La historia de la muerte de Francisco Pizarro, conquistador de Perú, se envuelve en un halo de misterio, de reveses y giros inesperados que sin duda llaman la atención de todo curioso y amante de la historia. Sin embargo, queda claro que su vida fue igual de célebre que la forma en la encontró la muerte, de manera inesperada y cuando, debido a su fama, se esperaba que pasara a la historia de un modo completamente diferente.
Pero, para hablar del hombre que cambió el destino de esta nación se requiere retroceder algunos años, muchos antes de que los Incas siquiera imaginaran que al majestuoso imperio construido por sus antepasados le quedaba más pasado que futuro, y que pronto verían el ocaso de sus tradiciones descender desde barcos españoles.
¿Quién fue Francisco Pizarro?
En el museo histórico del majestuoso Palacio de Versalles, en Francia, descansan los restos de la historia de una monarquía y una sangrienta revolución, pero también llama la atención un cuadro particular, evidentemente mucho más modesto y menos llamativo que la arquitectura que lo rodea. Una figura de facciones finas y un largo rostro que se ciñe de elegantes ropas quedó inmortalizado en una pintura al óleo: Francisco Pizarro, el conquistador.

Nacido en la localidad de Trujillo, Extremadura, España, era el hijo de Francisca González, una mujer de quien lo único que se conoce es que era joven, pobre y soltera cuando quedó embarazada de un Hidalgo llamado Gonzalo Pizarro, capitán del Ejército de Castilla.
Naturalmente, de esta unión no podía nacer un joven de la nobleza, más bien Pizarro era catalogado como un hijo bastardo, que, pese a su condición, estaba emparentado de forma lejana con el mismísimo Hernán Cortés, gracias a su padre quien aparentemente era sobrino del conquistador de las tierras mexicanas.
Se cree que la juventud de Francisco no fue fácil, considerando su condición y la época en la que había nacido, es posible que pasara muchas dificultades en su infancia y que uno de sus oficios fuera el cuidar cerdos.
Años más tarde, el futuro conquistador no sería ajeno a los rumores que circulaban en la sociedad española. Estos hablaban acerca de la riqueza y abundancia que había en el Nuevo Mundo, América, un territorio que, para ese entonces, ya había sido descubierto por Cristóbal Colón.

Estas maravillosas historias se transformaban en anhelos y sueños que inundaban las mentes de los jóvenes españoles fascinados por la posibilidad de cruzar el Atlántico en búsqueda de riqueza y reconocimiento Es posible que un todavía joven Pizarro no fuese la excepción a la regla y, día y noche, inmerso en un complicado contexto, soñara con cambiar el rumbo de su vida y escribir a puño y letra su propia historia. Y así lo hizo.
Se estima que hacia 1502, finalmente tuvo la oportunidad de embarcarse con destino al continente americano, formándose como un hombre de infantería hecho y derecho que más adelante sería el famoso conquistador del Perú.
La caída del imperio incaico y sus conflictos con Diego de Almagro

Antes de que Pizarro tocara territorio peruano, ya era un soldado experimentado y mediamente acomodado que había pasado varios años en Panamá. Por aquellos días, muchas voces hablaban acerca de un territorio que guardaba en su interior cantidades impensables de oro y plata.
Así, el ahora soldado se alió con Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque para llegar a las inhóspitas tierras de Birú. Cada uno de los miembros de esta expedición tenían una clara labor: Pizarro iba a la cabeza dirigiendo la empresa, Almagro se encargaría de reclutar a los hombres, y todo trámite burocrático estaría a manos de Hernando de Luque.
El viaje, siempre hacia el sur, encontró en el puerto incaico de Tumbes la prueba irrefutable de que habían hallado ese imperio lleno de riquezas del que tanto se hablaba. Un tiempo después, vendrían las Capitulaciones de Toledo de 1529, el inicio del resquebrajamiento de la amistad entre Pizarro y Almagro.
Las discrepancias entre ambos conquistadores se acrecentaron una vez culminó la caída del imperio incaico con la muerte del último Inca, Atahualpa, quien pese a la cuantiosa oferta que ofreció para burlar a la muerte, no logró sobrevivir y cayó con el incanato tras ser acusado de rebeldía e idolatría.

