiosa. Ahí estaba él, en su casa en pleno en horario de oficina, control remoto en mano, con su picada preferida y ante la posibilidad de palpitar en vivo un Real Madrid-Barcelona que podía llegar a ser uno de los mejores de los últimos años.

La reacción de Emilse, la esposa de Miranda, por la compra del sillón para ver cómodo el fútbol.

-¿Pero vos te volviste loco? ¿Qué te pasó, Pepe? ¡Con lo que me costó armar un living más o menos digno para cuando vienen visitas y sin consultarme vas y te gastás un montón de plata en un sillón, que será muy cómodo para vos pero que no sirve para nada! ¿Y todo para qué? Para que puedas ver más cómodo el fútbol. Como si no fuera suficiente que me tengo que bancar que los únicos ratos libres que tenés te pongas a mirar los partidos. No… si vos te volviste loco… ¿Ese es el ejemplo que le das a Ricki? Justo ahora que más que nunca necesita un buen ejemplo vos vas y le demostrás que lo más importante pasa por otro lado. No, José, si vos te volviste loco- insistió Emilse, afeada por la expresión de bronca que se le dibujaba en la cara cuando se enojaba.

Emilse se enoja por la compra del sillón y  Miranda decide  comprar una nueva tele.

Entre las estaciones Pasco y Sáenz Peña –dejando en el medio a la estación Congreso y quizá por su influencia- el debate se le hizo mucho más intenso. Lo propició un mensaje de texto de su mujer que se filtró entre estación y estación y que, en un estilo bien de Emilse, pasaba de las disculpas a la amenaza velada. "Pepe, disculpá el tono en que te hablé anoche pero me saqué. Hoy en la cena lo charlamos. Vas a ver que alguna solución le encontramos. Pero no más sorpresas, eh…", leyó en su celular. Con la primera parte sintió alivio, pero con la segunda se volvió a enojar. Eso de que "alguna solución le vamos a encontrar" le sonó a que iba a tener que hacerse la idea de que la mesita ratona y los dos silloncitos volvieran al lugar del living que ella le había asignado. Pero lo que más lo ofuscó fue lo de "no más sorpresas". Es que, justo cuando terminaba de leer el mensaje, levantó la vista y pudo ver al pasajero sentado al lado suyo leyendo en la sección deportes del diario los relatos del partido que él había podido ver tan plácidamente el día anterior. Al igual que en el resto del mundo, el Real Madrid – Barcelona había ocupado un lugar importante en los medios argentinos. No pudo menos que sentir un genuino orgullo por lo que había hecho. Se sintió un privilegiado por haberse rateado del trabajo, comprado el sillón y disfrutado del partido que todos querían ver. Más aún cuando pudo observar que la revancha estaba prevista para el miércoles siguiente. En ese momento, las dudas se disiparon y volvió a ver todo con claridad. Hasta la bronca por las palabras de Emilse se diluyó. Y su reclamo de "no más sorpresas" terminó por impulsarlo a hacer todo lo contrario.

Como el día anterior, solo volvió a importarle su deseo, sus ganas de hacer lo que más le gustaba. Esa compulsión –que lo hacía feliz porque no sentía culpa alguna como le había pasado siempre– lo llevó a redoblar la apuesta. El segundo de los síntomas se le estaba haciendo bien patente. Y supo entonces lo que iba a hacer en cuanto se bajara del subte: comprar un televisor HD y completar un combo ideal. Esa determinación se le instaló justo cuando pasaba Av. De Mayo, una estación antes de Piedras donde se tenía que bajar. Se levantó rápido del asiento, pasó entre los cuerpos apretados que taponaban la salida y llegó a tiempo a la puerta manual que tenían los vagones de su querida línea A. Eyectado por el resto de los pasajeros, alcanzó rápidamente el andén y en una breve carrera llegó antes que muchos de ellos a la escalera que lo llevaba al exterior. Esperó a que la señal del teléfono volviera y llamó a la oficina.

-Barral Hermanos Seguros – volvió a escuchar la voz de Graciela, la telefonista nueva que hacía buena letra y siempre llegaba antes de su horario de ingreso.

-Buen día, Graciela. Soy José, el de contaduría. ¿Ya llegó el Gordo de Personal?

-No, todavía no –respondió mecánicamente.

