El lugar de la mujer en el judaísmo de hoy

Rabino Alejandro Avruj

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Esta noche todo cambia. Todo el tiempo, todas las noches.

Esta noche cambia la Luna. El calendario hebreo está basado en la Luna y se corrige con el Sol. Esta noche en la que comienza un nuevo mes del calendario la luna está pequeña, frágil, débil. Allí es donde nace. Allí es donde todo comienza. Desde lo frágil, desde lo débil, desde lo prácticamente oscuro todo comienza.

"Mes" en hebreo se dice "jodesh", y tiene las mismas letras que la palabra "jadash", lo "nuevo", la renovación. Es el cambio de la luna y es el cambio del tiempo, de lo que se renueva.

Del mismo modo cambiamos nosotros, no sólo a través de los años, sino cuando logramos transformarnos en agentes para el cambio. Así sea dentro de nuestra sociedad, en la comunidad o incluso en un grupo de amigos, desde el conocimiento de nuestras propias convicciones, de nuestros ideales, de aquello que queremos abrazar.

Pero hay que saber también, que cuando te transformes en una persona permeable al cambio, capaz de decir y proponer cosas distintas o proyectos que generen a sus vez otros cambios, puede que haya mucha gente que te aplauda, y otro tanto que tal vez elucubre otras historias y novelas desde la pregunta de ¿por qué cambio?, ¿para qué?, ¿inspirado por quién?, o ¿qué intereses tiene?. Podrán hablar, tejer historias infinitas acerca de vos. Sin embargo lo importante es lo que vos tenes para decir. Más importante que el hecho de que la gente te crea, es que vos te creas a vos.

Podés entonces escuchar lo que otros dicen acerca de tus decisiones, o escuchar tus propias ideas y convicciones y cambiar, transformándote la vez, en agente de cambio.
El judaísmo se caracterizó a lo largo de su historia por desarrollar el arte de aprender a cambiar, manteniendo su mensaje y su esencia. Dándole sentido a su mensaje milenario, reinventándose en cada generación y en cada nuevo tiempo.

Y en estos tiempos de nuevas lunas, también.

Nuestros hijos varones a los 13 años y nuestras hijas mujeres a los 12, realizan la muy conocida ceremonia del Bar o Bat Mitzva. Es el pasaje ritual que nuestros hijos llevan adelante al crecer, al pasar de ser niños para ingresar al mundo de la adolesencia, la responsabilidad y el compromiso con su propia madurez. Allí los jóvenes suben por primera vez a leer públicamente un pasaje de la Torá, nuestro libro sagrado. Aprenden a cantar esa melodía de siglos y se transforman en parte del texto. Es poderoso.

Estamos convencidos de que nuestros hijos crecen, cuando aprenden a leer un Libro. Una parte característica de la ceremonia es que los varones se colocan por primera vez los Tefilin, las filactelias, en su brazo y en su frente, esas pequeñas cajitas tradicionales con un rollo con textos sagrados en su interior, atados a su brazo y en medio de sus ojos.

En la ceremonia de esta última semana sucedió algo tan potente, como ver la luna misma crecer, y cambiar. Una joven niña con sus 12 años decidió colocarse ella también los Tefilin. Todos allí sabían que por tradición son los hombres quienes usan esos símbolos. Pero la pequeña abrazó su convicción, enfrentó todas las miradas y leyó su texto, envuelta en sus Tefilin. Silencio. Asombro. Orgullo. Dudas. Aplauso. Un mundo de preguntas se abrieron.

Podríamos abordar la explicación desde tres enfoques distintos. Uno tiene que ver con la Halajá, con la ley judía. Porque es cierto que todo cambia, pero el cambio debe darse bajo el espíritu de la ley. Las cosas cambian porque la ley a veces, también merece cambiar. Otro enfoque implica una concepción sociológica de lo que sucedió, porque el judaísmo es mucho más amplio que sólo la dimensión de la Halaja. Y el último, es el del mensaje.

¿Que dice la Halaja con respecto a que las mujeres se pongan tefilin? En el mundo de la ley judía (al igual que en la ley civil) hay cosas que están prohibidas, hay cosas que uno está obligado a hacer, y hay otras cosas de las que algunas personas están exceptuadas. La Halaja nos dice que la mujer está exenta de participar de una cantidad de rituales, como por ejemplo colocarse el Tefilin.

Estar exceptuado no quiere decir que se está obligado, ni tampoco que está prohibido.

La mujer esta exceptuada de cumplir esa ley. Tenemos que viajar en el tiempo para ver cómo era la vida y cuál era el lugar de la mujer hasta no hace mucho tiempo. Las mujeres a los 12 años no hacían su Bat Mitzva, ni se ponían los Tefilin, porque a esa edad estaban destinadas a casarse y a tener hijos.

No hablamos sólo de hace 2000 años, sino hace apenas 200 años atrás. En tiempos en donde era normal tener 10 o 12 hijos, era inviable pensar en obligar a esa mujer a cumplir con los rituales religiosos. Pero la ley jamás se lo prohibió, sino que la exceptuó de hacerlo.

El lugar de la mujer cambió. Nuestras hijas, gracias a Dios, tienen otro tipo de vida. Cambió en la sociedad y también en el judaísmo. Pero no fue necesario cambiar la ley. Sólo leerla correctamente entendiendo cuál es el nuevo lugar de la mujer. En definitiva, desde la Halaja histórica, una mujer puede ponerse Tefilin. Estoy hablando de la Halaja del Shuljan Aruj del Siglo XV, de Rambam del siglo XII y de Rashi del siglo X. Es más, sabemos que las hijas de Rashi el gran exégeta francés, se ponían Tefilin hace apenas unos 1000 años atrás.

