¿Por qué nuestros hijos tienen ansiedad y depresión si cuidamos su salud mental como nunca? Un libro enfrenta a los padres con el desafío de volver a tomar el mando

Elon Musk recomendó en X que todos los padres leyeran “Bad therapy” (Mala terapia), un trabajo que estudia qué pasa con una generación que se ve demasiado frágil para volverse adulta. Y por qué hay que dejarlos en paz.

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Padres y psicoterapeutas buscan proteger a los jóvenes. ¿Demasiado? (Freepik)
Padres y psicoterapeutas buscan proteger a los jóvenes. ¿Demasiado? (Freepik)

“Todos los padres deben leer esto”, puso en X (ex Twitter) el empresario Elon Musk. “Esto” es Bad therapy. Why the Kids Aren’t Growing Up (Mala terapia. Por que los chicos no crecen) un libro que salió en febrero y que trata de analizar por qué parece que los chicos tienen muchos problemas psicológicos cuando hay cada vez más recursos destinados a cuidarlos. Para más datos, Musk retuiteaba un posteo del preparador físico Jason Helmes, quien comentaba: “La ansiedad, la depresión, el suicidio, etc. son mayores que nunca entre los niños, a pesar de que sus vidas son posiblemente mejores que nunca. No tiene sentido

Bad therapy -que por ahora no está en español- fue escrito por Abigail Shrier, una periodista estadounidense conocida por su enfoque crítico hacia el tratamiento de los jóvenes transgénero. Licenciada por la Universidad de Columbia y graduada en Derecho por la Universidad de Yale, Shrier ganó notoriedad con la publicación de su libro Un daño irreversible: La locura transgénero que seduce a nuestras hijas, en el que argumenta que hay una tendencia dañina que presiona a las adolescentes a identificarse como transgénero. Ese libro ha generado controversias y ha sido objeto tanto de críticas como de alabanzas. Fue elegido “Mejor libro” por The Economist y el Times (de Londres). Se ha traducido a diez idiomas.

Ahora la autora apunta a esa fragilidad que parecen tener muchos jóvenes y que empieza a preocupar. No es cuestión de reirse con chistes como los memes del perro grande y del perro chico, aquí se habla de de adolescentes, incluso de universitarios que se ven o los vemos desvalidos frente al mundo. Escribe Shrier en la presentación (la traducción es nuestra): “Este libro trata de (...) los preocupados, los temerosos, los solitarios, perdidos y tristes. Colegialas universitarias que no pueden solicitar un trabajo sin tres o diez llamadas a mamá. No solemos llamar a su problema “enfermedad mental”, pero tampoco diríamos que están prosperando. Buscan diagnósticos que expliquen cómo se sienten. Creen que lo han encontrado, pero el “eso” siempre cambia.”

Abigail Shrier, una periodista que investiga qué nos está pasando.
Abigail Shrier, una periodista que investiga qué nos está pasando.

Y señala: “Regamos a estos niños con medicamentos, terapia, salud mental y recursos de “bienestar”, incluso profilácticamente. Nos apresuramos a remediar una enfermedad mal diagnosticada con el tipo de cura equivocado”.

Algo malo pasó, entiende, para que casi el 40 por ciento de los jóvenes estadounidenses actuales haya buscado tratamiento de un profesional en salud mental, en contraste con el 26 por ciento de la generación anterior.

La idea de este libro empezó -cuenta Shrier en las primeras páginas- cuando su hijo volvió de campamento con un dolor de panza. Como no se le pasaba lo llevó al médico. No era apendicitis, seguramente deshidratación le dijeron. Pero antes de dejarlos ir le pidieron un momento a solas. A solas con el nene. Para hacerle algunas preguntas vinculada a salud mental. Ella dijo que primero quería ver las preguntas. Eran estas:

  1. En las últimas semanas, ¿has deseado estar muerto?
  2. En las últimas semanas, ¿has pensado que tú o tu familia estarían mejor si estuviern muertos?
  3. En la última semana, ¿has tenido pensamientos sobre suicidarse?
  4. ¿Has intentado suicidarte alguna vez? En caso afirmativo, ¿cómo? ¿Cuándo?
  5. ¿Tienes pensamientos suicidas en este momento? En caso afirmativo, descríbelos.

De vuelta, en el auto, Shrier se alarmó: ¿Qué hubiera pasado si el chico hubiera querido complacer al hombre que le pregunta y decir algún sí? ¿Qué pasaría con los que efectivamente tuvieran alguna de esas ideas? ¿Lo dirían? ¿Había en esa guardia alguien capaz de hacerse cargo?

"Mala terapia. Por qué los chicos no crecen". Un libro para pensar todo de nuevo.
"Mala terapia. Por qué los chicos no crecen". Un libro para pensar todo de nuevo.

Entonces, pensó en su infancia. Abigail es de 1978: sus padres no le consultaban qué preparar para la cena, a qué escuela iba a ir o si asistiría a la sinagoga en las fiestas importantes. Decidían ellos y se daban por satisfechos. Cuando creció, como muchos en su generación, fue a terapia y pensó que sus padres estaban “emocionalmente atrofiados”. Y que la gente emocionalmente atrofiada puede dañar a aquellos a quienes está criando.

Esa generación nueva, dice, se propuso convertirse en padres diferentes. Tener un vínculo más cercano con los hijos. Rasgar la barrera de la autoridad.

