Los políticos que veneraron a Chávez son también responsables de la violencia actual

Silvana Giudici

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Me despertaron los mensajes sonando a repetición en el celular. Los amigos y los familiares de Antonio Ledezma me informaban sobre el violento operativo que se llevaba a cabo en el edificio donde él cumplía un arresto domiciliario hace más de dos años. La madrugada, hora en la que la zozobra suele magnificarse, daba cuenta de dos operativos simultáneos ordenados por el régimen venezolano. Se llevaron a Leopoldo López y a Antonio Ledezma sin notificar orden judicial ni fundamento que justifique la medida, solamente golpes, empujones, desesperación de los vecinos que con absoluta impotencia filmaban con sus celulares y gritaban para denunciar.

Conocí al alcalde Ledezma durante una visita a Caracas. Yo había viajado convocada por la familia de Richard Blanco, dirigente de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que había sido encarcelado por Hugo Chávez luego de participar de una de las tantas marchas populares contra el régimen. El 20 de octubre de 2009, en la puerta del penal de Yare, junto a los dos hijos y la esposa de mi amigo encarcelado, reclamé, sin éxito, poder verlo para constatar su integridad física.

Ledezma, alcalde en funciones en aquella época, había solicitado una inspección de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para verificar las condiciones de encarcelamiento de los presos políticos. Ante la negativa de ingreso de Chávez para las delegaciones internacionales, viajé personalmente para intentar ingresar al penal con la familia del dirigente incomunicado. Ni esgrimiendo mi condición de parlamentaria argentina logré una respuesta por parte del director del penal o del ministro de Interior y Justicia, Tareck El Aissami. Lo más grave es que tampoco recibí respuesta alguna de la embajadora argentina, Alicia Castro, ante mi pedido como ciudadana argentina solicitando ayuda de carácter humanitario.

Todos estos hechos volvieron a mi memoria hoy por la madrugada, al recibir los videos viralizados del despliegue de los grupos de tareas de Nicolás Maduro, los policías del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). Reviví la angustia de Mitzy Ledezma y sus hijos, la incansable lucha de Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López y la de todos y cada uno de los familiares de los más de cuatrocientos presos políticos del régimen venezolano.

También recordé con estupor los aplausos, las medallas y las relaciones por demás promiscuas que el Gobierno de Néstor y Cristina Kirchner mantuvo con Chávez. Repasaba en mi memoria la embajada paralela, el bolso de Antonini, la relación de D'Elía con Chávez y la contracumbre por este último financiada. Recordé la distinción Rodolfo Walsh otorgada por la concejal K Saintout a Hugo Chávez. También y como hito del oprobio, recordé la condecoración de la orden del Libertador San Martín colocada a Maduro por la ex Presidente en la Casa Rosada.

¿Cuánta de esta nueva violencia se hubiera evitado si los que encubrieron las vergüenzas del régimen chavista no se hubieran puesto incondicionalmente de su lado? Los más de 140 muertos que contabilizaron las últimas marchas de protesta y la ilegítima Constituyente madurista no se hubieran presenciado sin el sostén político e ideológico de unos pocos países: Irán, Cuba, Ecuador, y Bolivia y de movimientos políticos como el PT brasileño y el kirchnerismo.

No son de extrañar, en este marco, las afirmaciones actuales de dirigentes kirchneristas, que, como nostálgicos corifeos, siguen justificando con erotización ideológica los más aberrantes crímenes del régimen. Víctor Hugo Morales, Atilio Borón, Fernanda Vallejos, Luis D'Elía, con sus dichos y su jefa, bajo silencio de marketing electoral, siguen sosteniendo el apoyo a Maduro, conscientes del negacionismo que esto implica. Pediría en las próximas horas un poco más de respeto por los centenares de víctimas que contabilizan nuestros hermanos venezolanos. Nunca es tarde para repudiar la violencia, un rapto de sinceridad podría venirles bien a todos aquellos que apoyaron la década chavista deleitados en la mentira del relato.

La autora es directora del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom).

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