-Hacéme un favor, entonces. Apenas lo veas, decíle que tuve que ir al médico. Por lo de ayer ¿viste? Explicale que estoy mejor pero que mi mujer me insistió que me haga ver. Y avisale por favor que voy a llegar un poco más tarde- mintió José.

-Ok, le aviso.

La complicada organización de José para poder ver fútbol y cumplir con el resto de sus obligaciones

Por eso es que se abocó de manera obsesiva a la tarea de organizarse para poder ver la mayor cantidad de partidos posibles. Era una labor que hacía con sumo cuidado: tenía que saber elegir los partidos más atractivos y combinarlos con los encuentros familiares y las propuestas de salidas que le hacía Emilse. Era lo que necesitaba para mantener una vida medianamente equilibrada entre sus obligaciones laborales, las maritales y su hambre de fútbol.

Con los que menos problemas tenía era con los partidos de la liga inglesa. La Premier League se disputaba en horas del mediodía o de la tardecita de Gran Bretaña, por lo que con la diferencia horaria y dependiendo de si era verano o invierno, los podía ver bien temprano a la mañana del sábado o el domingo. Se le complicaba más conciliar sus actividades con la liga española o con el fútbol local, que tenían horarios vespertinos o nocturnos. Inevitablemente debía dejar de lado algunos partidos, aunque se consolaba pensando que al menos tenía la posibilidad de elegir los que más le interesaban. O al menos eso intentaba. Cuando no lo lograba coordinar las cosas para ver alguno que deseaba de todo corazón, se quedaba toda la semana de mal humor. Y ni hablar cuando consideraba sólo podía mirar aproximadamente un 10 o un 20 por ciento de la oferta total.

Como parte de su rutina, dedicaba las mañanas de los jueves en la oficina para organizar su fin de semana. Buscaba por internet los fixtures de las distintas ligas y los ordenaba por día y por hora. Ese día era la primera vez que lo hacía en otro lugar, se sentía especialmente inspirado y le resultó más fácil que otras veces. Es cierto que por las vacaciones de verano el torneo local estaba en receso, no había partidos oficiales y sólo algunos de pretemporada. Como era su costumbre, empezó anotando prolijamente los partidos por orden de día y horario. Lo hacía en una libreta que le gustaba mucho y había elegido especialmente porque tenía tapa dura. Estas eran sus opciones para ese fin de semana:

Sábado 21 de enero: Norwich- Chelsea; Fulham – Newcastle; Bolton – Liverpool; Real Sociedad– Atlético de Madrid

Domingo 22 de enero: Manchester City – Tottenham; Arsenal – Manchester United; Málaga – Barcelona; Real Madrid – Athletic de Bilbao

Verlo por escrito le confirmó su impresión inicial. El domingo era el día no negociable y el sábado se iba a entregar mansamente a los deseos familiares, excepto por la noche en que se jugaba un amistoso de verano entre Independiente y Boca. Era un partido preparativo del torneo que arrancaba en febrero, y no necesitaba excusas de ningún tipo para verlo. Cuando jugaba el Rojo de Avellaneda, un permiso sabiamente acordado por la pareja años atrás lo eximía de cualquier compromiso. José no tuvo dudas de que prefería ver los partidos del domingo. El City de su admirado Kun Agüero contra el fuerte Tottenham de Gareth Bale; el Arsenal de Wenger frente al United de Ferguson; claramente, el Barça de Messi contra el Málaga del chileno Pellegrini y el Madrid de Cristiano frente al Bilbao de Marcelo Bielsa. Los partidos del sábado no tenían el mismo atractivo.

Tras ese primer paso venía el siguiente: poner por escrito los compromisos del fin de semana.

-Almuerzo en lo de mi suegra

-Aniversario de la muerte de mi suegro: acompañar a Emilse al cementerio

-Compras en el supermercado

-Salida con Graciela y Daniel, acordarse que ella cumpleaños. COMPRAR REGALO.

-Cena con los chicos

A primera vista, si no aparecían sorpresas de último momento, supo que ese fin de semana no iba a tener conflictos con Emilse. En realidad lo embolaba bastante la idea de salir con Graciela y Daniel, pero como ella era una vieja amiga de su esposa sabía que acompañarla y mostrarse afable era una manera de ganar puntos. Observando los partidos y los compromisos pudo delinear casi sin esfuerzo lo que iba a ser su fin de semana. Lo primordial era recargar el sábado con la mayor cantidad de actividades posibles. Así lo puso por escrito:

Sábado:

Mañana: 1) compras en el supermercado y 2) conseguir regalo de Graciela.

