
Un fallo reciente del juez Jorge Aníbal Ocampo habilitó la suspensión de la normativa que impide a los intendentes bonaerenses presentarse a elecciones para el cargo por tercera vez consecutiva. Esto ocurrió a raíz de la apelación de una concejala de Malvinas Argentinas, por su caso particular, pero está desde el comienzo orientado a ser un intento de cierta dirigencia política para, lisa y llanamente, borrar con el codo lo que escribió con la mano.
La discusión que se genera a partir de este episodio –vale aclarar– no es meramente legal o de interpretación constitucional, aunque algunas partes agiten ese humo para intentar tapar la realidad (que es la única verdad). Se trata de una cuestión de voluntades políticas y de intereses que van desde lo personal a lo corporativo, sin pasar ni cerca por los intereses reales a los que debe responder la política: los de la gente. Vamos a los hechos.
Haciendo gala de una total falta de pudor (concepto que probablemente desconocen) muchos intendentes bonaerenses se aventuran en un proyecto de reforma de ley que les permitirá ser reelectos de manera indefinida. ¿Pero cómo? ¿No fue acaso hace unos años nomás que se sancionó una ley en la Provincia de Buenos Aires justamente con el objetivo de evitar eso mismo? Imagino a muchos bonaerenses preguntárselo. Y sí, es de no creer.
Quien tenga un poco de memoria recordará que en 2016 (hace apenas cinco años, que en la vida institucional de un país no es nada) la Cámara de Diputados provincial sancionó la ley 14.836 que impedía a funcionarios públicos de distintos cargos (desde concejales y consejeros escolares a intendentes) reelegir más de una vez. En otras palabras: dos mandatos y a otra cosa. Se buscaba así promover la alternancia en cargos importantes, y con eso garantizar un carácter más plural y democrático a nuestras instituciones.
Esa iniciativa, de hecho, fue impulsada de manera conjunta por la entonces Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal y el actual Presidente de la Cámara de Diputados a nivel nacional, Sergio Massa, por entonces uno de los principales referentes de la oposición al gobierno de Cambiemos. Yo mismo tuve en ese momento el honor de ejercer como diputado y votar a favor de la ley, que tuvo respaldo no sólo de los legisladores del oficialismo y la oposición, sino de muchos intendentes. Ese año la Provincia dio un paso adelante en materia democrática.
Y ahora, muchos de los intendentes que apoyaron esa necesaria reforma, quieren dar el paso atrás.
El sentido de la ley y el sinsentido de los que quieren reformarla
Un punto importante de la normativa consistió en un artículo que establecía que a aquellos que tuvieran mandato vigente en el momento de sanción de la ley se les contabilizaría dicho mandato como el primero de los dos consecutivos permitidos. O sea que si un diputado o senador, por ejemplo, llevaba dos, tres o más mandatos encima (cosa que era históricamente común), a partir de la sanción podría acceder a una última reelección más. Luego de la implementación de la ley, todos los afectados podían contar con su mandato en vigencia y un siguiente, con la garantía de que luego sí deberían declinar cualquier aspiración de continuidad en su cargo.
El sentido de este artículo era el de garantizar una implementación lo más rápida posible de la nueva norma, cuyos efectos recién podrían apreciarse con la renovación de cargos de 2023. Es decir la próxima elección. El proyecto de reforma del artículo mencionado busca devolver a los intendentes la reelección indefinida que, irónicamente, si la iniciativa prospera nunca les habrán quitado. La impostura política de algunos dirigentes y legisladores hace gracias que parecen de ciencia ficción. Lamentablemente no hay nada de gracioso en lo que estamos presenciando.
No pasaron aún ni dos meses de la última elección, donde la mayoría de los ciudadanos le dijo basta a la politiquería berreta en medio de una debacle económica colosal. Aún así, a algunos dirigentes no los perturba ni un poco ocupar el tiempo y las energías de los legisladores con un proyecto semejante, que solamente puede disparar aún más la espiral endogámica de nuestra clase política.
Y lo peor es que lo hacen desde la falsedad y la desinformación. Muchos de los que se quejan de la culminación pronta de sus mandatos aducen que la ley no debería tener efecto sobre el mandato vigente en el momento de sancionar la ley ya que implicaría una aplicación retroactiva de la misma. Pero, como expliqué anteriormente, eso estaba contemplado en el proyecto y fue aprobado por todos los que hoy tienen la cara lo suficientemente dura para decir esas patrañas en los programas de radio y televisión.
De lo anterior se desprende que la reforma que quieren impulsar es regresiva y no debería ni estar en discusión. Pero eso no quiere decir que no haya cosas por mejorar.
