Chacabuco y Maipú: el triunfo del hombre misión

Martín Blanco

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En la destacada trayectoria del general San Martín, los triunfos obtenidos bajo su mando, primero en Chacabuco y posteriormente en los llanos de Maipú, marcaron un punto de inflexión para lograr la tan ansiada libertad sudamericana.

La batalla de Chacabuco es la culminación de un ideal político militar de San Martín, que comenzó a tomar forma cuando se hizo cargo del Ejército del Norte. Allí tuvo la oportunidad de contemplar lo infructuoso de la ruta del Alto Perú, por allí sostenía aquel "solo puede hacerse una guerra defensiva y nada más que defensiva". En dicha ocasión manifestó su secreto a Nicolás Rodríguez Peña, que consistía en formar un ejército pequeño y bien disciplinado para pasar a Chile, y desde allí seguir camino a Lima.

La estrategia sanmartiniana fue pensada cuando Chile aún se encontraba bajo el dominio patriota de José Miguel Carrera, estatus que se modificó luego de la jornada de Rancagua, donde cayó la "patria vieja" chilena y volvió a ser dominada por los realistas, a las órdenes de Francisco Casimiro Marcó del Pont.

La pérdida de Chile adicionó un nuevo escollo a la empresa libertadora, dado que a las dificultades propias de montar un ejército y cruzar Los Andes, lo cual representaba una batalla en sí misma, se sumó el hecho que del otro lado del macizo andino estaría esperando, ya no un gobierno amigo, como había pensado San Martín, sino un enemigo numeroso dispuesto a defender los dominios de la metrópolis.

La constancia en la empresa es una cualidad que acompañó a San Martín a lo largo de su vida como hombre público, y le otorgó un mérito distintivo y especial, dado que en infinidad de ocasiones debió oponerse a la adversidad, económica, política, militar, de opinión, sin dejar de mencionar su quebrantada salud. Este comportamiento lo transformó es un hombre misión, que fue la independencia de Sudamérica. Tanto es así que, cuando advirtió que su presencia en el Perú ponía en riesgo la concreción de su misión, no dudó en renunciar, haciendo un sacrificio, que como le diría en su vejez al mariscal Ramón Castilla: "No está en todos poder calcular".

Su fortaleza y su convicción para revertir situaciones decisivas fueron una constante durante toda su vida pública. A pocos días de asumir la Gobernación de Cuyo, San Martín se enfrentó a la grave dificultad que significó la caída de la patria vieja chilena; el desastre de Rancagua trastocó su plan primigenio, ya el ejército "pequeño y bien disciplinado" no iba a poder apoyarse en un gobierno amigo, Chile había caído nuevamente en manos de España.

Mendoza se convirtió en el refugio de los emigrados chilenos, entre ellos venían los líderes de la patria vieja, José Miguel Carrera y Bernardo O'Higgins, y con ellos el germen de la discordia. No se equivocó San Martín al congeniar con el segundo, con quien cultivó una gran amistad que duró hasta la muerte del héroe chileno.

Si hablamos de la fortaleza y la convicción sanmartiniana, no podemos dejar de mencionar lo que implicó el Cruce de los Andes, que, para graficar la dificultad a la que se enfrentaron San Martín y su Ejército, basta con recordar lo que el Libertador le escribió a su amigo Tomás Guido: "Lo que no me deja dormir no es la resistencia que pueda presentarme el enemigo, sino cruzar esos inmensos montes".

Como bien señaló Leopoldo Orstein, respecto al teatro de operaciones concluyó: "Se trata de una zona cuasi impracticable, sin caminos, solamente podía cruzarse por tortuosas sendas tendidas al borde de precipicios que ascendían luego por abruptas laderas por arriba de los cuatro mil metros de altura, para descender a continuación por campos de hielo cubiertos de penitentes".

Hay que tener en cuenta que, luego del inmenso esfuerzo que iba a significar cruzar Los Andes, del otro lado esperaba el enemigo dispuesto a dar batalla, que, como bien planificó San Martin, iba a concretarse inmediatamente. El cruce en sí mismo fue la primera y gran batalla por la liberación de Chile.

