
Dos ministros “albertistas”, Sabina Frederic y Claudio Moroni, sorprendieron con mensajes públicos de apoyo al Presidente en el peor día después de la derrota electoral. Extraño: el Presidente suele respaldar a sus funcionarios en situaciones difíciles y no al revés. No fue la única curiosidad. El canciller Felipe Solá saludó con puño en alto a la salida de la Casa Rosada, después de horas de reuniones frente a la ofensiva kirchnerista en el máximo nivel del poder. Son pinturas del insólito nivel de conmoción interna, cuyas pinceladas de microclima se trasladan a la lectura de sumas y restas domésticas. No se estaría advirtiendo el impacto externo: sólo suma incertidumbre y tensión a una sociedad abrumada.
Alberto Fernández no habría resuelto aún los pasos que dará finalmente frente a los ministros que llevaron al límite la jugada de Cristina Fernández de Kirchner, luego de que fracasara, según trascendió, un encuentro entre el Presidente y la vice para discutir la profundidad y los tiempos de un cambio de gabinete. Eduardo “Wado” de Pedro –la pieza más significativa-, media docena de otros ministros y también funcionarios de áreas clave –la Anses y el PAMI, en primer lugar- dieron un paso que sacudió a Olivos, cuyo efecto profundo es difícil de estimar más allá de cuál sea el desenlace formal.

Resulta una cuestión menor si las dimisiones fueron por escrito, de palabra o por la vía del trascendido. La dimensión política de la respuesta estará connotada por la acción previa: las renuncias fueron difundidas desde el kirchnerismo duro mientras algún ministro se apuraba a concretarla. Y operaban de fondo la actitud colectiva del gabinete de Axel Kicillof y la demanda de Alicia Kirchner a su equipo en Sana Cruz. Dos señales promocionadas como reacción que debería imponerse en la derrota.
Todavía sin definir qué hará con los ministros alineados con CFK, desde la Casa Rosada armaron un largo listado de llamadas telefónicas para sumar apoyo. Es un síntoma de la gravedad del momento y a la vez, un primer ensayo de recomposición política a difundir. También, llamativamente, presentando todo como una batalla decisiva, una mini épica de “defensa del Gobierno” pero no ante alguna amenaza externa sino interna.
Los principales renglones de esa lista fueron ocupados por los nombres de los gobernadores -hasta anoche habían registrado una decena de adhesiones- e intendentes, tironeados también desde La Plata. Se habló además con la dirigencia de la CGT, que realizaba un encuentro y comprometió su apoyo. El recorrido fue completado con los movimientos sociales aliados del Gobierno, que convocaron para hoy mismo a una marcha. Es decir, los sectores y dirigentes que compiten con el kirchnerismo duro en el plano territorial y en el armado sindical.
Las cuentas que se hacían anoche mismo estaban limitadas al tablero político. Parecían el eco de la idea original, rápidamente abandonada por el Presidente, de una construcción propia con gobernadores e intendentes del PJ tradicional –y el agregado sindical y de organizaciones sociales, que al mismo tiempo compiten entre sí- frente al poder de CFK y La Cámpora.
Como un gesto del freno a esta ofensiva sobre el Gabinete era expuesta la llamada de la ex presidente a Martín Guzmán, para serenar las aguas. El ministro de Economía y Santiago Cafiero está en la mira del kirchnerismo duro, junto a otros funcionarios entre los que se destaca Matías Kulfas. En la misma línea para tratar de bajar la presión doméstica, circulaban las referencias a Sergio Massa como articulador de negociaciones para cerrar al menos temporalmente este capítulo. Massa es señalado como pieza gravitante en el tablero que se imagina para después de las elecciones de noviembre.
Está claro que CFK no habría logrado su objetivo de máxima, si hubiera sido únicamente la salida del jefe de Gabinete y de algunos ministros. ¿Era eso solo? Por lo pronto, aún con costos, tomaría distancia en la perspectiva de un resultado adverso en noviembre. El kirchnerismo duro es un socio central del frente gobernante, con intereses propios y relaciones que escapan a la simple vista. Habrá que ver cuánto suma o resta esta pelea en la reconstrucción de la imagen presidencial que alientan en las cercanías de Olivos.
Otra cuestión es cómo quedan –fuera de las evaluaciones internas- ministros con funciones de peso, empezando por Cafiero y Guzmán. Aún ratificados en sus despachos, enfrentan una situación delicada, al menos en los días que restan hasta las elecciones legislativas. Estarían sujetos a la interna y al próximo resultado electoral.
En un sentido más amplio, el insólito cuadro de estas horas expone como nunca antes la gravedad de un esquema de poder que se sabía contradictorio y conflictivo desde el mismo día de la consagración de la fórmula imaginada por CFK con ella como vice y Alberto Fernández como presidente.
El problema, ahora de manera dramática, es que ese conflicto es dirimido en la gestión de gobierno. Genera, entonces, crujido institucional. Y puede tener consecuencias económicas como primer reflejo. En otras palabras, le suma tensión e incertidumbre a una sociedad abrumada por el arrastre de las restricciones frente al coronavirus y el agravamiento de la crisis. Es bastante más que una cuestión de internas y de campaña.
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