Fue cualquier cosa menos un discurso de clase magistral por un doctorado. No hay modo de que ponerle el nombre de una yerba a un hijo, la disquisición de las hormonas de los hombres y las mujeres o los eternos “escúchame un poco” o “te digo la verdad” queden como piezas de oratoria universal entre los que vistieron las estolas de los Honoris Causa.
En cualquier caso, el peor de los pecados de la alocución de la (ahora sí) doctora Kirchner fue lo previsible, aburrido y color sepia que tuvo.
¿No era previsible que se enojara con jueces y periodistas? ¿Otra vez?
El aburrimiento fue salpicado por pifias impensadas. Evitemos el señalamiento de las innumerables groserías técnicas que fueron desde asegurar que el vicepresidente integra el Poder Ejecutivo (no hace falta haber pasado más que el curso preparatorio de la Facultad de Derecho para saberlo) o el amañado modo de describir al Partido Comunista como único en el mundo en donde gobierna (sic). Todo eso apenas muestra a la actual vicepresidenta como una analista del mundo y sus circunstancias pasada de moda. O fuera de época.
Es imposible no destacar que en una ocasión como la que vivió en Chaco, aunque sea a 170 kilómetros de la Universidad que la distinguió pero que no pisó, el mundo de sus ideas para compartir en un claustro en donde se debate profundo se redujo todo a ella misma.
El Estado, la realidad y la Historia son ella. Eso fue su charla de unidad básica.
Con información -y con opinión, cómo no-, el kirchnerismo ha variado su estrategia. Alguna vez creyó perdido el 2023 a nivel nacional y pareció abroquelarse en la provincia de Buenos Aires. Ya no más. Cristina, por sí o por su bendecido, cree que puede ganar las elecciones del año que viene. Para eso, precisa de dos condiciones: Sostener la actual fragmentación de la oposición que, merced a las peleas de halcones y palomas y la irrupción de Javier Milei, atomizan el arco de votos. Luego, segunda cuestión, ella y quienes la representan deben “tomar” el Gobierno y ejercer sus “exitosas políticas de redistribución del ingreso”, por citarla.
El kirchnerismo quiere a Alberto decorativo y a sus huestes tomando decisiones. Sea por las buenas (que él lo acepte) o por las malas (creándole un gobierno paralelo desde el Senado). No es casual que hoy el bloque que le responde (o los bloques... no se sabe) lance iniciativas como una moratoria previsional, o el salario mínimo adelantado o lo que sea.

Cristina hoy dinamitó lo que hace Alberto y ventiló sin ponerse colorada los manoseos de funcionarios no nombrados. De Pedro no fue a la Jefatura de Gabinete, Larroque tampoco asumió en el Ministerio de Desarrollo, su preferido para Comercio fue vetado. No le alcanzó con separarse de los resultados económicos y sociales de su gobierno, porque es suyo. Necesitó humillar en público al Presidente que no nombró o nombró a tales y cuales. Es su operativo “despegue” del Presidente.
Fragmentación de la oposición, impulso de las políticas en las que ella cree y despegue son su plataforma de lanzamiento. A no dudarlo.
Para ello, debe alimentar el relato de la historia como la quiere o cree ella. Miente con los nombramientos de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz propuestos, con patetismo, por decreto de Macri. El PJ no “subsanó” nada. Avaló lo que ahora ella critica porque no fallan como quieren. No dice la verdad sobre la inflación de su último período. Veinticuatro por ciento de inflación con cepo, tarifas pisadas y congelamiento de precios. Y así, al infinito. Porque no importa la verdad. Para ella, el remedio es su relato.
Quizá fue una novedad su recurrencia a las etimologías. Sin nombrarlo a Mariano Grondona (con quien tuve el gusto de trabajar) a pesar de ser su frecuente invitada hasta que el periodista osó discrepar con ella, recurrió a Wikipedia o diccionarios virtuales para hablar de duelo, pelea y otras contiendas. Quizá ese sea el permiso para recurrir a esos lugares y leer lo que se define por histeria: patología en que la persona tiene una preocupación crónica por síntomas físicos que no tienen ningún origen identificable. Si la realidad es una manifestación física del universo, su crónica preocupación reside en hablar de sí misma, dibujar la historia, pretender la perpetuidad en ella y, sobre todo, encontrarle origen y explicaciones no indetificables con la verdad.
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