Mediodía: almuerzo en lo de mi suegra.

Tarde: encuentro con Graciela y Daniel.

Noche: cena con los chicos.

Releyó lo que había escrito y le pareció que era perfecto. Incluso la cena con sus hijos –que iba a ser temprano porque después ellos tenían sus propios planes de sábado a la noche- incluía el Independiente-Boca, excelente plan de sobremesa. Lo único que no pudo acomodar fue lo del cementerio. No le quedaba otra que ir el domingo. Por los horarios de los partidos, le convenía que fuera al mediodía para aprovechar el tiempo libre entre la liga inglesa y la española. Algo se iba a perder pero a priori parecía lo mejor. "¿Sabés lo que pasa, Emilse? No conviene ir temprano a Chacarita. Se junta mucha gente y es un bolonqui hasta para estacionar. Mejor vamos sobre el mediodía que es cuando la gente ya se está yendo y es más fácil para todo". Una vez que se le ocurrió la justificación perfecta para cumplir con su fixture personal, se inclinó sobre la libreta sonriendo y escribió:

Domingo:

Mañana: partidos de la Premier League (2)

Mediodía: cementerio

Tarde: fútbol español (2)

José sufre un contratiempo: se demora la entrega de su nuevo televisor y llama a su jefe para decirle que no iría a trabajar porque tenía que ver Barcelona-Real Madrid.

Es que José no había calculado que el horario de entrega previsto no era sencillamente a partir de las once, sino en un rango entre las once y las dos de la tarde. Se percató de ello cuando pasadas las once y cuarto el flete con el televisor no había dado señales de vida. Cuando llamó por teléfono para hacer el reclamo lo comunicaron con el propio Trossero, el vendedor, que le explicó cómo era la cosa y le aseguró que la tele ya estaba en camino y en cualquier momento llegaba.

José no tenía cómo explicarle lo que le provocaba esa demora. Para empezar, había tenido que mentirle a Emilse y a la empresa para justificar que iba a ir más tarde a trabajar. Le había dicho a su esposa que se quedaba trabajando en la casa para terminar el pedido de Iturbe sin que nadie lo molestara ni le pidiera nada. A Graciela, la telefonista de Barral Hermanos, le pidió que avisara que iba a llegar más tarde porque tenía que hacerse los estudios que le había pedido el médico por la descompostura del otro día.

Sumada a los efectos del sueño, la demora le generó a José una ansiedad inusual. No solo se le complicaba la entrega de los presupuestos a Iturbe, sino que además como entraba más tarde a la oficina se iba a tener que quedar más tiempo. Se iba a perder de ver el clásico español tal como lo había soñado, estrenando el conjunto de televisor y sillón nuevos. Se sintió entre la espada y la pared. Es que no estaba a dispuesto a resignar nada de lo que había imaginado. Una vez más, la contradicción entre respetar su deseo o cumplir –como lo había hecho toda la vida- parecía no tener solución. Se derrumbó en el sillón, miró el viejo televisor y cerró los ojos. Una profunda angustia se le instaló en el cuerpo y empezó a temblar. Mientras se debatía internamente ponderando una y otra posibilidad, vio pasar ante sus ojos flashes de sus veinticuatro años de matrimonio con Emilse y de sus veinticinco años en Barral Hermanos. De las permanentes negociaciones con su esposa o con la empresa para finalmente terminar cediendo en pos de la supervivencia matrimonial o la estabilidad laboral. Sintió como si todos los fantasmas de sus postergaciones, sus sueños no cumplidos, se hubieran hecho presentes en ese momento reclamándole por todo lo que no había hecho o había dejado de hacer. Pensó en todo el fútbol que hubiera querido ver y que no vio por las distintas obligaciones de todos esos años Se encontró en un ensueño de imágenes de los envoltorios de los Havanna, los posters sepia de la revista Goles y los multicolores de El Gráfico.

