
Mi viejo siempre me cuenta una anécdota. Que mi abuelo, que había comprado una linda casa en Ramos Mejía, terminó pagando de cuota hipotecaria menos que una lo que costaba una caja de cigarrillos.
Puede que esta sea, o no, una historia 100% verdadera. Pero, en cualquier caso, refleja un aspecto cultural: en Argentina lo que está bien es no pagar las deudas. O bien “pagarlas”, pero tras violentas licuaciones y quitas. Tengamos esto presente para el argumento final de este artículo.
Ahora repasemos algunos datos duros de la llamada “problemática de los créditos UVA”, que hace días nomás intentó ser arreglada con la aprobación –en la Cámara de Diputados– del “Régimen de Protección de Deudores de Préstamos Hipotecarios UVA y UVI”.
Imaginemos a un deudor que, en noviembre de 2017, tomó un crédito para comprar una vivienda y recibió del Banco USD 100.000, contra lo que se comprometió a pagar una cuota de $8.000 por mes ajustable por inflación.
– La deuda pasó de $8.000 en noviembre de 2017 a $101.500 en junio de 2023. Parece un montón, pero es exactamente lo que, en junio de 2023, “valen” los $8.000 del año 2017.
– De hecho, la cuota se fijó en su momento a 386 UVAS y hoy en día el deudor sigue teniendo que pagar 386 UVAS mensuales. En términos reales, la cuota nunca subió. Tampoco bajó.
– En dólares, sin embargo, el crédito se sacó con una cuota de USD 450 por mes, mientras que hoy paga USD 207.
– Más datos: según el último informe de sostenibilidad financiera del BCRA, sobre un total de 95.000 deudores hipotecarios UVA, solo el 1,2% presentan irregularidades en el pago.
– Son alrededor de 1.100 deudores que hoy son dueños de un inmueble de USD 100.000 (+- 20%, supongamos), que ya pagaron aproximadamente el 25% de su crédito y que empezaron pagando USD 450 y hoy pagan USD 207.
¿Qué hace el estado interviniendo en esos contratos para ayudar a personas que, claramente, están en una posición de riqueza a años luz de cualquiera de los cerca de 20 millones de argentinos que, según el Indec, no tienen ingresos suficientes para alcanzar la Canasta Básica?
La respuesta es, por un lado, económica. Pero, por el otro, es fundamentalmente cultural.
Beneficios concentrados, costos dispersos
En términos económicos, ocurre con los “Hipotecados UVA” que un grupo ruidoso y bien organizado se adjudica la representación del total y cabildea al Congreso para conseguir beneficios particulares. Claro, no importa si ahora pago mucho o poco en dólares, si tengo una propiedad de cientos de miles, o si pago menos que un alquiler.
Siempre es mejor pagar todavía menos que pagar más, y si el estado me va a garantizar ello, ¿por qué no?
Quienes estudiaron esto fueron James Buchanan y sus seguidores de la Escuela de la Elección Pública. A ellos les debemos la idea de que algunas acciones colectivas muestran beneficios concentrados, pero costos dispersos. El caso aplica a los lobistas de los UVA. Si consiguen el beneficio legal, son 1.100 deudores (o si todos se acogen al mismo, serán 95.000 deudores), que recibirán el beneficio de a) pagar menos cuota, b) recibir un subsidio del estado para pagar su casa, c) conseguir que el gobierno haga que los bancos paguen la diferencia entre lo que el deudor debe pagar y lo que quiere pagar.
Ahora bien, fijémonos que en los casos “a” y “b”, si quien paga la diferencia es el contribuyente, aparecen beneficios concentrados en 95.000 personas, mientras que los costos de pagar esos créditos recaerán en los impuestos que todos los días pagamos los 46 millones. Supongamos que el valor del beneficio es de USD 10.000 por cada deudor. Son en total USD 950 millones que se distribuirán entre los hipotecados, pero solamente USD 21 que pagará cada argentino como un impuesto extra.
Así las cosas, los costos no se perciben, y nadie se organiza para no pagar USD 21 extra. Pero los beneficios son más que tangibles en el universo de los lobistas UVA.
Festejar los créditos, llorar las deudas
Ahora bien, si nos metemos en el caso “c”, quien pagará la diferencia, los USD 950 millones que supusimos al principio, serán los Bancos de forma coercitiva por decreto gubernamental. Y aquí aparece el factor cultural.
Como decíamos al principio, en Argentina está bien visto no pagar las deudas. Y está mal visto prestar plata. Los acreedores son siempre los malos de la película, mientras que los deudores –adultos mayores que firman papeles y sonríen y festejan cuando obtienen un crédito– siempre las pobres víctimas. Es eso, de hecho, lo que hace que un amplio sector de la política nacional se encolumne detrás del rechazo al FMI, y aplauda defaults o renegociaciones de contratos donde los que nos prestaron plata se tienen “que hacer responsables” de la locura de haberlo hecho.
Y esto no es cosa de Macri o Cristina. El primer default argentino fue en 1890, bajo la presidencia de Miguel Juárez Celman.
Entonces el factor cultural se une al económico. No solo se trata de que aparecen beneficios concentrados y costos dispersos en la actividad de lobby, sino que los políticos votan a favor de esquemas completamente regresivos e injustos porque, culturalmente, aceptamos que el que toma un crédito es una víctima y que el que lo otorga es el victimario.
Lo malo de esta película es que el final ya lo conocemos. El país no tiene crédito y, por tanto, vivimos con una de las inflaciones más grandes del planeta. Por otro lado, como sucesivos rescates y congelamientos rompieron el esquema UVA, ahora volvimos a la situación previa: los únicos que pueden comprar una vivienda en Argentina son los millonarios (en dólares, no en pesos).
Para ir cerrando, cambiar Argentina no pasa solamente por “poner bien el voto”. Pasa por una modificación amplia y seria de patrones culturales que demostraron y seguirán demostrando lamentables resultados: inflación, estancamiento y pobreza creciente. El de los créditos UVA es solo el capítulo más reciente.
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