El fin del consenso: Chile elige su próximo presidente impulsado por el miedo y la decepción

El país atraviesa una crisis de legitimidad política desde el estallido social de 2019, profundizando la división social

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El próximo presidente de Chile
El próximo presidente de Chile recibirá un mandato débil y enfrentará el desafío de cerrar la fractura social y política

Durante décadas Chile supo ser el país más estable de la región. Denominado un “oasis en América Latina” por el ex presidente Sebastián Piñera, la nación trasandina no solo crecía a un ritmo más alto que el resto sino también marcaba una apacible alternancia entre dos opciones moderadas: una izquierda acuerdista que generó tratados de libre comercio con países como Estados Unidos o Japón y una centro derecha que continuaba, al menos en lo económico, con los planes trazados por sus antecesores socialistas.

De ese Chile que vimos desde el retorno a la democracia hoy queda muy poco. La alternancia moderada dio paso a un péndulo ideológico entre extremos que si bien una vez en funciones logran atenuarse, en términos sociales aumenta la polarización en un país que no logra ponerse de acuerdo. El estallido de 2019 abrió un abismo que no solo no logra cerrarse sino que parece profundizarse elección tras elección. Mientras que muchos chilenos ven al actual gobierno de Gabriel Boric como demasiado progresista otros, por el contrario, ven imperiosa la necesidad de acelerar los cambios estructurales que prometió y nunca logró cumplir. Y en medio de esos debates que parecen irreconciliables entre sí, los partidos tradicionales no logran articular propuestas programáticas que representen a una ciudadanía obligada a elegir este domingo, por segunda vez consecutiva, entre dos opciones extremas que la mayoría percibe como el mal menor.

A horas de que Chile decida su próximo gobierno en las urnas, la segunda vuelta entre la comunista Jeanette Jara, quien fue ministra del actual gobierno, y el líder ultraconservador José Antonio Kast se define, más que por la esperanza, por una profunda dinámica de miedo y decepción. Las encuestas de cierre de campaña revelan un país polarizado donde la gran mayoría del electorado está empujado por el voto anti.

José Antonio Kast, quien salió segundo en la primera vuelta pero ahora recibiría los votos de otros 2 ex candidatos de derecha, sustenta sus esperanzas electorales sobre el masivo 83% de rechazo a la gestión del actual gobierno de Boric. Por su parte, Jara lucha por movilizar al casi 28% de votantes que “jamás votarían” por Kast, buscando que el miedo al retroceso social sea más fuerte que la fatiga del gobierno.

En definitiva, es la elección de la resignación cívica: 2/3 de los chilenos cree que el país va por el camino equivocado, y entre los indecisos, el 73% confiesa que no tiene un candidato favorito, lo que sentencia a esta contienda como el triunfo inevitable del mal menor. Y tanto Kast como Jara, no solo lo saben sino también buscan capitalizarlo. A lo largo de la campaña electoral ambos candidatos se han dedicado más a movilizar descontentos que a crear esperanzas, algo impensado en un país que constantemente miraba al futuro. De acuerdo con una encuesta de Pulso Ciudadano, el 83% de los votantes de Kast no solo desaprueban la gestión de Boric sino que será ese rechazo lo que los motivará a elegir al ultraderechista. O sea, el voto estará más definido por los antagonismos que por las propias virtudes de su candidato. A su vez, el 89% de los ciudadanos que en primera vuelta votaron otras opciones de derecha, como Kaiser o Matthei y que el domingo votarán por Kast lo hará solamente “para evitar el comunismo de Jara” según manifestaron varias encuestadoras chilenas.

Pero detrás de estos antagonismos se esconde un factor más preocupante: el miedo.

Las encuestas demuestran que la elección se juega en dos canchas mutuamente excluyentes. José Antonio Kast, quien probablemente sea el candidato más derechista desde Pinochet, capitaliza el miedo al caos presente: la inseguridad, el narcotráfico y la inmigración percibida en la ciudadanía como descontrolada. Sus votantes no solo buscan un castigo al gobierno, sino que lo ven como el único líder capaz de imponer la autoridad y el orden perdido.

Frente a ello, Jeanette Jara se ve obligada a movilizar el miedo al futuro ultraconservador. Su narrativa es clara: advertir sobre el riesgo de un retroceso ante una eventual presidencia de Kast, algo que el 48% de la población teme.

Y en este contexto los ciudadanos son forzados a ponderar cuál de sus miedos es más urgente: el miedo a la inseguridad cotidiana (que cada día tiene más semejanzas a delitos provocados por el crimen organizado) o el miedo a perder derechos y libertades. El votante, desencantado, ya no pide un estadista, sino un solucionador de problemas a la medida de su crisis.

A pocos días de la elección, la conclusión es demoledora: Chile no está eligiendo un futuro. Pero, a diferencia de los últimos años, hoy ni siquiera está cerrando una herida. El país se encuentra en un punto de inflexión donde la derrota del rival parece ser una motivación más poderosa que el triunfo de las propias ideas. La alta polarización ideológica forzó a los votantes a abandonar el centro moderado y saltar al extremo que les resulta menos hostil.

Gane quien gane este domingo, el futuro presidente recibirá un mandato débil, sustentado en la resignación y el voto de castigo. La profunda crisis de legitimidad que abrió el Estallido Social no se resolverá con una votación que solo logró consolidar a los extremos y fracturar el tejido social. La tarea del próximo mandatario no será solo gobernar, sino intentar cerrar un abismo que, por ahora, amenaza con evaporar lo que queda del “oasis” chileno.