Una vez concretado el cruce, el 12 de febrero de 1817, el Libertador tuvo su primera gran victoria en tierras chilenas, en la cuesta de Chacabuco, que como bien lo señaló Bartolomé Mitre, fue la primera gran señal de la guerra ofensiva en la lucha emancipadora. El Padre la de Patria advirtió con claridad meridiana la posición estratégica que representaba el Reino de Chile en el drama revolucionario, era la "ciudadela de América" y constituía un paso obligatorio para librar la batalla decisiva en el centro del poder español en América, es decir, en el Perú.

Los enemigos también lo advirtieron. Luego de la victoria patriota en Chacabuco, Joaquín de la Pezuela, autoridad realista en el Virreinato del Perú, manifestó: "Cambiose el estado de la guerra", a sabiendas que las aguas del Pacífico quedarían a merced del ejército patriota y la posición casi inexpugnable que detentaban iba a ser puesta a prueba bajo la diestra mano del general San Martín.

Siguiendo con la fortaleza y la capacidad de reacción de San Martin, conviene recordar el contexto en el que se libró la decisiva batalla de Maipú, a la que el Ejército Unido (Argentino-Chileno) llegó a escasos días de haber sufrido la derrota, el desastre de Cancha Rayada; nótese la fecha (19 de marzo de 1818) que casi comprometió toda la campaña continental. Fue una contienda que se desarrolló en la oscuridad de la noche, hecho infrecuente en esa época, que generó gran confusión en ambos bandos y terminó con el Ejército Unido dispersado. En ese contexto angustiante se hizo grande la figura del general Juan Gregorio de Las Heras, que en medio del caos salvó y mantuvo disciplinada a su unidad de casi 3500 hombres, sobre la cual iba a rearmarse el Ejército Patriota para dar la batalla final en Maipú.

O'Higgins fue herido en su brazo derecho, en Santiago de Chile, se creyó que tanto él como San Martín habían muerto en combate, la zozobra y el caos de apoderaron de la capital. El victorioso general Osorio al mando de las tropas realistas se dirigía a Santiago, dando por hecho que había destruido a las fuerzas patriotas. Esa confianza hizo que sus movimientos fueras lentos, lo que a la postre le brindó a San Martín un lapso preciado de tiempo, para la ardua empresa de rearmar y pertrechar a su ejército.

El 5 de abril de 1818 llegó el día decisivo, San Martín logró poner más de cinco mil hombres en el campo de batalla. La tensión era extrema, estaba en juego toda la campaña continental. El Libertador arengó a su tropa y brilló su genio, como el sol de aquella jornada. Ganó tácticamente la batalla al disponer en sus filas de una línea de reserva al mando de Hilarión de la Quintana. Esto resultó decisivo, dado que el Ejército Realista no disponía de aquella.

Maipú significó un quiebre, un antes y un después en la emancipación sudamericana, abrió el camino al Pacífico, a la formación de una escuadra como medio indispensable para asestar el golpe final en el corazón del Perú.

La gloria de la victoria no cegó a nuestro Libertador. Consumado el triunfo, fue requisada importante documentación en poder de los realistas, epístolas entre personalidades influyentes de Chile que luego de Cancha Rayada se entregaban con loas al dominio español. San Martín recibió estas cartas, las leyó detenidamente y en un gesto de grandeza las quemó, no tomó ninguna represalia sobre aquellos que, por cobardía o por convicción, aclamaron a los realistas. San Martín nunca supo de venganzas, su sable jamás se saldría de la vaina por opiniones políticas.

Con la libertad de Chile afianzada, San Martín puso sus miras en el Virreinato del Perú, donde nuevamente brillaría su inclaudicable espíritu. Para llegar allí debió sortear innumerables escollos tanto políticos como económicos, pero a esa altura, como él bien dijo, ya no se pertenecía a sí mismo, sino a la causa de la América.

El autor es abogado egresado en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).

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