Y cuando estaba a punto de estallar, al borde del colapso, sintió el milagro de la resurrección. Lo rescató el recuerdo del gol de Bochini a la Juventus tras la pared con Bertoni para el título Intercontinental del año '73. Esas imágenes que veía en blanco y negro le desaceleraron el pulso. Las que le siguieron ya en color, con el gol de Diego a los ingleses en el Mundial del '86, sosegaron definitivamente su corazón. Los sucesivos recuerdos, mezclados en todas las variedades de tonalidades y de tiempos, terminaron por dejarlo en un estado de pureza espiritual como nunca había sentido. En un acto reflejo se irguió en el sillón, con los ojos todavía cerrados y anhelando que esa magia no se acabara nunca. Los vio a Kempes y a Bertoni haciendo los goles de la victoria a los holandeses en el Mundial '78. Revivió como propios los festejos de Jairzinho persignándose sobre la raya luego de sus goles en el Mundial de México '70 y hasta el golazo de 30 metros del Chango Cárdenas al Celtic en Montevideo el día que Racing se consagró primer campeón del mundo de clubes del fútbol argentino. Vio la elegancia de Beckenbuaer, las enormes definiciones de Gerd Muller, Lineker, Rumenigge, Romario, Batistuta, Rooney y los Ronaldo. La magia de Teófilo Cubillas, de Platini, de Zico, de Francescoli, de Del Piero, de Zidane, del Pibe Valderrama, de Ronaldinho, de Iniesta y a Higuita haciendo el escorpión. Volvió a descubrir al Milán de Arrigo Sachi, al Huracán de Menotti del '73, al Barça de Guardiola y a las selecciones juveniles de Pekerman campeonas de todo. Lo vio a Potente, a Rojitas, al Beto Alonso, a la Brujita Verón y a Riquelme. Y se quedó reviviendo el golazo del Kun Agüero a Racing y los últimos de Leo Messi, instante en que una definitiva paz interior se le instaló para quedarse. Entendió entonces que los síntomas de los días anteriores habían sido imprescindibles para que llegara a ese momento en que tomó plena conciencia de lo que quería. Por primera vez en su vida vio todo muy claro y supo lo que tenía hacer. Firmemente resuelto y absolutamente tranquilo, agarró el teléfono inalámbrico que tenía al lado y discó el número directo del despacho del Sapo.

– Iturbe –atendió su jefe con el estilo autoritario que lo caracterizaba.

-Soy José. Te llamaba para decirte que no voy a poder ir hoy -dijo sin titubear.

-¿Pero qué te pasó? –se preocupó Iturbe, que en una milésima de segundo cayó en la cuenta de que podría no tener los presupuestos a tiempo con la consiguiente pérdida del negocio y de puntos a favor con los Barral-. Me dijo la telefonista que te habías ido a hacer los estudios. ¿Te dio algo mal? ¿Estás jodido? ¿Te estás por morir?- lo inquirió ofuscado, medio en sorna y medio en serio.

Un silencio, que a Iturbe se le hizo eterno, medió entre sus preguntas ansiosas y la respuesta serena de José.

-No, Iturbe. No es eso. No voy a ir porque tengo que ver Barcelona contra el Real Madrid- explicó con una voz extremadamente plácida para luego cortar la comunicación justo en el momento exacto en que el timbre del portero eléctrico señalaba el arribo del flete con el aparato de TV.

El "Sapo Iturbe" jefe de José, llama a Emilse, la esposa, porque Miranda había faltado al trabajo. La mujer se soprende e increpa a José pensando que tiene una relación con otra mujer .

-¿Señora Emilse?- soltó con voz edulcorada cuando, con alivio, escuchó la voz de una mujer del otro lado de la línea.

-Sí, soy yo ¿Quién habla?- preguntó ella mientras cruzaba la Avenida Rivadavia a la altura de Primera Junta, intrigada al recibir un llamado de un número "privado".

-Hola señora. Soy Victorio Iturbe, de la oficina de Pepe. Antes que nada, quiero decirle que no se preocupe, que no pasa nada grave…

-¿Pero hay algún problema? ¿Le pasa algo a José?- lógicamente, al tratar de tranquilizar a Emilse no había hecho más que asustarla.

