La charla con mi abuelo y el lugar que ocupamos las mujeres en las religiones

Mi abuelo era un sufrido inmigrante polaco que quería mantener la tradición viva y me decía que yo era judía porque “venía de la sangre”. Esas discusiones me hicieron mirar con atención el rol que ocupamos en los distintos credos

Compartir
Compartir articulo
Isaac Salomón Hochbaum y su nieta Zoe
Isaac Salomón Hochbaum y su nieta Zoe

Cuando era chica me costaba entender por qué a mi abuelo le parecía tan importante, cuando conocía a una persona o cuando yo le hablaba de alguien, saber si era judía o no. Y, aunque pasó mucho tiempo y mi abuelo ya no está acá, sigo sin entenderlo.

Lo que me enroscaba a mí era por qué alguien tenía que ser o no ser judío. Como si esa pregunta fuese un filtro, un CBC para ver si entrabas o no en el círculo familiar.

Lo loco es que él nunca fue religioso ni festejó las fiestas, ni nada. Y con el tiempo menos; se fue quedando ciego hasta llegar a la demencia senil absoluta y no entender nada de nada de nada. Pero en el tiempo que yo lo transité a él aún consciente, discutimos más de una vez por la religión.

Él me explicaba que yo era judía, que no era una cuestión de querer o no querer serlo, que eso venía en la sangre, en el vientre materno (en mi caso, mixto, pero bueno, ni idea) y yo me enojaba y le decía que él no podía decidir por mí, que yo iba a ser lo que quisiera ser y que todavía no había definido si quería ser judía, católica, árabe, budista, atea, agnóstica o solo Zoe.

Mi abuelo se frustraba y se angustiaba, hoy lo pienso y lo entiendo, entiendo su frustración, pero también entiendo la mía. Él, por su historia de sufrido inmigrante polaco, quería mantener la tradición viva, no le interesaba realmente el judaísmo como práctica, era más bien como un acto de supervivencia contra el fascismo, un constante renacer de lo que fue su infancia, su familia, su pueblo, sus creencias. Y yo quería defender mi bandera de la libertad y eso implicaba no ser nada que no quisiera ser, más allá de lo que marcaran las cicatrices de mi historia.

Una tarde fui a visitarlo, estábamos en los comienzos del debate del aborto y era un tema que todavía no habíamos hablado. De él, doctor, obstetra y ginecólogo, esperaba todo menos la apertura con la que me recibió ese día: para él había sido siempre una obviedad, había que legalizarlo ya y garantizar todas las medidas de seguridad que fueran necesarias. Y también le parecía una obviedad que era la mujer quien tenía que decidirlo.

Me escuchó y me contó historias polémicas del sanatorio (él había sido director del Hospital Isrealita) me habló de la cantidad de veces que tuvo que asistir a una mujer en situaciones riesgosas y todo lo que eso conllevaba. Charlamos de feminismo, de la militancia, de mi abuela y los errores que había cometido con ella, de los que se arrepentía, de los que pedía perdón y de los que había aprendido.

Inclusive con toda esa apertura, él seguía sin poder entender lo que me sucedía (y aún sucede) con la religión.

A medida que fui creciendo, comencé a entender qué cosas no me gustaban de la religión. Descubrí que no era solo una cuestión de creencias lo que me enfurecía tanto, sino, también, el rol de la mujer en ellas. Y, cuando entré al colegio, se tornó más claro que nunca. Incluso siendo una escuela “laica”, me mostró todo lo que me angustiaba del ser mujer en un contexto religioso.

Para empezar, había una suerte de templo pequeño en la planta baja cuyo acceso solo estaba permitido para los varones. Es decir, que no puedo describirles cómo es por dentro ya que NUNCA PUDE ENTRAR POR SER MUJER. ¿Increíble, no? Ni que hablar de las veces que me angustié en viajes al ver a mujeres completamente tapadas. Siempre intenté comprender, pensar que tal vez y solo tal vez, ellas querían eso, por que eso es lo que me decían (y aún dicen) muches: “Así es la cultura de elles, es lo que eligen”.

