Hoy en día es casi imposible imaginarse un mundo donde el cáncer no existe. Esta enfermedad, que hasta ahora sigue mermando miles de vidas cada año y es, en muchos casos, diagnosticada en estadios muy avanzados, es parte de los males que aquejan al hombre y viene siendo estudiada con la esperanza de mejorar las condiciones de quienes la padecen.
A la par con la aparición de más casos a lo largo de los años, también aumentó la necesidad de tener lugares especializados donde se pudiera atender a pacientes oncológicos. En Perú esta necesidad se hizo notar durante el siglo pasado, periodo donde finalmente se dio luz verde a un hospital especializado que abrió las puertas para una mejor atención a la población afectada.
Por supuesto, este lugar no podía ser otro que el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN), centro especializado que ha recorrido un largo camino para llegar a ser una de las entidades más reconocidas cuando de cáncer se trata y salvar más de una vida en el proceso.
El cáncer como un problema de proporciones

Corría el año 1938 y es importante mencionar que la medicina tal y como la conocemos hoy no existía en aquellas épocas. Muchos de los conocimientos que se tenían al respecto eran arcaicos, sin embargo, pronto la especialidad empezaría a dar pasos agigantados cambiando completamente el panorama de cara al futuro y también las nociones que se tenían de las enfermedades oncológicas.
Sin embargo, en Perú el pabellón 5 del Hospital Nacional Arzobispo Loayza, heredado de la época colonial, ya albergaba en su interior un grupo numeroso de pacientes con cáncer de cuello uterino.
En ese momento, para el ginecólogo Constantino J. Carvallo se hizo evidente la necesidad de contar con un espacio único para atender a los pacientes con cáncer. El Gobierno de Óscar R. Benavides avaló la visión de Carvallo y así se inició la búsqueda de fondos necesarios para sacar adelante este proyecto.
Primer centro especializado en cáncer

El camino fue la creación de un impuesto a los sistemas eléctricos de refrigeración, el hielo seco en los bares, restaurantes y demás. Este sistema funcionó bastante bien y luego de un tiempo se tenía el dinero suficiente para lo que se llamaría entonces el Instituto Nacional de Cáncer, inaugurado un 4 de diciembre de 1939 en la avenida Alfonso Ugarte, Cercado de Lima, exactamente frente al hospital Arzobispo Loayza y bajo la gestión del doctor Guillermo Almenara Irigoyen en el Ministerio de Salud y Provisión Social.
Con el paso del tiempo, este espacio pasó a convertirse en el Instituto de Radioterapia, ya que era el principal tipo de tratamiento que se utilizaba en aquellas épocas y que había mostrado buenos resultados. Además de esto, la palabra ‘cáncer’ solía tener una connotación sumamente negativa debido a los casos casi siempre avanzados y los pocos recursos que había para atenderlos.
Para el año 1960 la institución es reconocida por la Organización de Estados Americanos (OEA) como una entidad elegible para el entrenamiento en cancerología, pese a ello, un tiempo después pasó por una reestructuración.
Un registro de cáncer para Lima

Como resultado de este proceso se dispuso la creación del primer Registro de Cáncer en Lima Metropolitana que funcionó hasta 1978, pero luego se reactivó a partir de 1990 como parte de las actividades del Centro de Investigación en Cáncer ‘Maes-Heller’ y con el apoyo financiero de la Fundación Peruana de Cáncer.
A lo largo de su historia, dicho registro ha sido de gran utilidad para identificar la incidencia de las neoplasias en la población, algo que antes no se podía identificar con claridad y mucho menos ser consultado para las investigaciones .
Es importante destacar que un factor que no pasó desapercibido en cuanto a la entidad fue la innovación, ya que adquirió la primera bomba de cobalto para las radioterapias, elemento que para la época era abrirle una puerta a la modernidad; así como el primer acelerador lineal en Sudamérica. Ambas tecnologías aportaron positivamente en los tratamientos de cáncer.
Un nuevo local

Desafortunadamente, enfermedades como esta no han visto sino un incremento con el paso de los años, y la década de los 80 no fue la excepción a la regla. Por aquellos años se registró un aumento en las atenciones, lo que obligaría a proyectar la construcción de un espacio más amplio.
La nueva sede, proyectada en un terreno del distrito de Surquillo, era parte de una donación gestionada por La Fundación Peruana del Cáncer, sin embargo, los costos fueron sumamente elevados, por lo cual se requirió además el apoyo del estado a cargo del arquitecto Fernando Belaunde Terry.
Lo cierto es que el proyecto tuvo luz verde, sin embargo, tuvieron que pasar varios años para que finalmente la estructura estuviese terminada. Así, fue inaugurada el 23 de enero de 1988, durante el primer gobierno de Alan García Pérez, en el distrito de Surquillo, donde permanece hasta nuestros días.

En 1992 la entidad, que ya tenía autonomía y estaba desconcentrada del Ministerio de Salud sufrió un nuevo cambio de nombre pasando a denominarse Instituto de Enfermedades Neoplásicas, para luego llevar también el título de doctor Eduardo Cáceres Graziani, en honor al galeno y su gran trayectoria. Vale agregar que él creo la Escuela de Residentes del hospital usando un modelo americano muy moderno para la época.
Con el paso del tiempo esta institución se ha consolidado como una de las mejores entidades para tratar problemas oncológicos y ha adquirido gran renombre, además, llegó a descentralizarse, cubriendo más casos en el territorio nacional y siendo una de las pioneras en el Perú para mejorar la vida y oportunidades de los pacientes que padecen este terrible mal.
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