El papa Francisco, la compasión y la empatía

Una reflexión sobre estas dos palabras que el Santo Padre destacó en su homilía del miércoles 12 del mes quinto -para los argentinos -de la cuarentena

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El papa Francisco (EFE/EPA/VATICAN MEDIA/Archivo)
El papa Francisco (EFE/EPA/VATICAN MEDIA/Archivo)

La compasión cristiana

Está claro que si se pregunta qué se entiende por “compasión”, se dirá que significa “sentir lástima por otro”. Según el contexto puede tener un contenido valioso o peyorativo o tratarse de un simulacro. Peyorativo, por ejemplo, cuando refiriéndose a un actor el sujeto dice da lastima cómo representa su papel…. Otras veces se confunde la compasión, esto es, el aparente sufrir juntos, con la impresión que causa en el compadeciente el miedo a padecer lo que padece el compadecido. Esto sucede cuando el amor al prójimo no es amor al otro sino amor a sí mismo; el “primero yo”, expresión con la que hoy nuestra ciudad de Buenos Aires está inundada de murales de publicidad de un producto comercial, significa lo contrario de una auténtica compasión cristiana. Eso ocurre cuando el uno se sumerge, como decía Quevedo, ”en las aguas del abismo/onde se enamora de sí mismo” y vive, como dice Francisco, “ensimismado”. La palabra adquiere un sentido valioso cuando señala un dolor real por el sufrimiento ajeno.

Dentro de la ideología hedonista, del lucro y de la acumulación el “yo primero” excluye al otro y desplaza la participación en su sufrimiento, niega el amor y la solidaridad. Tal es la corriente de gran parte de la sociedad actual.

Está claro que el Santo Padre revaloriza la compasión como un sentimiento auténtico de dolor fundado en el sufrimiento del otro. Es la realidad del otro concreto que describe Jesús -entre otras -en la parábola del Samaritano, (Ev. San Lucas 10, 25-37). Ahí encontramos las dos actitudes del ser frente al dolor del hombre asaltado y malherido a un costado del camino que une Jerusalen y Jericó. Negarlo, mirar para otro lado, endurecer el corazón, ser indiferente (sacerdote y levita), o acercarse al caído, conmoverse, lavar sus heridas, cargarlo y comprometerse con su suerte poniéndolo a salvo (samaritano). Este último se permitió “ver” al otro herido y caído, aceptó el encuentro con él, supo leer cómo -sin mediar palabra -desde su necesidad lo interpelaba, sintió misericordia, vivió en todo su ser, en su alma y en su cuerpo un sentimiento de solidaridad amorosa y conmovida. Y a partir de esa “emoción fuerte”, que lo envolvió con pasión se volcó a ayudarlo misericordiosamente. Anteponiendo al otro a él mismo, a la propia conveniencia de sus asuntos.

La compasión describe la captación del estado emocional de otro combinada con un deseo de aliviar su sufrimiento. Sin lugar a dudas la reacción y la acción del samaritano -por continuar con esta enseñanza ejemplar- fue un acto de amor. El samaritano ante el encuentro con el herido respondió con su corazón y sus manos y en la curación y carga sobre su montura se advierte un relacionamiento amoroso con el desconocido que sufre. La compasión no solo provocó la conmoción interior del jinete y su reacción caritativa y solidaria. Se puede imaginar que puso al suplicante y al samaritano en comunión con Dios ¿o acaso fue Dios el que se hizo presente en ese encuentro tan lleno de amor interhumano?

La empatía cristiana

No se trata simplemente de tener feeling o simpatía, o mera identificación con el otro. La palabra deriva de la voz griega em-patheia, literalmente “sentir en” o “sentir dentro”. Primero el término se utilizó en el campo de la estética donde significa el estímulo creativo del artista o profesor o la aptitud de identificación con respecto a las características de alguien a quien representar. Es claro el ejemplo de la captación por parte del actor de las características del personaje que tiene que teatralizar en una obra.

Aunque se suele confundir empatía con simpatía es clara la distinción, como surge del propio ejemplo. Luego, el término fue extendido al lenguaje filosófico, teológico y terapeútico, en especial en la psicología clínica.

Cuando Jesús muere y es depositado en el sepulcro, resucita. Algunos de sus discípulos atormentados se alejan de Jerusalén en dirección de Emaús (Luc.24:13-25). Jesús en una de sus primeras apariciones se acerca y camina junto a ellos, estos no lo reconocen y Él les pregunta: “¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino?”, y deja que se desahoguen, manifestando la desilusión que oprimía sus corazones y la dificultad que tenían para creer que Jesús había realmente vuelto a la vida. Solo entonces el Señor toma la palabra y les explica cómo “era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria”. La empatía del extraño con esos corazones afligidos les hizo sentir un reconocimiento tan grande que lo invitaron a quedarse con ellos e ingresaron juntos a una posada a comer algo. Ahí fue que antes de desaparecer, como señal, Jesús partió el pan sobre la mesa, lo repartió, se fue y recién entonces los discípulos advirtieron lo que el Señor les había revelado y regresaron a Jerusalén para contarlo.

En síntesis, desde la reflexión teológica y en particular cristiana se habla de la “misericordia empática”, que significa meterse en el lugar de los demás, hacerse cargo de la situación que viven ponderando sus sentimientos haciéndolo desde el amor que es decir desde Dios mismo, porque Dios uno y trino es amor.