Cuando llegó el debate del aborto hablé con él -doctor, obstetra y ginecólogo- y esperaba todo menos la apertura con la que me recibió ese día: para él había que legalizarlo ya y garantizar todas las medidas de seguridad que fueran necesarias
Cuando llegó el debate del aborto hablé con él -doctor, obstetra y ginecólogo- y esperaba todo menos la apertura con la que me recibió ese día: para él había que legalizarlo ya y garantizar todas las medidas de seguridad que fueran necesarias

Entiendo que pueda suceder, racionalmente lo entiendo, pero a la vez estoy llena de contradicciones, de preguntas, de incertidumbres. En un viaje a la playa, estaba con mi familia tomando sol en las reposeras cuando de pronto llegan a la playa dos personas que, por su vestimenta, entiendo eran musulmanes. Cuando se instalaron, él se sacó su túnica, quedando así únicamente cubierto por una zunga diminuta, mientras que ella no se quitó nada, absolutamente nada. Era un día de mucho, muchísimo calor bajo un sol que ardía y ella vestía toda de negro, cubierta hasta la cara. Mientras yo vestía libremente mi bikini verde.

No pude no preguntarme: ¿De verdad está bien? ¿Debería preguntarle si está bien? ¿Estará obligada? Obvio que todo fue visto desde mis parámetros de lo que es la libertad y que los míos no tienen por qué ser les de otres, pero incluso con toda esa racionalidad, seguía pensando en ella y en sus elecciones, como si de algún modo también fueran asunto mío. No me entraba en la cabeza que tal invisibilización corporal fuese también una decisión de ella.

Las religiones no existieron siempre, más bien, como tantos otros conceptos sagrados, son una construcción del hombre. Y por hombre me refiero literalmente a hombres. Así es como la mujer ha ido quedando sometida a formas de vestir, de caminar, de comer, de vincularse, de tener sexo, en fin… de vivir.

A veces es muy difícil cuestionar temas como el de la religión. Es algo tan histórico, con tanto peso, que cuesta poner sobre la mesa sus puntos débiles sin que eso parezca un ataque a la fe o a la espiritualidad. Pero de verdad les pregunto… ¿No les llama la atención que solo hayan curas católicos hombres? Y que los mismos no puedan casarse, ¿por qué? Y ni que hablar de las pocas rabinas y pastoras mujeres. ¿Y que el Papa sea hombre? ¿Por qué no hay una “Mama”?

“Lo siento desde muy pequeña, desde que me conozco y tengo conciencia de que el rol de las mujeres no es suficientemente reconocido. No es que no se nos permita hacer cosas, sino que no se reconoce todas las cosas que sí hacemos”, dijo Tamara Tenenbaum para la revista digital Transversal.

La religión es casi como el hecho consumado, la prueba perfecta del rol de las mujeres en esta sociedad, de qué lugar ocupamos como personas en este mundo. Leo a Tami hace un tiempo y fue también gracias a ella que pude empezar a ponerle nombres concretos a todas estas sensaciones. “Yo quería encontrar una voz, un universo y un ritmo”, dijo Tami en el medio Redacción algunos meses atrás en este mismo año.

Entiendo que, en este caso ella se refiere a la voz del personaje de “Todas nuestras maldiciones se cumplieron”. Pero, me quiero tomar el atrevimiento de usar esa misma frase para este tema que hoy me convoca y les convoco a ustedes. Sería mucho más interesante poder encontrar eso en la religión, en cada una de nuestras religiones, sea cual sea. Encontrar nuestra voz, nuestro universo y nuestro ritmo. Y ninguno de estos elementos tiene por qué parecerse al de les otres.

La idea de “comunidad” no debería corrernos de nuestras elecciones personales. ¿Cuántas de las personas que profesan una religión lo hacen porque lo han heredado de sus familias? No todas las personas pueden correrse de un mundo que no le interpela, como lo ha hecho Tami, para poder observar desde afuera y que entonces la pertenencia sea una elección y no una imposición. ¿Cuántas de esas mujeres que toman sol con burkas lo hacen porque nadie les dijo que tenían más opciones? O mejor dicho, ¿cuántas de esas mujeres no tienen otras opciones?

Jamás me imaginé que tiempo después me cruzaría a Tamara por los sets de su propia serie, El fin del amor. Y como en los rodajes todes estamos siempre a mil, no llegué a decirle que leerla me hizo entender que se podía por lo pronto contemplar un judaísmo (o cualquier religión) que al mismo tiempo sea feminista y antiespecista. Que no hacía falta abandonar nuestras historias y nuestros antepasados porque también podíamos hacerlo desde el feminismo y que a la fe se la podía profesar desde la igualdad.

Si mi abuelo aún viviese le diría que en verdad ya decidí qué religión quiero profesar: la religión de la elección. Y sé que eso también lo haría muy feliz.

SEGUIR LEYENDO: