La bendición en la Argentina, la maldición en Cuba, y un denominador común: malas políticas

En un contexto de suba de los precios de los productos agrícolas, Argentina decidió “proteger la mesa de los argentinos” con prohibiciones y controles que, al limitar la oferta y destruir inversión de largo plazo, terminan teniendo escaso efecto

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El récord reciente en el precio de los commodities en general, y de los agrícolas en particular, y su correlato en el precio de los alimentos, ha sido, pese a la opinión en contrario de algunos ultrakirchneristas, una bendición para el oficialismo argentino.

En efecto, y gracias al control de cambios que obliga a los exportadores a venderle los dólares que obtienen por su mercadería al Banco Central, dicha entidad recibió 13.000 millones de dólares más de los que había recibido en el primer semestre del año pasado, y pudo recomponer algo sus reservas líquidas, que pasaron de negativas en casi 2.000 millones de dólares en diciembre del 2020, a las cerca de 3.000 millones de dólares positivas en la actualidad.

No me canso de insistir, pido disculpas, en que el faltante de dólares o la “restricción externa” es un invento político local y está muy lejos de la realidad. Las cifras oficiales muestran que los argentinos tenemos activos ahorrados por más de 250.000 millones de dólares, como mínimo, y que si dichos dólares no están incorporados en la economía de nuestro país es precisamente porque los controles de cambios, la destrucción del peso, la falta de incentivos adecuados para la inversión privada, la presión tributaria, el marco institucional, en resumen las malas políticas, nos han obligado a proteger nuestro patrimonio, independientemente de su tamaño, del alcance, dentro de lo posible, de la voracidad confiscatoria y expropiadora de los sucesivos gobiernos, salvo honrosas y cortas excepciones. Téngase en cuenta que cuando la Vicepresidenta habla del “problema de la bimonetariedad” no está pensando, precisamente, en convalidar y reconocer la necesidad de un marco bimonetario amplio y legal, si no que está pensando en “terminar con este fenómeno” ampliando la pesificación forzada. Pero eso es tema para otra nota.

Retomo. Como exportador neto de materias primas alimenticias, la Argentina se ha beneficiado del aumento de más del 35% promedio desde el 2019 para acá, que registra el Índice de alimentos de la FAO.

Pero, a diferencia del resto de los países exportadores netos de commodities, que compensaron estas subas en los precios sectoriales, para evitar un shock inflacionario, con política macroeconómica, y maximizando los incentivos para incrementar la oferta de sus productores, la Argentina decidió “proteger la mesa de los argentinos”, en el marco de un gran desorden macro, con impuestos a la exportación y con prohibiciones y controles de precios que, al limitar la oferta, y destruir inversión de largo plazo, terminan teniendo nulo o escaso efecto sobre los precios internos.

En otras palabras, el gobierno estatiza gran parte del beneficio del incremento de los precios internacionales, en lugar de permitir que esa mejora se convierta en más ingresos privados, más empleo, más crecimiento.

En la otra cara de la moneda, para los importadores netos de alimentos, la suba de los precios internacionales se convierte, efectivamente, en una maldición. Sin el ánimo de un reduccionismo economicista, no es casualidad que las revueltas que dieron lugar a la efímera “primavera árabe” hayan coincidido con el anterior superciclo de los precios de los alimentos (2010-2011), en países importadores netos de alimentos y con un alto grado de pobreza y desempleo. Y que, en este período, esas revueltas populares se verifiquen en países importadores netos de alimentos, con alto grado de pobreza y desempleo, como Sudáfrica y Cuba. Otra vez, las razones de las protestas populares pueden ser multicausales, pero la inseguridad alimentaria no es una causa menor.

En el caso de Cuba, además, las consecuencias económicas de la pandemia resultaron devastadoras. Sin turismo y con las remesas de los parientes exiliados disminuidas por sus menores ingresos derivados del confinamiento, en las actividades donde predomina el trabajo informal, la falta de dólares para el Estado cubano y para los habitantes de la isla ha sido fenomenal.

Pero, curiosamente, o no tanto, el gobierno cubano, para “proteger la mesa de los cubanos” no tuvo mejor idea que poner impuestos a la importación privada de alimentos y medicamentos que realizan mayoritariamente los viajeros, o que envían a sus parientes los exiliados. Es decir, en la Argentina, exportador neto de alimentos, impuestos a la exportación. En Cuba, importador neto, impuestos a la importación. Más absurdo imposible.

La medida que acaba de tomar el gobierno de Cuba para calmar las protestas, al menos en el flanco económico, ha sido eliminar los aranceles a la importación privada de alimentos, para que los cubanos y las cubanas, que traen alimentos como viajeros desde los Estados Unidos o los reciben en encomiendas no se priven de comer a precios razonables.

Otra vez, el problema de Cuba no es ser importador neto de alimentos, es ser un país pobre, importador neto de alimentos. Pero la pobreza cubana, o la pobreza argentina, es producto de las políticas públicas, y no de una maldición y mucho menos de una bendición.

Y ahora, el gobierno cubano, para sobrevivir sin la ayuda venezolana, país inmerso en su propio drama de importador neto de todo, hasta de combustibles, apuesta al Loto chino, para conseguir los dólares que, con otras políticas e incentivos, podrían estar generando las inversiones privadas.

La Argentina, aislada de sus socios del Mercosur, mendigando donaciones de vacunas a Estados Unidos, sin rumbo macroeconómico, con los incentivos dados vuelta, y fenomenales distorsiones de precios relativos, también apuesta al Loto chino, y al Loto ruso, para obtener los dólares que, con las políticas adecuadas, podríamos volcar los propios argentinos y la inversión extranjera directa.

No es casualidad, en este contexto, que el precio del dólar en el mercado libre de la Argentina se parezca, en términos reales, al de la crisis del 2002.

En síntesis, con malas políticas, las bendiciones se malgastan y las maldiciones se amplifican.

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