
El problema de Cristina Kirchner es la derrota. No está dispuesta a asumirla aunque eso signifique implosionar el Frente de Todos. Quiere ser la opositora al derrotado para retener el poder. Porque con su carta, acusa a Alberto Fernández de ser el mariscal de esa derrota y, también, el responsable de la crisis económica. Ella, parece que aterrizó al gobierno ahora, desde un plato volador. En la carta buscó documentar las instancias en que pidió cambios para deslindar sus responsabilidades de las consecuencias. Cristina dice “Yo no fui” y le recuerda a Alberto, lo que él se la pasó negando y luego quedó igualmente a la vista: que tiene que hacer lo que ella diga, porque ella lo puso en el sillón de Rivadavia.
Cristina le pide honrar el mandato del pueblo, que es ella, y le sentencia que está en jaque. La anomalía es total, pero lo fue siempre. Y no ocurre en una discusión reservada, sino en la cima del poder político en Argentina y a la vista de todos de manera descarnada. Es el corte transversal del gen kirchnerista que dejó como evidencia antropofágica la diputada Fernanda Vallejos en su mensaje conspirativo contra la autoridad del presidente, en el que llama okupa a un mandatario elegido por los votos... si los votos no cuentan, sino la gran electora, Cristina.
Se propone casi una ruptura constitucional porque se desafía el orden con el mando unipersonal. Hay quienes temen a una deriva autocrática, pero la deriva autocrática ya está planteada.
A Cristina no le importa nada con tal de garantizar su impunidad. No le importó poner un presidente decorativo y montar una farsa de gobierno con tal de recuperar el poder para evitar ir a la cárcel. Y ahora ya no sólo tiene de rehén al país sino que además amenaza con pulverizar la jerarquía constitucional. Porque lo que hizo virtualmente la vicepresidenta es vaciar de poder al Presidente que puso a dedo. Como si fuera tan fácil, ser el Doctor Frankenstein y luego lavarse las manos. Su movida responde a la resistencia aparente del presidente a hacer los cambios de gabinete que mediante presiones explícitas se le pedía. Pero la feroz interna del peronismo que multiplica la incertidumbre sobre el futuro político inmediato del país también tiene otras consecuencias.
¿Qué hará el presidente? Si acepta los lineamientos de Cristina, su debilidad no tendrá disimulos. A esta altura ya no puede hacer de cuenta que no pasa nada. Ese acting se lo pulverizó ella misma en la carta llamándolo hipócrita. Si el Presidente se enfrenta, queda lesionado, sin sustento político, porque Cristina lo delarruiza (por Fernando De la Rúa) al quitarle apoyo. Si Alberto Fernández hace la suya, debería negociar con la oposición para sostener su gobierno dos años más. La otra posibilidad resulta innombrable para el buen gusto y remite a hechos de 2001. Cristina no dudo en dejar prendido el motor del helicóptero en la terraza de la Casa Rosada con su carta. Y mina de forma impensada la gobernabilidad.
La feroz interna del peronismo despedaza su último totem: su declamada capacidad para sostener gobernabilidad. Cristina está dispuesto a llevárselos puestos a todos. La falta de gobernabilidad ahora es peronista. Ya no conformes con debilitar a los gobiernos de signo opositor lo hacen con su propio presidente. Hoy, el tabú del despoder les implotó en las manos transmigrando como concreta realidad y producido en sus propias usinas. En el medio estamos todos.
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