-A ver –comenzó la ofensiva Iturbe-. Cómo le puedo decir… Que yo sepa, Pepe está bien. Solo que tuvo lugar un episodio realmente fuera de lo común, y necesitaba consultar con alguien allegado porque a él no lo puedo ubicar. Le cuento… hace unos minutos me llamó una persona que dijo ser su esposo –la voz era la misma aunque alguien se pudo hacer pasar por él, claro- que dijo que no podía venir a trabajar. Y además con una excusa insólita. Me dijo que no iba a venir a la oficina porque tenía que ver el Barcelona-Real Madrid. Suena descabellado, pero me dijo eso. Estaba seguro de que era una broma, pero fui hasta la oficina de José y ya son más de las tres de la tarde y él no está. Lo llamé a su celular y no atiende. En su casa tampoco contesta nadie. Y justamente hoy que me tenía que entregar unos presupuestos importantísimos…-completó el Sapo. Quedó a la espera de la reacción de la mujer.
Emilse estaba estupefacta. No podía creer lo que estaba escuchando. Quiso pensar que era una broma. Lo primero que atinó a hacer fue poner paños fríos, por las dudas, e intentar salvar el honor de su marido.

-Ah… sí, los presupuestos. Justo esta mañana me comentó que se iba a quedar trabajando en casa a la mañana para que no lo interrumpiera nadie y poder entregarlos a tiempo. A lo mejor se quedó sin batería en el celu o no escuchó el fijo. Usted no se preocupe, yo estoy a unas cuadras de mi casa. Si todavía está allá, que es lo más probable, le aviso para que lo llame. Seguramente estará terminando ese trabajo, vio lo responsable que es ¿no? –lo defendió Emilse, al tiempo que trataba de imaginarse qué podía haberle pasado a José.

-Bueno, bueno, me quedo más tranquilo, señora –mintió Iturbe-. Cuento con usted, entonces. No le digo que es de vida o muerte pero sí es importantísimo para la empresa que Pepe entregue los presupuestos. Por las dudas, ya mismo le mando por mensaje de texto mi número de celular y apenas sepa algo me avisa. ¡Mire que estamos al borde de un ataque de nervios! –Iturbe cerró la charla con su clásica carcajada, para distender un poco el ambiente. Todavía no entendía qué le había pasado a Miranda pero ya tenía la tranquilidad de tener a la esposa a su favor. Y por los comentarios de pasillo, que jamás se le escapaban, sabía que ella lo llevaba de las narices. Ahora restaba esperar la llamada de Emilse. Para combatir la impaciencia se puso a buscar en Google a ver si aparecía alguna foto de ella. La recordaba como una linda mujer pero quería mirarle los ojos, escudriñarla, sacarle la ficha.

El habitual paso firme de Emilse se hizo más enérgico luego de la llamada de Iturbe. En las primeras dos cuadras hizo gala de su capacidad de negación para no imaginarse ningún escenario trágico. Como le dijo a Iturbe, quería creer que Pepe se había ensimismado en el trabajo y no había escuchado los teléfonos. Sin embargo, sentía que estaba pasando algo raro. Pepe siempre respondía las llamadas y además era muy responsable. Lo único que le llamaba la atención era el comportamiento extraño de su marido en los últimos días. ¿Podía ser que tuviera otra mujer? Emilse siempre había sido bastante celosa, y aunque no tenía una actitud de sospecha permanente estaba atenta a cualquier señal, porque no hubiera perdonado una infidelidad. También es cierto que nunca lo encontró in fraganti, a excepción de alguna mirada al culo de otra mujer cuando caminaban por la calle. No era tan grave. Ella se hacía la que no lo había visto y sanseacabó. Esa tarde de miércoles todo parecía conducir a un asunto de faldas. Por la mañana le había dicho que se quedaba en casa trabajando, pero según Iturbe en la casa no estaba. ¿Se habría confiado que en el laburo nadie lo iba a deschavar? Porque nunca antes Iturbe la había llamado a su celular. Y todo justo al mediodía, típico horario de trampas. Cada vez más cerca de su casa, Emilse se convencía de que Pepe la estaba cagando con otra mujer. ¿Sería la turra del séptimo, a la que había enganchado varias veces mirando a Pepe? ¿Alguna compañera del trabajo? O lo que es peor ¿le habría pasado algo en el telo mientras estaba con esa otra mujer?

