
Hay quienes dicen que la música es el mejor medio para expresar los sentimientos. Tiene la facultad de entrar por el oído a través de notas y acordes que se alojan en el cerebro, y es de ahí de donde emana una chispa que conecta con el amor, con la euforia y hasta con el dolor.
En este sentido, es México uno de los países más reconocidos por la facilidad que tienen los mexicanos para convertir lo que sienten en canciones que llevan al éxtasis a través de la combinación de instrumentos y voces que muchas veces envuelven letras que dicen algo mucho más allá de un simple “Te amo”.
El país cuenta con emblemáticas voces como las de Lucha Villa, Pedro Infante y Jorge Negrete, pero es cada 28 de agosto cuando la nación recuerda a uno de los artistas más representativos de la música mexicana por su gran genio para componer e interpretar: Juan Gabriel.
Originario de Parácuaro, Michoacán, Alberto Aguilera Valadez trascendió a la historia por ser un puente entre la alegría y el dolor, entre las noches de soledad y la inmortal fiesta mexicana. Su música no solo sonaba en el emblemático Palacio de Bellas Artes, pues se escuchaba en la vida cotidiana; en una fonda de comida mexicana, en la canción que despedía a una madre en un sepelio y en la entrecortada voz de algún dolido amante que lloró desconsolado al ritmo de un “Ya lo sé, que tú te vas, que quizá no volverás...”.

En los escenarios, “El Divo de Juárez” fue una figura menuda que servía un porte lleno de color y lentejuela, acompañado de su equipo de músicos y mariachis que daban sazón a sus interpretaciones.
Pero no todo fue luz y vida en su camino, pues como el oro y los diamantes que se forjan a presión, Juan Gabriel creció bajo el abandono y la soledad como rivales que le hicieron confrontar, en muchos aspectos de su vida, su lado más sensible acompañado de su resiliencia.
Hijo de Gabriel Aguilera Rodríguez y Victoria Valadez Rojas de Aguilera, fue el menor de 10 hijos, estuvo en una familia a la que la pérdida de varios de sus hijos y un desafortunado accidente en el trabajo de su padre le hicieron desplazarse a los ocho meses con su madre a Ciudad Juárez, Chihuahua.
Desde sus cinco a sus 13 años estuvo internado en la Escuela Laica de Mejoramiento Social. Era un niño, y como la gran mayoría a esa edad, estaba lleno de incertidumbres que lo llevaron a buscar pasar más tiempo en compañía de su madre, incluso, relata la Sociedad de Autores y Compositores de México, que llegó a cometer la travesura de encerrarla en un cuarto de la casa donde ella trabajaba para no separarse de ella.
Y es que, cuando se trata de las madres, fue él mismo, el autor de uno de los himnos más grandes temas que enmarca el amor de madre como un un amor eterno: “Tú eres el amor del cuál yo tengo el más triste recuerdo de Acapulco”.

Alberto Aguilera llegó a quinto de primaria y lo demás, dijo en alguna ocasión, lo fue aprendiendo en “la escuela de la vida”, en compañía de su maestro Juan Contreras, quien le enseñó varios oficios. Este último, fue algo más que quien le enseñaba, era como un padre, era su amigo, y era su lugar seguro ante la tristeza y el dolor que llegó a sentir.
Desde su internado llegó a encontrarse cara a cara con la música, y poco a poco fue siguiendo el camino, pasado por iglesias y coros a los que perteneció, encontrando una fuerte conexión con Dios y la religión.
Tenía 13 año cuando, algo la inspiración le llevó a componer una de las canciones más tristes de la música mexicana: La muerte del palomo.
“Pobrecito del palomo, cansado está de sufrir y mirando para el cielo a Dios le pide su muerte, que así no quiere vivir”, dice en su letra.
Pronto pasó al Canal 5, en 1965, en donde interpretó, junto a Raúl Loya, una canción de José Alfredo Jiménez que lo llevó a adquirir el nombre artístico de “Adán Luna”.

Paso a cantar en bares y clubes nocturnos de Ciudad Juárez, en donde destaca el reconocido Noa-Noa, y, llegando a la industria discográfica, fue en el año de 1971 que vio a su talento materializarse en el lanzamiento de su primer álbum: El Alma Joven, cuya segunda edición, emitida en 1972, trajo uno de sus primeros temas de alto impacto, el cuál decía en su letra: “No tengo dinero, ni nada que dar”.
Antes de este magno evento en su vida, Juan Gabriel habría regresado a la Ciudad de México luego de haber hecho un viaje anteriormente, pero esta vez, la suerte le jugó un mal paso, llevándolo a prisión injustamente por un supuesto robo.
Cuando su carrera tomaba un mejor camino, gracias al apoyo de doña Lucha Villa, Alberto adoptó el nombre de “Juan Gabriel”, en honor a su maestro, Juan, y a su padre, Gabriel.
Desde su primer gran éxito, la carrera de Juan Gabriel se disparó con una fuerza imparable, llegando a componer más de mil 800 canciones que hasta la fecha siguen siendo la inspiración de miles de mexicanos para cantar, para reír y para llorar.
Juan Gabriel, fue más que solo un artista, fue un fenómeno cultural que trascendió a la historia con momentos inolvidables como su presentación de 1990 en el Palacio de Bellas Artes, el cuál, siendo un recito exclusivo para la música clásica, abrió sus puertas a un artista con una voz que cantaba desde el pueblo. Colaboró con artistas como Rocío Dúrcal, Isabel Pantoja, Vicente Fernández y hasta Julión Álvarez,
Fue el 28 de agosto de 2016, cuando la trágica noticia de su muerte, a la edad de 66 años, movió por completo a la sociedad mexicana, quien entre homenajes póstumos fue despedido, pero no olvidado, pues hasta la fecha, aún se escucha decir en los hogares mexicanos: “Tú, cuando mires para el cielo, por cada estrella que aparezca, amor, es un ‘Te quiero’...”.
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