La elección del domingo pasado dejó al país ante una realidad que pocos esperaban. La Libertad Avanza no solo consolidó su posición como fuerza dominante, sino que protagonizó un triunfo que sorprendió a propios y extraños: casi 41% de los votos a nivel nacional y una victoria inédita incluso en la Provincia de Buenos Aires, donde hacía menos de dos meses había perdido por más de 13 puntos. El resultado, más que una expresión de esperanza, fue un grito de hastío y de miedo.
La sociedad argentina votó con bronca, cansancio y desconfianza. El hartazgo al kirchnerismo, la inseguridad cotidiana —particularmente en el conurbano bonaerense— y la fatiga ante un modelo político que muchos sienten agotado, fueron los motores de un cambio que se gestó en silencio.
El “voto del miedo” también jugó su papel: el temor a un retorno del kirchnerismo pesó más que la preocupación por los ajustes del gobierno actual o por la pérdida del poder adquisitivo. La gente, en su mayoría, prefirió el costo del sacrificio económico antes que revivir el pasado. De hecho, el control relativo de la inflación fue ponderado por sobre la falta de dinero para llegar a fin de mes.
En la Provincia de Buenos Aires, el resultado fue aún más impactante. Diego Santilli logró dar vuelta una derrota de 14 puntos en septiembre para imponerse por uno en octubre. Un triunfo que refleja la desilusión con la gestión provincial y el voto castigo hacia la inseguridad y la falta de respuestas concretas. Desde luego ello no le puede restar mérito alguno al infatigable trabajo de dos dirigentes de PRO, el mencionado diputado reelecto Diego Santilli y el presidente del bloque de diputados nacionales, Cristian Ritondo. El conurbano, históricamente bastión del peronismo, se convirtió, así, en el epicentro de la rebelión electoral.
El electorado dejó claro que la corrupción, los escándalos o los nombres polémicos —Libra, Andis, Espert, entre otros— fueron secundarios frente al miedo a “volver a atrás”. El kirchnerismo, más que un adversario político, fue el fantasma que definió el voto.
En una elección polarizada, no solo perdió el peronismo, también los moderados y los gobernadores que intentaron sostener una tercera vía. La sociedad eligió extremos y, al hacerlo, desplazó el centro.
Para el Gobierno, este resultado no es un cheque en blanco, pero sí una ventana de tiempo. La nueva configuración del Congreso no le da mayoría, aunque sí la posibilidad de negociar con los sectores no kirchneristas. La diferencia será pasar de la defensa a la ofensiva: de resistir leyes adversas a construir acuerdos.
El discurso de Javier Milei, pese a la euforia, fue sorprendentemente moderado. Hizo guiños a los gobernadores y mostró vocación de diálogo, consciente de que la gobernabilidad será clave hasta la próxima campaña presidencial en 2027.
Otro factor decisivo fue el respaldo internacional, en especial el apoyo político y financiero de Estados Unidos. El gobierno de Donald Trump y el Departamento del Tesoro norteamericano desempeñaron un papel relevante al facilitar asistencia financiera clave para estabilizar las reservas y sostener la credibilidad del programa económico. Esa ayuda, discreta pero concreta, permitió mantener el equilibrio externo en meses críticos y contribuyó a generar la sensación de que el rumbo, aunque duro, era viable.
El mercado reaccionará positivamente: con menos incertidumbre, los activos argentinos tenderán a mejorar y el Gobierno “compra tiempo”. Ese tiempo deberá ser usado con inteligencia: para impulsar las reformas estructurales y consolidar la recuperación.
El primer desafío será el presupuesto, donde se pondrá a prueba la capacidad de diálogo con la oposición. En lo económico, el foco deberá estar en retomar el crecimiento y acumular reservas, condiciones esenciales para reducir el riesgo país y refinanciar vencimientos sin endeudarse más.
La inflación, aunque algo más intensa en octubre, se mantiene bajo control relativo. Todo indica que comenzará con “2”, y que noviembre podría iniciar en torno al 1%. El 2025 podría cerrar con una inflación cercana al 30%, lejos del 10% proyectado en el presupuesto, pero con una tendencia descendente.
Si la estabilidad política se sostiene, el último trimestre podría mostrar signos de reactivación y un crecimiento anual cercano al 4%, con arrastre positivo hacia 2026. La clave será la inversión, que solo llegará si el clima político y la credibilidad se mantienen.
La elección no fue racional, fue emocional. Fue un voto nacido del cansancio, del miedo y de la esperanza. Pero ahora el desafío es convertir la emoción en gestión, el grito en estrategia, y el tiempo ganado en futuro posible.
La Argentina, una vez más, eligió cambiar. La historia dirá si eligió bien.
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