A cien metros de su casa, Emilse experimentaba una mezcla de ofuscación y fatalismo. Pensaba que algo terrible podía haberle pasado a José, y al mismo tiempo odiaba la idea de ser ella la víctima si resultaba que le estaba poniendo los cuernos. Antes de llegar, a Emilse se le ocurrió llamar a sus hijos con alguna excusa, para ver si habían hablado con el padre durante el día. La respuesta negativa de ambos la angustió más. ¿Y si de verdad le había pasado algo malo a José? En ese instante, justo antes de apretar el botón del ascensor, se imaginó que al abrir la puerta se lo iba a encontrar tirado en el piso, muerto por culpa de vaya a saber de qué ataque. Haciendo fuerza para no llorar salió del ascensor e introdujo rápidamente la llave en la cerradura principal. Si abría la puerta, era que José estaba dentro. Si no abría era porque había salido y había cerrado con la llave de refuerzo que usaban cuando no quedaba nadie en casa. La doble vuelta giró por completo, tenía que empujar y enfrentarse con la realidad. A pesar del miedo actuó decidida, apoyando el hombro sobre la puerta con tanta fuerza que entró tropezándose. Un grito casi le hizo salir el corazón del pecho. La voz alarmada de José la hizo girar para quedar de frente a una escena que nunca hubiera imaginado. En décimas de segundo pasó del alivio a la consternación. José estaba acostado en el sillón, vaso de fernet en mano, todavía con el saco y la corbata puestos mirando un partido de fútbol. En un aparato de TV nuevo, enorme, que ocupaba gran parte de la pared. Sin entender qué estaba pasando, todavía estremecida, vio a su marido incorporarse y preguntarle en tono de reproche:

-¿Pero qué te pasa Emilse? ¿Me querés matar de un susto?

No supo si lo que más la inquietó fue pensar que efectivamente el llamado que había recibido Iturbe podía ser de su marido o el tono despreocupado y la actitud festiva que demostraba José. La escena era impensada y la descolocaba completamente.

-¿Matarte de un susto? ¿De qué me hablás, José? ¡Vos me vas a matar a mí! ¿Qué hacés acá que no estás trabajando? ¿De dónde salió esa tele? ¿Por qué no respondés los llamados a los teléfonos? ¿No sabés que Iturbe está como loco buscándote? ¿No entendés que me llamó a mi celular y pensé que te habías muerto? ¿Qué te está pasando, José, qué te está pasando? -Emilse fue de mayor a menor con el volumen de sus preguntas, mientras se derrumbaba en un sollozo mezcla de enojo y alivio en una de las sillas del comedor.

Sin abandonar su actitud despreocupada, José se acercó a Emilse y la rodeó con sus brazos desde atrás para apaciguarla. Al quedar su pecho contra la espalda de su mujer, aprovechó para susurrarle algunas palabras que generaron el efecto contrario al que buscaba.

-Tranquila, Emilse. Está todo bien. Muy bien…- no alcanzó a terminar la frase cuando Emilse se incorporó de golpe y le dio un empujón que casi lo voltea contra el piso.
-¿Que me quede tranquila, José? No sabés los minutos fatales que tuve que pasar por tu culpa. Y encima me pedís que me tranquilice. No me tranquilizo nada. Me pongo loca. Sí, loca de verte así, como que todo te importa poco y nada. Que no te importo yo, los chicos, el trabajo, nosotros… Y encima no me das ninguna explicación. Cómo querés que me tranquilice. Hablame, José. Decime algo. Explicame qué está pasando, por favor.

José se dio cuenta de que su actitud conciliadora no lo iba a llevar a ningún lado. Entendió que las cartas ya estaban echadas y sabía que de su parte no iba a haber retroceso. No porque no pudiera sino porque no quería. Se sentía pleno. Seguro. Feliz. Es cierto que hubiera preferido ahorrarle a Emilse ese mal trago, pero también sabía que era inevitable. Emilse seguía susurrando "por qué, por qué", como si le acabaran de dar la noticia de una enfermedad terminal o la muerte de un ser querido. E insistía: "¿Me podés explicar qué te pasó? ¿Podés, por favor, Pepe?". Lo mejor era decirle la verdad de una vez por todas. Y sin tomar coraje, porque no lo necesitaba, miró a los ojos a su mujer y en un monólogo que no precisó preparación ni ensayo previo, expuso todo lo más crudo que le fue posible.

