
La transformación digital en América Latina ha acelerado la adopción de nuevos métodos de pago en todos los sectores, pero pocos procesos muestran con tanta claridad la escala y la complejidad del cambio como el transporte público. Lo que empezó como una conversación técnica sobre cómo modernizar un sistema que movía millones de personas por día terminó convirtiéndose en un caso regional de adopción masiva, donde convergen innovación, infraestructura, inclusión y una demanda ciudadana por experiencias más simples y seguras. En ese sentido, el transporte dejó de ser un servicio operativo para transformarse en un laboratorio vivo de digitalización.
La apertura a nuevos métodos de pago marcó un antes y un después. Durante años, el transporte funcionó con sistemas cerrados, pensados para otra época, cuando la interoperabilidad no era una prioridad y los volúmenes digitales no eran determinantes. La transición a pagos abiertos obligó a incorporar estándares tecnológicos similares a los del comercio electrónico de alto tráfico, desde motores de autorización más robustos hasta mecanismos de seguridad unificados. El volumen actual lo demuestra: se registran alrededor de 5.5 millones de viajes mensuales, un número que hace apenas unos años se consideraba un pico extraordinario y que hoy es la nueva normalidad.
El proceso para llegar hasta acá no fue sencillo. La coordinación entre actores del sistema -transporte, emisores, adquirentes, procesadores, operadores- fue fundamental para sostener la escala, y la convivencia entre tecnologías nuevas y sistemas heredados exigió un nivel de precisión que el sector no estaba acostumbrado a manejar. Tuvieron que ajustarse mensajerías, adoptar protocolos de seguridad más exigentes y reentrenar modelos operativos para que el flujo de transacciones pudiera ser monitoreado en tiempo real. La digitalización del transporte no solo implicó modernizar la forma en que se paga un viaje, sino reescribir procedimientos completos para que cada movimiento fuera trazable, inmediato y seguro.
La adopción del usuario acompañó ese proceso con una velocidad notable. El pago sin contacto, que durante años parecía distante para grandes segmentos de la población, encontró en el transporte un catalizador único: una operación cotidiana, repetitiva y masiva que reduce barreras y acelera la confianza. Sin embargo, el sistema arrastra una deuda estructural, la falta de elección. Hoy el usuario todavía no puede seleccionar libremente el método que quiere usar de punta a punta. La experiencia sigue fragmentada y la inclusión digital total solo será posible cuando cada persona pueda decidir cómo pagar, sin restricciones tecnológicas ni de infraestructura.
Otro desafío clave es la educación. La tecnología es capaz de garantizar niveles altísimos de seguridad -desde autenticación avanzada hasta tokenización y cifrado continuo-, pero esa fortaleza no siempre se traduce en percepción de confianza. Todavía existe un camino importante en comunicación, pedagogía digital y acompañamiento al usuario, especialmente en un país donde la brecha de adopción convive con una velocidad de innovación muy superior a la media global.
Mirando hacia 2026, Argentina se perfila para consolidar un modelo de transporte digital que ya está mostrando señales de madurez. Se espera una expansión de los sistemas abiertos a más ciudades, mayor interoperabilidad entre métodos, la incorporación progresiva de biometría y experiencias “invisibles” donde pagar deje de ser un acto explícito para convertirse en un componente natural del viaje. La clave estará en lograr un equilibrio entre innovación y accesibilidad, evitando que las nuevas tecnologías amplíen brechas en vez de cerrarlas.
A nivel regional, el panorama acompaña. Chile, Colombia, México y Brasil están transitando procesos similares, cada uno con matices regulatorios y operativos propios, pero con un objetivo compartido: construir ecosistemas de movilidad más eficientes, seguros e integrados. La región avanza hacia una convergencia tecnológica que hace apenas una década parecía improbable y que hoy posiciona a América Latina como uno de los polos de adopción más rápidos del mundo en materia de pagos en movilidad.
El verdadero salto ocurrirá cuando la interoperabilidad sea total y la experiencia del usuario sea completamente fluida. Que una persona -bancarizada o no- pueda desplazarse utilizando la tecnología que prefiera no es solo un avance en medios de pago: es un paso decisivo hacia la inclusión y hacia ciudades más inteligentes y eficientes. La digitalización del transporte no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para que las grandes transformaciones urbanas lleguen a todos de manera simple, segura y sostenible.
La autora es Directora de Lyra para Argentina
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