En las laderas polvorientas de Huaycán, un asentamiento en el distrito de Ate-Vitarte, miles de familias luchaban cada día por salir adelante en medio de la precariedad y el abandono estatal.
Entre ellas, una mujer destacó por su entrega y liderazgo en la comunidad, promoviendo la organización vecinal y la autogestión para mejorar las condiciones de vida. Su labor en los comedores populares y su incansable esfuerzo por dotar de servicios básicos a la zona la convirtieron en una figura clave. Su nombre era Pascuala Rosado, una luchadora incansable que enfrentó la violencia con valentía.
El liderazgo que nació de la necesidad

En la década de 1980, Huaycán era un asentamiento humano marcado por la falta de servicios básicos y el abandono estatal. Pascuala Rosado, madre y dirigente social, llegó desde su natal, Arequipa, a esta zona con su familia en busca de mejores oportunidades.
La precariedad que encontró la impulsó a organizarse con sus vecinos para exigir acceso a agua, electricidad y salud. Necesidades básicas que todo ser humano necesita para poder vivir.
Su compromiso con la comunidad la llevó a presidir diversas iniciativas, entre ellas la gestión de comedores populares y la creación de espacios para la educación y el desarrollo. Su liderazgo pronto la hizo destacar, ganándose el respeto de los habitantes y la atención de las autoridades.
El conflicto con Sendero Luminoso

Con el avance de la década, Sendero Luminoso expandió su influencia en la periferia de Lima, buscando captar adeptos entre las poblaciones más vulnerables. Huaycán, con su alto porcentaje de migrantes y carencias, se convirtió en un objetivo estratégico. Sin embargo, Rosado se negó a permitir que el miedo se impusiera en su comunidad.
En respuesta al clima de inseguridad, impulsó la organización de rondas vecinales con el fin de combatir la delincuencia. Esta acción fue malinterpretada por el gobierno de turno, que la presentó como un mecanismo para capturar elementos subversivos. Rosado desmintió esta versión, aclarando que su único propósito era la protección de los vecinos.
Esta declaración la puso en la mira de Sendero Luminoso, que la acusó de colaborar con el gobierno. Pronto comenzaron las amenazas y ataques contra su hogar y su familia. En 1993, la situación se tornó insostenible, obligándola a salir del país en busca de refugio. El país elegido para tal fin fue Chile.
El regreso y la emboscada

Un año y medio después, Pascuala decidió volver a Huaycán para retomar su lucha. Esta vez, enfocó sus esfuerzos en la creación de proyectos productivos que ayudaran a las mujeres de la comunidad. Trabajó en una fábrica textil, donde enseñó a coser a varias vecinas para que pudieran generar ingresos propios.
Durante un tiempo, las amenazas cesaron y la familia pensó que el peligro había pasado. Sin embargo, el 6 de marzo de 1996, tres hombres encapuchados la interceptaron cuando se dirigía al trabajo.
En plena vía pública, le dispararon en la cabeza y, como acto de brutal advertencia y como habían hecho años atrás con la propia María Elena Moyano, colocaron dinamita a su lado antes de hacerla estallar.
Una victima más

La muerte de Pascuala Rosado conmocionó a Huaycán y al país entero. Pero su familia fue la más afectada pues luego del hecho, su madre, producto de la depresión, decidió quitarse la vida.
Sin embargo, su nombre quedó grabado en la memoria colectiva como el de una líder que nunca se doblegó ante la violencia. Su legado perdura en las iniciativas comunitarias que impulsó y en la inspiración que dejó a las nuevas generaciones de dirigentes sociales.
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