Esta rivalidad culminó con la muerte de Diego de Almagro, cuya cabeza fue expuesta por unos días en la plaza mayor del Cusco.
La muerte del conquistador
A sus 63 años, Pizarro era un hombre longevo para la época y la cantidad de travesías que había pasado tras cruzar el océano. Vivía una vida calmada en Lima, la Ciudad de los Reyes que él mismo había fundado.
Desafortunadamente para el conquistador español, los partidarios de su antiguo rival, conocidos por entonces como almagristas, guardaban un odio latente y desmedido hacia él, acompañado por una terrible sed de venganza.
Cuenta la historia que un domingo 26 de junio del año 1541, la tranquila mañana fue interrumpida por un grupo de al menos veinte almagristas que ingresaron por la fuerza a la casa de Pizarro, liderados por el lugarteniente Juan de Herrada.
La muerte del célebre español estuvo cargada de una dosis de violencia que delataba el odio mortal que habían guardado los seguidores de Diego de Almagro. Diferentes estocadas en la cabeza, brazos y columna martirizaron los últimos momentos de la vida del hidalgo, quien no pudo escapar de la muerte que lo halló en su propio hogar, lejos del país que lo vio nacer y al que no regresó jamás.
El misterio de sus restos
Según el informe de TV Perú, la muerte de Francisco Pizarro fue un evento trascendental en la historia de la conquista española en América. Sus restos son un recordatorio visible de su legado y despiertan el interés de quienes están interesados en saber más sobre su vida y su trágico fallecimiento. Están alojados en la magnífica Catedral de Lima.
La historia del descubrimiento de los restos de Pizarro es fascinante y llena de casualidades. Según Fernando López, director del Museo de Arte Religioso de la Catedral de Lima, los trabajadores que preparaban y reparaban las catacumbas de la catedral en la década de 1970 hicieron un hallazgo inesperado. Al derribar una pared, se encontraron con una caja de plomo y madera que contenía la cabeza y el cuerpo de Francisco Pizarro, cuidadosamente conservados en ese orden.

Junto al cráneo se descubrió una quijada y la empuñadura de una espada con una frase enigmática. Estos nuevos elementos fueron clave para esclarecer la verdadera identidad del conquistador.
“Aquí está la cabeza del señor marqués Don Francisco Pizarro que descubrió y conquistó a los reinos del Perú, y puso la real corona de Castilla”.
Para confirmar la autenticidad de los restos, se realizaron diversos estudios forenses y se compararon con descripciones históricas de las heridas que Pizarro había sufrido en su cuerpo. Uno de los detalles poco conocidos es que durante un ataque, perdió el ojo izquierdo debido a una lesión que lo atravesó, estallando su globo ocular.
La crueldad contra Pizarro

El lado derecho del cuerpo presentaba las lesiones más graves, lo que sugiere que el conquistador utilizó una puerta y su brazo para defenderse. Estos hallazgos corroboran la valentía y la habilidad táctica que Pizarro demostró en los combates, luchando por no ser asesinado por un grupo de almagristas.
Una vez confirmada la autenticidad de los restos, se tomaron las medidas necesarias para su preservación y exhibición en la Catedral de Lima. Actualmente, el cráneo de Francisco Pizarro yace en las profundidades de las catacumbas de esta histórica iglesia, junto a otros vestigios que cuentan la historia de la conquista y la colonización en América.
La presencia de los restos de Pizarro en la Catedral de Lima no solo es un recordatorio de su vida y su muerte, sino también un símbolo del poderío español y del legado histórico que dejaron en el continente americano. Este lugar se ha convertido en una importante atracción turística y cultural, donde los visitantes pueden conocer de cerca la historia y los secretos que los restos de Pizarro guardan en su silencio.
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