“Más que nada, queríamos criar ‘niños felices’. Buscamos ayuda en los expertos en bienestar. Devoramos sus libros de paternidad, que establecían los métodos con los que educaríamos, corregiríamos e incluso hablaríamos a nuestros propios hijos”.

Pero las cosas no siempre salen como esperamos. “Aprendimos a ofrecer a nuestros hijos las razones que había detrás de cada norma y petición. Nunca les dimos un azote. (...). El éxito de la crianza se convirtió en una función con un único coeficiente: la felicidad de nuestros hijos en cada instante. Una infancia ideal significaba que no hubiera dolor, incomodidad, peleas, fracasos ni ningún atisbo de ‘trauma’. Sin embargo, cuanto más de cerca seguíamos los sentimientos de nuestros hijos, más difícil nos resultaba sobrellevar sus disgustos momentáneos. Cuanto más de cerca examinábamos a nuestros hijos, más evidentes eran sus desviaciones de una serie interminable de puntos de referencia: académicos, del habla, sociales y emocionales. Cada uno de ellos parecía una catástrofe.

Crianza. Una experiencia que requiere ser bien pensada. (Getty Images)
Crianza. Una experiencia que requiere ser bien pensada. (Getty Images)

Shrier levanta la mano y previene: no se trata de echarle la culpa de todo a las redes. Pero señala que los profesores e incluso los jóvenes dicen que la nueva generación se siente poco preparada para hacer asuntos elementales para un adulto: pedir un aumento de sueldo, ir a trabajar aunque haya una crisis política, hacer lo que se comprometieron a hacer sin tomarse un tiempo en el medio para cuidar su salud mental.

Se trata de crecer o, mejor, de no poder crecer. “No es raro que los chicos de dieciséis o diecisiete años pospongan sacarse el carné de conducir alegando que ‘da miedo’ o que los universitarios inviten a mamá a la celebración de su vigésimo primer cumpleaños. Desconfían de los riesgos y libertades que conlleva hacerse mayor”.

Estos resultados abrieron más y más preguntas: ¿cómo fue que esa generación cuidadosa crió a la generación “más solitaria, ansiosa, deprimida, pesimista, indefensa y temerosa de la que se tiene constancia?”.

Y más: “¿Cómo es que la primera generación que crió a sus hijos sin golpes dio lugar a la primera generación que declaró que nunca querría tener hijos propios? ¿Cómo es que los niños criados con tanta delicadeza llegaron a creer que habían sufrido un trauma infantil que los debilitó? ¿Cómo unos niños que recibieron mucha más psicoterapia que cualquier generación anterior se sumieron en un pozo sin fondo de desesperación?”

Sufrimiento. Niños Imagen Ilustrativa Infobae)
Sufrimiento. Niños Imagen Ilustrativa Infobae)

Los chicos no están bien, los padres ya lo saben, dice Shrier en Bad therapy. ¿Qué pasó? La periodista habla de “la industria de la salud mental”, que crea pacientes más rápido de lo que puede curarlos. Y va armando su hipótesis, que será firme: “Estas intervenciones de salud mental en favor de nuestros hijos han sido en gran medida contraproducentes”, dice.

Sostiene que se ha interpretado cualquier diferencia de personalidad como algún tipo de disfunción. Y que los expertos han logrado imponer que todo el mundo necesita terapia, que todos están por lo menos un poco “rotos”.

Algunas respuestas

Tras su investigación -el libro tiene una larga lista de referencias bibliográficas-, Shrier apunta a los terapeutas y también a los padres. Sostiene que los adultos se meten demasiado. “Pedimos a los profesores que sienten a nuestros hijos de primaria junto a otros que nosotros hemos elegido, exigimos hablar con los profesores de secundaria e incluso con los de universidad que se atreven a poner una mala nota a nuestros hijos, e intervenimos ante los jefes de nuestros jóvenes adultos (todas historias que la gente me ha contado)”.

Whatsapp, dice, es una pesadilla: los padres están al tanto de todo lo que pasa en la escuela, se preguntan entre ellos por las fechas de los exámenes, consultan deberes, incluso cuando sus hijos están en el secundario.

Sin embargo sabemos, subraya, que los chicos necesitan espacios en los que no haya supervisión de los adultos. “Prosperan con independencia, un cierto nivel de responsabilidad y autonomía y, sí, el fracaso. Nunca aprenden a valerse por sí mismos si nosotros lo hacemos todo por ellos. Los juegos arriesgados -con dificultad, o que impliquen alturas, herramientas afiladas y algún peligro real- no sólo recompensan a los niños con alegría y competencia social, sino que pueden hacerles menos fóbicos y más capaces de navegar y evaluar los riesgos en el futuro. Los pequeños fracasos y lesiones ayudan a los niños en lugar de perjudicarlos”.

¿Les damos independencia? No, dice Shrier, basta apartarnos y la conseguirán solos. Por ejemplo: “Tome todas las cosas que hace por sus hijos -toda la tecnología y el entretenimiento que les proporciona y las actividades que programa- y deseche un tercio de ellas. A nuestros hijos les iba mucho mejor cuando tenían menos: menos distracciones, menos estímulos, menos supervisión, menos...”.

Y, lo más importante: “Finalmente, si su hijo se porta de una manera que no es la que esperaba.. calma. Dice Shrier: “Mantén la calma. Manténte al mando. No entregue inmediatamente a su hijo a un experto en salud mental. Tú decides si está en crisis o no”.

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