-Vos querés la verdad ¿no? La verdad es sencilla: quiero mirar el Barcelona-Real Madrid. Ahora. En este sillón y en esta tele. Es lo único que quiero y todo lo demás no me importa. Perdón, pero quiero ser más sincero todavía. No solo este partido quiero ver. Voy a mirar todos los que pueda. Este, el de más tarde, el de mañana, el de pasado… Los de Independiente, Boca, River y todos los demás equipos de la A. Los del Nacional B y los de la B Metropolitana también. Los de España, Inglaterra, Italia, Alemania, Francia y Brasil… Y si es necesario de Holanda también. Todos. Lo único que quiero es ver fútbol, Emilse. Ya no me voy a perder ningún partido. Los voy a ver tranquilo y sin molestar a nadie. Acá. En mi casa. En mi sillón. En este hermoso televisor. Eso me pasa, Emilse. ¿Entendés, ahora?

Emilse no podía creer lo que estaba escuchando. Por un segundo pensó que hasta hubiera preferido encontrarlo in fraganti con otra mina, infartado en un telo o muerto en el piso del living. Se escuchó diciendo en voz baja las únicas palabras que le salieron.

-Vos me estás cargando ¿no?

-No, Emilse. Es la pura verdad -confirmó José.

– Ahhh, no… te volviste loco –Emilse fue levantando cada vez más la voz- Me estás jodiendo ¿no? No me podés estar hablando en serio. ¿Cómo que ver partidos de fútbol nada más? ¿No pensás trabajar más vos? ¿Vas a comer de los partidos de fútbol? ¿Y nosotros? ¿De qué se supone que vamos a vivir? ¡Yo sola no puedo pagar los impuestos, los libros de los chicos, los gastos fijos! Además ¿cómo pensás terminar de pagar el sillón y la tele que compraste? ¿Qué es esto, Pepe? Me estás asustando. Decime la verdad: ¿tenés otra mina?

-No es una mina, Emilse. Es lo que te dije. Es el fútbol. Simplemente, el fútbol.

 Ante la compra de otro televisor por parte de José Emilse estalla: "Elegí José. Tenés que elegir. Es el fútbol o yo".

Emilse no podía sospechar los planes de su marido, pero sí se daba cuenta de que la estrategia de no presionarlo no estaba dando frutos. Hasta entonces había sido fiel al acuerdo con sus hijos y tolerado la nueva disposición de José, apostando a una vuelta atrás que no llegaba. Lo peor era que ya no creía que su marido hacía todo eso para molestarla, como sabía que lo había hecho alguna vez en el pasado. La sensación de que todo lo hacía por él y para él era su mayor dolor. Tuvo que soportar ver cómo prescindía de ella cada vez más. Las noches en solitario le potenciaban una angustia que no quería mostrar pero la carcomía por dentro. En esos momentos trataba de apelar a su memoria, rescatando los pasajes de felicidad con su marido en el pasado, donde todo había transcurrido con respeto y sin sorpresas. Todavía abrigaba la esperanza de que una de esas noches la puerta del dormitorio se abriera mágicamente y apareciera José, dispuesto a meterse en la cama para concretar la ansiada reconciliación. La bronca acumulada por tantas noches de espera frustrada se le disparaba cuando era ella la que en plena madrugada entreabría finalmente la puerta del dormitorio para espiar a su marido: lo encontraba siempre despatarrado en su sillón, despierto o dormido pero con la tele clavada en un canal de deportes.

Consideró que había pasado demasiado tiempo, al menos más del que ella podía tolerar. Era momento de poner las cosas en su lugar. Debía abandonar la paciente espera e intimar a su marido para que tomara una decisión. Ya no había lugar para la mediación de sus hijos. Faltaban cuatro días para el primero de marzo, cuando estaba pautado que se reincorporara al trabajo, por lo que no quedaba margen de negociación. Para Emilse, las vacaciones de su marido debían terminar sí o sí ese día. Era momento de un ultimátum contundente: iba a tener que elegir entre el fútbol o ella. Si José decidía mantener su postura iba a tener que enfrentar las consecuencias. Sabía que tenía que esperar una oportunidad en que su intento tuviera al menos alguna posibilidad de éxito, lo que teniendo en cuenta el contexto iba a ser un día que hubiera pocos partidos, o idealmente ninguno. Como al pasar consultó a Ricki, que le informó que al día siguiente había un único partido y por la liga local. Con ese dato decidió que la tarde iba a ser el momento que esperaba para esa conversación definitoria. Se imaginó en una charla mano a mano, sosteniéndole la mirada para obligarlo a definirse. Tenía que ser casi un monólogo que sólo dejara lugar para una respuesta directa. No podía mostrar flaquezas, pero al mismo tiempo debía transmitirle afecto. Ese aspecto era el que más le preocupaba. Nunca se había caracterizado por ser particularmente demostrativa y en esa circunstancia temía que la bronca acumulada le jugara una mala pasada. Probó ensayar lo que le iba a decir, pero después de varios intentos optó por agarrar papel y lápiz y ponerlo por escrito:

