Las menciones a las características del Estado son una constante en el debate público de nuestro país. Detrás de adjetivos como “ausente”, “presente”, “grande” o “mínimo” encontramos toda una serie de principios, opiniones, prejuicios y lugares comunes a partir de los cuales se posicionan las fuerzas políticas.
Esta semana adquirió relevancia en los medios un tema que la oposición en la Provincia de Buenos Aires viene señalando hace tiempo: el incremento de los cargos políticos en el gobierno de Axel Kicillof. A partir de esta situación, concreta y tangible, es posible aclarar un poco el panorama e introducir conceptos precisos sobre cómo debería ser —y cómo no— un Estado en el siglo XXI.
En 2019, los subsecretarios y directores de la Provincia eran 800. Hoy llegan a 1700. Las primeras preguntas se caen de maduras: ¿la gestión mejoró? ¿Hoy el Estado provincial es más capaz luego de este aumento brutal de funcionarios? Mirando los índices de pobreza e indigencia, la calidad de la educación, los problemas de infraestructura y las dificultades cotidianas de los municipios, ya tenemos nuestra respuesta.
La realidad no admite dudas. Los cambios en la estructura del gobierno bonaerense no responden a ningún criterio racional vinculado a la gestión. La creación de nuevos puestos y organismos guarda relación directa con la dinámica interna de una coalición oficialista que, en modo parásito, asalta el sector público sin escrúpulos.
En otras palabras, la Provincia de Buenos Aires es la manifestación más acabada de la imposibilidad del Frente de Todos. El balance de poder y la devolución de favores cotizan en cargos. La novela de internas, que protagonizan cada día y a toda hora, se refleja en una burocracia monstruosa que no resuelve problemas y consume los recursos públicos.
¿De qué otra manera puede explicarse la creación de cargos ad hoc para los funcionarios desplazados por cuestiones políticas? Prefiero ser directa y cruda antes que maquillar una realidad tristísima. El Estado bonaerense es como el amigo que nunca te deja a pata o el tío que consiente a los sobrinos. Siempre queda un lugarcito en una oficina para que aterrice alguien más. ¿Para hacer qué? No importa. Lo vamos viendo. Nadie del palo se queda afuera.
Es notable cómo, en este contexto, el gobernador Kicillof y la vicegobernadora Magario, Máximo Kirchner, Martín Insaurralde y Malena Galmarini, entre otros, se reunieron para poner en marcha un proceso de institucionalización del Frente de Todos. Me pregunto qué implica institucionalizar un oficialismo roto, ajeno a las demandas de la ciudadanía, obsesionado con el poder judicial y que considera lo que es de todos como una caja propia.
Los referentes políticos tenemos que tomar la decisión de evitar discusiones estériles que mutan rápidamente en acusaciones y chicanas redundantes. Las características de un Estado deben definirse a partir de las circunstancias, nunca en abstracto ni basándonos en modelos obsoletos. En un mundo volátil e incierto, la capacidad de adaptación y de prefigurar futuros escenarios es una virtud esencial.
El interrogante que debemos responder es qué Estado necesitamos para modernizar la educación, invertir en ciencia y tecnología, mejorar el sistema de salud, agregar valor a nuestros productos e incentivar a emprendedores y pymes. Mientras tengamos presente que somos servidores públicos, que venimos a transformar y no a permanecer, seguiremos dando pasos seguros hacia la renovación de la política.
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