Lo que sí hay que modificar de la normativa
Así como hay intendentes que quieren modificar la ley original, hay otros que se benefician de lo que ya en su momento fue una mala reglamentación de la misma. Me estoy refiriendo a aquellos que, con distintos pretextos políticos, se tomaron licencia en sus cargos de gestión a lo largo de este año. En la reglamentación de la ley 14836 se planteó, de manera muy poco coherente con la intención del proyecto, que la prohibición de un tercer mandato consecutivo “abarca a quienes habiendo sido reelectos en el mismo cargo para un segundo mandato consecutivo, hayan asumido sus funciones por más de dos (2) años, continuos o alternados”. Esto quiere decir que, siempre que un intendente en su segundo mandato consecutivo no haya superado los dos años de gestión, puede aspirar nuevamente al cargo en el siguiente ciclo. Y se pone peor: en caso de ser electo nuevamente, bajo estas condiciones, su nuevo mandato se contabiliza como primero y, por ende, ¡puede volver a ser reelecto!
Esta es la apuesta de muchos intendentes que lograron, gracias a su posición dentro de los diversos espacios políticos que integran, conseguir cargos ejecutivos en otros gobiernos (nacional o subnacionales de otras jurisdicciones). No hace falta mencionarlos, los casos son conocidos y abarcan a referentes de distintos espacios políticos, en ambos lados de la grieta. Estas personas se tomaron licencia de sus cargos antes de cumplir dos años de sus segundos mandatos, lo cual en teoría –gracias a esta pésima reglamentación– les permitirá ser candidatos nuevamente en 2023, con posibilidad de ser reelectos en 2027 (y de volver a hacer esa truchada todas las veces que quieran). ¡Y para colmo con una licencia! Ni siquiera tuvieron que renunciar a sus cargos de intendentes. Es el colmo de la ridiculez. Cualquiera diría que quien está de licencia en un puesto de trabajo sigue ocupándolo. Estos intendentes no interrumpieron sus mandatos, solamente delegaron las responsabilidades de gestión a sus subalternos.
Este es el aspecto, no de la ley –como ya mencioné– sino de su reglamentación, que deberíamos estar tratando de modificar porque vulnera el sentido de alternancia y pluralismo, tan necesario, que el proyecto busca originalmente.
¿Por qué importa todo esto?
Hay quienes creen (o quieren hacer creer) que esta es una cuestión meramente burocrática que no tiene relación con los intereses de la ciudadanía. Es cierto que la ciudadanía está interesada en otras cosas; más urgentes, más dramáticas: la inflación, el desempleo, la inseguridad, la salud, la educación, etc. Es cierto también que a los argentinos en general y a los bonaerenses en particular, cada vez le interesan menos las discusiones y rencillas palaciegas (básicamente porque están comprensiblemente hartos de ellas).
Lo que definitivamente no es cierto es que esto no vaya a tener un impacto negativo en la vida de los ciudadanos. Pues expresa el estado actual de una política que se mira a sí misma, y que ejerce el poder sólo en función de extender sus privilegios. ¿Qué cosa, si no una dirigencia política cada vez más alejada de los intereses de la comunidad, puede explicar el estado de desidia y decadencia prolongada que se respira en la Provincia de Buenos Aires? ¿Cómo se explica, si no, que Buenos Aires se haya convertido en la provincia menos autónoma del país y sin un proyecto propio? Teniendo la mayor concentración de habitantes en la Argentina, siendo uno de sus más grandes bastiones industriales y productivos, la provincia de Buenos Aires y sus municipios se han convertido en meros instrumentos de la política nacional, trampolín de candidaturas y carreras políticas que no retribuyen a la confianza de los bonaerenses con proyectos serios que mejoren de forma palpable sus condiciones de vida. En el país del Estado fallido, el Estado provincial es el más fallido de todos.
La discusión del artículo que impide la reelección indefinida para los intendentes supone un gran retroceso y nos distrae otras discusiones verdaderamente importantes: cómo potenciar la producción agropecuaria, la creación de polos tecnológicos en toda la provincia o el destino de las mega-ciudades del conurbano. Incluso si se trata de cuestiones electorales y políticas (que siempre se pueden mejorar, como expresé anteriormente en relación a la reglamentación de la ley), es necesario discutir la boleta única, el desdoblamiento de la elección provincial de la nacional y la autonomía municipal, por mencionar algunos temas cruciales. Tales debates nos impulsarán hacia adelante, hacia el futuro. Esto, en cambio, atrasa. Es volver al pasado para que nada cambie.
Todo esto en el contexto de una tolerancia social que está al borde de su límite. Los que en esta elección adoptaron el concepto de “casta política” para plantear parábolas inverosímiles aciertan en su diagnóstico de los problemas centrales de la política actual. La dirigencia mira esto con asombro sin ver en ello su propia creación, su propio monstruo. Si persiste en este tipo de proyectos, si no reacciona a tiempo, esta dirigencia vetusta (del color político que sea) que todos los meses convoca a movilizaciones en respaldo del estado de derecho, la convivencia democrática y tantas cosas más, se va a encontrar cada vez más sola en la plaza y en las calles, sin el respaldo de las miles de personas a las que le cuesta tanto representar.
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