
“El despachante de aduana sigue siendo un actor fundamental del comercio exterior”, afirma Marcelo. En esta entrevista, repasa los cambios recientes del sector, la situación actual del país y la importancia de fortalecer la profesión en un contexto de apertura y transformación.
¿Cuál es la actualidad del comercio exterior argentino?
El comercio exterior argentino está atravesando un momento complejo. A simple vista, las medidas implementadas por el Gobierno Nacional parecen apuntar a fortalecer y facilitar el intercambio internacional, pero en la práctica no se ve reflejado con claridad.
Hay una caída del consumo, y si bien en algunos sectores las importaciones crecieron, ese incremento no se traduce directamente en actividad. Cuando se anunciaron las medidas de facilitación, los despachantes de aduana celebramos la posibilidad de volver a tener más trabajo, después de una etapa marcada por licencias automáticas y no automáticas que habían restringido las operaciones. Sin embargo, ese movimiento no se ve en la calle: las medidas existen, pero no se sienten en la práctica.
¿En qué sectores trabajás como despachante de aduana?
Desde los inicios decidí no encasillarme en un solo sector porque eso limita las oportunidades. Con el tiempo fueron llegando distintos rubros y me fui especializando, lo que me permitió desarrollar una metodología de trabajo más flexible.
Hoy trabajo con laboratorios de medicamentos oncológicos, empresas veterinarias, operaciones de material genético, bienes de capital y también con el sector aeronáutico y algunos bienes de consumo vinculados a grandes tiendas. Esta diversidad me da una visión más amplia y un abanico de posibilidades mucho mayor dentro del comercio exterior.
¿Qué particularidades presentan estos sectores?
Cada sector tiene su propia complejidad y regulaciones específicas. Por ejemplo, el medicamento oncológico requiere la intervención de la autoridad sanitaria; el sector aeronáutico está bajo la órbita de la Administración Nacional de Aviación Civil, y el material genético necesita la autorización del SENASA para garantizar su trazabilidad.
Son rubros que exigen autorizaciones previas y posteriores, además de una gran profesionalidad en el seguimiento de las operaciones punto a punto. En este tipo de trabajo no hay margen para el error: la precisión y el conocimiento normativo son fundamentales.
¿Qué aspectos creés que podrían mejorarse en el comercio exterior argentino?
Una de las principales mejoras sería reforzar el diálogo público-privado. Existe una herramienta muy valiosa que todavía no se ha puesto en funcionamiento: el Comité Nacional de Facilitación de Comercio. Este comité permitiría que el sector público y el privado se sienten en una misma mesa para debatir y consensuar normas que realmente contribuyan al crecimiento del comercio exterior.
Si bien las normativas las elabora y aplica el Estado, somos los actores privados quienes las llevamos a la práctica. A veces las decisiones se toman desde un escritorio sin conocer las dificultades reales del proceso operativo. Por eso considero clave que ambos sectores mantengan su independencia, pero se escuchen mutuamente.
En el gobierno anterior hubo trabas con las licencias automáticas, y ahora, aunque el discurso es de facilitación, la realidad es que todavía falta ajustar la reglamentación. Si este comité funcionara, el comercio exterior sería mucho más fluido y eficiente.
¿Cuáles son tus perspectivas a futuro?
Soy un optimista por naturaleza. No solo creo en la Argentina, sino que sigo apostando por ella. Llevo más de 35 años en la profesión, tanto en el sector privado como en algunos espacios del sector público, y mantengo la convicción de que el despachante de aduana sigue siendo un actor fundamental del comercio exterior.
A veces se nos ve como un costo adicional, pero en realidad somos un aliado estratégico para importadores y exportadores. La experiencia y el conocimiento de un despachante reducen errores, tiempos y riesgos. Por eso creo que nuestra labor debe seguir fortaleciéndose, más allá de las normativas que en algunos momentos la hayan desvalorizado.

¿Cómo fueron tus inicios en esta profesión?
Mis inicios fueron casi por casualidad. Tenía 18 años, recién salido del secundario, y entré a trabajar en una aerolínea a través de un aviso en el diario. No sabía a qué área iba a ir y me destinaron al departamento de aduanas, donde se importaba y exportaba todo el material aeronáutico, desde un tornillo hasta un avión entero.
Mi primer trabajo fue ordenar miles de guías aéreas en un galpón repleto de papeles. Estuve tres meses haciendo eso. Hasta que un día me mandaron al puerto a retirar un contenedor sin saber ni siquiera qué era un contenedor. Fui con un papel en la mano y la instrucción de traerlo antes del mediodía. Fue una anécdota que marcó mis comienzos y me permitió conocer el comercio exterior desde lo más básico.
Con el tiempo fui escalando posiciones, estudiando y capacitándome. A los 30 años ya era subgerente de comercio exterior y aduanas. Después pasé al ámbito privado, y siempre digo que mi mejor indemnización fue la experiencia adquirida, que me permitió independizarme y fundar mi propio estudio.
¿Qué mensaje le darías a las nuevas generaciones?
Que nunca dejen de intentar. El “no” no puede ser una respuesta definitiva. Hay que insistir, formarse y asumir riesgos. El mundo y la Argentina están hechos para quienes se animan. La historia la construyen los que se arriesgan.
He visto pasar muchas generaciones jóvenes, y siempre las aliento a que formen sus propios proyectos. Si una profesión no deja legado, se apaga. Ese legado no tiene que ser necesariamente familiar, puede ser profesional. A mí me lo transmitieron de manera casual, y quiero hacer lo mismo con los que vienen detrás.
Los jóvenes deben trabajar con compromiso, esperanza y optimismo. Los hijos —y los colegas— deben ser la versión mejorada de quienes los precedieron. La profesión del despachante fue dada por muerta muchas veces, y muchas veces volvió a ponerse de pie. Eso demuestra su vigencia y su importancia dentro del comercio exterior argentino.
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