Historias de quienes ayudaron a acabar con la Segunda Guerra Mundial en la nueva novela del español Rafael Tarradas

“La voz de los valientes” es el título más reciente del narrador catalán. La novela con la que se consagra en el género histórico

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El castillo de Fallstein es uno de los más famosos de Baviera, en Alemania. En él, Hilda Sagnier ha podido comprobar que la guerra tiene consecuencias incluso, en los lugares más apartados. Su marido, el conde bávaro de Fallstein, ha sido seducido por Hitler y en los salones del castillo habita con fuerza el mal.

Decidida a luchar por lo que cree, Hilda superará sus propios límites, incmuso arriesgará su vida, y fingirá ser alguien diferente en su intento por ayudar a aquellos que, frente a ella, son perseguidos por el régimen.

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En Barcelona, mientras tanto, los nazis van tras José Manuel, un empresario determinado que conoce muy bien sus objetivos. Durante la Guerra Civil Española fue un hábil espía que cumplía sus misiones sin mayor dificultad. Ahora, no tardará en involucrarse en una nueva asignación, quizá la más secreta que ha asumido, la cual lo llevará a alternar con la élite alemana y a relacionarse con la alta sociedad de Potsdam, en la frontera de Berlín, donde todos suelen relajarse y hablar más de la cuenta. Allí, el espía resurgido habrá de encontrar y destruir el arma en la que los alemanes han confiado todas sus esperanzas para quedarse con la victoria.

Con esta trama, el escritor español Rafael Tarradas Bultó regresa a la novela, tras la salida de sus dos trabajos de ficción anteriores, “El heredero” yEl valle de los arcángeles”.

Al paso de las páginas, los lectores verán como Hilda y José Manuel, cada uno desde su orilla, se enfrentan al corazón del Tercer Reich y descubren que en la guerra nadie es quien dice ser y que, a veces, la urgencia y el peligro son los aliados más adecuados para que el amor consiga emerger.

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Así presenta la editorial el nuevo trabajo de ficción de Tarradas Bultó, que llega a librerías españolas de la mano del grupo Planeta, bajo el sello Espasa.

“La voz de los valientes” es un homenaje a quienes, con grandes o pequeñas acciones, ayudaron a darle fin a la Segunda Guerra Mundial. Una novela apasionante e intensa que amplía nuestra visión del conflicto bélico más terrible del siglo XX. En ella, Tarradas Bultó, con buen tino, ha conseguido un relato trepidante de regreso al Tercer Reich, dando cuenta de que la esperanza es, quizá, la más fuerte de las creencias.

Sobre el autor, Rafael Tarradas Bultó

  • Nació en Barcelona, España, en 1977.
  • Estudió Diseño Industrial en la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente trabaja en el sector de la comunicación en Madrid.
  • Además de su interés por el arte y el deporte, es un apasionado de la historia de los siglos XIX y XX.
  • Ha publicado “El heredero” y “El valle de los arcángeles”, que han sido y son un éxito de ventas y crítica.

Así empieza “La voz de los valientes”

Las mañanas en Schloss Wiesner siempre habían tenido un efecto balsámico en August. Aquel rincón de la región checoslovaca (sí, checoslovaca, siempre checoslovaca) de Bohemia parecía inmune a todas las inclemencias, las de la naturaleza y las del hombre. Su castillo llevaba siglos asentado allí, con su aspecto recio y sólido, tan arraigado a la tierra fértil del corazón de Europa como las montañas que se veían a lo lejos. Planta cuadrada con un torreón redondo en cada esquina, paredes de piedra y ladrillo rojizo en las que se abrían ventanas; las más viejas, pequeñas; las de tan solo un siglo, mayores. El jardín también tenía varios siglos, los suficientes para que cualquier novedad, cualquier árbol que se replantara, cualquier nuevo parterre o follie destacara en un entorno en el que la distinción venía dada por la historia secular de cada elemento del paisaje. El foso que rodeaba la edificación, con sus aguas quietas y verdes llenas de ranas, no retendría al enemigo esta vez.

Eran las siete de la mañana y, desde su habitación del primer piso, observaba secarse la humedad que cubría los prados mientras la niebla que causaba también desaparecía poco a poco desvelando los detalles de la propiedad. Tenían otra casa en Praga, pero su familia pertenecía a aquellas tierras. Cuatro siglos ya. Cuatro siglos de convivencia con las aldeas y villas cercanas; con el vecino Schloss Blank, que lindaba con su finca, resistiendo los embates del continente, tantas veces en guerra, con imperios que aparecían y desaparecían, coronas que cambiaban de dinastía, tierras que iban de unas manos a otras, y, sin embargo, creía que el mal que acechaba era el peor que a su castillo le había tocado soportar. El único que les iba a hacer huir.

Su mujer no había dormido en toda la noche pero seguía intentándolo, echada en su cama, con los ojos cerrados, sin poder contener las lentas lágrimas que cada poco recorrían sus mejillas. La conocía bien. Se despertaría, se erguiría y lo organizaría todo para la partida sin quejarse, pretendiendo que aquel no era uno de los días más tristes de sus vidas. Se anudó la bata y salió al pasillo que recorría la planta noble, con las habitaciones a un lado y la barandilla que los separaba del piso inferior al otro. Habían empezado a cubrir con sábanas los muebles el día anterior, y escondido la plata y objetos de valor en los sótanos. Saldrían ese mismo día, pero los preparativos para que el castillo dormitara durante su larga ausencia iban a llevar al menos dos días más. En ello estaban ya algunos de los sirvientes que vio trajinar en la planta baja. Tres enrollaban la gran alfombra del vestíbulo en aquellos momentos. Se acercó al Rubens, demasiado grande para esconderlo bien e imposible de llevar consigo. Luego miro el retrato de su familia obra de Winterhalter, que, con el mismo problema, también tendría que esperar allí. El día anterior se habían repetido los unos a los otros que lo material no importaba, que lo importante eran ellos tres, que estarían perfectamente bien y que, si alguien lograba acabar con su ancestral castillo, se harían uno más bonito y nuevo en otro lugar. Mentiras para animarse unos a otros, pues aquellas paredes formaban parte de su piel, de sus recuerdos y de su corazón.

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