"José, es hora de que te definas de una vez por todas. Muy a mi pesar, todo este tiempo traté de no entorpecer tu deseo. Dejé que fluyera con la esperanza de que pudieras recapacitar. Yo te quiero, José. Te necesito. Y hasta puedo intentar ser más flexible. Pero así no puedo seguir. Y aunque no veo cambio alguno en vos, tengo la obligación de preguntarte qué vas a hacer el jueves próximo. Va a ser el 1º de marzo y se acaban tus vacaciones. ¿Pensás a volver al trabajo? Te aclaro que una respuesta negativa de tu parte quiere decir que elegís perderme. No puedo seguir así, José. Vivir con vos de esta manera no es vida. ¿Cuál sería el horizonte para nosotros? ¿Con qué objetivos seguiríamos estando juntos? Elegí, José. Tenés que elegir. Es el fútbol o yo".

El despido del trabajo de Miranda.

El viernes, el Sapo Iturbe recibió la notificación del Gordo de Personal del nuevo telegrama por el cual Miranda rechazaba la segunda intimación. Por experiencia, y también porque el Gordo se lo había recordado, ya estaba en condiciones legales de efectivizar el despido con causa. Había esperado ese día con tantas ganas que decidió que antes de dar la orden y ejecutar el despido quería que le alcanzaran la liquidación. La idea era ver con sus propios ojos el total del monto -exiguo comparado con una indemnización completa- y disfrutar así del triunfo de haber echado sin contemplaciones a un empleado que después de veinticinco años de confianza lo había cagado como ninguno en toda su carrera. No se trataba de un simple despido, era un despido ejemplificador, además de merecido y bien barato. Mejor imposible. Por eso, aunque tenía autonomía para resolver esas cuestiones sin consultar, informó a los Barral vía mail con la excusa de que se trataba de un empleado de amplia trayectoria en la empresa. Nunca estaba de más que vieran que su fiel Gerente tenía a la compañía completamente bajo control. Un despido sin costos de un empleado de tal antigüedad no era moco de pavo y casi que merecía un reconocimiento.

Cuando llegó el Gordo con la liquidación miró a la cifra de reojo, con una mueca de satisfacción, y casi relamiéndose le dio la orden.

-Procedé, Gordo. Mandale ya el telegrama de despido.

-Ok, jefe. Pero disculpe el atrevimiento, le hago una última consulta. ¿No le parece que esto salió demasiado fácil? ¿No habrá gato encerrado? Es decir ¿no tendrá preparada alguna jugarreta este Miranda?

Iturbe respiró profundo para mantener la calma. Estaba en un momento de gloria demostrando todo su poder y le venían a pinchar el globo. Antes de mandarlo bien a la mierda, decidió tomar la consulta de su subordinado como un gesto de cuidado hacia su persona.

-Tomé todos los recaudos, Gordo -le dijo pausadamente-. Te agradezco tu preocupación, muy profesional de tu parte. Pero la asesoría legal y la médica me confirmaron que tenemos la razón de nuestro lado. Este tipo hizo abandono de tareas. Causa plenamente justificada de despido. Y el argumento que planteó no tiene asidero legal, ni siquiera habló de alguna enfermedad mental o algo así. No presentó ninguna constancia médica que avale ni justifique su ausencia. Dos veces se lo intimó a que regresara y no volvió. Fue, Gordo. Miranda fue.

-Pero es raro -insistió el Gordo.

-¡Pero qué carajo no entendés Constantino! -le gritó Iturbe ya sacado a al jefe de Personal-. Si te digo que procedas, procedés. Ese hijo de puta está afuera de Barral Hermanos. DES-PE-DI-DO. RA-JA-DO. E-CHA-DO -deletreó-. Y, si querés también, ya que está Enfermo de fútbol el turro ese, EX-PUL-SA-DO. Tarjeta roja para Miranda, Gordo ¿Entendiste ahora? –rubricó la metáfora final con su clásica carcajada.

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