Respecto al aspecto sociológico. ¿Son acaso el judaísmo y sus textos, machistas? Lo que debemos comprender es que el judaísmo nació, se desarrolló y creció en esta humanidad, dentro del planeta Tierra, que fue en los últimos 5000 años sin dudas, machista y patriarcal.

Valga el ejemplo. Aquí en la Argentina la famosa ley Sáenz Pena, del año 1912, es conocida como la Ley del Voto Universal, Secreto y Obligatorio. Sin embargo, los que votaban en ese tiempo eran sólo los hombres. Los hombres eran todo el universo. Y nadie se quejó del título. Ese era nuestro mundo hasta hace apenas unas décadas. Esto cambió recién en 1952 cuando entró en vigencia la ley que permitó votar a la mujer. Cuarenta años después. Ya lo dice la Biblia, hay que saber esperar 40 años de desierto para llegar a tierras de promesa.

Si bien el judaísmo en muchos de sus textos y rituales también refleja el patriarcado imperante en toda cultura humana hasta el siglo pasado, definitivamente en las últimas décadas el lugar de la mujer ha mutado también dentro de su tradición.

En este último tiempo el judaísmo es de las religiones que más ha avanzado en abrir las puertas a la igualdad en los derechos de la mujer en el ritual. En el siglo pasado estaba prohibido que la mujer estudiara la Torá. Hoy hay mujeres Rabinas que la enseñan. Mujeres que se colocan su Talit, mujeres con convicción que se ponen sus Tefilin mientras realizan con orgullo su Bat Mitzva.

Y por último el mensaje. Hace una semanas le pregunté a la pequeña porqué quería colocarse los Tefilin. Ella me respondió: "¿Si todo el mundo no lo hace, porqué yo tampoco tengo que hacerlo?". Para mí fue suficiente.
Ese es el mensaje de la huella de la identidad judía. Es uno de los más importantes mensajes que el pueblo judío le ha dado al mundo: no porque todo el mundo piense, haga o diga algo, yo tengo que pensar, hacer o decirlo.

Es la huella de la identidad judía. Eso es lo que hizo Abraham cuando se fue de su lugar de confort a buscar la identidad de un nuevo pueblo en medio del desierto de Judea hace 4000 años. Un iconoclasta, un rupturista, un destructor de los ídolos de la época.

Así fue el pueblo judío rompiendo cada ídolo, de cada época. Porque todo cambia: el mundo, la sociedad, el tiempo, la luna, la ley, y nuestra forma de entenderla. Pero siempre conservando su esencia. Eso es lo que hizo Moisés cuando salió de Egipto: rompió con el statu quo del momento. Y lo mismo hizo Isaías con la revolución acerca de cómo saber a Dios. Y lo mismo hizo Rabi Akiva. Y lo mismo hizo Mordejai Anilevich, o Golda Meir o Ben Gurion o Marshall Meyer.

La huella de lo judío: ir en contra de la corriente. Muchos los aplaudieron. Muchas historias se inventaron. Dijeron de todo de cada uno. Pero ellos no se dejaron llevar por lo que dijeron de ellos y sus decisiones, sino que escucharon sus convicciones.

Hay menos judíos en el mundo que un error estadístico de un censo en China. Somos menos del 1% de la población mundial. No porque todo el mundo no sea judío, debieramos dejar de serlo. Hace siglos que se intenta convencernos de que dejemos todo. Se intentó en tiempos de los babilonios cuando destruyeron el Gran Templo. En los tiempos de los griegos y los romanos, con la guerra cultural helenística contra el judaísmo. Se intentó en la Inquisición con conversiones forzadas o la hoguera. Se intentó en la última Guerra Mundial destruyéndolo todo. Lo intentan hoy boicoteando política o económicamente al minúsculo Estado de Israel.

Y acá estamos. Mir zainen do. Seguimos hablando. Seguimos insistiendo. Porque sabemos que tenemos un mensaje: si todos hacen esto, yo no tengo por qué hacerlo.

Y ese mensaje sirve como motor a las decisiones que tomemos en nuestra dimensión espirutual, en nuestra visión del mundo, o de la familia. De nuestra relación con las oportunidades o con las tentaciones. De nuestra aproximación al deseo, a la palabra, a las adicciones, a la moda, al placer, a la formación, al futuro, o al amor.

Amigos queridos, amigos todos.

No solamente nos dejamos llevar en el tiempo por la Luna, sino que nos podemos transformar en Luna. Esta noche, cuando salgan y vean el cielo siéntanse ustedes esa Luna. Desde la fragilidad, desde lo pequeño, desde lo humilde, desde ese lugar que parece que no. Esta noche está en la fortaleza de sus convicciones, y en la sabiduría de su alma saber que todo empieza a cambiar. Desde el cambio profundo, la transformación interior, viajar hacia un tiempo de más brillo, de más luz. De sabernos más completos, de sentirnos totales, como la Luna. Un camino que nos lleve a vivir las noches más preciosas y románticas de una nueva luna llena.

El Rab Ale Avruj es Rabino de la Comunidad Amijai,
y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masortí.