La autora es diputada porteña PTS-FIT.

En nuestro país y el mundo entero estamos viviendo una nueva movilización y un Paro Internacional de Mujeres. El reclamo por el derecho al aborto legal es uno de los principales en Argentina y América Latina, pero también estamos atravesadas por el cuestionamiento a los planes de austeridad de los gobiernos en nuestra región, Estados Unidos y Europa.
El paro y las movilizaciones se dan en un mundo muy convulsionado. En el corazón del imperialismo norteamericano, las mujeres re-emergieron al calor del rechazo a las políticas de Donald Trump. En Francia, las Gilets Jaunes (chalecos amarillos) son protagonistas, junto a sus compañeros, de un movimiento que enfrenta a Emmanuel Macron y que lo hizo retroceder con el aumento de combustible. En el Estado español, las trabajadoras inmigrantes, las que llevan las vidas más precarizadas, se levantan y organizan.
Nuestra América Latina tiene el impulso de la marea verde argentina que el año pasado se expresó por millones al grito de aborto legal y se convirtió en una vidriera para todo el Cono Sur. El reclamo contra los femicidios y la violencia machista recobra fuerza por el aumento de esta violencia que es acompañada de las campañas y los discursos de presidentes como Jair Bolsonaro que en Brasil se comprometió a "combatir la ideología de género", o por el propio Mauricio Macri que sin sonrojarse dijo en la apertura de sesiones en el Congreso: "Logramos discutir de forma madura sobre temas como el aborto e impulsamos una mayor conciencia y un plan de acción para la prevención del embarazo adolescente". Es una verdadera provocación cuando el embarazo adolescente se multiplica y se niegan a aplicar la ley de Educación Sexual Integral. Y acá no hay grieta: el gobernador radical de Cambiemos Gerardo Morales, al igual que el peronista Juan Manzur, por posturas ideológicas que intentan ser aleccionadoras, obligaron a parir a dos niñas en sus respectivas provincias y dándoles tratos realmente crueles.
Por esto también marchamos y paramos este 8 de marzo. Contra el avance de los reaccionarios fortalecidos por el triunfo que consiguieron en el Senado. Por eso somos claras: no se pueden unir pañuelos verdes con celestes, porque el pañuelo celeste simboliza una imposición todopoderosa que no permite disidencias, una postura individual ideológica o religiosa que impone una política de Estado que lleva a la muerte en la clandestinidad de las más pobres, de las más jóvenes.
En Argentina, sobran los motivos para movilizarnos este 8 de marzo. Los tarifazos, la inflación y la crisis de endeudamiento agravan las condiciones de vida del pueblo trabajador y en particular de las mujeres. Es una política para que los números cierren a la medida del FMI, así lo pactaron Macri y los gobernadores.
Y las desigualdades son claras: las trabajadoras perciben en promedio un salario un 25,2% menor que sus pares varones; y la informalidad laboral también tiene mayoritariamente rostro femenino. Si esta es la realidad de hoy, urge debatir qué medidas inmediatas hay que tomar en el país. Hoy el 80% de los docentes del país están por debajo de la línea de la pobreza, la abrumadora mayoría son mujeres. Las mujeres componemos el 70% de la población con menores ingresos, y el 97% de quienes reciben AUH. Además, mientras se montan compañas permanentes contra la juventud, las cifras demuestran que, al ritmo de la crisis, la desocupación crece con más fuerza entre las jóvenes hasta 29 años.
Este 8 de marzo la marea verde vuelve a la calle y denunciaremos quiénes son las más perjudicadas por el ajuste: el FMI siempre ataca primero a las mujeres. A las mujeres que son empujadas a conseguir un peso en la calle dedicándose a la venta ambulante, a las mujeres que ya no les alcanza para alimentar a sus hijos, y ni que hablar de calefaccionar sus casas con el valor de la garrafa o el gas. Pero también sabemos que las mujeres somos las primeras que salimos a luchar: por eso esta ciudad viene teniendo enormes movilizaciones de enfermeras, de docentes o de las mujeres que estudian en escuelas nocturnas que intentaron cerrar.
Necesitamos unidad: la unidad de las trabajadoras y trabajadores junto al movimiento de mujeres. Ellas y la potente juventud, la revolución de las hijas que movió los cimientos de familias enteras con sus ansias de libertad, con sus cuestionamientos a los dinosaurios del Senado y a la manera de relacionarse entre sus pares, pueden convertirse en una fuerza arrolladora que asuma el desafío de desarrollar un movimiento de lucha independiente de los gobiernos, las instituciones del Estado y las jerarquías de las Iglesias. En esta perspectiva estamos movilizadas las feministas socialistas este 8 de marzo junto a mis compañeras de Pan y Rosas y el Frente de Izquierda.
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